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Hacía varios días que lo veía deambular por los alrededores de la fábrica de ladrillos huecos en la localidad de Allen, provincia de Río Negro, donde trabaja. Desde la ventana de su oficina ese perro que tenía todas las características de la raza Bloodhound (perro de San Huberto) había llamado su atención. Reconocible por sus párpados caídos y las largas orejas que le colgaban como péndulos, Marcelo no podía comprender cómo un cachorro con semejante porte vagaba solo todo el día.
“Nadia entendía cómo había llegado hasta ese lugar. Se sentaba en la balanza de la portería un rato y después salía a investigar. Es frecuente que aparezcan perros en esta zona. A muchos los rehabilitamos y los adoptamos para que vivan en la fábrica seguros, con techo y comida. Pero Saul era especial. Pregunté por la zona de quién era y nadie sabía. Seguí consultando hasta que di con el dueño que, mucho interés no tenía. Incluso algunos vecinos me habían asegurado que el perro estaba suelto todo el día, dormía bajo un auto viejo y comía lo que encontraba”.
“Los animales no son objetos”
Desde el primer momento, Saul había aceptado con agrado las caricias de Marcelo. Era un perro tranquilo, con un estilo tan único que hacía que todos se voltearan al pasar. Pero su humano responsable no lo veía de la misma forma. “Cuando fui a hablar con quien decía ser su dueño, me encontré con una persona que no tenia ningún interés en el perro. Lo había comprado de cachorro para que jugara la nieta. Le dije que le comprara juguetes, que los animales no son objetos y que por su irresponsabilidad Saul dormía en la calle, estaba por debajo de su peso y probablemente, de continuar en ese estado, terminaría atropellado en la ruta”.
Marcelo no estaba dispuesto a perder más tiempo y le comunicó al hombre que en ese mismo momento se iba a llevar a Saul a su casa para darle la vida que se merecía. El hombre le pidió dinero a cambio. Y como respuesta tuvo un no rotundo mientras veía cómo Saul se subía a la camioneta de Marcelo y emprendía camino hacia su nuevo hogar.
Entre el asombro y la ternura, el viaje se hizo llevadero. “Fue muy simpático durante el recorrido. Iba sentado como una persona en el asiento del acompañante. El portero de mi barrio se rió al verlo tan elegante en la camioneta”. Al llegar a la casa la reacción del animal fue increíble: corrió por el parque, se revolcó en el pasto, recorrió la casa, olfateó la piscina, el plato de comida que la señora de Marcelo le preparó en ese momento y se acostó en el piso calefaccionado como si hubiera vivido toda su corta vida en aquella casa.
“Ronca a pata tendida hasta que huele el desayuno”
Desde entonces Saul vive la vida que siempre debió haber tenido. Se levanta con el aroma del desayuno recién servido. “Yo me levanto a las seis de la mañana y preparo el desayuno. Como Saul duerme en el living, que está camino a la cocina, puedo pasar por arriba de él mil veces que sigue roncando a pata tendida. Eso sí, cuando apoyo la bandeja del desayuno en la mesa se despierta y viene a picar galletitas o fiambres. No falla nunca a un desayuno, almuerzo o cena”.
Saul vive con Marcelo, su esposa y dos gatos. Tres veces a la semana va a una guardería de perros para hacer sociales y jugar con otros de su especie, clave para el bienestar emocional. También es experto en supervisión y control de tareas del hogar: “cuando estoy en casa, Saul está conmigo. Limpio la pileta y él está; corto el pasto y Saul verifica que no pase por arriba de lo que entierra, ya que guarda galletitas o tesoros en pozos. Si bien es muy haragán, entiendo que es muy feliz, como yo lo soy con él. No hay día que no sea mimado y malcriado. Sé que un día no va a estar, es la ley de la vida. Pero, mientras tanto, disfruto a mi Saul”.
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