Cómo se hace un diccionario
Un recorrido por los pasillos y salones de la Real Academia Española para conocer la exhaustiva actualización del libro que presenta, no sin polémica, las definiciones de nuestra lengua
MADRID.– Todos los jueves, a las 19.30, suena una campanilla en la Real Academia Española (RAE). En su elegante sede a metros –apenas una escalinata– del Museo del Prado se reúnen en torno una gran mesa ovalada los filólogos, intelectuales, catedráticos, científicos y escritores que integran la institución. La delicadeza del tintineo marca el tono y el estilo de la sesión que está por comenzar. La responsabilidad es colosal: hallar la definición más precisa posible para un grupo de palabras que pasarán a integrar, o no, el diccionario más consultado de nuestra lengua. Los miembros ocupan sus sillones, uno por cada letra –mayúscula y minúscula– del abecedario.
Para llegar a esa sala se atraviesa un pasillo custodiado por copias de la serie Los caprichos, de Francisco de Goya (los originales, que pertenecen al tesoro de la RAE, están guardados en la bóveda de seguridad). Por ese mismo corredor, hace dos meses, caminó Santiago Muñoz Molina, el miembro más reciente de la Academia, en la ceremonia de ingreso a la que asistió a la Revista. El protocolo indica que, luego de ser elegido por los académicos, el flamante miembro debe preparar un discurso y presentarlo en un acto público, donde aborda una problemática de la lengua o la literatura. Vestido de frac, ingresa al salón principal acompañado por los dos últimos miembros que han tomado posesión. A su derecha se encuentran las autoridades de la Academia; a su izquierda, quienes serán sus nuevos compañeros; en el centro, el director, debajo de dos lienzos: el de Felipe IV, el monarca que auspició el surgimiento de esta institución, y por Miguel de Cervantes, el máximo exponente de la literatura española. A este discurso de ingreso le sigue la contestación de un académico que le da la bienvenida, y luego la entrega de una medalla que deberá ser devuelta a la institución a la muerte del académico, puesto que estas distinciones son las mismas desde que la RAE surgió, en 1713.
Ajena al gobierno y a los partidos políticos, desde su nombre la RAE expresa su origen como institución que emana de la corona española. Los reyes siguen de cerca las actividades de sus ocho academias, en particular de ésta, la más conocida en todo el mundo hispano.
La RAE tiene su propia biblioteca –distribuida en tres sofisticadas salas que se corresponden con tres tipos de bibliotecas– integrada por 250 mil volúmenes, entre ellos las primeras ediciones del Quijote y de obras de Lope de Vega. Su pompa y solemnidad son el resultado de una tradición de tres siglos de vida que limpia, fija y da esplendor a la lengua, según reza su lema, explícito en su escudo, un crisol en llamas. Establecer y confeccionar obras que ayuden a la cohesión y unidad de la lengua en su diversidad son sus funciones principales (obras como la Gramática y la Ortografía de la Lengua Española lo atestiguan), pero la más conocida es la redacción del Diccionario de la Real Academia Española (DRAE). Este texto y esta institución cobran cada vez más protagonismo. El informe del Instituto Cervantes de 2012 precisa que 495 millones de personas hablan español y que es el segundo idioma más hablado del planeta (después del chino, con 1000 millones de usuarios), superando al inglés.
El año próximo se publicará una nueva edición de este diccionario, la 23ª, que contendrá 90 mil palabras, de las cuales dos tercios son enmiendas de la edición anterior, precisa el director de la RAE, José Manuel Blecua. "Esta edición manifiesta un crecimiento progresivo en cantidad de palabras. Se han modificado 60 mil, enmiendas que ya se encuentran, en gran medida, en línea. Es decir, cuando hoy se consulta el diccionario, se está consultando en realidad el próximo diccionario."
