Colombia en cuatro colores
Santa Marta, Barranquilla, Cartagena y Bogotá, emblemas de un país fascinante
Nuestra lengua llegó de muy lejos, hija del latín y del griego, teñida de árabe, y aquí se enriqueció con palabras de las lenguas indígenas... Llegó convencida de que venía sólo a enseñar, pero mucho tuvo que aprender para llegar a ser una lengua americana. Tuvo que aprender a nombrar la pampa y la Puna, el país de los guaraníes y el reino de los incas, tuvo que recibir el maíz y las papas, el tomate y el chocolate, la yuca y su cazabe, las dantas y los chigüiros. Las cosas que llegan de afuera tienen que aprender a volverse propias, tienen que empezar a beber la savia del mundo al que han llegado." Las palabras, que retumbaron en los oídos de los jóvenes que poblaban el Aula Máxima de la Universidad de Rosario, en Bogotá, salieron del hablar pausado de William Ospina. Reflexivo y profundo, este novelista colombiano premiado por su obra El país de la canela, sirvió como motivador para estos chicos que, como parte de la tradicional Ruta Quetzal BBVA, recorrerían Santa Marta, Barranquilla, Cartagena y Bogotá. Estas ciudades en las que La Nacion Revista estuvo para recoger un legado cultural y milenario, que se presentan a continuación, con pequeños prólogos a cargo de Ospina.
Santa Marta, todo el verde
Aquí basta viajar tres horas en cualquier dirección para sentirse en otro país. Para ir del sol a la niebla, de la alegría a la melancolía, de la extroversión al silencio, de las praderas a los abismos, de la selva al desierto, de la sequía a la inundación. Para ir de los vallenatos a la música de despecho, de la salsa a los tangos, de los currelaos del Pacífico a los pasillos melancólicos…
Los senderos del Parque Tayrona tienen un misterio, alimentados por la selva húmeda, donde reinan los pájaros. Angostos caminos surcados por filas de hormigas gigantes que quién sabe a dónde van, con mariposas azules que juegan entre lianas que obligan a levantar la vista hasta el cielo.
También lo transitan caballos, que van y vienen sin cesar como autómatas con sus cargas para los campings emplazados en este parque inmenso, de 15 mil hectáreas, que va desde la Sierra Nevada de Santa Marta hasta ese mar turquesa, verde, azul, según el capricho del sol. Sus 3000 hectáreas marinas están ocupadas por arrecifes de coral, que albergan 27 especies endémicas y 56 protegidas, algunas en peligro de extinción, como los corales cuerno de alce. También conviven allí 100 especies de algas, 773 de peces y 2500 de invertebrados. La variedad parece infinita.
La caminata se inicia en Castilletes y sigue por Arrecifes, donde está prohibido el baño por la violencia de las aguas, que se han tragado más de 200 vidas, según alerta un cartel clavado en la arena. Son casi dos horas por los senderos, interrumpidos cada tanto por rocas tan grandes que literalmente hay que escalarlas. Pero hay una recompensa: Cabo San Juan de Guía, una playa de ensueño, de arenas blancas y finas, dividida por dos pequeñas bahías, con palmeras al borde del agua, donde el mar se olvida de la espuma de sus olas para hacerse pura pausa.
Se enfila hacia Pueblito o Chairama, un lugar sagrado para las comunidades indígenas de la Sierra Nevada de Santa Marta. El sendero tiene 2,4 km, es empinado y lleva directamente al asentamiento tayrona, que llegó a tener hace 15.000 años hasta 5 mil habitantes y mil viviendas, de las que sólo se conservan algunos restos, entre caminos internos y terrazas.
Para Leiner Escobar, un buzo y guía ambiental de 28 años, no hay mejor programa que sumergirse en estas aguas transparentes. "La Piscina o La Escondida, donde bajamos hasta cuatro metros, son playas excelentes para los que se inician. A tres metros encontrás arrecifes de corales magníficos. El mejor horario es a las 8, cuando los peces se acercan para alimentarse", explica.
El regreso a Castilletes se complica. El sol se esconde rápidamente y sorprende a la expedición en medio de los estrechos senderos. El cansancio se hace sentir. A 34 kilómetros del Parque Tayrona, Santa Marta recibe con un amigable malecón, forrado de palmeras. Es domingo y toda la ciudad parece rendida ante el mar. Aparece la Quinta San Pedro Alejandrino, colmada de árboles centenarios, como una ceiba, dos tamarindos y un samán, cuyas infinitas ramificaciones parecen acariciar el piso. Hasta esta casona había llegado Bolívar muy enfermo, tras renunciar a la presidencia de la Gran Colombia. Y allí murió, once días después, el 17 de diciembre de 1830, a los 47 años. "Hemos arado en el mar", le susurró a sus amigos antes de la despedida final.
