A días de los Juegos Olímpicos de la Juventud, deportistas y entrenadores detallan cómo se trabaja en busca del mejor rendimiento para, en el momento exacto, alcanzar la cima
Es de noche y es de día en este amanecer de invierno. Solo están iluminados el cartel de ingreso al Campo Municipal de Deportes Número 1 y una carpa en forma de tubo, blanca y larga como una silobolsa, pero gigante. Bajo ese techo de plástico está la pileta climatizada. Son las seis de la mañana y Delfina Pignatiello (18) ya está en el agua.
Medalla de oro en 800 y 1500 metros libre, y plata en 400 en el Mundial Juvenil de Indianápolis (Estados Unidos) del año pasado, Delfina es uno de los cuatro mil atletas de 206 países que participarán de los Juegos Olímpicos de la Juventud que arrancan el 6 de octubre en Buenos Aires. Es la tercera edición de este evento multideportivo (Singapur 2010, Nankín 2014), pero la primera en la que habrá la misma cantidad de atletas varones y mujeres.
Durante el entrenamiento, la complicación sugiere perfección: Delfina pasará de nadar una serie completa (andar y desandar la pileta incontables veces para el ignoto, exactas pasadas para ella: treinta) con manoplas –de plástico, del tamaño de paletas de ping pong– a repetirla, pero ya sin manoplas, empujando una tabla. Así trabajará la patada.
Paf, paf, paf. El sonido de las manoplas rompiendo el agua marcan el ritmo. La humedad y el olor a cloro completan el compás opioide. Paf, paf, paf, para un lado. Paf, paf, paf, para el otro. Una pasada, y otra y otra. Recién cuando agarre la tabla, se la verá cansada. Acodada en el borde de la pileta de dimensiones olímpicas, con las antiparras sobre la frente, Delfina resopla y toma agua de su termo fucsia. Que no durmió bien, que se despertó un par de veces, le cuenta a El Gallego, que acerca la silla plástica y le charla, cronómetro en mano.
El Gallego es Juan Carlos Martín, su entrenador desde que tiene diez años.También entrenó a María del Pilar Pereyra, campeona juvenil siete años consecutivos en la década del 90 y la primera nadadora argentina que logró medalla dorada en un mundial. El Gallego llegó al club a las 4.45, encendió las luces y la calefacción porque desde las 5 entrenan los juveniles, chicos de entre 14 y 15 años. Algunos padres los esperan tomando mate en las gradas, al costado de la pileta. Otros en los autos, en el playón de estacionamiento; hay padres que regresan a buscarlos a las 7, con el café con leche: de camino al colegio, los pequeños atletas desayunan en el auto.
Entonces Delfina queda sola en la pileta y El Gallego la explica: "Ella es un corchito. Cualquier movimiento que hace, avanza. Mientras que otros usan la patada para tener flotabilidad, ella no: usa la patada para avanzar. Eso no se entrena, es genético".
En lanzamiento de jabalina hay algo de eso también. Gustavo Osorio, que formó a Braian Toledo (máximo atleta olímpico argentino en su especialidad), habla de talento congénito y adquirido. De talento congénito solo tuvo una atleta: Mariela Aguer, que llegó a tener un récord sudamericano en menores. Todos los demás lo aprendieron. A todos los demás los hizo.
En un terreno abandonado, regado de botellas rotas en Marcos Paz, contiguo a las vías del ferrocarril Belgrano, Osorio hizo en el año 2000 el campito. Allí recibe a quien quiera aprender a lanzar con un "bienvenidos a la Capital de la Jabalina". Allí hoy entrena a cincuenta chicos. Uno de ellos es Agustín, su hijo. Con una marca de 72,09 metros, encabeza el ranking americano y es, junto con Delfina Pignatiello, de los proyectos deportivos más importantes del país con vistas a los Juegos Olímpicos. Tokio 2020 para ella; París 2024, o quizás más, Los Ángeles 2028, para él. Es que el deporte de elite es para talentosos, sí, pero sobre todo para perseverantes y nada ansiosos.
Es lo que los entrenadores llaman la edad de máximo rendimiento. "Cuando se trabaja con atletas jóvenes, lo que se espera es que consigan los rendimientos en el momento oportuno. No es tan importante lo que ganen ahora, sino lo que estamos haciendo para que ganen cuando tengan que ganar: Tokio 2020, París 2024", explica Carlos Siffredi, gerente técnico deportivo del Enard (Ente Nacional de Alto Rendimiento Deportivo).
De los 60 mil deportistas federados que había en la franja etaria para competir en estos Juegos de la Juventud (entre 15 y 18 años) y sin contemplar el fútbol, 55 mil se dedican al vóley, rugby, hockey sobre césped y básquet: solo 5 mil practicaban otros deportes. Por eso, además de reclutar en los Juegos Evita, el mayor semillero deportivo, el Enard diseñó un programa de cuatro años para captar talentos en el que evaluó a 700 mil chicos de todo el país. Al cabo de varias fases, 141 de ellos llegaron la instancia final y participarán de los Juegos.
