La irrupción del coronavirus en el mundo cambio la dinámica del ser humano; tras la cuarentena, un grupo de ellos aún siguen aislados
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Rafael A.* recuerda las últimas tres veces que salió de casa como si fuera hoy. “Paseé al perro en la cuadra de mi condominio, fui a sacar copias de documentos en una tiendita y tuve que ir a un shopping”, cuenta. Estos episodios ocurrieron en marzo de 2020. Desde entonces, nunca ha salido del departamento de 45 metros cuadrados que habita en la Zona Norte de Río de Janeiro.
Para Rafael, la necesidad de permanecer encerrado por la pandemia de Covid-19 hizo que su propia casa se convirtiera en una prisión, de la que aún hoy no puede salir, por temor a contagiarse de coronavirus y desarrollar la enfermedad más grave. “Extraño mucho sentir el sol, ir al supermercado, ir al centro comercial”, dice.
Como prueba viviente de este período, guarda varias botellas de alcohol que compraba para desinfectar alimentos u objetos, y una bolsa donde acumula la mayoría de los cabellos que comenzaron a caerse de su cabeza con mucha frecuencia durante este período.
Cuando se puso en contacto con BBC News Brasil para contar su historia, Rafael esperaba poder desahogarse, además de ayudar a otras personas en todo el mundo, que se encuentran en situaciones similares.“¿Cuántas personas podrían estar atrapadas en casa ahora mismo, sentirse solas y no tener el apoyo necesario para salir de esta situación?”, se pregunta.
Cambio de hábitos
A sus 38 años, Rafael relata que ya hacía un tratamiento psicológico mucho antes de que estallara la pandemia, y podía salir de su casa con normalidad. Otras crisis de salud recientes, como la gripe H1N1 en 2009 y el zika en 2015, no habían tenido un impacto tan grande en su rutina ni habían cambiado sus hábitos.
Rafael trabaja como freelancer: da asistencia y apoyo a una persona con autismo, a la que ayuda con los trámites y las tareas del día a día. Con la pandemia, todas las tareas pasaron a hacerse de forma remota, con intercambio de mensajes y llamadas.
De hecho, con la necesidad de un confinamiento por la propagación del virus, esta persona con autismo comenzó a ayudar mucho al propio Rafael, brindándole apoyo emocional y ayudándolo con tareas básicas, como llevarle algunas compras de supermercado.
Antes de la propagación del Covid, Rafael compartía el departamento con su madre y dos sobrinos. Sin embargo, el recrudecimiento de la pandemia, la necesidad de quedarse en casa y las exigencias de redoblar los cuidados de higiene generaron algunos conflictos entre ellos, lo que hizo que los otros tres familiares cambiaran de domicilio en 2020.
Durante ese período, Rafael desarrolló todo un sistema para adaptarse al día a día. En el pasillo de entrada de su departamento, que da acceso a la sala de estar, colocó un pequeño baúl que delimita hasta dónde pueden ingresar mensajeros y familiares. Al lado del baúl, instaló una mesa. Aquí es donde se dejan los pedidos de comida y farmacias. También hay bolsas con basura reciclable que se acumulan y solo se tiran cuando pasa alguien que conoce y se las lleva.
Sin embargo, cuando ocurren estas visitas, Rafael nunca se encuentra en el mismo ambiente. Al enterarse de que viene alguien, deja la puerta principal abierta y se encierra en la habitación hasta que la persona se va. Al principio, la preocupación por la higiene era tan grande que incluso pedía comida a través de aplicaciones de entrega, pero, por temor al coronavirus, volvía a poner la comida en el horno.
“Muchas veces comía bocadillos y papas fritas quemadas porque dejaba la temperatura demasiado alta o por mucho tiempo”, dice. “Hoy he mejorado un poco y ya no siento la necesidad de llegar a ese punto”, agrega.
Miedo
En estos dos años y medio de pandemia, algunos episodios han reforzado aún más los temores de Rafael. Uno de los principales fue la muerte por Covid-19 del comediante Paulo Gustavo, en mayo de 2021. “Siempre he sido un gran admirador de su trabajo y pensé: ‘Si se muere un tipo rico como ese, imagínense lo que me puede pasar a mí, que no tengo dinero’”, recuerda.
