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Sí, aunque parezca un cuento de ciencia ficción, y justamente en la ciudad donde se hacen las películas más famosas, Argentina invadió EE. UU. (entonces en manos españolas) y California fue parte de nuestro país por alrededor de seis días. Una hazaña de tono hollywoodense que llevó adelante quien también acompañó a San Martín en la expedición por Perú.
El corsario responsable de la hazaña
Para entender la magnitud de tal osadía, hay que remontarse al año 1809. Fue entonces, cuando llegó al Río de la plata el francés Hipólito Bouchard, quien rápidamente debido a su pensamiento político se inclinó hacia el ideario revolucionario de Mayo.
Sus pies hubieran seguido pisando tierra firme, tanto como cuando fue un granadero de San Martín en la batalla de San Lorenzo, pero Bouchard se decía un hombre audaz y su camino estaba en el mar. Ya había tenido su bautismo de fuego: el 2 de marzo de 1811, en San Nicolás de los Arroyos, enfrentó a la escuadrilla realista que mandaba el Capitán de Navío Jacinto de Romarate. Tiempo después, tendría una destacadísima actuación enfrentando a las naves españolas que bloqueaban el puerto de Buenos Aires al mando de la sumaca argentina “Santo Domingo”.
Hipólito obtiene la ciudadanía del Río de la Plata, se casa con Norberta Merlo, mujer que sufriría su constante ausencia por su vida de marino. En 1815, emprendió la campaña de corso con el Almirante Brown por las costas del Pacífico, y entre victorias y derrotas zarparon rumbo a las costas chilenas. Transportaba a un grupo de patriotas chilenos trasladados clandestinamente para desarrollar tareas de agitación contra los realistas del otro lado de la cordillera, apresaron fragatas españolas y luego bloquearon y atacaron el puerto de El Callao, la plaza más poderosa que España tenía en América.
Sus proezas eran evidentes: capitán implacable, atacaba a los barcos negreros y encabezaba los abordajes. Con sable y arcabuz en mano, bravo y valiente, disputó varios duelos y motines. Recibió el título de Corso, en aquellos tiempos los corsarios eran una especie de piratas con permiso del estado. Después del fracaso del golpe de Brown sobre Guayaquil, Bouchard se separa de éste para retornar a Buenos Aires.
Una travesía a bordo de “La Argentina”
Una vez arribado a Buenos Aires, le fue encomendada “La Argentina”, la fragata por la cual será recordado y con la que emprendió sus aventuras. Acorde a los ideales anti esclavistas, Hipólito Bouchard recaló en la isla de Madagascar, donde tomó la iniciativa y atacó e impidió el tráfico de esclavos; su próximo paso: se dirigió hacia las islas Filipinas con el objeto de atacar el comercio de los buques españoles.
En enero de 1818, estableció el bloqueo de la isla de Luzón, la más grande del Archipiélago de las Filipinas, base y centro del poder de la metrópoli española, teniendo así a los realistas en una escuadrilla en Manila capital del archipiélago.
También suscribió acuerdos con el rey de Hawái, Kamehameha I, quien reconoció la independencia de las Provincias Unidas del Río de la Plata, este además, le entregó la corbeta “Chacabuco”.
Su vida tranquilamente podría ser excusa de una película de aventuras, luego de Hawái, se dirigió a la Bahía de Monterrey, en California, donde fácil y hábilmente se hizo de la ciudad sin encontrar fuerte resistencia ya que los españoles huyeron. Tomó el ganado y todo lo que creyó de valor e incendió el fortín. Lo había logrado: ahora en California se encontraba nuestra bandera argentina. Y así, durante 6 seis días, flameó el pabellón celeste y blanco.
En busca de la campaña del General San Martín
El sueño de un Hollywood argentino no duró mucho más que aquellos seis días, una vez que abandonaron ese lugar se dirigieron a Nicaragua donde atacaron El Realejo, apoderándose de dos naves españolas y destruyendo otras dos.
Luego decidió unirse a la campaña de San Martín y se dirigió a Valparaíso en Chile, donde ya se encontraba el general argentino, pero cuando llegó al puerto chileno se le informó que pendía sobre él una orden de arresto, el comodoro Thomas Cochrane, lo acusó de haber apresado naves no españolas y lo capturó, confiscándole “La Argentina” y otros barcos que traía consigo como botín de corso. El representante argentino en Chile, Tomás Guido, lo defendió de manera tenaz, y fue así cómo Bouchard pudo recobrar su libertad, y su navío.
Bouchard tomó parte de la Expedición Libertadora de San Martín al Perú y cuando el Libertador creó la escuadra peruana le dio el mando de la fragata “Puebla” que era el buque más importante de la nueva escuadra, el dato de color es que en la expedición iba el Joven Tomas Espora (futuro reconocido marino y corsario que actuó en la independencia del Río de la Plata y en la Guerra del Brasil)
Todo tiene un final y una muerte buscada
Retirado del servicio se radicó en Perú, donde fundó un ingenio azucarero. Su mal genio fue famoso, trataba a sus empleados con rudeza. Uno de ellos, harto de ser sometido a estos abusos, lo asesinó el 4 de enero de 1837. Justo, y por raro que parezca, en aquella hacienda que llevaba por nombre “Buena Suerte” encontró su final.
El destino de sus restos, perdidos por más de 120 años, fue un misterio hasta que en 1962 los encontraron en una cripta olvidada de una parroquia en Nazca, Perú. Ese año fueron exhumados y repatriados a Buenos Aires, arribaron a bordo del crucero “La Argentina” y hoy descansan en el Panteón Naval de Buenos Aires.
El gran Corso Hipólito Bouchard, el aventurero, el capitán o el pirata, es recordado como uno de los más intrépidos de la marina argentina de todos los tiempos. Como parte de la tradición oral, dicen que mientras recorría los océanos, una vez se le escuchó aseverar que quería intentar liberar a Napoleón, que estaba por entonces prisionero en la isla de Santa Elena, un accionar algo contradictorio ya que no compartía el ideal monárquico pero, que al conocer su audacia, quizás tenga un ápice de veracidad.
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