Desayunar café con galletas de arroz y mermelada puede ser un acto trivial o algo digno del código Da Vinci: mientras mastico, busco las siglas en el reverso del envoltorio y pesquiso el frasco de vidrio hasta que el enigma oculto se revela. Descubro, entre las leyendas en letra pequeña, una minúscula serie de números antecedidos por las letras RNE, RNPE y RNPA. Esa contraseña significa que pasaron por el edificio antiguo de rejas siempre bajas y las letras negras enormes de su sigla en la fachada: la Administración Nacional de Medicamentos, Alimentos y Tecnología Médica (A.N.M.A.T.), Avenida de Mayo 869. Pasé muchas veces por delante, pero no sé bien qué sucede ahí. Consumí a lo largo de mi vida miles de productos sin pensar que este ente los había –o no– autorizado. "Desde que te levantás hasta que te acostás estás en contacto con productos regulados por nosotros –explica en su oficina en el tercer piso de la A.N.M.A.T. María José Sánchez, que dirige el área de Vigilancia de Productos para la Salud–. Cuando te lavás los dientes, cuando lavás los platos con detergente, en los medicamentos que tomás para mejorar tu estado de salud y en los alimentos que comés".
Antes de que en 1992 por decreto se creara al A.N.M.A.T. como ente descentralizado del Estado con "celeridad en la toma de decisiones y un funcionamiento más ágil y práctico", la vida de los productos en el territorio argentino dependía de la Secretaría de Salud. Hoy, recibe 925.580.363 pesos del presupuesto del Estado. Tiene 1.200 trabajadores, la mayoría profesionales de carreras como Farmacia, Bioquímica, Medicina, Veterinaria, Odontología, Biotecnología, Ingeniería en Alimentos, que se reparten en cinco sedes, tres administrativas –como el edificio de Avenida de Mayo-, y dos con laboratorios: uno dedicado a medicamentos –el Instituto Nacional de Medicamentos (INAME)– y otro a alimentos –el Instituto Nacional de Alimentos (INAL)–. "Todo lo que consumimos tiene una cocina previa –continúa Sánchez–. Nosotros estamos en toda la cadena hasta que le llega al ciudadano".
"Ser inspectora me dio el carácter: es la trinchera que te arma para cuando tenés que clausurar. Te pueden llegar a tirar un perro encima, porque son decisiones fuertes. Pero igual, hoy en día, no estamos detectando grandes desvíos en la calle"
Para conocer esa cocina previa, la indicación de los funcionarios, que se dejan entrevistar por Brando se repite: "En el sitio web está todo". Allí se almacenan los cientos de normativas y disposiciones que regulan a los productos argentinos. Es donde el A.N.M.A.T. deja de emparentarse con el código Da Vinci y se parece más bien a la novela El castillo, de Franz Kafka, en la que el autor hacía una alegoría de los infinitos laberintos de la burocracia. Si por caso, el paquete de galletas de arroz y la mermelada que consumo en mis desayunos no tuvieran esa combinación de siglas y números en algún lugar de su packaging –y que en rigor son el número de legajo del establecimiento elaborador y el número de resolución por la que el producto fue aprobado–, serían enviados al listado de productos prohibidos por A.N.M.A.T., algo así como la lista negra del organismo, al que también me invitan a conocer –cómo sino– a través de la página web.
Lo que explica la web es que la A.N.M.A.T. se encarga de varias tareas: habilitar a las plantas elaboradoras de productos –sea un laboratorio o un ciudadano particular el que quiera producirlos–, corroborar que usen los ingredientes permitidos, en la concentración adecuada, con el rótulo correspondiente y la calidad certificada –parámetros fijados por A.N.M.A.T.–, establecer las fechas de vencimiento de los productos y también, revisar la habilitación de los comercios que los venden. "Acá hasta los técnicos hacen funciones administrativas. Todo responde a un esquema rutinario", me dice un trabajador desde las mismísimas entrañas del organismo. Me pide expreso anonimato, pero me habla de mecanismos arcaicos y de que el mayor porcentaje de lo que se hace en las oficinas de A.N.M.A.T. son expedientes.
