Víctor Manuel Valle y María Madero cuentan cómo lograron cumplir su sueño de tener una familia numerosa: “Nos había pegado la frase de ‘dale la posibilidad a un grupo de hermanos de crecer juntos’, eso nos explotó la cabeza”, aseguran
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Su carrera siempre fue ascenso, a puro vértigo. A los 36 años se convirtió en el primer empleado de Google en la Argentina y, luego de recorrer media docena de cargos, hoy es el número uno de la compañía en el país. “Country Managing Director”, dice su tarjeta de presentación. Sin embargo, en medio de semejante vorágine, Víctor Manuel Valle (53) descubrió que había relegado su vida sentimental e iba camino a convertirse en “el solterón de la familia”. Cada vez parecía más lejano, fuera de su alcance, el sueño de formar una familia. ¿Era el precio que debía pagar por su éxito profesional? Sin embargo, ya pasados los 40, conoció al amor de su vida: María Madero.
Tras un breve noviazgo, de un año y medio, se casaron. Y se concentraron en concretar el sueño, ahora compartido, de formar una familia. “Pero no tuvimos éxito”, dirán más adelante. Fue entonces cuando un mensaje viral de WhatsApp los impulsó a tomar una decisión que cambiaría sus vidas para siempre.
“Este trabajo no me lo puedo perder”
Víctor Manuel Valle se recibió de Administrador de Empresas y Contador en la Universidad Católica Argentina. Luego hizo un MBA en el IAE y completó otros cursos que definieron su formación académica. Trabajaba como CFO en Sony cuando, en abril de 2006, recibió un mensaje que los sorprendió.
“Siempre digo que me cayó del cielo, que entré a Google de casualidad. Yo estaba tranquilo en Sony cuando recibí un mail que decía que tenía un mensaje en Linkedin. En ese momento, muy poca gente usaba Linkedin. De hecho, yo me había sumado a esa red porque un amigo que había emigrado a Europa me mandó la invitación. Apenas había puesto lo básico, unos pocos datos sobre mi carrera, no le había dedicado mucho tiempo a mi perfil. Ni siquiera recordaba la clave para entrar, así que tuve que recuperarla. Lo veía como algo irrelevante, y hoy entiendo que no podés no estar”, cuenta Víctor.
-¿Qué decía el mensaje?
-Me contactaban de Google porque estaban buscando a una persona para abrir su oficina en la Argentina. Y me invitaban, en el caso de estar interesado, a que les enviase mi currículum.
-Y lo enviaste.
-Yo soy muy curioso y lo primero que hice fue investigar más sobre la empresa. Y quedé maravillado. Me acuerdo que le pregunté a mi equipo de trabajo ‘¿saben cuánto vale Google?’ En ese tiempo valía 90 mil millones de dólares y me parecía increíble. ¡Hoy vale casi dos trillones de dólares! Ese dato es importe porque el valor empresa es un reflejo de lo que la empresa es. Investigué mucho. El mundo del Internet y la tecnología me atraían muchísimo y concluí que no podía perderme ese trabajo.
-¿Qué pasó después?
-Me preparé para las entrevistas. En ese momento era muy común tener muchas, una tras otra. Conozco gente que llegó a tener 20 entrevistas... ¡Una barbaridad! Ahora no es así, nos dimos cuenta de que no tiene sentido tener tantas y las redujimos. Pero fue un proceso largo, siempre había una entrevista más... Tuve 13 en total, todas fueron por teléfono o videollamada, salvo la última: vino una persona de los Estados Unidos a conocerme. En agosto de ese año me dijeron “quedaste vos”. Entré como CFO, director financiero para la Argentina, y enseguida se amplió para Hispanoamérica.
-¿Cómo fue el proceso de fundar Google en Argentina?
