Sara tenía ocho años cuando encontró en la biblioteca una serie de textos que la dejó atónita; el hallazgo afectó su relación con él, pero lo superaron
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Sara Faith Alterman tenía una relación cercana con su padre, un hombre aparentemente mojigato y conservador. Luego se enteró de que estaba ocultando un secreto.
Sara creció en Boston, Massachusetts, en la década de 1980 y siempre sintió un vínculo especial con su padre, Ira.
“Mi padre y yo éramos muy parecidos”, dice. “Incluso (físicamente) nos parecemos mucho, lo cual es gracioso para mí ahora, que una niña pequeña podía parecerse a un hombre judío de 40 años. Teníamos los mismos rasgos faciales y el mismo cabello. En cierta forma, lo quería emular”.
Ira siempre sería la persona a la que ella acudiría si tenía un problema al que le quería encontrar una solución.
Le transmitió a Sara y a su hermano su amor por el lenguaje y los juegos de palabras: había trabajado como periodista en un periódico antes de dedicarse al marketing.
El tiempo en los viajes familiares por la ruta los pasaban con juegos de palabras y ritmos.
“De muchas maneras quería ser como él”, dice. “Así que absorbí mucho de esos juegos a los que jugábamos en el auto. Realmente encontraba divertido voltear las palabras y pensar en cosas nuevas, se sentía como una extraña habilidad paternal que muchos de mis amigos no tenían”.
A los padres de Sara les apasionaban los rompecabezas y organizar búsquedas de tesoros. Lo que no les gustaba era cualquier cosa que sintieran que pudiera amenazar la inocencia de sus hijos, por lo que todos los temas de adultos eran completamente tabú, especialmente el sexo.
“Mis padres se comportaban como si esas cosas no existieran”, dice. “Creo que nunca escuché a mi padre usar la palabra ‘sexo’ hasta que cumplí los 30”.
La situación empeoraba si estaban viendo un programa de televisión o una película que incluía una escena de amor.
“Mi padre decía: ‘¡Euch!’ y saltaba para cambiar el canal lo más rápido que podía o expulsar la cinta de la videograbadora”, recuerda Sara.
“A veces, si no podía mover la perilla del televisor lo suficientemente rápido, simplemente lo desenchufaba.
“Creo que no quería responder preguntas al respecto. También creo que le resultaba muy incómodo sentarse en una habitación con sus hijos mientras sucedía algo un poco sexy”.
Pero un día, cuando tenía ocho años, Sara hizo un descubrimiento que desafió todo lo que creía saber sobre él.
Un hallazgo sorprendente
Sola, en el estudio de la casa, y aburrida con el libro que estaba leyendo, Sara comenzó a hurgar entre las estanterías. Hasta ahora había sido demasiado baja de estatura para alcanzar las repisas superiores, pero entonces descubrió que estaba a punto de hacerlo.
En la esquina superior derecha, notó que escondido detrás de otros libros había un grupo de textos de bolsillo de colores brillantes, empaquetados muy juntos y claramente destinados a no ser vistos. “Pensé: ‘Bueno, obviamente esto es lo que voy a ver’”.
Su mano pasó por los que estaban al frente y agarró un puñado de los escondidos. No se parecían a ningún otro libro que Sara hubiera visto antes.
Sus portadas mostraban ilustraciones de “mujeres robustas y hombres muy entusiasmados que estaban sentados en el regazo y besándose”, recuerda. Si hubieran aparecido en la televisión familiar, su padre habría cambiado el canal de inmediato.
Muchos de los títulos tenían la palabra “sexo”; los más sosos incluían: “Cómo conquistar chicas” y “El manual de sexo para mayores de 30 años”.
En este punto, Sara escuchó que iban a llegar sus padres. Sabía que no debía mirar esos libros, así que fue a guardarlos. Pero luego se dio cuenta de algo que la desconcertó por completo.
“Vi en la portada de uno de los libros ‘por Ira Alterman’, que era el nombre de mi padre, y pensé: ‘Esperá un momento, ¿qué quiere decir esto? Mi papá no escribe libros’”.
De hecho, se dio cuenta de que su padre era el autor de todos ellos. “Fue muy confuso y no tuve tiempo para procesarlo porque necesitaba guardar los libros muy rápidamente”, cuenta Sara.
Me tomó un tiempo entender que, sí, mi papá había escrito estos libros sexys y traviesos que se suponía que no debía mirar”.
Eventualmente descubriría que, desde la década de 1970, los libros para adultos de Ira habían vendido millones de copias en todo el mundo y que se habían traducido a muchos idiomas. Pero definitivamente no podía preguntarle directamente sobre nada de eso.
