Estas especies también anidaron en el Ártico y vivieron con temperaturas por debajo de -10 °C
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Era pleno invierno bajo un cielo melancólico en Alaska. Por un lado se extendía el río Colville. Por el otro, un acantilado de roca congelada gris peltre que se alzaba sobre cientos de kilómetros de tundra desolada. Armado con una piqueta y crampones, azotado por los gélidos vientos del Ártico con temperaturas que rondaban los -28°C, Pat. Druckenmiller buscaba algo especial.
Era 2021 y solo llegar hasta el acantilado había sido una expedición extrema. En este remoto rincón del norte de Alaska no hay carreteras, por lo que el paleontólogo y sus colegas de la Universidad de Alaska viajaron hasta allí en motos de nieve y establecieron un campamento cerca. Hacía tanto frío que cada tienda estaba equipada con su propia estufa de leña. Durante las siguientes semanas, el equipo lucharía constantemente para no congelarse, contra desprendimientos de rocas y osos polares hambrientos.
Pero valió la pena: Druckenmiller finalmente encontró lo que estaba buscando. Enterrado dentro de los estratos del acantilado, a unos 15 metros sobre el río, había una sola capa de arcilla y arena, de unos 10 cm de espesor. Hace unos 73 millones de años, cuando se depositó el sedimento, el mundo era más cálido que ahora, pero la región habría estado aún más al norte.
Mientras que hoy en día esta parte de Alaska recibe algunas horas de crepúsculo cada día durante el invierno, en aquel entonces estaba sumida en la oscuridad total durante cuatro meses al año. La temperatura caía regularmente por debajo de -10 °C, con nevadas ocasionales.
Y, sin embargo, ocultos dentro de esta veta limosa se encuentran los últimos restos de una época extraña en la historia: pequeños huesos y dientes, de apenas unos milímetros de diámetro, que pertenecieron a la descendencia de los gigantes. Aquí es donde miles de dinosaurios hicieron sus nidos, y los fetos no eclosionados que no lo lograron todavía están allí hasta el día de hoy.
“Es probablemente la capa de huesos de dinosaurio más interesante de todo el estado de Alaska”, dice Druckenmiller. “Prácticamente vivían en el Polo Norte”.
Dinosaurios en clima frío
Aunque tendemos a pensar en los dinosaurios como criaturas tropicales -monstruosos reptiles con dientes que patrullaban los bosques y pantanos del mundo cuando el planeta era cálido y húmedo-, los científicos se están dando cuenta cada vez más de que esto no es del todo correcto.
También había dinosaurios en lugares más fríos, y queda claro que estaban lejos de ser visitantes ocasionales de buen tiempo. Desde Australia hasta Rusia, los científicos ahora desenterraron decenas de dinosaurios que pueden haber vivido alguna vez en zonas gélidas extremas.
Estos dinosaurios no solo se aferraban a los límites de su rango habitable, sino que, en lugares como Alaska, prosperaban. Los hallazgos tienen implicaciones mucho más allá de las extrañas escenas que evocan. Con cada nuevo descubrimiento, los dinosaurios polares revelan información fascinante sobre la fisiología y el comportamiento del grupo.
Y a medida que los científicos aprenden más sobre ellos, están ayudando a responder una de las preguntas más difíciles de la paleontología: ¿los dinosaurios eran de sangre fría o caliente?
Sorpresa
En 1961, Robert Liscomb cartografiaba las orillas del río Colville para la compañía petrolera Shell, cuando encontró algo inesperado: un puñado de huesos que sobresalían de los estratos del acantilado.
Supuso que debían ser de mamíferos, pero se los llevó de todos modos y los guardó en un armario. El mismo año, murió trágicamente en un desprendimiento de rocas. Durante dos décadas, los huesos fueron olvidados, guardados bajo llave en los archivos de la compañía. Mientras tanto, comenzaron a surgir restos de fósiles de dinosaurios en otros lugares del norte, incluidas huellas en la isla noruega de Svalbard.
Luego, en 1984, hubo un descubrimiento emocionante: científicos hallaron impresiones de piel y huellas de dinosaurios a lo largo de la misma ladera norte del río Colville donde Liscomb encontró la suya.
