Competir en familia
El regatista Santiago Lange, de 54 años, volverá a representar al país en los Juegos Olímpicos con una particularidad: también lo harán sus hijos Yago y Klaus. La intimidad de la preparación en Río
RÍO DE JANEIRO
Son las 9 de la mañana y aunque el pronóstico anunciaba lluvia, hay sol. Lo único pesimista en esta ciudad es el pronóstico del clima. Santiago Lange llega puntual al Iate Clube, en una bicicleta negra de carrera que se trajo de Buenos Aires y saluda con dos besos, como los cariocas. Debajo de la visera del gorro asoman sus ojos de navegante, celestes, con esa expresión a la que obliga el sol cuando pega desde arriba y desde abajo, potenciado por el reflejo del agua. Viste de azul marino, desde el gorro hasta las zapatillas de lona, y todo en él es skinny, la contextura, los jeans, la bicicleta. “Soy el más viejo de los atletas de estos Juegos”, dice el regatista y sonríe. Tiene 54 años y una colección de trofeos, medallas, copas y títulos mundiales, europeos, panamericanos, sudamericanos y dos medallas olímpicas de bronce, que ganó con Carlos Camau Espínola, en Atenas 2004 y Pekín 2008, en la Clase Tornado. Esta será su sexta participación en los Juegos Olímpicos y la primera vez que lo va a hacer en familia, con dos de sus cuatro hijos.
Llegan Yago y Klaus Lange, los cachorros, como les dice a veces su padre, atléticos como los chicos que suelen verse por la playa de Ipanema. Yago es el hijo mayor, 28 años; Klaus el menor, 21. En el medio están los mellizos, de 25, que viven en Barcelona y se dedican a la música y la cocina. Todos varones.
El encuentro es en la terraza del club, frente a la bahía de Guanabara. Sale la pregunta que siempre les hacen sobre estos Juegos, ¿qué piensan del agua contaminada? “Estamos enfocados en entrenar, no pensamos todo el tiempo en eso. Lo único que publican en las notas son cosas negativas, al final eso le quita el foco a nuestro deporte, que es de lo que se trata. Si fuera en un país del primer mundo, donde el mar también está contaminado, no preguntarían nada sobre el tema”, dice Yago. “Cuando ves el paisaje eso queda en otro plano, mirá dónde estamos”, agrega Santiago. Aunque la pregunta hace agua, sus respuestas delinean el sustento de los Lange: foco y positividad.
En un capítulo de Ser Olímpico, serie de 2008 dedicada a los atletas que participaron de Pekín, Sebastián Lange, el hermano de Santi –como lo llaman hasta los periodistas estadounidenses–, decía: “Hace dos Olimpíadas que Santiago viene diciendo que es la última, y todos sus amigos, novia, madre, hermanos, dicen che, es la última y yo digo: están locos, no es la última. Atenas supuestamente iba a ser la última y cuando saca la de bronce, nos damos un abrazo infernal, los dos llorando, y me dice: en Beijing sacamos la de oro”. De esto, hace doce años.
Fue justamente en China donde Santiago conoció a la regatista rosarina Cecilia Carranza Saroli, su dupla actual, que competía en la clase femenina Laser Radial. Todavía no existía la categoría olímpica mixta Nacra 17, con un catamarán más chico que el Tornado, ultraveloz, que va a estrenar este año.
En esa misma época, Yago, que de chico había probado los deportes de vela, pero elegido el rugby, se fue a estudiar Administración de Empresas a Valencia. Allá consiguió un trabajo en la náutica, se entusiasmó y en tiempo récord llegó a un nivel altísimo. Cinco años después, junto a Klaus, que navega desde siempre, llamaron por Skype a su padre, que estaba en San Francisco trabajando para un equipo de la Copa América –la fórmula uno de la navegación–, para contarle la decisión: intentarían clasificar para los Juegos de Río en la Clase 49er.
