El cineasta llegó a Buenos Aires para hacer una película y, luego de un año de filmación, dejó funcionando Jardín Escondido: su hotel boutique y su hogar lejos de casa.
Producción: Violeta Quesada | Fotos: Daniel Karp | Texto: Verónica Mariani.
De poco sirve querer entender los caprichos del destino. A veces las cosas pasan y punto. Por ejemplo, una simple idea puede llegar a convierte en guión y, éste, en un pasaje aéreo sin escalas. Por supuesto, eso no es algo inusual para un gran director de cine como Francis Ford Coppola, pero quedan más eslabones en la historia.
Por empezar, no quiso alojarse en un hotel: prefirió una casa que representara fielmente la idea de bohemia y arquitectura porteña que habitaba su imaginario. Así llegó fue como llegó a una construcción de 1920 (originalmente cinco PH) que, en años recientes, los arquitectos Horacio Menéndez y Javier Figueroa habían reformado para unificarlos. El lugar en pleno Palermo terminó convirtiéndose en su hogar por un año mientras filmó la película Tetro y, más adelante, en Jardín Escondido, un hotel boutique que puede alquilarse por entero, por sectores o, lógicamente, también por habitación.
El director estadounidense y su mujer, Eleanor, compraron y moldearon la propiedad a piacere. Juntos conocieron artistas y personajes locales, y recorrieron locaciones, anticuarios, mercados de pulgas y locales de decoración de fuerte impronta local –como Arte Étnico Argentino de Ricardo Paz–, seleccionando los objetos y muebles que otorgarían la esencia a Jardín Escondido. Para cuando se anunció el último "¡corte!" de la ambientación del hotel y sus jardines, Coppola no tuvo que editar nada.
LA NACION