Cómo reinventar un vestuario con piezas clave y buenos accesorios
Recuerdo como si hubiera sido ayer el día que llegué a Nueva York, con dos valijas en mano, muchos sueños por cumplir y un par de emails de conocidos a quienes les usurparía sus sofá-cama hasta que encontrara un trabajo y pudiera pagarme mi propio alquiler.
Eventualmente conseguí una pasantía, y un sueldo poco proporcionado al estilo de vida que acostumbraba, así que tuve que ser muy estratégica a la hora de reinventar mi vestuario y aggiornarlo a mi nueva vida, la de una joven argentina intentando destacarse en el mundo de la moda en la ciudad más competitiva del mundo.
Mis amigas trabajaban para importantes marcas o revistas de moda, y me invitaban a eventos donde las alfombras rojas llenas de fotógrafos inspiraban miedo, aunque ellos me ignoraran.
La época de liquidaciones es furor en Nueva York, y como toda primeriza, caí en la trampa. Compré cosas que de no haber estado rebajadas, nunca hubiera pensado en ponerme, y que además, no eran de mi talle. Rápidamente aprendí mi lección, y prometí no dejarme llevar por la ansiedad y comprar por impulso.
Decidí ser más práctica y responsable a la hora de invertir mis acotados ingresos, ahorrando donde podía, y gastando en lo que realmente necesitaba: piezas clave que duraran y combinaran con literalmente todo mi limitado placard (valija). Si compraba un saco, era gris oscuro; si compraba un tapado de invierno, era negro, y si compraba botas, eran de taco medio y por supuesto también negras y de buena calidad porque, como leí alguna vez, "si ese par de zapatos negros que tienes en el placard te hace sonreír, valen más de lo que cuestan".
Una vez conformado mi vestuario base comencé a coleccionar accesorios para hacer mis looks más interesantes y personales, a los que titulaba cheap & chic (barato y elegante), o chuferías, como me gustaba llamarlas. Eran ese factor excéntrico y especial que agregaba a mis atuendos un toque inesperado y propio. Este era el tipo de piezas que más me divertía comprar, pasándome horas en el mercado de pulgas pegando la nariz contra las vitrinas de joyas en busca de esa pieza, la que me encandilara por su particularidad, y a su vez parecería estar dentro de mi presupuesto.
Otra de mis técnicas era sacarle ropa a mis hermanas cuando iba a Buenos Aires, ya que con temporadas opuestas podíamos rotar sin incomodar. Con el tiempo fui aprendiendo lo que funcionaba en mí y lo que no, me volví más selectiva y a su vez más osada, compraba sólo piezas que agregaran personalidad a mi estilo, y no al revés. Mi fórmula, que adopto hasta el día de hoy, es comprar mi ropa en viajes, principalmente en la Argentina, donde el diseño es independiente de las modas internacionales y hay un estilo propio que llevo en mi ADN e historia, sin rótulos ni tendencias, sin logos o marcas, me identifican sin encasillarme.
Adonde sea que yo llevo mis atuendos adquiridos en mi país, siempre dan que hablar, ya sea por su originalidad o simplemente por ser desconocido para mi nuevo entorno, todos quieren saber de dónde viene eso que ellos no conocen. Muchas me preguntan qué cartera hay que comprar de invertir en una, o qué marcas se usan y cuáles no. En mi opinión, las marcas y los logos no aportan al estilo, sino que lo homogenizan. La elegancia no pasa por llevar diseñadores internacionales, sino por estar cómodo y acorde a lo que uno es y lo que a uno lo identifica.
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