Cómo terminar con la adicción a Twitter
Tras las elecciones norteamericanas, muchos usuarios renegaron del rol de la red social en las elecciones y (aún) tratan de bajarse de ella
NUEVA YORK.– Twitter, la red social de noticias en 140 caracteres de la que muchos hablan pero que pocos saben usar, polariza a la gente: están los adictos y los que no la pescan. Para quienes pertenecemos al primer grupo, implica un enorme desafío explicar qué es Twitter y por qué no podemos despegarnos de la pantalla incluso cuando hay pocas noticias y cuando nuestra hija de 3 años se cae de cabeza al piso desde la hamaca de la plaza, algo que de hecho me pasó.
Pero en este último año y medio no escasearon precisamente las noticias, y durante ese delirante período de alertas y primicias –Donald Trump, las masacres de San Bernardino y de París, y el Brexit, y Scalia, ¿y ya mencioné a Donald Trump?–, la atracción que ejercía Twitter pasó de ser irresistible a ser abrumadora, y de ahí a devorarlo todo.
Quizás algún día los historiadores y teóricos de los medios estudien si era buena o mala para la república esta devoción de las huestes periodísticas por una plataforma que valora más el golpe bajo que el estilo sutil o la empatía con el lector. Pero nada de eso nos importa a los adictos a las noticias como yo.
La fruición de Twitter en 2016 fue visceral, formadora de hábitos. Se transformó en un show interminable, un espectáculo de fuegos artificiales que no podíamos dejar de mirar aunque nos cegara y después incendiara la ciudad y nos trajera pestes y desgracias de todo tipo.
¿Y ahora qué? Al negocio de Twitter no le estaba yendo bien antes del espectacular desenlace de la elección presidencial. No se sumaban usuarios nuevos y los veteranos del servicio tuiteaban cada vez menos. Hace unos meses, la empresa fue puesta en venta y nadie quiso comprarla.
Tanto a los usuarios potenciales como a los posibles inversores parece desalentarlos la complejidad del sistema, sus facetas desagradables –Twitter se ha convertido en un aguantadero de misóginos, racistas, y trolls de todo tipo– y sobre todo su aparente inutilidad para todos los no fanatizados con la burbuja de la tecnología, la política y los medios.
Sin embargo, en las últimas semanas, Twitter repuntó. En la noche de la elección, durante el recuento de votos, los norteamericanos comentaron el evento sin parar y saturaron la red con felicitaciones y condolencias de todo tipo. El miércoles, mientras las acciones de la mayoría de las empresas de tecnología se derrumban, las de Twitter subieron.
Pero no debería sorprendernos que a partir de ahora todo sea cuesta abajo para Twitter. Después de la elección, algunos de sus fans más devotos confesaron no sentirse identificados con el rol que la red social desempeñó durante este año en sus vidas y en la de su país.
“En el mejor de los casos, chicanas y arranques de ira: más leña al fuego”, escribió Brent Simmons, un renombrado desarrollador de software que puso su cuenta de Twitter en “privado” después de acusar a la red social de contribuir, entre otras cosas, a que Trump ganara las elecciones. Pero la nueva oleada de bajas de Twitter de la semana pasada se debió más a una sensación generalizada de agotamiento de la red que a la indignación política.
“Twitter es tóxico”, tuiteó Steve Kovach, colaborador de la página web Business Insider, equiparando a la red social con una adicción incontrolable. “No aguanto más”, me dijo más tarde en un tuit privado. “Hace unos meses empecé a borrar mis tuits uno por uno, me desconecté de mis seguidores y volví a arrancar. Me estaba enloqueciendo, y además me deprimía.” Luego agregó que si bien le costaba sostener los límites que se había autoimpuesto, el final de la campaña presidencial lo había reafirmado en su decisión.
Como usuario compulsivo de Twitter, después de las elecciones yo también sentí la necesidad de cuestionar mi relación con el servicio. Me sentía tan aislado, tan atrapado en esa pérdida de tiempo sin sentido... Llegó la hora de desintoxicarme.
Un rol central en la campaña
Twitter funcionó como el motor de estas elecciones. Casi todas las historias más atrapantes de la campaña empezaron en Twitter o se viralizaron a partir de un tuit. Una noticia de último momento no terminaba de serlo hasta que llegaba ese tuit que se podía reenviar y comentar, y recién entonces ingresaba en el ciclo de noticias más amplio, en Internet y televisión.