Otro momento decisivo tuvo que ver con la vacunación contra el Covid-19. Cuando las dosis estaban disponibles para su grupo de edad, Rafael se enfrentó a un verdadero dilema: por un lado, sabía que las vacunas garantizarían una mejor protección contra el coronavirus; por otro lado, no se sentía cómodo saliendo de casa, exponiéndose y acudiendo a un centro de salud.
Comenzó entonces una verdadera epopeya en la que Rafael y sus compañeros y familiares intentaron convencer a un profesional de la salud para que acudiera al apartamento y le administrara allí la vacuna. Después de mucho buscar, en diciembre de 2021, dos enfermeras de una clínica de salud familiar del barrio finalmente acudieron a la casa de Rafael, quien las recibió vestido con ropa especial, la que usan los científicos en situaciones de emergencia y con alto riesgo de contagio.
El proceso se repitió unas semanas después, en enero de 2022, cuando necesitaba la segunda dosis. “Tenía miedo de tener una reacción y tener que ir a un hospital, pero por suerte no sentí nada”, dice. Y es precisamente por el miedo a los eventos adversos —además de la dificultad de convencer al equipo de un puesto de salud para que acuda al apartamento— que Rafael aún no se ha puesto la tercera dosis de la vacuna que protege contra la covid.
¿Cuál es el límite?
Rafael se angustia al ver que la gente está volviendo a la vida y abandonando todas las restricciones que han marcado los dos últimos años, como el uso de mascarilla, la higiene de manos y el distanciamiento físico.
“La pandemia no ha terminado”, apunta. “En el Carnaval vi a la gente de lejos, a través de la ventana del apartamento, celebrando, todos muy felices. No lo puedo entender”, admite. Consultado sobre en qué situación cree que estará dispuesto a salir de casa y retomar la rutina, Rafael dice que revisa todos los días las noticias y gráficos sobre las muertes por covid registradas en Brasil.
“Para mí, el número ideal sería cero. Pero creo que a lo mejor me sentiré un poco más cómodo para salir cuando vea entre cinco y diez muertos por covid”, estima. Además del seguimiento psicológico semanal, dice que también hizo citas con el psiquiatra, quien le recomendó el uso de medicamentos para aliviar la ansiedad. Pero el miedo a sufrir algún efecto secundario —y tener que ir a urgencias— le hizo desistir de la idea de iniciar un tratamiento farmacológico.
Más común de lo que se piensa
A pesar de llamar la atención, la historia de Rafael se repite, en mayor o menor medida, con otras personas, según expertos con los que habló BBC News Brasil. Aunque no hay estadísticas oficiales sobre a cuántos les cuesta salir de casa y retomar su rutina en esta “nueva normalidad”, el psiquiatra Rodolfo Furlan Damiano, que no trata directamente con Rafael, admite que “esas historias aparecen en la rutina diaria de la oficina”.
“Son casos muy particulares, vinculados con un aumento en la prevalencia de los trastornos mentales en los últimos años”, contextualiza el médico, quien realiza un doctorado en el Instituto de Psiquiatría (IPq) de la Facultad de Medicina de la Universidad de Sao Paulo.
Damiano explica que, en los primeros meses de la pandemia, hubo incluso una disminución de padecimientos como la ansiedad y la depresión. “Cuando nos enfrentamos a un gran problema colectivo, la tendencia inicial es a olvidarnos de las otras dificultades de la vida y enfocarnos solo en eso. Esto, en cierto modo, suma y genera sentido de pertenencia”, detalló el profesional.
“Pero a medida que pasa la pandemia sucede otro fenómeno. Vuelven las dificultades anteriores, que estaban latentes, y agregamos todos los dilemas extras relacionados con ese momento”, agrega. Y, para las personas que ya tienen algún tipo de vulnerabilidad, todo esto representa una carga emocional muy alta, explica Damiano. “Algunas personas pueden tener dificultades para adaptarse nuevamente y desarrollar condiciones como ansiedad, depresión o fobias”, concluye.
