Cómo es la vida de una familia que elige una crianza no binaria
Max y Nadia son un papá trans y una mamá lesbiana que decidieron que Kai crezca lejos de los estereotipos y las imposiciones de género; una historia de amor que incluyó la transición de él y el embarazo de ella a través de fertilización asistida
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A Kai se lo ve con un babero blanco frente a un plato con papilla de calabaza; se lo ve con una capa colorada, sentado en un autito frente a un espejo en la peluquería; se lo ve sonreír al lado de su mamá, Nadia, sobre una manta en una plaza de San Miguel: camperita mostaza con flores azules, pantalón tostado. A Kai se lo ve en la cocina de su casa rodeado de un sonajero amarillo y rojo, un peluche de Woody, su preferido de Toy Story, y arandelas de colores que intenta embocar en un tubo; se lo ve entretenido con su pony mientras pasea en su cochecito violeta. A Kai se lo ve de enterito rallado rojo y blanco, descalzo, con mirada celeste y pícara en brazos de su papá trans, Máximo, que les toma una selfie a ambos; se lo ve con su conjunto marinero gris y celeste con una mariposa rosa en la mano; se lo ve bailar al ritmo de Tiburón bebé; se lo ve dormir en el sillón en brazos de su padre, que también duerme, mientras Nadia aprovecha a fotografiarlos.
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Kai Toledo tiene un año y cinco meses, lleva un nombre neutro de origen hawaiano que marida con sus ojos y que significa mar.
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Nadia y C. (la inicial de un nombre que prefiere no develar) estudiaron la Licenciatura en Trabajo Social. Se conocieron en un empleo que compartieron hace algo más de 13 años. Se enamoraron, se fueron a vivir juntas. Hacía tiempo que venían pensando en la posibilidad de tener un bebé a través de fertilización asistida: habían elegido el método de Recepción de Ovocitos de la Pareja (ROPA): se recurre a un donante de semen, uno de los miembros de la pareja dona sus óvulos y la otra los recibe en su vientre y lleva adelante la gestación.
Cuando se fue acercando el momento de concretarlo, ya con la aprobación médica, sobrevino una revolución. C., hoy ya con su DNI rectificado como Máximo Uriel C. Toledo, rememora aquellos días. “Fue un quiebre para mí. Pensar que iba a concretar el deseo de un hijo y que yo estaba mal, con este secreto. ¿Qué le iba a legar, qué le iba a decir del género? Era terrible pensarlo”.
Max recuerda que trabajaba en un equipo de orientación docente cuando se reavivó ese malestar que traía de chico. “La venía pasando muy, muy mal en habitar el género y me daba cuenta de que la escuela reproducía cosas por las que había sufrido mucho”, dice desde su habitación este morocho de pelo corto, barba apenas crecida, en la primera conversación por videollamada, aún en tiempos de restricción por pandemia.
“Empecé a darme cuenta de lo que me había pasado, de que se seguía sancionando a los pibes por lo mismo. Ahí me puse a investigar más sobre géneros, a leer materiales, iba a encuentros y charlas y, en algún momento, caí en lo que es ser trans, en las niñeces trans. Y me empecé a recontra indignar porque no había un solo dispositivo en las escuelas que habilitara el ser trans”. Fue como un espejo. Se pudo ver. Se reveló con certeza su identidad negada.
Él lloraba mucho cuando llegó Nadia a casa. No, no eran problemas laborales esta vez. Como pudo le dijo que era un varón trans, que desde su infancia había escondido esa identidad masculina y que ahora había podido ver a ese chico que no fue. Y rememoró a aquel niño que nadie entendía, que pedía cortarse el pelo bien corto, que tuvo inexplicables crisis de ansiedad a los 7 u 8 años, que rompía las fotos en donde aparecía, que no soportaba la ropa interior, que prefería el perfume Paco a Coqueterías, que escribió a los 11 años en su diario íntimo que tenía “alma de hombre”, que se tenía que matar porque eso estaba muy mal, que se estaba volviendo loca.
“Hoy después de años de terapia sé que en realidad estaba todo bien conmigo, con lo que yo sentía. Simplemente faltó que alguien me dijera: ‘Che, por ahí sos transgénero’. Hubiera tenido una infancia mucho más saludable”, reflexiona hoy Max, como prefiere que lo llamen, quien se define como papá trans o xadre (ni madre ni padre), no binario, transfeminista y bisexual.
Para Nadia esa confesión de su pareja fue “un montón, una revolución”. Sintió una ruptura de sus construcciones sobre lo femenino, lo masculino, su identidad como lesbiana feminista. “Quedé desestructurada. Y aparecieron un montón de cuestionamientos, de si seguir la relación, del proyecto de maternidad”, dice, desde el otro lado de la computadora esta amable libriana, de 39 años, que tiene un aire infantil con su cascada de pelo lacio, de raya al costado peinado con una hebilla. Viene de bailar en la cocina con Kai, que desde que despierta la mira invitándola a que siga su ritmo.