Barranquilla, al compás del Magdalena
Los ríos colombianos cambian de curso, de extensión, de caudal, de modo que uno casi siente que son ríos temperamentales de los que nunca se sabe qué se puede esperar… He navegado horas por el río Magdalena, y aunque ya no abunda la fauna silvestre, todavía es hermoso ver el vuelo de los cormoranes, de las garzas blancas…
El lanchón zarpa del muelle Las Flores y navega lentamente por el Magdalena, que nace en el Páramo de las Papas, a 3685 metros, y llega hasta el Caribe. Hay que dejarse llevar por el ritmo de las aguas, mientras La Palangana ofrece música en vivo y Quininí Danzas Negras, con sus coloridos trajes carnavalescos, contagia a todos. Barranquilla es eso: es el Magdalena y es el Carnaval, que amalgamó las culturas europea, africana e indígena para redondear la esencia de la identidad costeña.
El primer contacto con la ciudad es a todo color y música. Son anfitriones personajes del Carnaval, declarado Patrimonio Oral de la Humanidad por la Unesco. Los mismos personajes que en esos días festivos recorren la Vía 40 por casi cinco kilómetros, en una celebración que reúne a más de 2000 artistas y puede convocar en un día a 300.000 espectadores para dejar la capacidad hotelera de la ciudad colapsada.
"La vida aquí es carnaval. El que lo vive lo goza, y cuando termina ya se comienza a preparar el siguiente. Tenemos más de 550 danzas tradicionales, muchas de las cuales estamos recuperando, y más de 125 expresiones musicales. Todos tienen lugar: grandes, chicos, ricos, pobres, negros, blancos, mulatos. Hasta tenemos un carnaval gay", explica Martha Moreu, directora del grupo La Palangana y coordinadora de la Fundación Mario Santo Domingo de Barranquilla.
No faltan el mapalé, el bullerengue, el garabato. Las llamadas Negritas Puyol, encarnadas por dos morenas delgadas y sonrisa blanquísima, bailan con sus vestidos rojos, blancos y negros, paraguas al tono y muchos collares. También danzan las marimondas, que representan a las mariposas, al ritmo del fandango. Pero el personaje central es Joselito, que fallece, según la tradición, después de cuatro días de alocada rumba. Todos lo lloran y su cuerpo es sepultado simbólicamente por las viudas alegres que compartieron con él los tiempos de parranda, dando así punto final al Carnaval.
Mientras se navega, asoma la asimétrica silueta de Barranquilla, de 1.500.000 habitantes, que vive con ilusión los beneficios del flamante Tratado de Libre Comercio (TLC) firmado con Estados Unidos, que entró en vigor el 15 de mayo último, casi seis años después de su firma.
A lo lejos, las obras del futuro malecón, una señal de que la ciudad está dispuesta a dar la cara definitivamente a este caudaloso río, de 1500 kilómetros, que recibe el aporte de 500 afluentes, y que siempre la conectó con el mundo: por allí ingresaron las danzas africanas y salieron cargamentos gigantescos de oro y esmeraldas. Por sus aguas navegaron los conquistadores Rodrigo de Bastidas y Pedro de Heredia para adentrarse en un territorio complejo, de cordilleras y ondulaciones.
Cartagena, entre fortalezas y balcones floridos
En las tierras calientes la gente es más sensual y, como diría García Márquez, el amor más probable.
No sólo el amor es posible. También lo fue la guerra. Estamos al pie del colosal fuerte de San Felipe de Barajas, la fortificación colonial más importante de América del Sur. Rodeado por los ruteros, Andrés Ciudad, subdirector de la Ruta Quetzal BBVA y catedrático de la Universidad Complutense de Madrid, habla del sitio de Cartagena de Indias. "La escuadra inglesa, al mando del almirante Edward Vernon, estaba formada por 186 navíos y 31.400 hombres. Se dice que fue la segunda flota más grande del mundo, detrás de la que desembarcó en Normandía, mientras que los españoles contaban para la defensa con sólo seis barcos y 3000 soldados. Pero esto no es lo importante, son sólo números. De haber ganado Inglaterra se hubieran consolidado en América y posiblemente muy distinto habría sido el destino de toda la región", explica Ciudad, junto a la escultura de Blas de Lezo, el almirante cojo, tuerto y manco que dirigió las fuerzas españolas y al que llamaban medio hombre.
Claro que hoy Cartagena de Indias no corre peligros de ataques piratas. Es una ciudad magnífica para recorrer a pie. Así se llega al Palacio de la Inquisición, que muestra cárceles, cámaras de tortura y piezas utilizadas para castigar la herejía por la que hasta los muertos, representados en efigie, fueron castigados.
Para los más impresionables, mucho más placentera es la visita al Teatro Adolfo Mejía, de fachada ecléctica (1911), y que enseguida agrada con esa escalera de mármol de Carrara que conduce a los palcos, separados por celosías caladas en cedro y con adornos en yeso cubiertos por láminas de oro de 22 quilates.