-El 11 de septiembre de 2006 empecé mi trabajo en los headquarters de Mountain View, en California, Estados Unidos, con el fin de entender el plan de Google para la región. Éramos un grupo de 100 personas de distintos lugares del mundo que fuimos a conocer la empresa. Estuve allí 15 días y lo que más me sorprendió fue que el primer día se sentó a mi lado un ingeniero que tenía 70 años y lo habían contratado. Eso me impactó, me pareció muy lindo ver que la gente que me rodeaba era muy diversa: algunos venían de la política, otros de un palo más técnico y otros habían estudiado negocios. Cuando regresé alquilamos una oficina en el edificio donde estaba LA NACION, en Bouchard, en el piso 20. Empecé solo, hasta que se formó el equipo. Fue una etapa muy entretenida. Hoy somos alrededor de 350 personas las que trabajamos en Google Argentina.
“Pintaba para ser el tío soltero”
Durante aquellos años fundacionales, Víctor Manuel Valle se concentró en el desarrollo de la empresa. “Tenía 42 años y pintaba para ser el tío soltero. Mi caso estaba más allá del bien y del mal [risas]. Lo más curioso es que yo estaba seguro de que quería casarme y formar una familia, pero no se había dado hasta ese momento... ¡Tenía que aparecer María!”, dice.
-¿Cómo se conocieron?
-María es prima de la mujer de un muy amigo mío. Un día ella me dijo que tenía alguien para presentarme. Me dio su teléfono y la llamé. Fui directo. Por suerte, no era la época de las apps de citas, zafé porque no sé cómo hubiese hecho. En la primera salida fuimos a ver a un primo mío que toca jazz y fue un papelón porque estaba toda la familia. Cuando me vieron todos pusieron muy contentos [risas].
-Sin quererlo, hubo presentación familiar en la primera cita.
-Sí (ríe). De María me enamoró su mirada, que es muy profunda y me trasmite mucha paz. Es una mujer inteligente y divertida. Empezamos a salir y al año y pico nos casamos, el 17 de mayo de 2014.
María Madero es pintora y profesora de Bellas Artes. “Tuvo un emprendimiento muy exitoso, La Dulce Compañía, una santería infantil que fue muy innovadora, con un estilo bien latinoamericano... Pero cuando adoptamos a los chicos decidió dejar”, explica Víctor. Ella, que está sentada a su lado, asiente.
-¿Cómo surgió la idea de adoptar un grupo de hermanos?
-Con María nos casamos grandes, conscientes de nuestra edad: ella tenía 44 años y yo 43. Durante un tiempo intentamos convertirnos en padres, pero no tuvimos éxito. Para mí ser papá siempre fue un sueño, me encantan los niños. De joven, en Acción Católica, dirigí grupos de chicos... El deseo de ser padres estaba, pero también hay que aceptar que a veces no se puede. Soy muy creyente y empecé a rezar todos los días pidiéndole a Dios por un hijo. Muy intensamente. También le pedía que si no tenía que ser, me ayudase a aceptarlo. No quería vivir lamentándome. La adopción nunca había sido un plan B, yo tenía un montón de prejuicios...
-¿Qué te hizo cambiar de idea?
-Yo siempre estoy abierto a lo que la vida me trae. Un día de marzo de 2017 recibí un mensaje en el celular, de esos virales, que decía que un juzgado estaba buscando una familia para cinco hermanitos. Nosotros no estábamos en lista de adopción, ni siquiera era un tema que estaba en la mesa. Pero cuando vi el mensaje pensé “esto es para mí, yo quiero ser el papá de esos chicos”. Lo sentí como una verdad profunda. Pensaba hablarlo luego con María, pero a los 45 minutos recibí un mensaje de ella, que había recibido por otro lado el mismo WhatsApp y me lo reenviaba con la pregunta “¿los adoptarías?”. Yo le contesté: “Sí, tiene sus pros y contras”
-Un análisis racional de la situación.
-Es que ese es mi enfoque para todo. En Google cuando llegan estas noticias de cambios organizacionales siempre hago un documento y analizo los pros y contras.