Con esto en mente, recuperaron los antiguos huesos guardados en el cajón y descubrieron que habían pertenecido a dinosaurios. Esto encendió un feroz debate entre los paleontólogos. Seguramente no podría haber habido animales de sangre fría tan al norte. Se estaban cuestionando suposiciones centenarias y las cosas se calentaban.
Al poco tiempo quedó claro que los huesos del río Colville no habían sido casualidad: los afloramientos a lo largo de sus orillas estaban repletos de fósiles de dinosaurios, más de los que se habían encontrado en cualquier otro lugar ártico o antártico del planeta.
“Y lo más importante, es de lejos el sitio de dinosaurios más polar”, dice Druckenmiller. La evidencia se volvió abrumadora. Incluso en aquellos primeros días, había abundantes fósiles de Edmontosaurus y un pariente no identificado del Triceratops, así como un solo diente del depredador Alectrosaurus, un tiranosaurio del tamaño de una morsa.
De hecho, hubo dinosaurios polares, aunque aún no se sabe cómo sobrevivieron. Afortunadamente, había una explicación fácil: solo vivían allí cuando hacía calor, emigraban
Al igual que sus primos lejanos, los gaviotines árticos de hoy en día, los animales podrían haber visitado los polos solo durante el verano. Algunos expertos sugirieron que viajaron hasta 3.200 km para ello.
Esta teoría se topó con un problema. En un día de verano a finales del Cretácico, una megamanada de hadrosaurios cruzó una llanura aluvial fangosa en el Ártico. Hacía alrededor de 10-12 °C, y estos herbívoros, equipados con picos desdentados para moler la vegetación y colas enormes y carnosas, acababan de sobrevivir a un duro invierno en el que las temperaturas descendieron casi hasta el punto de congelación.
Había miles de todas las edades: jóvenes, adolescentes y adultos. Es posible que su paseo por el lodo solo durara unos minutos, pero las huellas que dejaron pronto se cubrieron con más sedimentos y se preservaron para los próximos milenios, hasta que las encontraron en 2014.
Los fósiles estaban en una reserva natural de Alaska, cientos de km más al sur que los lechos óseos de Colville, pero aún dentro del Ártico. La presencia de huellas de dinosaurios jóvenes significó que, después de todo, probablemente permanecieron en la región durante todo el año: los más pequeños no habrían podido hacer frente a una migración prolongada. Sin embargo, no todos estaban convencidos.
Tarea difícil
Cuando el equipo comenzó a trabajar por primera vez en el sitio del río Coleville en Alaska, lo visitaban en el verano, cuando la temperatura es de 1 °C a 10 °C. Rápidamente descubrieron que esto estaba lejos de ser ideal. Entre junio y agosto, Alaska está repleta de mosquitos. Pero esta era la menor de sus preocupaciones.
Las paredes de los acantilados en las que trabajaron estaban compuestas en su mayoría de rocas fangosas unidas por permafrost. “Y hay suficiente calentamiento en el verano para que parte de ese hielo se derrita y estos acantilados puedan colapsar catastróficamente. Si estás parado debajo de uno de esos, se acabó el juego”, explica Druckenmiller.
Los científicos decidieron ir en invierno, lo que presentaba sus propios problemas. Trabajaban a solo 32 km del océano Ártico: simplemente hacía demasiado frío para acostarse boca abajo todo el día mientras examinaban los huesos de los dinosaurios bebés.
Poco después de que el equipo encontrara la capa de roca tan esperada, el silencio del paisaje vacío fue interrumpido rápidamente con el sonido de motosierras y martillos neumáticos. Primero, el equipo cortó algunos escalones en el acantilado para poder atravesarlo, luego se puso a trabajar tallando bloques enteros de sedimento de aspecto prometedor, en lugar de huesos específicos.
Estos se cargaron en trineos y motos de nieve, y se condujeron cientos de km a través de la tundra helada hasta el laboratorio. Una vez que estas muestras llegaron a la Universidad de Alaska, se lavaron para eliminar la arcilla. “Y luego, lo que queda es básicamente como una fracción de arena: observamos cada grano de arena bajo un microscopio en busca de pequeños huesos y dientes”, dice Druckenmiller.
