Tuvo una exitosa carrera como organizadora de eventos; el estrés diario la llevó al límite hasta que su cuerpo dijo “basta”.
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Aunque en aquel entonces todavía no existía la carrera de Organización de Eventos en la Argentina, Marcela Messineo (51) supo destacarse en el rubro que luego se convertiría en profesión. Había dado sus primeros y firmes pasos como profesora de recreación para niños pero también como docente de aeróbica para adultos en el histórico complejo Coconor, en la costanera norte de la ciudad de Buenos Aires. “Ese trabajo tenía mucho de ser animadora: bailábamos, hacíamos juegos, torneos, clases multitudinarias, todo era muy lúdico”.
En 1996, gracias a la experiencia que había adquirido en ese espacio, viajó a trabajar a Club Med en Moorea, Tahití. Allí no solo hacía deportes, sino que también actuaba en obras de teatro todas las noches e ideaba originales actividades para los huéspedes.
Unos meses más tarde, ya de regreso en Argentina, un colega le preguntó si podía organizar una kermesse para un viernes informal en una empresa americana. “Claro que sí”, respondió entusiasmada. Tenía los proveedores conocidos y los animadores eran sus compañeros de Coconor. El evento resultó tan exitoso que la compañía volvió a contratarla para la fiesta de fin de año. Desde ese momento en adelante, el trabajo no paró de golpear a la puerta de su casa.
“Una cosa llevó a la otra y crecí muchísimo. Luego me hice más conocida, y dejé de lado lo puramente recreativo y comencé a trabajar para otras cuentas: bebidas alcohólicas, bancos y seguros. Armaba ideas y se las vendía a grandes organizadores de eventos”. En 2004 fue contratada por una gran compañía de eventos y su carrera continuó en ascenso.
“Trabajaba en algo que me divertía, era muy creativo, muy social, y encima ganaba muy bien. Impensado. Trabajaba 24 x 7, en las reuniones con clientes, en reuniones de equipo, salía de noche para ver qué había de nuevo, supervisaba las promociones y estaba en todo lo que más podía estar. No quería perderme nada. Comía parada, rápido, no me fijaba la calidad de los alimentos que ingería. Es más, no tenía paciencia en absoluto para sentarme a comer. Dormía lo que podía. Y siempre estaba muy ansiosa, pensaba mucho todo. Tenía plan A, B, C, D, E, por si algo fallaba en los eventos. Además, no hacía nada de ejercicio”.
Sin embargo y a pesar de que era consciente de que llevaba una vida lejos de los hábitos saludables -curiosamente o no- todos los años se realizaba sus chequeos médicos de rutina. “Y apareció una imagen sospechosa cerca del páncreas, detectada por una ecografía abdominal. Me derivan a un gastroenterólogo, y lamentablemente, fue una de las peores experiencias que tuve. Me acuerdo que fui sola a la consulta. No había tenido ningún síntoma. Pero algo encendió mi alarma interior ese día y la preocupación por mi salud se convirtió en un pensamiento obsesivo”.
Los ataques de pánico no tardaron en llegar. El primero de muchos que atravesó ocurrió un sábado a la noche mientras estaba en el cine. Minutos antes de que empezara la película sintió una sensación que la dejó paralizada. No pudo siquiera poner en palabras lo que le estaba ocurriendo. Terminó en la guardia del Fleni. Era un ataque de ansiedad.
“Ese fue el primero de muchos… Una vez iba a trabajar manejando por Panamericana y me dio otro. Tuve que dejar el auto y llamé a Marucho, un gran amigo que me acompañó en todo lo que vino después. Desde marzo hasta octubre estuve sin saber qué tenía. Eso era lo que había disparado ataques de ansiedad. Mi hija Muriel tenía entonces 5 años”.
Al poco tiempo, el médico que llevaba su caso le anunció que la imagen que habían detectado requería cirugía. Al mes siguiente la operaron. “Fue un shock tremendo, tuve mucho miedo, mucho. Me habían advertido que la operación era de riesgo, que iba a durar aproximadamente seis horas y que luego permanecería por dos días en terapia intensiva. Además supo que le iba a quedar una cicatriz de punta a punta en el abdomen y que tenía que tomar una medicación de por vida, 5 pastillas por día. Me tuve que preparar con mi psicóloga, Ana María, porque para mí era imposible visualizarme yendo a la sala de operaciones, sentía pánico”.
