Cómo tu personalidad cambia a medida que cumples años
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“Señor presidente, quiero plantearle un tema que creo que ha estado rondando durante dos o tres semanas y presentarlo específicamente en términos de seguridad nacional... “, dijo el periodista Henry Trewhitt, mientras miraba fija y seriamente al presidente estadounidense Ronald Reagan.
Era octubre de 1984, y Reagan estaba en el circuito de debates, luchando por permanecer en el cargo por un segundo mandato.
Unas semanas antes había tenido un mal desempeño frente a su rival principal.
Entonces se rumoreaba que, a los 73 años, simplemente era demasiado mayor para el trabajo.
Risas y victoria aplastante
Trewhitt quería saber si Reagan tenía alguna duda de si podría funcionar en circunstancias estresantes.
“No, ninguna, Trehwitt”, respondió Reagan, conteniendo una sonrisa.
“Y quiero que sepa que tampoco voy a convertir la edad en un tema de esta campaña. No voy a explotar, con fines políticos, la juventud y la inexperiencia de mi oponente”.
Su respuesta fue recibida con risas estridentes y aplausos, que precedieron a una victoria aplastante en las elecciones.
La broma de Reagan, sin embargo, contenía más verdad de lo que sabía entonces.
No solo tenía la experiencia de su lado, también tenía una “personalidad madura”.
Cambio misterioso
Todos estamos familiarizados con la transformación física que conlleva el envejecimiento: la piel pierde su elasticidad, las encías retroceden, nuestra nariz crece, los pelos brotan en lugares peculiares -a la vez que desaparecen por completo de otras partes- y esos preciosos centímetros de altura a los que nos aferramos comienzan a desaparecer.
Ahora, después de décadas de investigación sobre los efectos del envejecimiento, los científicos han comenzado a descubrir cambios más misteriosos.
“La conclusión es exactamente esta: que no somos la misma persona durante toda nuestra vida”, señala René Mõttus, psicólogo de la Universidad de Edimburgo.
A la mayoría de nosotros nos gustaría pensar en nuestra personalidad como algo relativamente estable a lo largo de nuestra vida. Pero diversas investigaciones sugieren que este no es el caso.
Nuestros rasgos cambian constantemente, y para cuando entramos en la década de los 70 y 80 años, hemos experimentado una transformación significativa.
La modificación gradual de nuestra personalidad tiene algunas ventajas sorprendentes.
Nos volvemos más conscientes, agradables y menos neuróticos.
Los niveles de los rasgos de personalidad de la llamada “Tríada Oscura” -el maquiavelismo, el narcisismo y la psicopatía- también tienden a disminuir, y con ellos, nuestro riesgo de caer en comportamientos antisociales como el crimen y el abuso de sustancias.
Las investigaciones han demostrado que nos convertimos en personas más altruistas y confiadas. Nuestra fuerza de voluntad aumenta y desarrollamos un mejor sentido del humor.
Finalmente, los ancianos tienen más control sobre sus emociones.
Es sin duda una combinación ganadora, y una que indica que el estereotipo de que las personas mayores son gruñonas y cascarrabias necesita ser revisada.
Nuestras personalidades son fluidas y maleables
Lejos de asentarse en la infancia, o alrededor de los 30 años -como pensó la comunidad científica durante años-, parece que nuestras personalidades son fluidas y maleables.
- “Las personas se vuelven más agradables y más adaptadas socialmente”, dice Mõttus.
- “Son cada vez más capaces de equilibrar sus propias expectativas de vida con las demandas de la sociedad”.
- Los psicólogos llaman al proceso de cambio que ocurre a medida que envejecemos “maduración de la personalidad”.
- Es un cambio gradual e imperceptible que comienza en nuestra adolescencia y continúa al menos hasta nuestra octava década en el planeta.
- Curiosamente, parece ser universal: la tendencia se observa en todas las culturas humanas, desde Guatemala hasta India.
- “Generalmente es controvertido hacer juicios de valor sobre estos cambios de personalidad”, dice Rodica Damian, psicóloga social de la Universidad de Houston, en Estados Unidos.
- “Pero al mismo tiempo, tenemos evidencia de que son beneficiosos”.
Por ejemplo, la falta de estabilidad emocional se ha relacionado con problemas de salud mental, tasas de mortalidad más altas y divorcios.
Entretanto, Damian explica que la pareja de alguien con un grado elevado de conciencia probablemente sea más feliz, porque es más probable que estas personas laven los platos a tiempo y sean menos propensos a engañar a su pareja.
Un lado más estable de nuestra personalidad
Resulta que, si bien nuestra personalidad cambia en cierta dirección a medida que envejecemos, lo que somos en relación con otras personas del mismo grupo de edad tiende a permanecer bastante estable.
Por ejemplo, es probable que el nivel de neurosis de una persona vaya bajando en general, pero los niños de 11 años más neuróticos siguen siendo, en general, los ancianos de 81 años más neuróticos.
“Hay una base de quiénes somos en el sentido de que mantenemos nuestro rango en relación con otras personas hasta cierto punto”, dice Damian.