-Entiendo que el resultado del análisis, en el caso de la adopción, fue favorable.
-Hay una frase que dice que “cuando el alumno está listo aparece el maestro”. Bueno en nuestro caso fue así, cuando estuvimos listos apareció la adopción. Pensamos: ‘Vamos a jugárnosla y que sea lo que Dios quiera’. También nos animamos porque María se crió en una familia numerosa, de doce hermanos, y sabe lidiar con eso.
“Ese día nos cambió la vida”
Pocos días después de recibir el mensaje viral, todavía corría el mes de marzo, María y Víctor fueron al juzgado. Estaban decididos: “Queríamos adoptar a esos cinco hermanitos, pero no pudimos hacerlo porque no habíamos presentado la documentación necesaria. Aprovechamos los días de Semana Santa para completar todos los papeles y el lunes, después del Domingo de Pascua, presentamos nuestro legajo. A los 15 días nos llamaron del juzgado y en septiembre nuestros hijos estaban con nosotros”, explica.
-Fue muy rápido, en menos de un año.
Víctor: -Es que muy pocos se anotan para adoptar a un grupo de hermanos. Nosotros pusimos que estábamos dispuestos “hasta cinco hermanos”. En el juzgado nos repreguntaron varias veces si estábamos seguros.
María: -Pero nos había pegado la frase de “dale la posibilidad a un grupo de hermanos de crecer juntos”. Eso nos explotó la cabeza. Y nosotros podíamos dar esa posibilidad, porque teníamos la edad, la madurez, las ganas, la posibilidad de hacer frente a esa situación. Nosotros tuvimos la suerte de recibir mucho y, tal vez por eso, sentíamos que teníamos mucho para dar.
-Presentaron el legajo e ingresaron al sistema, ¿qué pasó luego?
María: -Cuando nos dieron el alta en el registro, a la semana siguiente, nos acribillaron a llamados. Fue abrumador. Muchos de los llamados eran por uno o dos niños, y nosotros les decíamos que nos habíamos anotado para un grupo, que no nos desperdicien, porque no todo el mundo se anota para grupo.
Víctor: -Un viernes nos llamaron para ofrecernos un grupo de cinco hermanos y nos asustamos por la rapidez. Con una excusa tonta dijimos que no. Pero nos quedamos mal y ese fin de semana acordamos que al próximo grupo le íbamos a decir que sí. El lunes nos llamaron por cuatro hermanos. En ese momento, los dos tuvimos la sensación de que eran ellos.
Los Valle Madero cuentan que la adopción tiene varios pasos: “Primero tiene que salir la adoptabilidad del niño. Para eso tienen que ver si alguien en su familia biológica quiere al niño. Luego comienza la vinculación con los adoptantes, le siguen la guarda y, finalmente, la adopción”, asegura Víctor.
En junio de 2017, María y Víctor se presentaron en el juzgado para comenzar el proceso de adopción de cuatro hermanos que tenían entre 5 y 10 años. “Ellos estuvieron tres años en el sistema. Parece mucho, pero para la realidad del sistema fue rapidísimo. Hay chicos que están mucho más tiempo esperando una familia que los adopte. En el juzgado te cuentan las historias de los chicos, que suelen ser muy duras. Ellos vienen con una vida que arrancó antes de conocernos a nosotros y nosotros tenemos que adoptarla y valorarla”, dice María.
-¿Cómo fue el primer encuentro?
Víctor: -Ese día nos cambió la vida. Fuimos a verlos al hogar donde estaban y cuando María tocó el timbre...
María: -(interrumpe) Empezamos una nueva etapa como padres. Recuerdo que fue uno de los chicos el que abrió la puerta con una sonrisa de oreja a oreja y la más chiquita vino corriendo hacía mí y me abrazó muy fuerte, no me soltaba... fue muy emocionante. Durante nuestra primera visita ellos estaban contentos pero serios, no sonreían. Es de libro, pero tenían mucho temor al abandono.