Para muchos, esta será su primera competencia. De ese reclutamiento y desde Bahía Blanca, surge la ciclista Agustina Roth. Junto a Iñaki Mazza, campeón de la última copa del mundo en la categoría amateur, representará a la Argentina en una disciplina que debuta en los Juegos: el BMX Freestyle.
Para eso está, desde febrero, en el Cenard (Centro Nacional de Alto Rendimiento Deportivo). Algunas mañanas entrena en una pista contigua al ex boliche Pachá, en la Costanera, y algunas noches, "la paso a buscar y nos vamos a cagar de frío un rato al KDT. Como no hay iluminación, la alumbro con las luces del auto", dice risueño Martín Ferrari, director técnico del equipo de ciclismo. No importa qué suceda en los Juegos: "La medalla de oro está ganada;Agus había dejado el colegio y ahora se escolarizó".
Los 55 mil federados en vóley, rugby, hockey y básquet son una radiografía del deporte argentino y de algo más: del vínculo del argentino con el deporte. En agosto de 2016, luego de que la selección masculina de hockey ganara la medalla dorada en Río de Janeiro, aumentaron las consultas de niños y adolescentes para anotarse en hockey. Los diarios de aquella fecha cuentan que Ferro agregó clases para chicos de 5 a 12 años y que el club Ciudad agotó cupos. Lo mismo sucedió cada vez que Las Leonas subieron a un podio. El furor fue tres meses después de Sídney 2000: a partir de la medalla dorada obtenida en los Juegos Olímpicos de Australia, se duplicó la cantidad de jugadoras de hockey en el país. Hoy es el deporte más practicado por mujeres. Eso es efecto contagio.
Pero ¿el Big Bang? ¿Dónde es, cómo, cuándo? La infancia de Andrés Chapu Nocioni, emblema de la Generación Dorada, puede responder al menos uno de los estallidos de nuestra historia deportiva. En su autobiografía recientemente publicada, Nocioni cuenta que de chico, además de acompañar a su papá a jugar al básquet, era monaguillo. Las diversiones del caso –robarle las hostias al cura, tomar unos sorbitos de vino y colgarse de la soga para hacer sonar el campanario de la parroquia– se volvieron excepcionales cuando los monaguillos fueron varios. Entonces Nocioni supo que debía llegar temprano, ser el primero. Dos horas antes de la misa ya estaba listo y esperaba, sentado en la puerta, a que abriera la iglesia. "Ahí empecé a tener un espíritu competitivo".
A los 11 años, Delfina Pignatiello les ganaba a sus compañeros varones de la escuelita de natación. Hoy, en el país, no hay nadie que pueda competirle. No hay nadie "con quien tirar", dirá ella. Los rivales de Pignatiello están en el exterior. Tuvo la chance de entrenarse en los Estados Unidos, pero la desestimó. Fue luego de ganar el mundial de Indianápolis que le ofrecieron becarla en una universidad. "Salvo que entres en un programa muy pero muy bueno, no sirve. Son equipos de muchos nadadores, me quedé con El Gallego, que me conoce: sabe cómo nado, cómo reacciono", dirá Delfina.
Bill Sweetenham era el entrenador del equipo australiano de natación cuando en los Juegos en su casa, Sidney 2000, Australia ganó cinco medallas doradas. Ian Thorpe era uno de sus nadadores. Ahora Sweetenham asesora al equipo argentino de natación y sigue muy de cerca a Pignatiello, a quien considera con potencial de final olímpica. Tokio 2020 es la meta.
Cuando terminó la prueba 4x100 en los Juegos de Río, la nadadora china Fu Yuanhui dio una entrevista. Su performance no había sido la mejor: "Me vino la regla ayer y estuve especialmente cansada". Cuatro años preparándose para este mes y Fu Yuanhui estaba menstruando, dolorida. Los ovarios de Pignatiello también tuvieron su sudamericano: fue hace dos años. En plena competencia, se abrazaba la panza por el dolor: "Estaba indispuesta y nadé muy mal".