Fueron muchas las conversaciones, ninguna fácil. Max dice que escuchó de su compañera que, si quería ser otra persona, ella no iba a poder acompañarlo. “Yo quiero ser yo mismo, llevar mi identidad al máximo”, dice que respondió entonces, y se sonríe cuando se explaya en las razones del nombre que eligió para su vida adulta. “Son diez años juntos. ¿Tan poco es el cariño, que me querías con una identidad, pero te estoy diciendo que yo soy esto y no va más? Le dije: ‘No te puedo obligar a estar conmigo y yo no puedo obligarme a ser algo que a vos te hace bien, te queda cómodo, pero a mí me está matando’”.
De a poco Nadia fue despejando sus emociones: “Tuve claro que este era un proyecto pensado junto con Max, lo trabajé también en mi terapia. Empecé a pensar que no podía anticipar qué me iba a pasar con sus cambios, pero sí quería animarme a atravesarlo”. Lo sintió así: “Pensamos juntos la maternidad y él es la misma persona con la que la proyecté”.
Max tenía un miedo atroz de quedarse sin su pareja. “Era lógico lo que me decía, al menos desde una relación sexo afectiva, decirme que no sabía lo que le iba a pasar. Lo entendía, pero me hacía remal: sentía que me quedaba sin familia”, rememora. “Tengo dos deseos, le dije: ‘Uno, tener a mi hije, que si lo tengo con vos será y si no lo voy a tener igual, de otra forma. Y, el otro, es vivir mi identidad. Los dos están de la mano. Si a vos te suena raro es tu interpretación, pero a mí me pasa esto’”.
Sus pensamientos y sus palabras discurren como una corriente irrefrenable: “Cuando sos chico no sabés si tus padres te van a acompañar; cuando sos adulto no sabés si la relación que construiste que es tu techo, tu estabilidad, no sabés si te acompaña; nunca es el momento para que podamos decir ey, no es mi identidad hasta acá llegué; si sos chico porque sos chico, si sos adolescente porque estás probando, si sos adulto es demasiado tarde; lo lamento, pero las personas trans no podemos estar todo el tiempo entendiendo a las personas cis”.
Con lágrimas, ella dijo: “Yo quiero. Quiero tener un hijo con vos y veremos cómo se va transformando nuestra relación”. Y siguen juntos, aunque de otra forma.
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Después del cimbronazo, tuvieron claro que elegían esta familia y que la crianza del nuevo integrante sería sin marcación de género, algo inédito en el país. No solo Max traía su dolorosa experiencia de aquellos años de infancia, que empezaba a remediar con su transición; Nadia tampoco la había pasado bien al intentar cumplir con las exigencias “de las nenas”: siempre se identificó más con los varones, le gustaba jugar al fútbol, detestaba las conversaciones de chicas sobre novios y ropa, los cumpleaños de 15 y sus vestidos de fiesta fueron una tortura. Se prometieron que, para Kai, al menos los primeros años de socialización serían distintos.
Desde el momento de la concepción pensaron en Kai como una persona no binaria, que no se encasilla dentro del género femenino ni masculino. Eligieron un nombre neutro y se negaron a acompañarlo con otro que demarque el género; se refieren a Kai como su hije, bajo el pronombre elle.
“¿Qué va a ser, nene o nena?”, les preguntaban cuando veían la panza crecida de Nadia (por decisión de la pareja, ella fue fecundada con óvulos de Max y esperma de un donante anónimo). “No sabemos”, respondían, aunque lo supieran. Entonces, venían los típicos comentarios en función de la forma de la panza, los antojos de la madre, la posición de los astros. “Nos matábamos de risa”, dice Max. “Se confundían todos”, añade.
Según observan, si bien el Estado empieza a reconocer derechos de las personas LGBTIQ+, aún sostiene principios cis-sexistas, es decir, se basa en la anatomía de los cuerpos, sobre todo en la genitalidad y los cromosomas, y presume que una persona va a ser cisgénero (es decir, acorde al género que le asignaron al nacer).
Inmediatamente después del parto pudieron experimentar la fuerza del género. En el sanatorio vieron la genitalidad y se activó todo el dispositivo: celeste o rosa. “Si ven una vulva y dicen: es una nena, o ven un pene y determinan que es un nene lo que están haciendo es presumir que esa persona va a ser cisgénero”, reflexiona Max, que no bien nació su hije fue a corregir el cartel que daba la bienvenida en función del género asignado. Plantó una “x” donde había una “a” o una “o”, información que no develan. “Es un recién nacido, no me vengan con cosas así”, les dijo a las enfermeras.
Parientes y amistades se despistaron al principio, tal vez a alguien pudo no haberle gustado, calculan. “Nos pusimos firmes: con los colores, la ropa, los juguetes usen la imaginación porque esta es la forma en que nosotres queremos criar a nuestro hije”, cuenta Max que les dijo en el sanatorio. Y empezaron a traer ropa que no era ni rosa ni celeste (aunque usa indistintamente esos colores) y, con los regalos, también: le llevaron objetos que no están atados al género, justamente porque la desconocen. Las personas que se acercan a Kai se ven obligadas a adoptar una mirada por fuera de lo binario.