“El mayor confinamiento de la historia”
El profesor Paul Crawford, del Instituto de Salud Mental de la Universidad de Nottingham, en Reino Unido, coincide en que el encierro prolongado y el aislamiento social tienen varios efectos nocivos sobre el bienestar, pero afirma que existen antídotos que ayudan a lidiar con esta condición.
En 2020 escribió un libro llamado Claustrofobia: sobreviviendo el encierro durante la pandemia de coronavirus, en el que exploró este tema en detalle. Crawford define lo que hemos vivido en los últimos dos años y medio como “el mayor confinamiento de la historia”.
“Para algunos, quedarse en casa fue bienvenido y brindó la oportunidad de profundizar las relaciones con personas cercanas, como parejas e hijos. Para otros, la falta de contacto físico y la interminable comunicación digital tuvo un impacto emocional muy negativo”, compara.
Al recordar situaciones y episodios en los que las personas también están aisladas, como en prisiones, secuestros, viajes alrededor del mundo o vuelos espaciales, Crawford cita algunas estrategias que pueden funcionar y son buenas para la mente. “En estos contextos, tener una estructura, establecer metas y crear propósitos para cada día son factores cruciales”, le dice a BBC News Brasil.
“También es importante tener acceso a áreas verdes, aceptar psicológicamente la ‘nueva normalidad’, ajustar las necesidades a la realidad, conectarse con otras personas, aunque sea en medios digitales, percibir el hogar como un santuario -y no como una prisión-, cuidar la salud, especialmente la alimentación y el ejercicio físico, y realizar actividades creativas y artísticas”, añade.
Crawford comprende la dificultad que algunos pueden sentir cuando se relajan las restricciones y la gente regresa a las calles.“Muchos sienten ansiedad ante la posibilidad de tener contacto con el virus, ya sea por alguna vulnerabilidad de salud o por la muerte traumática de conocidos, amigos o familiares”, describe. “Y algunos han convertido su hogar en un santuario tan cómodo y perdurable que, quizás, prefieren seguir viviendo adentro”.
El investigador cree que “todavía no se ha establecido una línea clara sobre cuándo un comportamiento así, basado en un confinamiento voluntario, es comprensible o patológico”. “Lo que han hecho la pandemia y el confinamiento más grande de la historia es intensificar y hacer más palpables las formas en que el aislamiento social puede conducir al declive mental y la calamidad, y cómo el sufrimiento y los desafíos mentales a menudo llevan a las personas a aislarse o esconderse socialmente”, concluye el experto.
No está en tu cabeza
Para Damiano, ante la dificultad de retomar la rutina, el umbral entre la salud y la enfermedad está definido por la pérdida de la libertad. “Cuando la persona ya no puede tomar sus propias decisiones y el contexto en el que vive es fuente de sufrimiento y angustia, ha llegado el momento de buscar un profesional de la salud”, indica.
La consulta con el psiquiatra y el psicólogo es fundamental para diagnosticar el trastorno, investigar los orígenes del problema y, por supuesto, iniciar el tratamiento más eficaz. Algunos casos se resuelven con psicoterapia. El método consiste en sesiones estructuradas de conversaciones con un especialista, quien analizará comportamientos, emociones y pensamientos para cambiar lo que no es ideal.
En otros, la medicación también es fundamental para complementar este proceso y estabilizar el cuadro. Damiano insiste en que, como ocurre con cualquier otra enfermedad, los trastornos mentales deben tratarse con respeto: tener depresión o ansiedad no es “solo algo que está en la cabeza” o “un tema de fuerza de voluntad”, como algunos dicen de manera equivocada.
“Son problemas que cualquiera puede tener, y es importante que la gente busque ayuda cuando sienta la necesidad”, señala. Entre miedos y adaptaciones, Rafael sigue viviendo su vida, con la esperanza de algún día volver a sentir el sol. “No estoy loco. No robo dinero. No hago daño a la gente. Sé hablar bien”, dice. “Pero mi situación siempre me hace pensar en otras personas que pueden estar en una situación similar, o personas con ansiedad, bipolaridad o esquizofrenia, que quizás no tengan el apoyo de nadie”, concluye.
*El apellido de Raphael se ha omitido para proteger su identidad.
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