Cómo “Rayuela”, la novela de Julio Cortázar, impulsó el nacimiento del “boom Latinoamericano”
La obra cumbre del escritor argentino hizo parte del nacimiento de un extraordinario fenómeno literario
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Julio Cortázar vivió entre 1914 y 1984 y conformó junto con Carlos Fuentes, Mario Vargas Llosa y Gabriel García Márquez el hito literario y cultural que, después del modernismo, más contribuyó a visibilizar a Latinoamérica: el boom, una entelequia que se desarrolló en nuestro continente entre 1962 y 1975.
Más que un movimiento literario, fue en realidad un fenómeno editorial que tuvo tres causas histórico-sociales: el desarrollo industrial de América Latina, que posibilitó la creación de empresas editoriales; la explosión demográfica y el crecimiento urbano, que trajo aparejado el mejoramiento de la educación. Los tres factores implicaban, al menos en el cálculo de probabilidades, un considerable aumento de lectores.
El otro factor determinante para el boom fue la Revolución cubana. Esta posibilitó la fundación de Casa de las Américas, lo cual significó la difusión de la crítica en la revista patrocinada por dicha institución y el concurso de novela con el mismo nombre. Habiendo concurso de novela, crítica literaria con órgano de difusión y un puñado de autores (que, salvo por un par de reuniones en Barcelona, nunca conformaron grupo y que, tal como el mismo Vargas Llosa le respondió a quien pergeña estos párrafos, desarrollaron estéticas muy diferentes), y habiendo sido asimiladas las nuevas técnicas narrativas provenientes de Europa y Norteamérica, el boom ya estaba servido.
Cuatro fueron las novelas que provocaron el estallido: La ciudad y los perros, Rayuela, Cambio de piel y Cien años de soledad.
Sin duda, ese fenómeno literario bautizado como el boom latinoamericano fue un maravilloso “laboratorio” de experimentación que dejó nuevas formas de narrar, territorios literarios singulares y personajes inolvidables de la talla de un gran predecesor: El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha, de Miguel de Cervantes Saavedra.
De esos cuatro pilares narrativos del boom cada uno hizo su aporte único a esta maravillosa estructura de las letras de nuestra región. Para ayudar a los lectores, echémosles un breve vistazo, comenzando por el de Vargas Llosa. ¿Qué tiene esta novela publicada en 1962, para que haya quedado en la historiografía literaria como la iniciadora del boom?
En primer lugar, haberse desarrollado en varios espacios (las calles de Lima, el prestigioso barrio de Miraflores, el colegio militar y el terreno de prácticas) y también varios tiempos (la infancia y adolescencia de los personajes, o mejor, el antes y el después del cuartelazo).
Ese entrecruzamiento de lugares y simultaneidad de sucesos constituye un cronotopo, y el narrador ha de ser hábil para controlarlo, y Vargas Llosa lo hizo por haber asimilado técnicas narrativas de escritores como Faulkner.
En segundo lugar, los asuntos tratados como si fueran tramas paralelas: el microcosmos que constituye el Colegio Leoncio Prado es todo un muestrario de maldad, degradación, perversiones y perversidades. Son muchas las formas de violencia que padecen los alumnos-cadetes más jóvenes apodados los “perros”, desde el continuo maltrato psicológico hasta el matoneo y la tortura.
Y aparece en este diálogo Cambio de piel, de Fuentes. En ella advertimos como tres grandes corolarios el erotismo de la palabra, el afán de totalidad y la versatilidad en el lenguaje.
A diferencia del común de las novelas de siempre, el verdadero protagonista de Cambio de piel es el lenguaje, y el héroe es el narrador, razón por la cual esta novela es en cierta medida revolucionaria.
En ella la palabra no solo comunica; es más que todo expresiva y lo que más expresa es erotismo; por ello, los cuerpos de sus personajes femeninos, Elizabeth, Isabel, la pálida, la capitana y la negra, son como la Maga de Rayuela, un espacio para la escritura… una metáfora erótica. Dado que para el momento en que Fuentes la escribió (1966), su colega Cortázar ya era referente, el mexicano sigue la idea del argentino, del “baúl-novela” en el que cabe todo. Es tal el prurito de totalidad de Fuentes que recurre a todo lo que puede para enriquecer su narración, baste como ejemplo, la continua citación de películas y actores famosos en su ficción, alimentada por amor a este otro arte.