Santiago primero se emocionó, después pensó que no iban a durar nada como dupla, que como hermanos se iban a pelear, y al final viajó a entrenarlos. La primera competencia juntos fue en Marsella, en el Mundial de 2013, con Santiago como entrenador. Pero ese rol implicaba mucha responsabilidad para Lange padre. El miedo que le daba equivocarse le generaba demasiada tensión y prefirió seguir ayudándolos, pero desde otro lugar. Le pasó el puesto a su ex cuñado, Miguel Saubidet, quien los entrena hasta hoy. Por esos días, Cecilia Carranza fue a ver a Lange para que la asesorara y en ese encuentro surgió la posibilidad de navegar juntos en los próximos Juegos.
Con apenas 50 días de entrenamiento, la nueva dupla mixta de argentinos consiguió la medalla de plata en el Mundial de Nacra 17 2014, en Santander. No fue fácil para ninguno de los dos. Lange tenía que aprender a compartir el barco con una mujer, y Carranza, que cuando corría en Laser era forzada a aumentar su peso, ahora lo tenía que bajar. La medalla fue un impulso gigante para seguir adelante, pero Santiago empezó a enfermarse seguido y los médicos no encontraban la razón, hasta que le descubrieron un pequeño tumor en el pulmón izquierdo, de los malos.
Había que operar, pero él no quería. Pactaron con los médicos que se haría controles bimestrales, hasta que en Barcelona, donde entrenaban para el Campeonato Europeo de 2015, los médicos catalanes lo presionaron. “Pero dijimos que si no crecía, no me operaba”, intentó persuadirlos Lange. “No creció, pero tampoco disminuyó”, respondieron los médicos y lo ingresaron al quirófano el 22 de septiembre, día de su cumpleaños.
Lo físico, lo mental, el agua
Cada equipo tiene su espacio, el de Santiago es una casa del tranquilo barrio de Urca, muy cerca del Iate Clube. Yago y Klaus alquilaron un departamento en un bulevar del barrio Flamengo, más cerca de Marina da Glória, donde tienen su barco. Santiago está fijo en Río desde que empezó el año. Los chicos fueron y vinieron: Estados Unidos, Francia, España, Nueva Zelanda. Más tarde contarán que la idea de que su padre se quede en Río todo el tiempo es para evitar que viaje tanto en avión. No le hace bien.
–Hay cuatro cosas que tenemos que hacer siempre, donde sea –dice Klaus–: entrenar bien, comer bien, competir bien y dormir bien.
–Dividimos cada día en tres turnos –agrega Santiago–: de mañana vamos al gimnasio o hacemos yoga, a la tarde navegamos, aunque ese orden cambia según el viento, y al final del día hablamos de lo que hicimos en el agua, de las regatas que corrimos, errores y aciertos. Vemos fotos que sacó Mateo Majdalani, nuestro entrenador, y videos de la GoPro instalada en el barco.
–¿Y les queda tiempo para otra cosa, salen a pasear?
–Cuando estás todo el día afuera, en el agua, abajo del sol, lo único que querés hacer después es guardarte –dice Yago–. A mí me gusta ir a algún café, pero acá en Río no hay muchos. Me puse a investigar qué hacen otros atletas y muchos juegan a la PlayStation, así que empecé a jugar yo también. Klaus prefiere leer.
–¿Y qué leés?
–Cosas cortas, cuentos, biografías, me gustan las biografías.
Entonces le recomiendo a Yago el Café Secreto, en una villa de artistas en el Largo do Machado, cerca de donde él practica Ashtanga Yoga, y a Klaus, un libro de Amir Klink, un paulista navegante y constructor de barcos que hizo la primera travesía a remo del Atlántico Sur, de Namibia a Brasil, en solitario: Cien días entre el cielo y el mar.
Lange padre, que es de San Isidro, también construye barcos. Se graduó como arquitecto naval en la Universidad de Southampton, Inglaterra. Los veleros Optimists Lange, que ganaron siete veces la Copa del Mundo, fueron diseñados por él. Ser a la vez regatista y arquitecto es una gran ventaja, y no muy común, por eso siempre lo contratan para trabajar en equipos de copas del mundo o de vueltas al mundo. En toda su carrera, esta es la primera vez que puede dedicarse ciento por ciento a una campaña olímpica. “Antes tenía que trabajar y cuatro hijos chicos –dice–. Es una suerte poder pasar estos meses en Río para adaptarnos al agua, las corrientes de acá son únicas y los vientos impredecibles. Pero después de los Juegos voy a tener que trabajar.”