Desde la A hasta el DRAE
Mucho antes de que las palabras lleguen a los académicos y se discutan los jueves hay una enorme tarea previa de investigación. A pocas cuadras del estadio Santiago Bernabéu funciona el Centro de Estudios de la RAE, donde se ubica, entre otros departamentos, el Instituto de Lexicografía, una casa con jardín al frente y banderas de todos los países de habla hispana. En un ambiente más informal que el del edificio de la sede central, los lexicógrafos de la institución se dan cita muy temprano, de lunes a viernes. Filólogos de formación (los programas educativos argentinos para las licenciaturas en Letras ponen mayor énfasis en Literatura o en Lingüística antes que en Filología), gramáticos, especialistas en griego y latín y semantistas integran las huestes de ese ejército de zapadores –metáfora de Concepción Maldonado, una eminencia y experta editora de diccionarios– que iluminan sobre el origen y el uso que los hablantes del español actual le dan a una determinada palabra.
En este edificio se atienden además las consultas sobre el idioma que llegan a diario al departamento Español al Día. Muchas veces, cuentan los lexicógrafos, reciben preguntas específicas que provienen de la Justicia a la hora de interpretar una palabra, pues la definición o redacción de un término puede cambiar de modo radical el curso de una causa.
La lexicología ha cobrado en las últimas décadas un gran desarrollo. La profesionalización y especialidad de esta tarea fue impulsada por la tecnología que permitió la confección de aquel motor inmenso que constituye el paso previo para realizar un diccionario: los corpus.
Los especialistas reúnen textos, corpus, para extraer de ellos la información que permite analizar la frecuencia y los contextos en que se utilizan las palabras para poder así precisar su significado y origen. Las fuentes son publicaciones periodísticas, literarias, científicas y académicas, entre otras. Incluso se han incorporado materiales orales a los corpus. Por ejemplo, de la Argentina se registran textos de Julio Cortázar y también el relato de algunos goles de Alejandro Fantino. A los corpus se puede ingresar desde la página de la RAE y existen dos tipos: el Corpus de Referencia del Español Actual (CREA) y el Corpus Diacrónico del Español (Corde, que reúne textos hasta 1975). Entre ambos contabilizan 410 millones de palabras registradas.
Gracias a los corpus, es más ágil la exploración de términos a lo largo de los siglos y así será posible la publicación en 2017 del esperado Nuevo Diccionario Histórico del Español (NDHE), coordinado por el académico José Antonio Pascual, un texto indispensable para toda lengua que busca trazar la evolución del léxico desde el origen de una palabra hasta la actualidad.
El DRAE incorpora los denominados americanismos, es decir, aquellas palabras del español cuyo origen y uso provienen de los países de América latina. Para ello, desde 1951 se fundó la Asociación de Academias de la Lengua Española, integrada por 22 academias. "El diálogo y el contacto entre la RAE y las instituciones americanas es prácticamente diario. En breve funcionará un mecanismo para poder estar conectados a través de un teléfono gratuito, y mediante teleconferencias se podrá trabajar de modo simultáneo en un mismo texto", anticipa Blecua. La RAE también aborda la elaboración del Diccionario de Americanismos (DA), confección donde es indispensable la colaboración de todas las academias hispanoamericanas.
Todo diccionario cuenta con una planta –palabra tomada de la arquitectura–, un esqueleto donde se ubican los elementos de cada palabra (etimología, clase de palabra, sus distintas acepciones, ejemplos de uso, etcétera).
"Cómo hacer un diccionario es un problema, y cómo hacerlo siguiendo una tradición de 300 años es otro problema mayor. El primer diccionario de la Academia se hizo a mano. Es de 1726-1739, pues se fue publicando por tomos de la A a la Z, llamado de autoridades porque contenían citas, en su mayoría de autores del Siglo de Oro español. En la actualidad se realiza a partir de un conjunto de corpus. El DRAE sigue la tradición de la Academia, siempre en armonía con la gramática. Va destinado a una gran cantidad de hablantes, con sus variedades dialectales, y se debe precisar aquellas palabras que provienen de América y en qué países se utilizan", explica Blecua.