“Este es un proceso muy lento que requiere mucho tiempo. Es algo así como buscar oro”, sostuvo. En el transcurso de una década, estima que su equipo ha observado millones de partículas de arena en la búsqueda de estos diminutos fósiles.
Residentes no migrantes
Lo que el equipo encontró fue extraordinario. “No teníamos solo uno o dos tipos de dinosaurios bebés, en realidad tenemos evidencia de siete grupos diferentes de dinosaurios, incluidos herbívoros y carnívoros, especies pequeñas y especies grandes”, dice Druckenmiller.
Es importante destacar que el hecho de que los dinosaurios estuvieran anidando significa que es casi seguro que no migraban cuando hacía más frío. Algunas especies comunes de dinosaurios, como los hadrosaurios, necesitaron seis meses para incubar sus huevos, por lo que si las madres comenzaron a sentarse sobre ellos en la primavera, sería casi invierno cuando eclosionaran.
Para anidar en el Ártico, pero evitar el invierno con sus meses de oscuridad, estos bebés habrían tenido que migrar miles de km inmediatamente de alguna manera. Simplemente no había suficiente tiempo. “Desafía la lógica. Estamos bastante seguros de que estos dinosaurios eran residentes durante todo el año”, dice Druckenmiller. Entonces, ¿cómo habría sido la vida de estos dinosaurios polares? ¿Y cómo lograron sobrevivir?
Misterio helado
Fue a principios de marzo en el Cretácico superior, en el bosque ártico abierto que finalmente se convertiría en el sitio del río Colville. Las ramas desnudas de las coníferas y los antiguos árboles ginkgo empezaban a brotar. Las manadas de hadrosaurios pastaban distraídamente en el follaje, mientras que los machos de Pachyrhinosaurus, parientes fornidos de los triceratops, desfilaban con la esperanza de atraer a una pareja.
De vez en cuando, la relativa calma podía verse interrumpida por una persecución y un graznido: un Nanuqsaurus hambriento, o “lagarto oso polar”, había logrado atrapar a un Thescelosaurus escamoso y con pico en sus fauces.
Cerca había una serie de nidos -posiblemente en viveros comunales, si los dinosaurios fueran como sus parientes del sur- donde los residentes locales incubaban sus huevos.
Parientes parecidos a aves de los velociraptores, los saurornitolestinos, se acomodaron sobre sus crías y es posible que hayan usado sus dientes especializados para acicalar sus plumas. Durante décadas o cientos de años, algunos de los dinosaurios que murieron en el área terminaron siendo arrastrados a un río o lago cercano.
“Pero el sedimento fue empujado de tal manera que estos huesos y dientes se concentraron en estos pequeños depósitos discretos”, señala Druckenmiller. Varios de los dinosaurios identificados en el sedimento de los sitios a lo largo del río Colville no se han encontrado en ningún otro lugar.
Por supuesto, esto no significa que no lo serán eventualmente, y tampoco prueba necesariamente que tuvieran adaptaciones especiales al frío. Pero es un hallazgo prometedor.
Caracterstícas propias
Druckenmiller cree que es probable que los dinosaurios de Alaska tuvieran al menos algunas características distintivas, como comportamientos que evolucionaron para ayudarlos a sobrellevar las condiciones del Ártico.
“Hay razones para creer que tal vez algunas de las especies más pequeñas, especialmente los comedores de plantas, tal vez algunos de estos eran lo suficientemente pequeños como para hacer una madriguera e hibernar durante el invierno”, dice.
Estos indicios tentativos provienen de los anillos de crecimiento en las secciones transversales de los huesos, como los de los troncos de los árboles, marcas que muestran cómo el patrón de crecimiento del animal varió de un año a otro. Si el crecimiento se detiene, como durante la hibernación, la brecha deja un anillo.
Según Druckenmiller, estas bandas distintivas se han encontrado en varios dinosaurios de las laderas del río Colville, algunos de los cuales pueden haber hibernado. Esto se suma a la evidencia de otros lugares de que los dinosaurios pueden haber tenido al menos algunas de las adaptaciones requeridas, como la de poder excavar.