Para dedicarse a los Juegos en forma amateur, cuentan con una beca del Ente Nacional de Alto Rendimiento Deportivo (ENARD), pero igual deben conseguir auspiciantes y, como en todo deporte individual, encargarse de todo. En vez de quejarse, como lo haría cualquier mortal por los recursos escasos del país, vuelve a primar la positividad Lange. “El ENARD viene haciendo un muy buen trabajo, y no depende de quién esté en el gobierno. Mejoró mucho todo –dice Santiago– para los Juegos de Seúl, en el 88, habíamos tenido que conseguir barcos prestados de los ingleses y velas de los Estados Unidos. No sirve criticar, uno es el responsable de su propio destino.” Su tono de voz es apacible, como el mar de la bahía. Hay poco yo, mío, y esto se repite en sus hijos. Hay mucho menos ego que en otros deportes individuales. “No tenemos ni tribuna –sigue Santiago–, la gente de la náutica es muy tranquila en las cuestiones del show off.”
Mientras conversamos, todos los que pasan por la galería de este club tradicional que fue visitado hasta por la Reina de Inglaterra, saludan a los Lange. Las chicas rubias del equipo de Dinamarca, los regatistas suizos, los socios. Santiago paga la cuenta y vamos al lugar que más le gusta del Iate Clube, una barra donde el café es gratis y se toma de parado. Llega el Director de Vela del ICRJ, que lo saluda con el mayor respeto y dice que en Brasil a Lange lo comparan con Torben Grael, uno de los regatistas con mayor número de medallas olímpicas en vela. Después surge el tema de la contaminación de la bahía de Guanabara, el Director de Vela dice que el 83% de las notas que salen en medios cariocas sobre los Juegos Olímpicos hablan sobre el estado del agua. Y que el problema radica en que son 19 municipios los que desembocan en la bahía: diez millones de personas.
“¿Y los amores?”, les pregunto a Klaus y Yago cuando los acompaño en taxi a la Marina da Glória. Silencio. Klaus, que habló poco, se muestra más desenvuelto y cuenta que estuvo cuatro años de novio y que acaban de cortar, pero cree que es sólo un tiempo, que van a volver. “Es difícil cuando uno tiene una pasión muy definida y la otra persona todavía se está buscando.” A Yago le pasó algo parecido. “Es una vida muy distinta la que tenemos –sigue Klaus–. Siento que en Buenos Aires todos hacen lo mismo: trabajan de lunes a viernes y los fines de semana salen a tomar. Todo bien, es divertido, pero al final la joda no te lleva a nada.”
En el mismo capítulo de Ser Olímpico, los amigos correntinos de Camau Espínola hablan de ese sacrificio que todo atleta que quiere ser campeón tiene que hacer. Elige hacer. Veinte años atrás, después de los Juegos Olímpicos de Atlanta, Santiago intentó llevar “una vida normal” para salvar su matrimonio. Paró de navegar por dos años y empezó a trabajar para una empresa de distribución de productos congelados. Pero la pasión funciona como una olla a presión: si no hay una válvula de escape, termina explotando. Al tiempo, se separó y se fue a vivir a su barco, renunció al trabajo y empezó a entrenarse para clasificar a los Juegos de Sydney.
El hijo menor come castañas de cajú y el mayor un açaí, un fruto de color bordó supernutritivo batido con guaraná. En el equipo, Klaus se encarga del barco y Yago de la logística. Se ponen los trajes de neopreno, gorro, protector solar 70, comentan el gol de Messi a Estados Unidos con el equipo español y empujan ese barco que parece un avión al agua.
El 49er o Forty Niner es como una tabla de windsurf con alas de la que van colgados y con los pies apoyados sobre el borde, prácticamente acostados sobre el agua. Durante dos horas hacen pruebas de largada, velocidad y maniobras en un mar cada vez más agitado. El sol cálido del invierno carioca resalta esas rocas gigantes y piramidales que emergen por todas partes. En este escenario cinematográfico, donde descubrieron una superbacteria procedente de los desechos hospitalarios que ya afectó a uno de los tripulantes del equipo alemán de 49er, los Lange han visto delfines dando saltos.
