"Comprame": el secreto de una madre para frenar el deseo consumista de su hija en Navidad
Hace unas semanas Kristina Watts, una mamá norteamericana, compartió en sus redes sociales la "fórmula mágica" para frenar los deseos consumistas de Emie, su pequeña hija, en Navidad. Su posteo, afirma, es un intento de ayudar a todos los padres y madres del mundo que en esta época lidian con el mismo problema que ella: "Todo lo que ve lo quiere", un clásico que para los niños parece nunca pasar de moda.
¿En qué consiste su fórmula mágica? Watts lo explica: "Cuando tu hijo se pare en el centro comercial ante cada juguete que desea, escuchá lo que te dice. No le digas no, porque esta negativa suele ir acompañada de enfrentamientos, llantos y discusiones. Una vez acabe de hablar, sacás el celular y le decís: ‘Voy a hacerte una foto con este juguete y se la vamos a enviar a Papá Noel para que te conozca y sepa que lo querés’. Se la podés enviar a los abuelos, a los tíos o a los Reyes Magos. O simplemente, guardártela en tu celular. Da igual. Lo importante es que tu hijo se quede tranquilo. Mágicamente, Emie sonríe. Pide ver la foto. Luego coloca el juguete en su lugar y se va. Es mágico. No hay lágrimas. No hay berrinches. Y ella se olvida de todo en minutos".
Muchos usuarios que vieron y compartieron el posteo, celebraron y agradecieron el consejo de Watts y prometieron ponerlo en práctica; otros tantos, en cambio, la trataron de cruel y banal. Más allá de los antagonismos que generó el consejo de Watts, la técnica que ella recomienda no hace más que abordar un problema universal, que es cómo frenar el deseo consumista de los niños (aunque también se traslada a los grandes, claro) en plena Navidad.
Para Vanesa Gómez. psicopedagoga especialista en crianza y educación y miembro de Positive Discipline Association (PDA), la idea de esa mamá norteamericana no está muy alejada de lo que ella misma aconseja hacer para apaciguar el deseo irrefrenable de consumo. "Es importante transmitirles a los chicos que todos los deseos son válidos. Pero eso no significa que vayan a concretarse. Cuando surja un pedido, decirle que van a agregarlo en la carta para Papá Noel. Eso servirá para frenar el ímpetu del momento y bajar la ansiedad –recomienda Gómez–. Al escribir la carta, decirles que le vamos a poner todo lo que deseamos pero aclararles siempre que Papá Noel elegirá una o dos cosas de esa lista. ¿Cuáles? Seguramente las que considere que son mejores para cada chico. Y si hay desilusión, acompañarlos. Pero en general los chicos van a estar contentos con lo que reciban".
Más allá de la carta, Gómez asegura que hay muchas instancias previas para evitar que los niños asocien Navidad únicamente a recibir regalos. "Por esta época es constante el bombardeo mediático. Todas las publicidades están dirigidas a ellos, por eso lo primero que habría que hacer es intentar bajar el nivel de exposición, apagar la tele, sacarles la tablet y jugar más con ellos –plantea–. Otra cosa importante es tratar de transmitir el sentido que para esa familia tiene la Navidad, que no solo es recibir regalos sino estar juntos, recordar que nos queremos. Y también propiciar el dar más que el recibir. Que ellos se involucren en campañas solidarias y tengan algo para ofrecer a quien quieran: pueden ser galletitas que hayan hecho, o adornos. Lo que sea que puedan darle a alguien que elijan".
Para la psicoanalista Susana Mauer, en cambio, es importante evitar las expectativas desmedidas y listar solo lo realmente deseado. "Lo primero es filtrar los estímulos. Y sacar el foco de que ilusión es sinónimo de paquete –plantea–. El Papá Noel todopoderoso, capaz de satisfacer los pedidos de todos, parece una panacea en épocas de consumismo. Pero no es la realidad. Acaso hoy los únicos privilegiados a la hora del recorte son los niños, pero hay que tener coherencia y poner el foco en el encuentro y en los afectos".
Por su parte, el psicoanalista Juan Eduardo Tesone, miembro de la Asociación Psicoanalítica Argentina (APA), sostiene que "culturalmente, lo esencial de la Navidad, consiste en saber que se festeja el nacimiento de un niño, más allá que se crea o no en Jesús. El regalo, no tanto por el objeto en sí e independientemente de su valor mercantil, expresa que se pensó en ese niño que espera una demostración de afecto plasmado en el acto de dar y recibir. Más allá que pueda existir un desfase entre lo esperado y lo recibido que genere cierta desilusión".
El ejemplo de los mayores
Aunque parece algo bastante obvio, no siempre es tenido en cuenta. El famoso "predicar con el ejemplo" suele ser tan o más efectivo que cualquier otra técnica que se aplique. "Si los más chicos ven que por esta época los grandes compran y compran, claramente no están recibiendo el mejor ejemplo –sostiene Gómez–. Pero si están todos los otros condimentos como la conexión, la alegría, la buena energía, los chicos aprenden a no poner el foco en los regalos."
Más allá de que los mayores deberían dar el ejemplo, Joel Waldfogel, un economista de la Universidad de Minnesota, Estados Unidos, recomienda firmemente dejar de comprar regalos en Navidad.
Autor del libro Scroogenomics, el especialista, que es citado por las periodistas Soledad Vallejos y Evangelina Himitian en su libro Deseo Consumido (Sudamericana) reflexiona: "¿Cuántos de nosotros recibimos cada Navidad regalos que no nos gustan y cuántos hacemos regalos sin ninguna certeza de que a quien los reciba le vayan a gustar?". La respuesta que el experto da es contundente. En los regalos desatinados, solo en los Estados Unidos, se gastan unos 85.000 millones de dólares. "Es hora de que paremos con esta locura y pensemos dos veces antes de comprar", plantea el economista. Y hasta se anima a calificar a estos presentes como un "despilfarro objetivo de recursos".
Waldfogel afirma que, por más lindo y costoso que sea un regalo, quien lo recibe nunca le da el valor que realmente se pagó por él. Con frecuencia, es menor. Si un presente costó US$100 dólares, quien lo recibe estima que salió 90. Es decir, que hay un desperdicio de 10 dólares. Ese desperdicio es mayor si lo hacía un tío o un abuelo: ahí la pérdida era del 40 por ciento. La conclusión a la que arribó Waldfogel es que ese acto de intercambiar presentes en Navidad destruía entre un 10% y un 30% el valor que se le asignaba a ese regalo.
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