Quizá la lógica indica que un diccionario se redacta por orden alfabético, pero esto no es así. Muchas palabras se definen por sus campos semánticos, y por ejemplo, existe un lexicógrafo especializado en la definición de todas las palabras utilizadas en teatro, otro en vocabulario científico, etcétera.
Desde el Crátilo de Platón, el problema de la definición ha sido abordado por la filosofía. Los diccionarios deben definir la palabra (por ejemplo, si es un verbo o un sustantivo, y cuál es su significado) y no la cosa en sí misma; cuál es la cosa que una palabra designa. Esta última tarea corresponde a la enciclopedia. "Toda definición se puede mejorar. Sí existe un estilo y leyes, como la legibilidad. No deben superar las veinte palabras ni tener oraciones incrustadas dentro de otras", precisa Blecua.
Una vez definida una palabra comienza una larga serie de revisiones a cargo de otros especialistas. Cuando ya no existen objeciones se confecciona una lista que será discutida en la sesión de los jueves por los miembros de número de la RAE e incluso una vez aprobadas regresan otra vez al Instituto de Lexicografía. La revisión general del nuevo DRAE demandará casi un año.
Políticamente descriptivo
Ser director de la RAE es un reconocimiento enorme para todo estudioso de la lengua. Cada cuatro años se realizan elecciones para renovar a sus máximas autoridades. Por votación mayoritaria José Manuel Blecua, doctor en Filología Románica y catedrático de Lengua Española en la Universidad Autónoma de Barcelona, fue elegido en 2010.
Destacados escritores de la talla de Pío Baroja, Miguel de Unamuno, Miguel Delibes y Salvador de Madariaga formaron parte de la RAE, y actualmente la ficción tiene sus representantes en Javier Marías, Mario Vargas Llosa y Arturo Pérez-Reverte. También los mejores lingüistas de todos los tiempos formaron y forman parte de sus filas. La RAE ha ido evolucionando junto con la sociedad y, en la actualidad, seis académicas integran la Academia.
A pesar del prestigio indiscutible de sus miembros, son frecuentes las críticas a esta institución, canalizadas a través de muchas entradas del DRAE. "La gente considera que el diccionario tiene que tener las últimas novedades de la lengua juvenil, de la lengua científica, de los dialectalismos, y este diccionario es un diccionario de la lengua general, no específica", detalla Blecua. Otro aspecto criticado del DRAE es la ideología de la sociedad que se cuela en sus entradas. "Todos los diccionarios arrastran los problemas de la lengua y de la sociedad. Pero, precisamente, un diccionario no debe ser políticamente correcto, sino descriptivamente correcto. No le corresponde a este texto ocultar el machismo, por ejemplo. Un diccionario debe ser objetivo y debe incorporar incluso aquellos rasgos negativos. Y lo que es más importante aún, debe respetar la gramática de la lengua", asegura.
Mucho revuelo generó el informe que se conoció en 2012, redactado por Ignacio Bosque, Sexismo lingüístico y visibilidad de la mujer, donde sostiene que en la utilización plural de los sustantivos y los adjetivos se incluyen, bajo forma aparentemente masculina, lo masculino y lo femenino. Se trata en esos casos de lo que se denomina masculino como género no marcado. En el escenario argentino se podría aplicar a la utilización del todos y todas. Este artículo de carácter público, disponible en la Red, ironiza: "¿Será o no sexista el uso de la expresión el otro en la secuencia Juan y María se ayudan el uno al otro en lo que pueden?"
Alabado o criticado, el DRAE es el más consultado de nuestra lengua y pertenecer a esta institución responsable de su confección, la RAE, es un honor para todo estudioso de la lengua. Definir una palabra continuará siendo un problema complejo cuyos límites excede muchas veces la filología. "La definición perfecta no existe", asegura Blecua.