La última palabra del último cuento que escribió Borges es Bach: "Di al fin con la única solución para poblar la espera: la estricta y vasta música: Bach". El cuento es "La memoria de Shakespeare", y es la historia de un especialista en Shakespeare a quien un colega le ofrece la posibilidad de donarle los recuerdos del ser humano Shakespeare, que pasan de una persona a otra desde la muerte del dramaturgo. Como todo escritor que resiste el paso de los años, Borges fue un profeta: en este cuento anticipó el concernismo a lo Black Mirror, ese género que imagina un futuro factible; ya hay experimentos de inserción de memoria. En el cuento, el especialista acepta la donación, pero tener los recuerdos de Shakespeare no le suma mucho; la memoria de Shakespeare es tan común como la de cualquier ser humano. Lo único que lo maravilla es cómo ese hombre común llamado William Shakespeare transformó su experiencia ordinaria de vida en "música verbal".
La música del lenguaje, el aspecto sonoro de ese maravilloso invento que nos hace humanos, siempre fascinó a Borges. En "El idioma analítico de John Wilkins", un ensayito sobre la arbitrariedad y la insuficiencia de las palabras, Borges cita un párrafo del inglés Gilbert Keith Chesterton: "El hombre sabe que hay en el alma tintes más desconcertantes, más innumerables y más anónimos que los colores de una selva otoñal...?Cree, sin embargo, que esos tintes, en todas sus fusiones y conversiones, son representables con precisión por un mecanismo arbitrario de gruñidos y de chillidos. Cree que del interior de un bolsista salen realmente ruidos que significan todos los misterios de la memoria y todas las agonías del anhelo".
Ruidos arbitrarios para representar el misterio: eso es, ni más ni menos, el lenguaje. Uno se da cuenta de ello cuando escucha hablar a un extranjero cuya lengua le resulta exótica: no entiende nada, son ruidos sin significado. Irónicamente, Borges representa esta situación en "El inmortal": su protagonista se hace amigo de un troglodita analfabeto e inmortal que resulta ser Homero, quien con el paso de los siglos se había olvidado no solo de su condición de poeta, sino del lenguaje mismo; cuando el narrador pronuncia el nombre de Argos, el perro de Ulises, el sonido del nombre le devuelve la memoria al autor de La Odisea.
Otra de las composiciones narrativas de Borges lleva el título de la obra más larga de Brahms, "Deutsches Requiem". En ella, un nazi condenado a muerte dice: "Dos pasiones, ahora casi olvidadas, me permitieron afrontar con valor y aun con felicidad muchos años infaustos: la música y la metafísica".
A lo largo de su vida, Borges fue perdiendo el sentido de la vista, y eso sin duda influyó en algunas de las observaciones que sembró acá y allá. En "El milagro secreto", ironizó sobre Flaubert y sobre todos aquellos que se obsesionan con el aspecto gráfico, escrito, de las palabras. El secreto de la literatura, parece decir Borges, es escuchar. Y eso fue lo que hizo en sus últimos años. Fue, de algún modo, el primer usuario de audiolibros: distintas personas le leían cuentos y poemas, y él a su vez dictaba los suyos. Esta restricción fortísima que le impuso la vida lo obligó a simplificar al máximo su estilo. Aunque la mayoría de los especialistas prefieren los cuentos más abigarrados de los años 40, cuando todavía veía, muchas de sus composiciones tardías y ciegas ("El otro" o "El libro de arena") son piezas preciosamente sencillas de un hombre que, además, parece haberse reconciliado con la vida en su vejez y en su ceguera.
* Escribo esto mientras veo en YouTube, una y otra vez, un video de una canción que cantaron a dúo Tina Turner y Eros Ramazzotti en Munich, en 1998: "Las cosas de la vida". Me gusta ese juego primal de seducción en el escenario, gruñidos y chillidos en dos idiomas distintos, disparidad etaria y étnica, melodía tosca y pegadiza, distorsión de guitarra ya sin pretensiones revolucionarias, baile sutil y gestos de todo el amor mashupeado posible: un gran número pop olvidado por las nuevas olas. Uno es capaz de disfrutar de los placeres intelectuales y de consumos culturales vergonzantes: de la música verbal y de la música berreta. "Juntás dos cosas que no se habían juntado antes y el mundo cambia", dice el escritor inglés Julian Barnes.
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