“Pero en relación a nosotros mismos, nuestra personalidad no está escrita en piedra, podemos cambiar”.
¿Cómo se desarrollan estos cambios de personalidad?
Dado que la maduración de la personalidad es universal, algunos científicos piensan que, lejos de ser un efecto secundario accidental de haber tenido más tiempo para aprender las normas sociales, las formas en que cambia nuestra personalidad podría estar genéticamente programada, tal vez incluso moldeada por fuerzas evolutivas.
Por otro lado, otros expertos creen que nuestra personalidad está en parte forjada por factores genéticos y luego esculpidas por presiones sociales a lo largo de nuestra vida.
Por ejemplo, una investigación de Wiebke Bleidorn, psicóloga de la personalidad de la Universidad de California, concluyó que, en culturas donde se esperaba que las personas maduraran más rápido (en términos de casamiento, empezar a trabajar, asumir responsabilidades adultas), sus personalidades tienden a madurar a una edad más temprana.
“Las personas simplemente se ven obligadas a cambiar su comportamiento y, con el tiempo, a volverse más responsables. Nuestras personalidades cambian para ayudarnos a enfrentar los desafíos de la vida”, dice Damian.
¿Pero qué ocurre cuando nos volvemos muy mayores?
Hay dos formas posibles de estudiar cómo cambiamos a lo largo de nuestra vida.
La primera es tomar un grupo grande de personas de muchas edades diferentes y luego observar en qué se diferencian sus personalidades.
Un problema con esta estrategia es que es fácil confundir accidentalmente los rasgos generacionales que han sido esculpidos por la cultura de un período de tiempo particular -como la mojigatería o una adoración inexplicable por las natillas y el jerez- con los cambios que ocurren a medida que uno envejece.
Estudio de largo plazo
La alternativa es tomar un mismo grupo de personas y estudiarlas a medida que crecen.
Esto es exactamente lo que sucedió con el Lothian Birth Cohort (estudio de cohorte de Lothian), un grupo de personas en Escocia a quienes se les examinaron sus rasgos de personalidad e inteligencia en junio de 1932 o junio de 1947, cuando aún estaban en la escuela.
En ese momento, las personas tenían cerca de 11 años de edad.
Junto con colegas de la Universidad de Edimburgo, Mõttus rastreó a cientos de las mismas personas cuando tenían 70 u 80 años, y les hizo dos pruebas idénticas más, con varios años de diferencia.
“Debido a que teníamos dos grupos diferentes de personas, y ambas fueron medidas en dos ocasiones, pudimos utilizar ambas estrategias a la vez”, dice Mõttus.
Fue una suerte, porque los resultados fueron notablemente diferentes para las dos generaciones.
Si bien las personalidades del grupo más joven permanecieron más o menos iguales en general, los rasgos de personalidad del grupo mayor comienzan a cambiar, de modo que, en promedio, se volvieron menos abiertos y extrovertidos, así como menos agradables y concienzudos.
Los cambios beneficiosos que habían estado ocurriendo a lo largo de sus vidas comenzaron a revertirse.
“Creo que esto tiene sentido, porque en la vejez las cosas comienzan a pasarle a la gente a un ritmo más rápido”, dice Mõttus, quien señala que la salud de estas personas podría haber estado en declive y es probable que hayan comenzado a perder amigos y familiares.
“Esto tiene cierto impacto en su participación activa en el mundo”.
Nadie ha investigado aún si esta tendencia continuaría después de los 100 años.
Investigaciones sobre japoneses centenarios han descubierto que tienden a obtener una puntuación alta en la conciencia, la extroversión y la apertura, pero es posible que hayan tenido más de estas características para empezar, y tal vez esto incluso contribuyó a su longevidad.
De hecho, nuestra personalidad está intrínsecamente ligada a nuestro bienestar a medida que envejecemos.
Por ejemplo, aquellas con un mayor autocontrol tienen más probabilidades de ser saludables en la edad adulta, las mujeres con niveles más altos de neurosis tienen más probabilidades de experimentar síntomas durante la menopausia, y cierto grado de narcisismo se ha asociado con tasas más bajas de soledad, que en sí mismo es un factor de riesgo para una muerte más temprana.
En el futuro, comprender cómo ciertos rasgos están vinculados a nuestra salud -y cómo podemos esperar que nuestra personalidad evolucione a lo largo de nuestra vida- podría ayudar a predecir quién está en mayor riesgo de padecer ciertos problemas de salud y poder intervenir.
El conocimiento de que nuestra personalidad cambia a lo largo de nuestra vida, lo queramos o no, es una prueba útil de lo maleables que son.
“Es importante que sepamos esto”, considera Damian. “Durante mucho tiempo, la gente pensó que no”.
“Ahora estamos viendo que nuestra personalidad puede adaptarse, y esto nos ayuda a enfrentar los desafíos que nos presenta la vida”, agrega.
Al menos, nos da a todos algo que esperar a medida que envejecemos y la posibilidad de descubrir en quiénes nos convertiremos.
Por Zaria Gorvett
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