Hijos adolescentes. Cómo abrir un espacio para la conversación y no generar clima de interrogatorio
La edad del monosílabo atormenta a padres y madres afanosos por conocer los detalles de las andanzas de sus hijos púberes y adolescentes. “Bien”, “mal”, “más o menos”… así suelen ser las respuestas de los chicos al escuchar preguntas tales como: “¿Cómo te fue con tus amigos anoche?”, clásicos de todos los tiempos en lo que hace a la relación paterno filial.
Es verdad que no todos los chicos y chicas responden de esa manera y los hay que abruman con detalles a sus padres que, como pueden, siguen el ritmo de los relatos plagados de nombres y situaciones que con dificultad retienen. Pero, a "ojo de buen cubero", nos animamos a afirmar que la mayor parte de las respuestas filiales se reducen a una forzada cadena de monosílabos, generando en los padres una zozobra hasta ahora desconocida: "Es que antes contaban tanto, y ahora tan poco…".
Si los acorralamos por un momento, esos padres voraces por conocer en qué andan sus hijos reconocerán que los gana la ansiedad y se les nota. Conocen todo lo que los manuales de buena paternidad dicen acerca de irles permitiendo a los chicos generar su mundo, sus nuevas redes, su universo íntimo… pero no, no pueden con eso: quieren saber todo porque añoran esa cercanía de otrora y, además, les gana el miedo, el viejo y omnipresente miedo que aqueja a nuestra atribulada y compleja sociedad.
Los chicos tienen un radar muy fino para reconocer ansiedades paternas con afanes controladores y saben distinguir muy bien cuándo una pregunta, más que para saber, fue formulada para controlar que "todo esté bien".
La vivencia de lo que hizo por sobre lo que efectivamente hizo
Es habitual el apuntar a conocer detalles de lo que los chicos hicieron o dejaron de hacer, en detrimento de acercar la mirada y el sentimiento a cómo vive su circunstancia el chico o chica del caso. Damos un ejemplo: "¿Te está gustando esto de empezar a salir con tus amigos y amigas los fines de semana?" suena diferente a preguntar: "¿Qué hiciste anoche?" con aire inquisitivo. En el primer caso, la pregunta tiene al chico por protagonista. En el segundo, el protagonista es "lo que el chico hizo", una suerte de fetichismo del hecho, que en ocasiones olvida lo más importante: la vivencia y estado anímico del chico dentro de sus experiencias.
Para saber cómo está el propio hijo, hay que querer saber, no tanto invadir un territorio que se siente vedado, y en ese sentido vale preguntar sin ánimo de "averiguar" quirúrgicamente, sino de compartir en un espacio lo más amable posible. Cuando se desea "averiguar", la música de fondo delata las verdaderas intenciones, en cambio, cuando lo que se desea es compartir respecto de una experiencia que se supone buena, se pregunta tranquilo, se escucha tranquilo también, y no se pretende sonsacar nada, porque de esa manera, tarde o temprano, las palabras saldrán a la luz, y dirán lo que tienen para decir.
Ejemplo: ¿preguntó usted alguna vez a su hijo cómo son esos juegos a los que juega en la pantalla? Pero no para ver si son o no inconvenientes, sino para enterarse acerca de lo que ocurre ahí adentro y averiguar por qué son tan divertidos. Vale ponerse a jugar y sucumbir un rato a la atracción de esos universos que aparecen en la pantalla, sin ponerse a prejuzgar.
La música de fondo, cuando la idea es conocer la vivencia del chico, no será así de sospecha acerca de lo que el hijo hace cuando no se lo ve, sino de anhelo de conocer con respeto su universo.
Allí, cuando es la genuina curiosidad la que reina, los chicos se sentirán bien mirados, y es en ese momento cuando es posible que el intercambio se transforme en conversación, y no en interrogatorio.
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