-Imagino que no debe haber sido sencillo generar el vínculo.
Víctor: -Hubo un período de prueba que nos llevaron al límite de nuestra capacidad emocional.
María: -La maternidad se construye. De a poco, me convertí en su mamá. De los dos lados había que hacer un esfuerzo. Por suerte contamos con el acompañamiento del equipo del juzgado y la psicóloga.
-¿Alguna vez dudaron de poder lograrlo?
Víctor: -Al principio ellos manifestaban en su vínculo con nosotros el enojo que traían. Es lo usual que sucede en estos casos porque los chicos vienen de procesos muy demandantes para ellos, y uno se adapta a ese enojo y no se da cuenta. Cuando vinieron a vivir con nosotros, hicimos un encuentro con toda la familia, había muchos primitos de su misma edad y nos dimos cuenta de lo enojados que ellos estaban y de lo lejos que nosotros estábamos de tener niños con una afectividad sana.
María: -Ese día Víctor se levantó y se fue a llorar al baño.
Víctor: -Me sentía muy mal, muy angustiado. Nos parecía que la situación era irremontable.
-¿Y cómo salieron adelante?
María: -Pedimos ayuda y trabajamos en el día a día. Había mucho que organizar, además de las emociones: desde las vacunas hasta el proceso escolar, porque llegaron a casa y a los 15 días empezaron el colegio. ¡De la noche a la mañana estaba en cuatro chats de mamis! [risas]
-Comentaban que la paternidad se construye, ¿cómo es eso?
Víctor: -La paternidad adoptiva es una paternidad terapéutica: sabés que tenés una herida que restaurar. Un niño que es adoptado se mira en el espejo y está fragmentado, trata de juntar pedazos para armar una imagen pero lleva un tiempo obtener una imagen nítida, sin rajaduras. Durante mucho tiempo, como familia nos mirábamos al espejo y veíamos esas rajaduras, algo que aún no fluía. Nos vino muy bien la pandemia para reforzar los vínculos.
María: -Hoy siento que los parí... [risas] que los parí de la cabeza y con el alma porque no siempre fue fácil. Después de un tiempo, en unas vacaciones, de repente sentí que estaba todo bien, que funcionaba. Que teníamos unos hijos increíbles, valientes y que, a pesar de todo lo que habían pasado, mantenían un lazo muy fuerte entre ellos como hermanos.
Víctor: -Hubo momentos muy difíciles. Uno de mis hijos, cuando no le gustaba o dudaba de mi respuesta, me decía “a ver, buscálo en Google”. Un día se enojó mucho por una pavada en la mesa. Me acuerdo que despotricaba contra nosotros y decía que iba a llamar a la jueza, que iba a pedir estar otra familia. “Con una familia mejor”, decía. Entonces le pregunté cómo tendría que ser esa familia para que él estuviese contento y lo primero que me respondió fue “millonaria”. Entonces le propuse que buscásemos en Google cuál era la mejor familia del mundo. Le encantó. Agarró el teléfono y el primer resultado que apareció (hoy ya no es el primero, aclaro) fue un video, un dibujo animado de una chiquita que está en un hogar de niños y al día siguiente va a conocer a sus padres adoptivos. Ella sueña cómo va a ser su familia: fantasea con que sus padres van a ser domadores de circo, astronautas, dueños de una fábrica de dulces... Pero al día siguiente, cuando llegan los padres adoptivos, descubre que eran totalmente normales, laburantes. El video termina con la chiquita feliz porque si bien su madre no tenía una fábrica de dulces le compraba siempre un chocolate. Y aunque su padre no era astronauta, le fabricaba los mejores cohetes con papel. Además tenían gato, que podía imaginar que era un león... La chica era feliz y tenía la mejor familia del mundo. Mi hijo se quedó mudo.
Los hijos de Víctor y María hoy tienen entre 11 y 16 años. “No imagino una paternidad de otra forma... el esfuerzo valió la pena”, concluye Víctor.
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