Gabo y su realismo
¿Y cuál fue el aporte de Gabo con Cien años de soledad? En realidad, en su novela, publicada en 1967, el autor colombiano no hizo otra cosa que contar poéticamente la historia de su familia y lo que las matronas de su casa le inocularon de pequeño. La universalidad de esta saga de Macondo y de los Buendía está en ir del Génesis al Apocalipsis.
Es fácil establecer la analogía entre la fundación de Macondo por el intrépido José Arcadio Buendía, quien recorre indómitas regiones como en busca de una tierra prometida, con el primer libro del Antiguo Testamento. Además, incluye toda suerte de pasajes bíblicos-novelescos tales como las pestes de insomnio y olvido; la fiebre del banano; el diluvio; los incestos y matriarcados; travesías delirantes, grandes descubrimientos, exterminios y profecías.
Como dijo Fuentes apenas la leyó: “Gabo escribió la Biblia y al que escriba la Biblia le tiene que ir bien”. Como para ir redondeando, habrá que sentar posición. Por la variedad y combinación de voces y discursos, la mejor lograda es ‘Cambio de piel’. Por la técnica narrativa y el vigor de su lenguaje, la más compacta es La ciudad y los perros. Por su prosa poética, su carácter constante en cuanto a ritmo y sonoridad y su aporte al realismo mágico, la más representativa de las novelas es Cien años de soledad, y por la experimentación formal, su sentido lúdico y su audacia lingüística, la obra emblemática del boom ha de ser Rayuela.
Rayuelomatic
Rayuela, la novela que se publicó un año después de que La ciudad y los perros inaugurara el boom, le dio la fama a Cortázar (diez ediciones, con la famosa rayuela o golosa en la portada, tenía ya en 1969), es, tal vez, el libro más erudito y lúdico que se ha escrito en Latinoamérica.
Un pastiche, collage o mandala en el que borbotean la genialidad, el juego, la guasa, el enciclopedismo, el buen uso del idioma y, sobre todo, el jazz: se siente, se oye verdaderamente. Además, solo entendiendo el jazz se entiende la estructura del libro, pues el ritmo respiratorio de dicha música es el mismo de las páginas de la novela.
Al igual que en las composiciones de jazz, en ‘Rayuela’ hay capítulos que llevan la melodía (los Del lado de allá, París, y los Del lado de acá, Buenos Aires), otros que sirven de bajo continuo, como es el caso de las Morellianas (en las que un tal Morelli va reflexionando sobre la novela, haciendo así de esta un libro autoconsciente) y otros en los que se improvisa (los De otros lados, noticias, recortes de periódico, citas, etc.).
Paralelamente a la lectura de la novela, el lector que quiera redondear su experiencia estética y sentirse más involucrado podría escuchar la Jazzuela, es decir el compendio de 21 composiciones de jazz entreverado en las páginas de los 155 capítulos propuestos por Cortázar en el tablero de dirección.
Se destacan compositores como Bessie Smith, Louis Armstrong, Duke Ellington y Oscar Peterson.¡Ah! No puedo dejar de mencionar a la Maga. ¿Quién no se ha enamorado de ella, y, ¿qué mujer no aspira a identificarse con ella? Es tan original y encantadora que creó su propio sistema para comunicarse, una especie de jerga muy creativa llamada “glíglico”.
Pero hay más experimentación formal en la novela. Capítulos cuyo sentido depende de si uno lee los versos pares o los impares; páginas de absoluta incongruencia; citas a pie de página que no sirven para nada y otras que sí orientan al lector, letras de canciones, menús y hasta recortes de periódico.
Lo que le da el sentido al título de la novela es precisamente que el autor pone al lector (“macho”, según él) a saltar de un lado a otro durante la lectura, según la instrucción que le da en su “tablero de dirección” puesto en la primera página. De este modo, la lectura debe comenzar en el capítulo 73, enseguida saltar al 1, después al 2 y de ahí al 116. Si el lector sigue la instrucción al pie de la letra, hacia el final saltará del capítulo 131 al 58 y de ahí nuevamente al 131, con lo cual quedará atrapado en la novela para siempre. ¿Qué tal?