Una infancia que dejó huellas
Criada en Neuquén capital como hija única, Marcela recuerda una infancia lúdica y deportiva. A sus cuatro años había aprendido a andar en bicicleta, a los cinco comenzó con clases de patín y también hacía skate con su primo en el aeropuerto de la ciudad. Más adelante se animó a las danzas clásicas y españolas y a los nueve dio sus primeros pasos con la gimnasia deportiva. Ya en la adolescencia el tenis, el hockey, el esquí acuático y tradicional fueron los deportes que eligió.
“Me gustaba mucho festejar mi cumpleaños. Mi mamá se encargaba de todo: torta temática ¡y hasta tenía cambio de vestidos! Recuerdo con mucha alegría mis juegos en la casa de mis abuelos o en Alta Barda, el barrio de mi infancia”. En 1994 había obtenido su título en el INEF Romero Brest, CENARD de Profesora Nacional de Educación Física, especializada en discapacidad y tercera edad.
“Con 35 no sabía hacia dónde ir”
Finalmente había llegado el momento de enfrentar la realidad. Tenía cáncer de páncreas y había que extirpar el tumor que había crecido en ese órgano. Se internó en la clínica donde le practicarían la cirugía y pasó allí quince días. “Salí con 40 kilos y mucho dolor, eso no me lo olvido más. Mi hija empezaba primer grado y aunque yo estaba muy débil, estuve ahí para acompañarla. De a poco se me fueron las ganas de hacer eventos, necesitaba tranquilidad, pero también necesitaba comer, mantener a mi hija y pagar las cuentas. Estaba muy angustiada, con 35 años no sabía hacia dónde ir”.
Y fue en el lugar menos pensado -al menos para ella- donde un quiebre profundo y absoluto trajo más cambios a su vida. Había acompañado a su asistente a un taller de relajación. “Fue un antes y un después en mi vida, un quiebre absoluto. Tan grande me resultó la conmoción de cerrar los ojos y empezar a respirar para sentir quién era que lloré mucho. Sentí que había alguien ahí. Y era yo. Pero nunca me había mirado de esa forma. Desde ese momento mi vida empezó a ir hacia un camino con más amor, compasión y entendimiento hacia mí misma”.
“Pude parar y reflexionar”
Marcela estaba iniciando así un nuevo capítulo en su vida, se abrió a nuevas experiencias y a la posibilidad de continuar estudiando y aprendiendo. Se formó como instructora de Pilates Mat, Pilates Reformer, especializada en Embarazadas; también hizo el instructorado en Técnicas de Respiración Consciente y de Xtend Barre.
“Después de la operación tuve un nuevo comienzo. Gané tiempo de compartir mi vida con personas que me importan y hoy sé que nada fue aislado en todo lo que sucedió. Gané poder estudiar, entregarme a otras experiencias, poder expresar lo que viví, y compartirlo, es el sentido que le encuentro a todo. Como además soy curiosa, seguí estudiando y armé un entrenamiento a mi medida”.
Lo llamó Well Barre y lo pensó como un método de entrenamiento que combina pilates, danza, fitness y yoga. Tiene como objetivo principal bajar el estrés a través de ejercicios de respiración consciente. Hace siete años que Marcela se dedica a difundir su método en clases presenciales, congresos, seminarios, exposiciones y luego de la pandemia a través de plataformas como Instagram, Facebook, Zoom, entre otras.
“Además soy coach y acompaño a personas en procesos personales. Medito a diario, llevo una alimentación balanceada y acorde a mis actividades, leo, camino y tomo sol. Me gusta hacer deporte, viajar y pasar tiempo con mi familia y personas que me suman. Sigo tomando cinco pastillas a diario, que son las que me recuerdan lo sucedido. Pude parar y reflexionar y sobre todo agradecer porque la vida pasó a través mío y pude ver -con dolor- lo que tenía que aprender”.
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