La sala es invadida por la música y el baile local, en homenaje a los visitantes. Cae el telón: una de las últimas obras del maestro Enrique Grau, Una ofrenda floral para Cartagena, de 7 x 9 metros, que representa a un mulato ofreciendo flores típicas de la costa: campanas, cayenas, crotos y corales, entre los principales monumentos, que aparecen flotando en un ambiente surrealista.
Eso es Cartagena: surrealista, mágica. Con sus edificios coloniales y republicanos perfectamente mantenidos y balcones siempre floridos, con sus carros colmados de papaya, mango, lulo, maracuyá, tamarindos y corozos recostados en las veredas. Cúpulas imponentes, señoriales puertas coloniales de madera, baile en la calle, iglesias, una muralla de once kilómetros de la que ya se dijo todo, patios coloniales donde la vegetación explota, mulatas con sonrisa de marfil. Sí, Cartagena.
Bogotá, la síntesis de la diversidad
Durante muchos tiempo Bogotá gobernaba el país como si todo estuviera a 2600 metros de altura, como si aquí no hubiera tierra caliente, ni selvas, ni caimanes, ni anacondas, ni guacamayas, ni hormigas arrieras. Y también como si aquí no hubiera comunidades indígenas, ni descendientes de esclavos africanos, como si aquí no se hablaran ochenta lenguas distintas, como si Colombia fuera exclusivamente un país de gente blanca, católica, europea, un país de muebles vieneses y humor británico, de gabardinas y paraguas negros bajo una lluvia eterna gris…
El barrio La Candelaria, Casa Museo Quinta de Bolívar, el Jardín Botánico José Celestino Mutis y la catedral de Sal, en Zipaquirá, ese templo subterráneo, con su Vía Crucis, imágenes y cruces talladas en gigantescas piedras de sal, como la del altar mayor, de 16 metros, forman parte del recorrido.
Visita obligatoria es el Museo del Oro, donde se exhiben apenas 6000 piezas de las 57.000 que forman su patrimonio. "El sol era, para estos pueblos, el Dios padre, que trabajaba duramente en el mundo de arriba para que la vida se desarrollara en la tierra. Ese trabajo producía transpiración. Para ellos, esas gotas de sudor fueron cayendo en forma de trozos de oro en montañas y ríos. Por eso, el valor simbólico que el oro tenía para estos pueblos", explica una guía.
Las piezas maestras se exhiben en vitrinas individuales, como la trompeta Malagana, única por su tamaño, forma y elaboración: fue realizada en tres fragmentos de huesos tallados, unidos y forrados en láminas de oro. Fue uno de los objetos recuperados de un saqueo que en 1994 conmovió a Colombia.
Un ambiente circular y oscuro invita a sentarse en el piso y en silencio. Se trata de un ritual. De repente se escuchan las voces de los chamanes de las culturas más importantes del norte del país, que se reunieron aquí a fines de 2008, en ocasión de la reapertura del museo. Son apenas tres minutos de un valioso testimonio oral que refleja una pequeña parte de las 65 lenguas indígenas que aún se conservan en el país.
El oro que tanto encandiló a los conquistadores, ávidos de riquezas, que arrasaron y profanaron. Pero, como dice Ospina, lo asombroso no es que haya habido conquistadores. Sino que a su lado también llegó una legión de personas capaces de asombrarse con América. "Esos cronistas que ante el asombro se convirtieron en poetas, narradores, y fueron los verdaderos descubridores del mundo americano. Hombres que no estaban empeñados en europeizar y cubrir este territorio, sino en sorprenderse con sus pájaros, sus bosques y tempestades."
Cultura y aventura
Travesía. El viaje narrado en la nota constituyó la segunda etapa americana de la XXVII edición de la Ruta Quetzal BBVA, que recorre todos los años un país de América latina para luego seguir su recorrido por España. Participaron 226 jóvenes de 51 países, entre los que hubo ocho argentinos: María Sol Kindt, María Belén Morán, Tomás Cabrera Di Bartolo, Gabriela Mastrobono, Fernando Fader, Ian Marcos Enríquez, Lucía Morey Manassero y Rodrigo Rubio Sant.
Alma Máter. El periodista español Miguel de la Quadra Salcedo es el fundador y director del proyecto, que desde los inicios contó con el apoyo de los reyes de España y fue declarado de interés cultural por la Unesco. Desde 1993, el BBVA organiza y patrocina esta iniciativa.
Bases. El tramo americano de la edición 2013 tendrá lugar en Guatemala. Pueden participar alumnos de 16 y 17 años (nacidos en 1996 y 1997), que deben presentar un trabajo vinculado con el tema o personaje central de cada año. Los trabajos serán evaluados por autoridades del Ministerio de Educación, Ciencia y Tecnología de la Nación, de la embajada de España en la Argentina y del BBVA Francés. Para más información: www.oficinacultural.org.ar y www.rutaquetzalbbva.com
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