Ahora, es una tarde de fines de invierno en San Isidro, faltan dos años para la pileta de Tokio y Pignatiello se ata un paracaídas a la cintura. Los andariveles, a diferencia del turno mañana, ahora están colocados a lo ancho. Así la pileta rinde para todos: en una mitad están Pignatiello y los chicos de la mañana, los atletas; en la otra, la escuelita de niños de 4 años y señoras de 60. A pesar de lo ensordecedor de los gritos infantiles y de las patadas de propulsión de la otra mitad de la pileta, cuando El Gallego chifle, todos bracearán en su andarivel. Pignatiello necesitará 23 brazadas. En el andarivel contiguo, una chica de 16 años precisará 26. El paracaídas, que ejerce resistencia, es una medusa en reversa. Mientras, afuera, la postal de la mañana se repite: padres que esperan en las gradas, otros en los autos. Entre ellos, la madre de Pignatiello, profesora de natación. Ella sería, en palabras de Siffredi, del Enard, uno de los tres entornos de un atleta. "El entorno familiar y social es el que empuja y motiva; es raro que un pibe decida hacer deporte por sí solo. En ámbitos de competencia, debe tener un entorno de entrenamiento: entrenador, médico, psicólogo, preparador físico... Cuanto más calidad tenga esa red, más chances tendrá el atleta. Y, por último, el entorno institucional: una red que pone normas y ordena el sistema, pero, fundamentalmente, lo financia. Porque no alcanza con tirarse a la pileta y entrenar solo, hay que ir a otros países, confrontar rivales".
Desde su creación, en 2009, el Enard gestiona el apoyo económico de los atletas argentinos. Hasta el año pasado el deporte se financiaba con el 1% de los abonos de la factura de la telefonía celular. Ese fue el sostén de la delegación en los Juegos de Río 2016, donde atletas como Santiago Lange y Cecilia Carranza (vela), Los Leones (hockey masculino) y Paula Pareto (judo) lograron medallas de oro.
La última reforma tributaria cambió el modo de financiamiento: el dinero ya no llega desde las facturas de teléfonos móviles –aunque ese porcentaje va a las arcas estatales– sino que es dinero que asigna el Tesoro Nacional. Por entonces, en noviembre de 2017, preocupados por la continuidad varios deportistas escribieron un comunicado: "El Enard es lo mejor que nos pasó. Cuidémoslo, ayudemos a que crezca, a fortalecerlo, a dotarlo de recursos y de calidad para el bien de todos". Incluso, muchos le pidieron a Mauricio Macri que revirtiera la situación. Finalmente, se fijó para este año un presupuesto de 900 millones de pesos (100 millones más que en 2017). En el contexto de crisis económica actual, 2019 es, cuanto menos, una incógnita.
–¡Sos campeona mundial! ¿Sabés lo que es eso?– le decía una señora de saco blanco y pelo corto a Paula Pareto. La imagen que llegaba desde Río de Janeiro se repitió sin cesar en los medios de comunicación argentinos, el 6 de agosto de 2016. Pareto, a upa, le rodeaba la cintura con sus piernas y lloraba. La que le hablaba era Laura Martinel, su entrenadora.
Antes fue la entrenadora de Daniela Krukower, que en 2003 logró el primer título en un mundial de judo para la Argentina. En más de una oportunidad, recuerda Martinel, puso dinero de su bolsillo. "Eran duras esas épocas. Pero sabía que si a una atleta que tenía las cualidades adecuadas se la ayudaba como correspondía, podía dar mucho", cuenta. Cuando Krukower salió campeona, festejó sola: no había entrenador con quien abrazarse porque no había dinero para dos personas.
Como deportista, Martinel sabe que podría haber logrado mucho más que una medalla plateada en los Juegos Panamericanos de 1991 y el séptimo puesto en Barcelona 92. "No logré más porque no tuve guía. Mis profes me ayudaron todo lo que pudieron, pero no tuve alguien que me acompañara de la manera en que yo lo hago con mis atletas. No pude acceder a mis mejores niveles de competencia. Por eso soy entrenadora: es poder realizarme de alguna manera".
Si las épocas de Krukower eran duras, las de Martinel eran penosas: para ir a Barcelona 92, la federación de judo le había dicho que ella, la atleta, debía pagar 250 dólares. Junto con otro colega, Orlando Baccino, se negaron: "Esas cosas por suerte hoy cambiaron mucho".
Osorio, entrenador de lanzadores de jabalina, le da la razón a Martinel: hay talentos que se han perdido por falta de oportunidades, profesores que no respetaron el proceso de crecimiento "porque quieren tener ya al campeón del mundo". En su especialidad, un atleta alcanza el punto máximo del perfeccionamiento a los quince años de entrenamiento.
No es el caso de Delfina: aunque las marcas logradas a comienzos del año pasado le habían asegurado un lugar para competir en el mundial de Budapest de julio de 2017, decidió, junto con su entrenador, no ir a Hungría y concentrarse en la competencia juvenil: el mundial de agosto en Indianápolis. Hasta entonces, 8m29s86 (8 minutos, 29 segundos 86 centésimas) era su mejor tiempo en la prueba de 800 metros estilo libre. En la pileta de Indianápolis lo hizo en menos tiempo: 8m25s22. En YouTube está la carrera completa. Delfina corre en el andarivel cuatro. El último movimiento en la carrera lo hace con el brazo derecho. La gorra que lleva puesta es blanca. Levanta la cabeza, se aferra al borde de la piscina con su mano izquierda, gira el cuerpo y apoya su espalda en la pared desde la que se lanzó al agua. Recién entonces llega la húngara que consiguió el segundo puesto. Delfina le sacó cinco segundos de ventaja. Esos 8m25s22 significan mucho más que un registro del tiempo: es un récord de campeonato, nuevo récord sudamericano y récord argentino.