Regular, prohibir
El 14 de abril pasado, A.N.M.A.T. fue noticia en los medios por prohibir 11 lotes de yogures bebibles SanCor Yogs en mal estado. Fue un caso atípico: la propia empresa los denunció ante el INAL, ya que había detectado una falla en uno de sus tanques de limpieza durante la elaboración. "Se aseguraron de no tener ningún problema. Nos avisaron un viernes y el lunes mismos estábamos en la planta en Arenaza", explica Natalia Jakubowski, licenciada en Ciencia y Tecnología de los Alimentos y directora del INAL desde septiembre de 2017. En el área registran principalmente los productos que se importan –materias primas de productos químicos, conservas, fideos, dulce de leche, manteca, leche, suplementos dietarios, fórmulas infantiles, alimentos para propósitos médicos–, porque el resto es competencia de cada provincia. Chequean en sus laboratorios que el producto cumpla con el rotulado y con la calidad nutricional para "que el alimento no te enferme por una bacteria, pero también que no tenga alto contenido en sodio o en grasas trans, por ejemplo, que generan otro tipo de enfermedades silenciosas como la diabetes o el colesterol".
El INAL tiene 200 empleados y solo siete son inspectores en calle, que sacan las muestras de los comercios –de quesos, por ejemplo–, para analizar sus ingredientes y etiqueta en los laboratorios del organismo. Quiero conocer esos laboratorios, pero las autoridades del INAL son reacias a que los visite para esta nota. "Acá todos somos inspectores", continúa Jakubowski, que antes de ocupar la dirección fue una de ellos.
En Argentina, cuatro farmacias por día reciben a un inspector que atraviesa su puerta, se identifica frente al encargado y controla el estado del botiquín. Es el mismo procedimiento que en el área de alimentos trasladado a los negocios que venden medicamentos, solo que en este sector los inspectores de calle son veinte. "Tienen el ojo entrenado –apunta María José Sánchez–. Si varía la tonalidad de la caja de un medicamento, ya se dan cuenta de que alguna irregularidad hay". Sánchez misma, que estudió Farmacia, fue inspectora del Programa de Pesquisa de Medicamentos Ilegítimos hace quince años, antes de estar al frente de la Dirección de Vigilancia de Productos para la Salud. Durante ese tiempo, una vez, el dueño de una farmacia en Mendoza puso un revolver sobre la mesa cuando ella le estaba notificando una clausura. "Era plena época de falsificación de medicamentos. Y vos hacés como si no lo hubieras visto. Nuestra función es controlar desde un botiquín en la mina de Catamarca hasta la farmacia de la esquina". De hecho, en la farmacia de la esquina de mi casa, en Parque Patricios, la profecía se cumple: "Vienen dos veces al mes y están alrededor de cuatro horas –me dice Fernando Costa, dueño de Farmacia Costa–. Se ponen a un costado y vos te olvidás que están, pero controlan todo".
Si algún ciudadano de a pie quiere denunciar algo ante A.N.M.A.T. puede hacerlo a través de su 0-800. Le atenderá el teléfono alguna de las tres farmacéuticas que en el cuarto piso del edificio de Avenida de Mayo 869 trabajan respondiendo las consultas telefónicas en turnos de ocho horas. Ellas reciben entre dos y tres mil llamados y mails al mes. "Generalmente son porque algún medicamento no hizo efecto o provocó una reacción alérgica", dice Griselda Gianello, coordinadora de A.N.M.A.T. Responde. "Pero la llamada puede ser cualquier cosa: a veces esto parece un centro de ayuda al suicida, otras el lugar donde algún desprevenido llama para pedir turno para castrar al perrito", se ríe. Si sale un comunicado con una prohibición el pico de consultas se dispara, ni hablar si circula alguna cadena de WhastApp diciendo que hay un virus en algún producto. "El otro día, por un supuesto virus de los bizcochitos, recibimos cincuenta llamados en un fin de semana de gente que quería saber si era cierto, cuando en general no recibimos más de 10. La información era totalmente falsa".
Siguiendo con el lado B de lo que dejan ver los funcionarios, que se prestan para esta nota, el trabajador anónimo del organismo me da su punto de vista. "En A.N.M.A.T. hoy solo se atiende la urgencia. Se encarna una política puramente reactiva, de prohibiciones, cuando el organismo también debería trabajar en la prevención". Eso, según dice, queda en evidencia en la nula investigación que se impulsa para mejorar la calidad de los alimentos o los escasos trabajos del ente con el sector productivo. Termino la nota con nuevas incógnitas, pero también algunas certezas: el cigarrillo electrónico está prohibido, no lo sabía, me lo dijo María José Sánchez. También los alisados de peluquería con formol, que son cancerígenos: prometo nunca más hacerme uno.
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