Cómo transformar en belleza el dolor: las lecciones de Carlos Alonso
Tenés que ir a Buenos Aires, conocer las galerías de la calle Florida", le dice Annemarie Heinrich mientras lo retrata en su taller de Mendoza. Carlos Alonso tiene apenas 24 años, y decide seguir el consejo de la experimentada fotógrafa. "Ya en la Capital, Carlos arranca la recorrida por Corrientes y Florida, por la galería Rose Marie, y no tiene éxito. Luego va a la galería Plástica, pero tampoco obtiene buenos resultados", cuenta Ignacio Gutiérrez Zaldívar en un libro que le dedicará cinco décadas más tarde, cuando el pintor ya se ha consagrado como uno de los grandes maestros del arte argentino.
La tercera es la vencida. Domingo Viau no solo le da una fecha para exponer ese mismo año, en septiembre de 1953, sino que le propone además financiarle su primer viaje a Europa. Le entrega unas cartas de Henri Toulouse Lautrec y el contacto de un galerista para venderlas en París.
Antes de embarcarse hacia Barcelona regresa a Mendoza para casarse con su novia, la bailarina Ana María Doméstico. Acuerda reunirse con Beba seis meses después, en Río de Janeiro. A veinte días del viaje a Brasil recibe un telegrama que le anuncia que su mujer ha muerto, ahogada en las playas de Copacabana.
Sería la primera de grandes pérdidas que marcarían su vida y obra. En mayo de 1976 Alonso se exilia a Europa, semanas después de que fuera evacuada por una amenaza de bomba la galería donde presentó su exposición El ganado y lo perdido. Los 45 trabajos que la integraban, realizados desde 1972, anticiparon la violencia que estaba por enfrentar el país. Y su propia familia.
Paloma Alonso, la mayor de sus tres hijos, fue secuestrada el 30 de julio de 1977. Se la llevaron de su departamento de la calle Defensa, donde días antes había celebrado sus 21 años. Allí tenía colgadas varias obras de su padre; entre ellas, un retrato del Che Guevara.
El dolor está presente en gran parte de las piezas reunidas ahora en Vida de pintor, la conmovedora muestra que le dedica Colección Fortabat, como parte de la celebración de su décimo aniversario. Tres de los grandes protagonistas son Vincent van Gogh –sin oreja, con la cabeza vendada–; un decrépito Lino Enea Spilimbergo, su gran maestro, y el propio Alonso, en sus autorretratos.
Ganador de varios premios Konex, ilustrador de decenas de clásicos de la literatura, el artista vive desde 1981 en Unquillo, junto a la casa que habitó Spilimbergo. "Lo único que sirve para recomponerse es la acción –dijo hace años en una entrevista con LA NACION revista –, el poder ejercer la vocación con la pasión que quede, con el amor que quede."
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