Dos días después en la misma pileta ganó la medalla de plata en los 400 metros libre. Fueron 4m08s33. Y, al otro día, de nuevo. Esta vez fue en los 1500 metros libre. Delfina ganó la medalla dorada con un tiempo de 15m59s51. Borró nombres –el récord del campeonato ya no es más de la italiana Simona Quadarella, que en 2015 había hecho 16m05s61– y sumó sponsor: la marca de ropa deportiva Under Armour la eligió para ser una de las atletas representantes de la firma.
Ahora, con el diario del lunes, se sabe que con el tiempo que Delfina empleó para ganar los 1500 en Indianápolis hubiese finalizado cuarta en la final de los del mundial de mayores de Budapest, al que no fue. "¿Y?", preguntará El Gallego.
Debajo del video de Delfina mirando llegar de frente a su oponente húngara en Indianápolis están los comentarios. Uno dice así: "Una pequeña gran campeona. Ya entró en la historia grande de nuestro país y el mundo. Increíble los 800 de Indianápolis, la veo varias veces, es una genia Delfi. Lo siento por su familia, pero Delfi ahora es nuestra, nuestra gran campeona. La niña mimada de Argentina". El público y los medios –el huevo, la gallina– que ya conocían a Pignatiello, en agosto de 2017, se enamoraron. Para Delfina fue como el abrazo de un cardo. "Me venía yendo bien, pero el mundial causó como una revolución. Ahí cambiaron un montón de cosas. Que te digan ‘sos la esperanza de la natación argentina’ en una semana en la que estuviste entrenando remal, es difícil". Le gustaría poder enojarse más seguido, "pero tengo que controlarme". La calma, cree, llegará cuando finalicen los Juegos Olímpicos de la Juventud. Delfina pasará a formar parte de la selección de mayores, "donde hay otros deportistas de primera que también son muy buenos; entonces voy a dejar de ser la carita que todos miran y que están pendientes de ver qué hace bien, qué hace mal. Volveré a ser otra vez una más del grupo".
Cuarenta y dos (segundos) –le dice El Gallego y Delfina no responde.
–Estabas en 43. Mejoraste. No vamos a aflojar ahora –sigue El Gallego.
Delfina jadea. Está agitada. Al cabo de unos segundos, toma un poco de agua. No se miran. Ella tiene la mirada en el agua. Él en el cuaderno en el que anota los tiempos.
–¡Va! –grita y chifla. Y Pignatiello va.
–¡Cuarenta y dos! –vuelve a gritar él cuando ella toca la pared.
–¡Cuarenta y dos! –dice, cuarenta y dos segundos después.
–¡Cuarenta! ¡Ahora sí estás entrenando! Antes estabas nadando.
Más que promesas
- Iñaki Mazza (BMX)
Tiene 17 años y es el biker más importante de la Argentina. Hace dos meses se coronó campeón en la categoría Amateur de BMX Freestyle Park, en la Copa del Mundo FISE en Edmonton, Canadá. Él, junto con Eber Temperan, José Torres, Analía Zacarías y Agustina Roth forman la primera Selección Argentina de BMX Freestyle. El debut será en estos Juegos de la Juventud.
- Pablo Zaffaroni (salto con garrocha)
Nacido en Concepción del Uruguay, Entre Ríos, el año pasado se coronó campeón de los II Juegos Suramericanos de la Juventud Santiago 2017 (saltó 4.90 metros). Este año hizo su mejor marca: 5,20. Se lo señala como el sucesor de Germán Chiaraviglio.
- Sebastián Báez (tenis)
Formado desde los 10 años por José Luis Batata Clerc, Báez es el número dos del mundo en juniors en el ranking ITF. ¿Quién es el uno? Chun Hsin Tseng. En junio se enfrentaron en la final junior de Roland Garros; el taiwanés fue el vencedor. Tseng dijo que viene a Buenos Aires a llevarse la medalla de oro.
- Sol Ordás (remo)
Reciente medalla de plata en el campeonato mundial juvenil (República Checa), campeona sudamericana y panamericana junior. En 2017 ganó la medalla de oro en los Juegos Sudamericanos de la Juventud. Lo lleva en la sangre: es hija de los remeros olímpicos Damián Ordás y Dolores Amaya.
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