Se trata de un artefacto moderno para la época; fue crucial para planear el hundimiento del Crucero General Belgrano de la Armada Argentina.
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Hoy día, tener comunicaciones seguras está al alcance de la mano con un sinfín de aplicaciones para el teléfono, algo que unas décadas atrás era impensable. Hace 40 años a un hombre se le encomendó una misión secreta: hacer un dispositivo de encriptación para enviar información sensible y de inteligencia a altos funcionarios en Reino Unido.
Ahora, rompe el silencio por primera vez. La misión comenzó en una tienda por departamentos en la ciudad británica de Cheltenham. Era 1980 y Mike (solo su nombre de pila, ya que su identidad aún está oculta) trabajaba muy cerca, en la Sede de Comunicaciones del Gobierno (Goverment Communications Head Quarters, GCHQ), uno de los servicios de inteligencia del país.
En la tienda, abarrotada de gente, Mike compró dos maletines normales y los llevó a su laboratorio. Arrancó todo en su interior y los llenó con tecnología de punta. A lo que surgió se le puso el nombre clave de Brahms, un maletín de aspecto normal que llevaba en su interior el primer sistema portátil de comunicaciones encriptadas de Reino Unido, diseñado para permitir que los funcionarios de alto rango se comunicaran de forma segura.
Un sistema más práctico
Las transmisiones seguras no eran algo nuevo, aunque tenían sus dificultades. Durante la Segunda Guerra Mundial, cuando los líderes de Estados Unidos y Reino Unido querían tener una conversación que no fuera interceptada, hacían uso de una máquina enorme que, en el caso de Londres, se encontraba de modo permanente en el sótano de Selfridges, una tienda por departamentos en el mismo corazón de la ciudad.
Pero en 1980, la nueva tecnología lograba que, lo que antes ocupaba una habitación entera, ahora entrara en una computadora portátil y, por lo tanto, lo hacía mucho más práctico para ser usado por muchas más personas en un momento de crisis.
La máquina de Brahms incluye lo que parece un auricular de teléfono normal pero con un botón en un extremo. Al pulsarlo, convierte el sonido en ceros y unos digitales. Un código de encriptado especial, alojado en una cinta de papel dentro del maletín -y que era cambiado todos los días- codificaba esos dígitos. Después se enviaba por una línea telefónica normal.
Solo se podía descifrar ese mensaje y reconvertir los dígitos a una voz similar a la de una máquina en el otro extremo con otro maletín que tuviera el mismo código en su cinta. Cualquiera que interceptara esa línea telefónica únicamente escucharía un silbido digital.
Solo una persona podía hablar a la vez y no era rápido: transmitía a 2,4 kilobytes por segundo (la velocidad de banda ancha promedio actual de Reino Unido es 21.000 veces más rápida).
Un viaje a lo James Bond
Tenía un defecto. “Las voces de las mujeres no salían muy bien debido a la alta frecuencia”, dice Mike, disculpándose, en referencia a que, usualmente, la voz femenina tiene un rango de frecuencia más alto que la masculina.
Sin embargo, el principal cliente de la máquina fue una mujer, pionera en encabezar un Gobierno británico: la primera ministra Margaret Thatcher. Para hacer una prueba preliminar de Brahms en el extranjero, Mike recibió una asignación al estilo de James Bond.
Tenía que llevar el maletín a un castillo en los Alpes suizos, donde Thatcher estaba de vacaciones. Para ello, fue nombrado mensajero temporal de la Reina y fue en un vuelo hasta Ginebra con dos asientos reservados, uno para él y otro para el maletín. Le indicaron que, a su llegada, se encontraría en el aeropuerto con un hombre que llevaba un sobre marrón como seña de identificación. Cuando llegó al castillo donde estaba la primera ministra, le ofrecieron un arma. Él se negó.
Un arma más en las Malvinas/Falkland
El sistema Brahms se utilizó en la Guerra de las Malvinas/Falklands de 1982. Thatcher lo usó para discutir las reglas del conflicto con el Ministerio de Defensa, lo que condujo al controvertido hundimiento del Crucero General Belgrano de la Armada Argentina.
Stephanie (por seguridad, solo su nombre de pila), trabajaba por turnos en una oficina especial del GCHQ que se ocupaba de la inteligencia y estaba operativa las 24 horas. “En gran medida era un juguete de hombres”, recuerda algo molesta, ya que a las trabajadoras se les dijo que no lo usaran.
Pero, un día, a primeras horas de la mañana, sonó el Brahms. No había hombres en el turno. “Todas nos miramos y dijimos ‘bueno, no hay hombres en la oficina, así que una de nosotras tendrá que contestar el teléfono’. Entonces, fui y lo cogí”. La persona al otro lado acababa de recibir una información de inteligencia que quería confirmar. “Sabíamos que cada pieza de información que enviábamos a nuestros muchachos era significativa”, dice, recordando haber visto la importancia de su trabajo reflejada en las noticias de televisión.
“Destrúyela. Quémala. Cómetela”
Cuando inició el conflicto de las islas Malvinas/Falkland, el GCHQ pasó rápidamente de tener uno o dos analistas trabajando solos a producir más de 6.000 informes de inteligencia durante la guerra. La creación de Brahms supuso que, a menudo, se pudiera llamar por teléfono de modo instantáneo a quienes lo necesitaran.
Pero un gran poder como ese conlleva una gran responsabilidad: ¿Qué pasaría si estuviera usando la máquina en secreto en algún lugar, como una habitación de hotel en el extranjero y, de repente, le asaltaran y robaran el maletín? En la máquina de Brahms hay instrucciones sobre qué hacer en caso de una emergencia. Mike recuerda bien las opciones. Apague el equipo y luego encuentre alguna manera de deshacerse de la cinta con la clave. “Destrúyela. Quémala. En última instancia, podrías comértela”, explica Mike con una sonrisa.
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