Como perros y ciclistas
Tiene que poder elaborarse una teoría del comportamiento de lo que cada usuario de la vía pública quisiera hacer en la calle. Los elementos de la teoría son así: los perros callejeros hacen lo que les da la gana. Los ciclistas parecen portarse como perros, pero arriesgan mucho más al desafiar todas las reglas de convivencia callejera. Los conductores de automóviles se mueren de ganas de manejar como si fueran ciclistas (o motociclistas) y apuntan su frustración contra perros y peatones. Y los peatones, entre distraídos y aterrorizados, se sienten amenazados por todos los anteriores y terminan, como única descarga, gritándole al perro cuando llegan a casa.
Por obvias razones, los perros deben ser excusados de conocer el reglamento de tránsito. No son buenos lectores de manuales. Esos bichos abandonados, que adoptan puertas para su comodidad y personas que alguna vez los acaricien o les den restos de comida, se conducen en la calle con mayor destreza y conocimiento que muchos seres humanos.
Basta con mirar cómo, con aparente confianza, los perros olfatean las posiciones de largada en un semáforo y deciden cruzar o no una avenida que quieren atravesar para conocer algún olorcito en la vereda de enfrente. Los perros llegan al centro de la calzada, parecen dudar, amenazados por la cacofonía mortal de bocinazos, y regresan a la vereda para reintentar luego.
Como los peatones, no aguardan en la acera, sino en la calle para reflejar su despreocupación. O logran cruzarla, escapando por centímetros a las ruedas, mientras un observador casi infarta al mirarlos.
Los ciclistas, según informa un conocido en una mensajería, hace tiempo decidieron no obedecer las reglas de tránsito, pues tardarían horas en llegar a destino y eso causaría una seria merma en sus ingresos por viaje.
Los ciclistas y motoqueros cruzan en rojo, pasan tan cerca de algún peatón que casi le abren la camisa, suben una calle contra el tránsito, montan la vereda, bajan, responden con insultos a las protestas de caminantes indignados, no miran adelante y obligan al transeúnte a aplastarse contra el muro para no ser arrollado.
Caer debajo de una bicicleta está entre los accidentes más humillantes de la calle. Casi como ser chocado por un peatón. Los motociclistas se portan igual, claro, en las veredas y los semáforos, pero como cargan con más fuerza y ferocidad que los ciclistas, no se les discute.
Los automovilistas ya son los más vilipendiados. Sin embargo, aún miran con envidia el desparpajo de perros, ciclistas y motoqueros. Sueñan con atropellar el código de tránsito, sin reparar en las pesadillas que les provocaría.
Y queda sólo el peatón, que comparte con el que abandona perros en la calle, con el que anda en bicicleta o en moto, o que maneja un automóvil, el hecho de ser una persona tan responsable como los otros de cuidar del orden. La teoría del comportamiento en la calle se construiría con todo esto, pero en el apuro de todos los días, parece imposible elaborarla.
El autor es periodista y escritor