En intervalos cortos los hermanos se acercan al gomón, como los boxeadores a la esquina del ring, para tomar agua, un gel energético e intercambiar palabras con el entrenador en un lenguaje incomprensible para quien no maneja la jerga. Mateo Majdalani, el entrenador de Santiago, avisa por WhatsApp que van a hacer pruebas de velocidad en la cancha de Copacabana. Aunque uno no las vea, hay canchas en el mar.
Paso al gomón del Nacra 17, seguimos a la dupla mixta en sus peripecias y de repente parece una escena de Misión Imposible con el fondo espectacular del Cristo y el Pan de Azúcar. La costa es un lugar cada vez más lejano, ya estamos prácticamente en Niterói, la ciudad vecina a Río de Janeiro y algo pasó. Cecilia lucha con una cuerda que se enredó en la tercera vela, la que se iza con el viento a favor. “Se rompió el botalón”, dice el entrenador, preocupado. Hay que volver. Cecilia y Santiago sonríen. Acaba de quebrarse el barco y ellos sonríen. Entonces recuerdo algo que dijo Yago: “Los barcos son prácticamente iguales, la diferencia está en lo mental”.
Vaivenes de la vida
En la mesa del comedor de la casa de Urca hay pan integral, humus que preparó Nicole, californiana y encargada de la logística del equipo; manteca, miel, uvas. En las paredes, en lugar de cuadros hay afiches con organigramas, calendarios, cuadros sinópticos. Izada: entrar y manotear la escota, dice en un casillero amarillo, o En crash gybe olvidarse de la orza. Hay frases menos técnicas como tono de voz positivo, buena vibra o ignorar más a los de afuera. Algunas tienen esa marca en V, tilde que indica que el objetivo fue alcanzado, otras un número porcentual que indica cuánto falta para alcanzarlo.
Todos los días después de navegar, se sientan en esa mesa redonda a revisar la regata junto con Mateo, el entrenador, que tiene 21 años, navega desde antes de alcanzar el metro de altura y es íntimo amigo de Klaus. “Cuando aprendés a cuidar tu Optimist [embarcación de vela ligera] desde los ocho años, desarrollás el sentido de la responsabilidad mucho más que cualquier chico”, explica Cecilia cuando le comento que tanto Mateo como Klaus parecen mucho más grandes. Estamos solas, aprovecho para preguntarle cómo fue el período de la operación y se le humedecen los ojos. “El día que lo acompañamos al quirófano, él insistía en que Mateo y yo nos fuéramos a entrenar, que no perdiéramos tiempo”. El foco Lange.
La operación salió bien. Le sacaron casi todo el pulmón. Diez días más tarde estaba andando despacito en bicicleta y al mes, navegando. Algo impensable para cualquier mortal. Pero no es el caso. “La verdad que fue un período hermoso –dice Santiago– aunque cueste creerlo. Pude acercarme mucho a mis hijos mellizos, que vinieron a pasar todo el período de recuperación a Barcelona y al final se terminaron quedando a vivir.”
Dos meses después, Yago y Klaus clasificaban para Río 2016 en su propio río, el de la Plata. Un video de internet muestra el momento en que los tres Lange se abrazan después de la última regata. Un abrazo de esos largos y apretados. Festejan y lloran las luchas y los triunfos en todos los flancos.
El sol, que poco antes teñía el living de dorado, se fue por detrás del Corcovado. Tomás y Cecilia vuelven al Iate Clube para arreglar el botalón. “Tenemos mucha suerte –dice Cecilia– trajimos otro de repuesto. Tenemos todo lo que necesitamos.” Cualquier mortal se tiraría en el sofá a ver televisión con una cerveza después de semejante jornada. Pero no Santiago. El atleta olímpico que en dos meses cumplirá 55 le pregunta a Nicole si hay alguna luz potente para poner afuera, así puede seguir puliendo el barco.
Fotos: Ana Schlimovich y gentileza Red Bull
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