Aunque no las veamos, ahí están desde que nacemos: rayas en todo nuestro cuerpo, de la cabeza a los pies
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Suben y bajan por nuestras extremidades, hacen espirales en nuestras cabezas, se pasean por nuestras caras, hacen estilizadas en nuestra espalda y garabatos en nuestras caderas. A pesar de ser invisibles, el dermatólogo alemán Alfred Blaschko empezó a sospechar de su existencia cuando, a finales del siglo XIX, revisó lo hallado en su investigación sobre erupciones, marcas de nacimiento y lunares en la piel de sus pacientes.
Había notado que muchas seguían patrones similares, como si hubiera caminos ya trazados por los cuales transitar. Ya se conocían otras líneas, como las de Langer, que son las que tienden a seguir los cirujanos al hacer incisiones pues marcan los lugares de menor tensión en la piel y pueden ayudar a que las heridas sanen mejor. Se sabía que estas eran paralelas a la orientación natural de las fibras de colágeno en la dermis y generalmente perpendiculares a las fibras musculares subyacentes.
Lo curioso de esas líneas era que no se correspondían con nervios o vasos sanguíneos, ni con el sistema muscular o el linfático. El misterioso patrón solo se volvía visible bajo circunstancias muy específicas.
Tras recopilar datos de un grupo de pacientes con ciertas afecciones de la piel, y mapear la distribución de sus lesiones, en 1901, el dermatólogo alemán presentó sus hallazgos en un congreso de dermatología. En la publicación Die Nervenverteilung in der Haut in ihre Beziehung zu den Erkrankungen der Haut (“La distribución de los nervios en la piel en su relación con las enfermedades de la piel”), que recoge su ponencia en el congreso, señala:
“Sin que hubiera sido mi intención, estos nevus [es decir, lesiones de la piel] y dermatosis en forma de raya se han convertido en el objeto principal de mi trabajo: en parte esto se debe quizás a que se recopiló mucho material especialmente sobre este trastorno”.
“Me gustaría referirles, sobre todo, (...) al diagrama de las líneas nevus, que, si se me permite, representan la quinta esencia de mi trabajo”, dijo, apuntando a la siguiente imagen:
Aunque cuando murió en 1922, Blaschko era célebre más que todo por su lucha contra las enfermedades venéreas con conceptos de higiene social adelantados a su época, su trabajo sobre enfermedades lineales de la piel ya era reconocido.
“Para todos los estudios posteriores en este campo, su trabajo seguirá siendo de fundamental importancia, y por sí solo será suficiente para preservar el nombre de Blaschko como un destacado dermatólogo, ahora y para siempre”, escribió su colega de profesión alemán Abraham Buschke, en la revista Dermatologische Zeitschrift.
Sus palabras resultaron proféticas; los patrones que describió no solo llevan su nombre -líneas de Blaschko-, sino que sus sospechas de que tenían origen embrionario, pues muchos trastornos de la piel que seguían estas líneas estaban presentes al nacer, guiaron la investigación consecuente.
Remolinos
Un siglo después de que Blaschko revelara las imperceptibles líneas, el médico Rudolf Happle, junto con Atessa Assim, de la Universidad de Marburgo, Alemania, añadieron más detalles al mapa de nuestros cuerpos.
Con el objetivo de elaborar un patrón integral, examinaron 186 casos con lesiones en la cabeza y cuello. Encontraron que en la cara, las líneas de Blaschko “muestran una configuración en forma de reloj de arena que converge en la raíz nasal. Sin embargo, en varias áreas estas líneas se cruzan en un ángulo de casi 90°. En el cuero cabelludo forman una configuración en espiral”.
Así quedaron trazadas las líneas detectadas:
Con el correr de los años, los expertos llegaron a una hipótesis, gracias a las investigaciones de la citogenetista británica Mary Lyon y el aleman Happle, entre otros.
Se piensa que son reliquias celulares de nuestro desarrollo. Todos empezamos siendo una sola célula que se fue reproduciendo. A medida que las células de la piel se dividían para multiplicarse y llegar a cubrir nuestro cuerpo que no paraba de crecer, cada nueva línea celular empujaba a otra y se iban arremolinando.
Nuestras invisibles líneas de Blaschko son la evidencia molecular de lo que ocurrió. Los recorridos de los melanocitos, las células profundas de la epidermis encargadas del pigmento, por ejemplo, quedan marcados en nuestros cuerpos.
Se forman cuando solo somos un puñado de células que han heredado un cromosoma X de cada padre. Como solo necesitan uno, seleccionan cuál desactivar.
Algunas quedan con el cromosoma X del padre y otras con el de la madre, y así serán todas las células que se dividan a partir de ellas; unas tendrán una versión de ADN, y otras, otra.
Así, podemos heredar dos pieles embrionarias distintas genéticamente que se arremolinan, pero no se mezclan, en el revestimiento de los embriones.
El resultado son esos patrones, generalmente no visibles en los humanos, pero que se revelan con varias enfermedades cutáneas o simples erupciones.
Comprenderlos ayuda a los médicos a diagnosticar afecciones de la piel, como se ha mostrado en diversos estudios.
Quimeras
Hay, sin embargo, decenas de afecciones de la piel en los humanos que revelan las líneas de Blaschko, al menos en partes del cuerpo, pues se forman lesiones donde se encuentran esas dos líneas celulares distintas. Una de las más raras que puede llegar a mostrarlas es el quimerismo.
Ocurre cuando un único organismo está formado por células de dos o más “individuos”, es decir, dos conjuntos diferentes de ADN.
Como explica la revista especializada Scientific American, una forma de quimerismo que puede ocurrir de forma natural es en casos de mellizos, si uno de los embriones muere a inicios del embarazo y algunas de sus células son “absorbidas” por el otro embrión.
Si diferentes células fertilizadas se mezclan entre sí y forman un ser humano entre ellas, pueden enviar distintas ondas de células epidérmicas, que alternan una con otra.
A menudo, el color de la piel de los dos tipos es indistinguible o lo suficientemente sutil como para que solo pueda verse bajo la luz ultravioleta.
A veces, sin embargo, los dos conjuntos diferentes de código genético para tipos de piel son dramáticamente distintos, lo que deja ver los patrones de las líneas de Blashko.
El caso es que, visibles o no, nos recorren a todos de arriba a abajo, de un lado a otro. Parecen las líneas de una historia escrita en nuestro cuerpo. Una historia que la mayoría de nosotros nunca podrá leer.
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