La experimentación narrativa es después llevada al paroxismo por Cortázar en su novela ‘62 / Modelo para armar’ y en el relato ‘Todos los fuegos el fuego’, verdadero ejemplo de eso que en teoría literaria se conoce como cronotopo, por el entrecruzamiento de tiempos y espacios (como ya señalé arriba). Lo aconsejable a la hora de leerlo en una clase de literatura es que los estudiantes tengan a la mano dos copias, tijeras y pegante, pero, sobre todo, disposición para jugar leyendo y leer jugando.
Cortázar: el niño grande
Cada relato de Cortázar es un modelo del universo (el que él creó), en el que la constante es lo fantástico, lo metafísico, lo humorístico, y lo absurdo como si fuera lo más cotidiano, lo cual implica, de alguna manera, el realismo mágico. El hecho de que cuando murió se le encontró una habitación (la misma en la que se encerraba a tocar trompeta) llena de juguetes nos sirve para entender la esencia de su prosa. Se diría que tuvo dos antecedentes, uno en novela y otro en cuento: el argentino Macedonio Fernández y el uruguayo Felisberto Hernández, respectivamente; se diría que Silvina Ocampo, Borges y Antonio Di Benedetto son en su país sus únicos rivales de peso en narraciones cortas; se diría que tiene en Mario Goloboff y Miguel Herráez a dos de sus mejores biógrafos.
Las mujeres lo adoraron. La primera en compartir oficialmente su vida fue Aurora Bernárdez y la última fue Carol Dunlop. Los hombres que lo conocieron lo admiraron, lo respetaron y lo quisieron. Sus amigos del boom dicen que era el hombre más bondadoso del mundo, y no les faltaba razón; escribió y publicó ‘El libro de Manuel’ para ayudar a los perseguidos políticos en Argentina. Cortázar fue traductor y maestro de escuela (con títulos obtenidos para enseñar en primaria y en educación media); de aspecto novelescamente deforme: muy alto, bizco y con unas manos enormes que lo obsesionaban, al punto de expresar esa obsesión en un cuento que se llama Las manos que crecen.
Tenía una espectacular voz metálica y cálida con la que grabó una que otra lectura magistral; toda su vida conservó la pronunciación de la “erre” francesa, que lo hacía muy singular. De pequeño se encerraba para leer montones de libros, comenzando por los de Julio Verne y terminando por los de Lawrence Stern (y podrá parecernos muy curioso, pero leía a Corín Tellado). Sabía montones acerca de cine, música, pintura, literatura, política, filosofía, historia y geografía.
A él hay que leerlo todo, pero creemos que perdurarán, entre otros, sus relatos: Casa tomada (el que cautivó a Borges y fue incluido en su Antología de la literatura fantástica), La noche boca arriba, Carta a una señora en París (el del personaje que vomita conejitos), De la simetría interplanetaria, Continuidad de los parques, La salud de los enfermos y La autopista del sur.
Asimismo, todos los incluidos en Último round, Queremos tanto a Glenda y Octaedro, pero merece mención aparte El perseguidor, todo un monumento al jazz, que le rinde homenaje a uno de los músicos más representativos del género,
Charlie Parker, cuyo nombre en el cuento (un poco para despistar) es Johnny Carter. Desde luego, recomendable hasta para los niños es ese compendio de escritos breves, lúdicos y divertidos recogidos en Historias de cronopios y de famas, el Manual de instrucciones (como “para llorar”, “para subir escaleras” y “para dar cuerda a un reloj”).
Rayuela seguirá siendo un curso de buena vida (con mucho de bohemia) y un curso para leer obras como Ulises y Tristram Shamdy. Perdurará su biografía de John Keats, y por supuesto, la de Poe; perdurarán las clases de literatura que dictó en 1980 en Berkeley; perdurará su principio estético de leer jugando y jugar leyendo.
Perdurará su condición de niño grande, de niño bueno… perdurará su “glíglico” (el idioma de la Maga), perdurará su nombre mientras la memoria exista. ¡Gracias por todo lo que escribiste, cronopio!
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