Cuando trajo a casa una carta en la que la escuela solicitaba permiso para que pudiera participar en una clase de educación sexual, fue muy incómodo: Ira no pudo mirarla a los ojos mientras la firmaba. Por lo tanto, hablar de su actividad paralela como escritor era impensable.
“Creo que la mayoría de los niños tienen este momento en el que se dan cuenta de que sus padres no son intocables, no son superhéroes, no lo saben todo, y eso podría llegar al mismo tiempo que se produce la revelación que los lleva a entender: ‘Dios mío, mis padres tuvieron sexo, tuvieron sexo para tenerme, probablemente todavía lo tienen’”, cuenta.
Su relación con su padre también se vio afectada por la desconexión entre su carrera como escritor y cómo se presentaba en casa.
“Dejé de confiar en él de alguna manera porque sabía que el padre que él me estaba mostrando no era completamente representativo de la persona que era”, dice.
A escondidas
Sin embargo, cuando fue a la secundaria y se convirtió en una adolescente, Sara volvería en secreto a los libros de bolsillo ocultos.
Tenía su primer novio, pero estaba en la década de 1990 y obtener información sobre lo que podría suceder a continuación no fue sencillo. Y por extraño que parezca, los libros de su padre eran mejor que nada.
Aunque había un lado negativo: los títulos escritos por Ira eran parte de una serie más amplia de libros, todos de autores hombres, que presentaban a un personaje llamado Bridget.
“Bridget era una mujer gorda”, recuerda Sara, y el personaje fue blanco de las bromas sobre la noción de una mujer con sobrepeso siendo sexy.
Al mirar hacia atrás, Sara ahora se da cuenta de que esto le inculcó la idea de que las mujeres con sobrepeso no merecían ser objetos de deseo, lo que tuvo un efecto negativo en la percepción de su propio cuerpo.
“Fue más horrible saber que mi padre hacía estas bromas y que pensaba que las mujeres gordas no eran merecedora del sexo y del amor”, dice Sara.
Así que durante las siguientes dos décadas, aunque se mantuvieron cercanos, los libros de Ira siguieron siendo un tema tabú que Sara no podía discutir con él.
Con el tiempo, se fue de casa, conoció y se casó con un hombre llamado Sam, luego se mudó al otro extremo del país, donde ella misma se convirtió en una exitosa escritora.
Pero mientras avanzaba hacia su nueva vida, su padre parecía ir en la dirección opuesta.
Un cambio
A los 60 años, Ira perdió el trabajo de marketing que había tenido durante los últimos 30 años.
“Fue muy doloroso ver a un hombre, al que siempre había considerado como una especie de superhéroe, y que fue mi piedra angular para tantas cosas en mi vida, de repente luchar de una manera que no había visto antes “, recuerda Sara.
Mientras lo ayudaba con su búsqueda de trabajo, notó que algo no estaba del todo bien. “Papá me hacía las mismas preguntas una y otra vez y se frustraba mucho”, dice Sara.
Al principio pensó que era solo un signo de envejecimiento. Pero en una de sus visitas, se aterrorizó al encontrarlo conduciendo erráticamente. “Me asusté mucho, pero nuevamente atribuí todo esto a la vejez”.
El cambio más impactante en su comportamiento se produjo después de que Ira anunció que había dejado de buscar trabajo.
Sara se sintió aliviada al principio, pensando que esto significaba que su padre ahora felizmente se dispondría a vivir una jubilación anticipada. Pero luego dijo que tenía en mente una idea de negocio, que iba a empezar a escribir libros de nuevo.
Sara se quedó helada y le preguntó qué quería decir. ¿Escribir libros de nuevo? Y es que todavía ni siquiera le había hablado de su carrera como autor.
Ira le dijo que tenía una idea de un libro para niños, basado en un perro de la familia muy querido.
“Y luego añadió: ‘Y también quiero empezar a escribir libros como solía hacerlo, porque eran muy populares y voy a necesitar tu ayuda con ellos’”.
Sara le preguntó de qué hablaba, aunque sabía exactamente lo que quería decir, pero deseaba escucharlo de su propia boca.
En cambio, le dijo que se había inspirado en su reciente boda para escribir un libro llamado La novia traviesa, que estaría dirigido a “solteras y novias, para ser utilizado como guía práctica para complacer a su hombre en su noche de bodas”, cuenta Sara.
“Fue impactante para mí porque era la primera vez que reconocíamos estos libros y, además, nunca antes había escuchado a mi padre decir la palabra sexo o hablar de algo relacionado con la sexualidad”.
Al principio, Sara se negó a ayudar a su padre con esta extraña solicitud, pero pronto hubo una explicación para el dramático cambio de comportamiento de Ira.
En abril de 2014, cuando Sara tenía 34 años e Ira 68, recibió un correo electrónico de su madre. Ambos habían ido a ver a un neurólogo que le diagnosticó a su padre la enfermedad de Alzheimer.