La explicación es clara para Max y Nadia. “Nosotres no presumimos nada sobre el género de Kai, lo vamos a escuchar decir lo que tenga para decir. Nos parece por lo menos prudente en los primeros años de vida mantener el género asignado en la privacidad nuestra”, dice Max. Por ahora pueden hacerlo con relativa facilidad porque no hay instituciones, como la escuela, de por medio.
La pareja primeriza recuerda aquellos días hogareños intensos, una especie de combo hormonal. Nadia atravesaba el puerperio, Max iniciaba la hormonización que aún hoy sostiene y que le permite ir modificando su cuerpo acorde a su identidad de género, y a los 6 días de vida de Kai se decretó el aislamiento social por la pandemia de coronavirus. “Nos habíamos propuesto criar a Kai a nuestra manera, sin que se metieran los familiares y un poco nos ayudó la pandemia”, dice Max. Fueron días intensos, solitarios y de reconexión familiar.
Si bien en el barrio muchos ya los conocen, cuando salen a pasear en el cochecito suele ser una aventura. “Es un camino nuevo, es difícil. Siempre la pregunta es: ¿nene o nena? Y esas son las cosas que nosotros tuvimos que romper para poder ser quienes somos”, dice Nadia, siempre con un tono calmo que parece capaz de recomponer cualquier conflicto. Tal vez un aprendizaje de la docencia, el trabajo social y la astrología, sus ocupaciones diarias.
Hay gente que ya no pregunta. También ocurre que hay quienes no preguntan, pero se los escucha debatir sobre el género de Kai. Y, otros, aún insisten. La pareja va respondiendo, según el momento; a veces, prefiere no decir nada y esperar los comentarios. Cuando no tiene cosas rosas es varón, si tiene el pelo un poco largo es mujer, si anda con su mariposa rosa también es niña, si lleva el osito de peluche celeste es varón, y así. “Y de acuerdo a lo que identifican como nene o nena son los comentarios que te hacen. Nenas, qué compañeras son. Varón, este va a ser…”, relata Nadia.
Las anécdotas surgen a diario. “El otro día en la plaza tenía una remera celeste: ‘¡Ay, qué lindo, mirá qué fachero!’, comentaba una señora. Pero Kai agarró su pony. ‘¡Es una nena!’, la corrigió, algo incómodo, su compañero. ‘¿No ves que tiene un pony?’”. Max y Nadia observaban divertidos el desconcierto. “Me ha pasado de responder: no sabemos, es un niñe. Nos miran y no saben qué hacer con nuestra respuesta”, dice Nadia. Hacen silencio, cambian de tema.
Tanto Nadia como Max se fueron quedando con los seres queridos que los acompañan amorosamente en esta decisión de vida. La suya es una militancia cotidiana con la crianza de Kai y también en los espacios públicos en los que participan, como el grupo de Xadres, familias sin moldes; la red de paternidades trans; la comisión de diversidad que Nadia formó en su espacio de trabajo, el consultorio de diversidad que Max integra en Moreno. No sin costos –aclara Nadia– apuesta a la visibilidad: “Creo que es el único camino para que las cosas se vayan modificando. Si no es volver a meterse adentro y hacer de cuenta que somos todos iguales y, ahora, pasamos a ser una pareja heterosexual que tranquiliza al afuera, pero nos mete de nuevo en casilleros a los que no pertenecemos”.
Por estos días, las historias de Max en la red social Facebook lo muestran recuperándose de una mastectomía (extirpación de las mamas). Su cuerpo empieza a parecerse al que siempre vio como su cuerpo de varón. “Medicación, vendas, indicaciones”, postea esta semana de inicios de agosto, seguido del hashtag Transgénero (hace un tiempo mostraba una foto de pantalla partida entre C. y Max, con un texto que reivindica quién fue). Al día siguiente trae un recuerdo de hace un año con Kai. “Lo más hermoso de mí”, escribe sobre una selfie sonriente de ambos.
Nadia está presente. “Para mí la familia es un grupo de personas que se acompaña en la vida desde un lugar amoroso. Se pueden tener ideas compartidas e individuales, pero desde algún lugar eso se acompaña. Pueden no ser lazos sanguíneos. Es una construcción”, reflexiona.
Intentan dejar atrás un modelo familiar que, si bien no los sancionó, no pudo abrazarlos y les generó un vacío emocional que buscan curar.
Más información:
Xadres, familias sin moldes: un lugar de encuentro y reflexión para familias diversas.
Red de paternidades trans: espacio de acompañamiento, orientación e información dirigido a pares en crianzas o camino a la paternidad, sus familias y profesionales.
Para leer: El Manual de atención de la salud transgénero recoge años de experiencia del Grupo de Atención de Personas Transgénero (Gapet) del Hospital Durand, coordinado por Adrián Helien, médico especializado en sexología clínica y educación sexual. En sus páginas, hay mucha información y se aborda la temática familia y transgénero, niñez trans y no binaria, entre otros temas.
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