En 2007, el esqueleto fosilizado de un Oryctodromeus, un dinosaurio del tamaño de un pastor alemán, fue encontrado junto a dos de sus crías en un pequeño y acogedor agujero en el suroeste de Montana.
Todo el lote había sido sepultado y permaneció allí sin ser perturbado durante unos 100 millones de años. Son parte del género Thescelosaurus, cuyos miembros también se han encontrado en el sitio del río Colville.
“Y el hecho de que tengamos parientes cercanos en Alaska sugiere que podría ser que estas especies también se entierran, pero para hibernar”, cree Druckenmiller. Desafortunadamente, probar esto sería extremadamente difícil, salvo que se encontrara otra madriguera en el Ártico.
Otra posibilidad es que los dinosaurios hicieran frente al frío como muchos mamíferos modernos, acumulando una capa de grasa corporal. Pero hay una adaptación que es más clara: cómo los dinosaurios regulaban su temperatura corporal.
¿Fría o caliente?
Los científicos estuvieron debatiendo si los dinosaurios eran de sangre fría o caliente desde que fueron descubiertos. En el siglo XIX, se suponía ampliamente que eran esencialmente reptiles ectodérmicos masivos: no podían generar su propio calor corporal y necesitaban tomar sol como los modernos.
Pero a medida que los expertos aprendieron más sobre la vida de los dinosaurios, y comenzaron a darse cuenta de que las aves modernas son esencialmente dinosaurios con pico y plumas, muchos comenzaron a cuestionar si esto era cierto.
Finalmente formaron un consenso de que los dinosaurios probablemente mantuvieron temperaturas en algún lugar entre los reptiles y las aves y, sin embargo, hasta hace poco todavía faltaba algo de evidencia sólida. Los dinosaurios del Ártico cambian todo esto.
“Una de las cosas que asumimos en toda esta historia es que estos dinosaurios eran casi con seguridad de sangre caliente, hasta cierto punto”, dice Druckenmiller. “Ciertamente, estos dinosaurios tenían cierto grado de endotermia: producían su propio calor interno. Y ese es un requisito previo para vivir en un ambiente frío”, remarca.
Sorprendentemente, nunca se encontraron restos fosilizados de reptiles en los lechos de fósiles de Alaska, solo aves, mamíferos y dinosaurios. “Ahora, si trabajas en Montana y estás buscando dinosaurios, en el camino encontrarás cocodrilos, tortugas, lagartijas… nunca hemos encontrado ni un indicio de esos grupos de sangre fría”, comenta Druckenmiller.
Por supuesto, no todos los dinosaurios eran necesariamente de sangre caliente. Hay evidencia de que la temperatura de su cuerpo puede haber variado tanto como 17 °C dependiendo del grupo, desde tan solo 29 °C a 46 °C. A modo de comparación, la mayoría de los mamíferos se encuentran en el rango de 36 °C a 40 °C, mientras que las aves son significativamente más cálidas, oscilando entre 41 °Cy 43 °C.
Sin embargo, las implicaciones son enormes. Los animales endotérmicos suelen compartir ciertas características, como tasas de crecimiento más rápidas y la necesidad de más alimentos. Pero, de manera crucial, se pensó que esto es lo que permitió a algunos grupos sobrevivir al enfriamiento global históricamente atribuido a la extinción de los dinosaurios.
Si los mamíferos y las aves pudieron soportarlo, ¿por qué no los dinosaurios del Ártico? A medida que la evidencia de los dinosaurios de Alaska comenzó a acumularse en la década de 1980, los científicos ya se estaban dando cuenta de que podrían necesitar otra explicación.
Hoy en día se cree que la verdadera razón por la que la mayoría se extinguió es su tamaño, lo que significaba que simplemente requerían más comida de la que había disponible.
La excepción fueron los dinosaurios “manirraptores “. Los miembros emplumados más pequeños de este grupo, los que pesaban alrededor de un kilogramo, pudieron adaptarse. Ahora conocemos este linaje como pájaros.
Con cada nuevo descubrimiento, estos dinosaurios casi polares revelan pistas sobre la diversidad y la resistencia de sus parientes en todo el planeta, y muestran que eran mucho más que lagartos gigantes.
*Por Zaria Gorvett
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