Sara acababa de enterarse de que estaba embarazada y la noticia fue devastadora para ella. Voló a Massachusetts para hablar con el neurólogo.
Le dijo que el Alzheimer es un trastorno cerebral progresivo que destruye lentamente la memoria y las habilidades de pensamiento. Es degenerativo y terminal, haciendo que la capacidad de realizar las tareas más simples se vuelva imposible.
“Una de las cosas que dijo el médico fue que las personas con Alzheimer tienden a perder su gracia social”, dice Sara.
“Así que no te ofendas si tu papá comienza a ser inapropiado de alguna manera, o se comporta de maneras que no reconocés; eso es solo una característica de la enfermedad, no significa que tu papá de repente sea diferente o peor persona.”
A pesar de la tragedia del diagnóstico de Ira, esto fue un alivio para Sara. Finalmente comprendió por qué había comenzado a actuar tan fuera de lugar.
Así que Sara resolvió ayudar a su papá de la manera que sabía que podía y antes de que fuera demasiado tarde, accedió a ayudarlo a escribir sus libros.
Últimos proyectos
Aun no era fácil para ella: discutir sobre sexo con su padre todavía le parecía profundamente extraño, y todavía albergaba sentimientos de vergüenza y repulsión, emociones remanentes por la forma en que había descubierto sus libros cuando era niña.
Pero encontró una manera de dejar todo eso a un lado.
“Ni siquiera escribí gran parte de los textos, me dediqué principalmente a editar y a darle un feedback completo. Él me llamaba con ideas para nuevos libros o capítulos sobre cualquier tendencia o posición sexual o cualquier cosa en la que estuviera pensando en ese momento”.
“Atendía estas llamadas y lo asesoraba o me enviaba manuscritos impresos de sus libros y yo los revisaba, los editaba y asumía el rol de colaborador creativo, aunque a veces lo hacía literalmente con un ojo cerrado”.
Poco después, Ira anunció que quería volver a su ciudad natal de Perkasie en Pensilvania para ver todos los lugares que asociaba con su infancia feliz antes de que se olvidara de ello.
“Quería ir a los campos de béisbol dónde jugaba con sus hermanos, a un carrusel histórico que tenía estos hermosos caballos de madera tallados a mano”, evoca Sara.
“Él sabía que su vida estaba llegando a su fin y que el viaje era una oportunidad para pasar un tiempo realmente especial con ella”.
Hubo algo que añadió aun más emotividad a ese viaje por carretera, Sara estaba embarazada de seis meses.
Ira conoció a su nieto, pero sabía que nunca llegaría a verlo crecer.
Ira Alterman murió el 6 de julio de 2015, dos días después de cumplir 70 años. Poco después, se publicaron, con cierto éxito comercial, los libros para adultos, en cuya producción había pedido la ayuda de Sara.
Hubo otro proyecto en el que también pidió la colaboración de su hija.
Ira siempre les había contado cuentos antes de dormir a ella y a su hermano: “inventaba todo tipo de historias maravillosas sobre nuestra familia y nuestros gatos, o criaturas mágicas”, recuerda Sara.
Aunque todavía podía recordarlas, Sara y su madre lo ayudaron a escribir una colección de estas historias para que sus nietos las disfrutaran.
Al transcribir sus palabras, ella dice: “Me transporté de nuevo a ser una niña pequeña y estaba totalmente asombrada por la capacidad de mi padre para hilar palabras, de la misma manera que quedaba impresionada por su capacidad para tejer palabras cuando jugábamos los juegos de palabras en el automóvil”.
Sara escribió unas memorias tituladas Let’s Never Talk About This Again (No volvamos a hablar de esto nunca más) sobre su relación con su padre. Al final, incluyó uno de los cuentos para dormir de Ira, llamado El niño con el sweater feo.
El personaje principal lleva el nombre de Colin, el hijo de Sara. Aunque el niño crecería sin conocer a Ira, siempre tendría este recordatorio de su abuelo.
El pequeño Colin estaba realmente emocionado. Era su cumpleaños y su abuela le había enviado un regalo en una caja realmente grande.
“Oh, cielos”, pensó mientras se quitaba las bonitas cintas, lazos y el papel de regalo. “¡Esto va a ser genial!”
Metió la mano en la caja y sacó un gran regalo envuelto en papel de seda dorado. Rompió el papel y sacó… el sweater más feo que había visto en su vida.
“Ese es el suéter más feo que he visto”, gritó…
“A mi propio hijo le encanta esta historia”, dice. “Y así, en cierto modo, pudimos cumplir los deseos de mi padre de tener una conexión con sus nietos”.
Por Jon Kelly y Mariana Des Forges
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