Debido a su brevedad y al orden cronológico que siguen, tal vez Twitter siempre estuvo predestinado a ocupar un rol central en la diseminación de las noticias de esta última campaña, un rol que comenzó a afianzarse el 16 de junio de 2015, día en que Trump descendió por la escalera mecánica de su torre de Manhattan y anunció su intención, en ese entonces quijotesca, de competir por la presidencia de Estados Unidos. El hombre que se presentaría al mundo como @realdonaldtrump se unió a Twitter en 2009, cuando un experto en publicidad le insistió en que usara el servicio para promocionar su libro Piensa como un campeón. Trump se apasionó de inmediato por el sistema y demostró tener un ritmo instintivo para lograr tuits de un acabado perfecto.
Hay otra característica que es garantía de éxito en Twitter, y Trump la tiene: una necesidad insondable de expresar su opinión “imprescindible” sobre todo y en todo momento, sin importar lo frívolo del tema o lo banal de la observación.
Durante casi toda la campaña, Hillary Clinton, cuyo equipo se pasaba horas elaborando tuits para ella, le machacó a Trump su aparente incapacidad de moderarse en la red social. En las últimas semanas, cuando el equipo de Trump le prohibió seguir tuiteando, el presidente Obama se burló de él también. “En los últimos dos días, perdieron toda confianza en la capacidad de Trump de autocontrolarse y directamente le sacaron el Twitter”, dijo Obama. “Alguien que no puede manejar su cuenta de Twitter, claramente no puede manejar códigos nucleares.”
Aunque muchos en Twitter se rieron a carcajadas con las afirmaciones del presidente, sospecho que para más de uno era una risa ahogada. La construcción de Obama daba por sentado un hecho no comprobado: que existen usuarios de Twitter que pueden portarse bien frente al fabuloso poder que confiere una caja que dispara texto instantáneamente al mundo y sin filtro.
Cualquiera que en Twitter tiene un mínimo de pudor, vive con miedo de decir algo malo, y la cercanía del peligro, el coqueteo con ser despedido, es el peligro y la promesa de Twitter, todo a la vez. Tal vez por eso Obama tampoco suele manejar su propia cuenta de Twitter. Maneja los códigos nucleares, pero Twitter no: es demasiado peligroso.
El peligro inherente de Twitter profundiza el misterio de por qué alguien tuitea por primera vez. Los tuiteros no se dedican a reflexionar introspectivamente sobre el servicio; lo que uno hace en Twitter, no se habla fuera de Twitter, por la misma razón que un heroinómano no suele hablar con su madre sobre el mejor modo de inyectarse.
Jack Dorsey, fundador de Twitter y actual presidente ejecutivo de la empresa, se negó a ser entrevistado para este artículo, pero muchas veces habló del enorme potencial de su red para extender el discurso democrático, especialmente de causas como #blacklivesmatter, cuyos militantes salieron a la calle en defensa de los derechos de los negros en 2014, y Dorsey los acompañó por las calles de Ferguson. En los últimos tiempos, reconoció que Twitter no ha sabido resolver con rapidez algunas de las mayores falencias del servicio, como la actividad de los trolls. “Twitter es un reflejo del mundo, y hace posible que cualquiera diga cualquier cosa. A veces lo que se dice no es positivo, y es probable que en algunos casos Twitter lo facilite demasiado”, dijo Dorsey en una conferencia.
En los últimos días, estuve llamando a algunas personas que tuitearon sin parar todo este año y les pregunté por qué seguían haciéndolo y si pensaban parar después de las elecciones. Lo que me sorprendió fue que muchas me dijeron, sin que yo se los sugiriera, que Twitter era para ellos como una especie de adicción.
Cuando Trump anunció que viajaba a México, o cuando en uno de los eventos de campaña sirvió unos sándwiches de carne de segunda marca, o cuando un tuitero descubrió que algunos fragmentos de un discurso de Melania Trump eran copia de uno de Michelle Obama, en estos momentos Twitter se descostillaba de risa en masa. Puro morbo en medio de una campaña desquiciada. “Llegó un punto en que los que venían siguiendo la campaña desde hacía dos años ya no podían mantener una conversación con los que no la venían siguiendo”, dice Oliver Darcy, el editor de política de Business Insider. “Cuando no estás rodeado de gente que se la pasa hablando del tema, te sentís fuera de lugar.”
Así me siento yo. Durante esta campaña, Twitter se convirtió en mi segundo hogar. Sin duda que era una casa embrujada que me obligaba a preguntarme si todavía estaba cuerdo. Y una casa que no contribuyó en la edificación de nuestra democracia, que convirtió cada una de las historias de campaña en perfecta ocasión para una onomatopeya o un chiste. Así que, en definitiva, no era un buen hogar.
Traducción de Jaime Arrambide
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