Ese día llegó tarde a su trabajo en el Centro Universitario de Idiomas de la Universidad de Buenos Aires en la sede del barrio de Palermo. Le encantaba su empleo y sentía mucho placer cada vez que podía dar sus clases de inglés. Pero esa mañana su cabeza estaba enfocada en una sola cosa.
Apurada, descubrió que en el curso que le tocaba comenzar no había estudiantes inscritos. Fue a la administración y preguntó cómo proceder. Le respondieron que era algo que nunca había pasado y que debía llamar al departamento de coordinación. "La coordinadora, Ana María, daba un poco de miedo. Estaba a cargo de más de 150 docentes de inglés y exudaba disciplina. De todas maneras, llamé. Me preguntó por qué había llegado tarde e intenté explicar, sin entrar en detalle, las circunstancias. Insistió. Terminé diciéndole sobre mi viaje. Del otro lado de la línea, silencio. Pensé me echa".
Hacía tiempo que Paola Caia planeaba un viaje en el que había puesto muchas esperanzas. Unos meses atrás, para mantenerse actualizada como locutora, había comenzado a tomar sesiones de relajación junto a un grupo de foniatras para que la voz fluyera. Luego, sumó a esa práctica un curso de Meditación Trascendental, algo que le pareció interesante para complementar su carrera. "La meditación había generado un estimulo hacia la conexión con otro tipo de intereses personales, íntimos y privados. Pasaba más tiempo en silencio, más reflexiva sobre mis propias ideas".
Entendió que ese había sido el punto de partida para vincularse con ciertas coincidencias que comenzaron a ocurrir en su vida. "Una noche me vi en un lugar, sentada con las piernas flexionadas junto a otras personas. Era un espacio amplio y las vestimentas, coloridas. No podía precisar con exactitud las figuras, la escena estaba esfumada. Pero, sí podía identificar una figura de pie en túnica naranja, caminando entre nosotros. Cuando desperté la sensación fue tan realista que no estaba segura de que hubiera sido un sueño. Empecé a consultar a otros meditadores, me dijeron que el maestro me llamaba. Me mostraron unas fotos de algunas de las actividades que se llevan a cabo en un Ashram y eran muy similares a las que había visto en mi sueño. Entonces comencé a fantasear con un posible, pero remoto viaje a la India".
Fantasmas del pasado
En ese momento de su adultez, Paola sentía que había cumplido toda la lista de desafíos que en algún momento había creído le darían felicidad y paz. Haber estudiado una carrera, vivir lejos de la casa materna, tener un trabajo que le gustara, el novio lindo acorde a los cánones de la época y una apariencia que la sociedad considerara atractiva. Tenía todo eso. Pero no alcanzaba. Había siempre algo más que comprar, un kilo más que bajar, una carrera más que estudiar. Y el "disfrute" nunca llegaba.
También había sido madre, pero con su hija pequeña y la dificultad de no poder destetarla por culpa, recurrió a ayuda profesional. Allí aparecieron recuerdos y situaciones vividas que había guardado con mucho dolor en su inconsciente. "Ella me ayudó a poder llamar por su nombre aquello que me había ocurrido. Durante mi infancia había sido abusada y violada. Los primeros abusos provenían un amigo de la familia, que era casi un abuelo. Yo tenía unos 8 años y para ese entonces, no entendía cómo interpretarlo. Luego a los 13 mi papá falleció y mi mamá se quedó a cargo de 5 hijos menores de edad. A partir de ese momento, varias personas estaban en casa para arreglar o resolver cuestiones que mi mamá no podía hacer".
Entonces apareció un señor que comenzó a realizar mejoras en el local familiar. Se hizo muy cercano y Paola quedaba a solas con él en muchas oportunidades. Tenía 14 años, duelaba a su padre y a su madre también, porque algo de ella se había ido con él. "Después de varios episodios de violaciones, desapareció. Yo crecí y acomodé esas experiencias como pude. Con los años y hablándolo con algunas de mis hermanas, supe que a ellas les había pasado algo parecido con otros hombres que mis padres aceptaban en casa y pasaban como casi familia".
Sin demasiada conciencia de lo que había atravesado, miró al costado y se guió por lo que se suponía que tenía que hacer: estudiar, portarse bien y no darle disgustos a mi familia. "Yo siempre me sentí en falta y culpable. Le revelé lo sucedido a mi madre -creo que ya lo sabía- pero entendí que esas cosas suceden con permiso de los adultos porque esas misma personas han padecido otros tantos abusos semejantes o peores. Después de todo y en apariencia, no tenía de qué quejarme. Vivíamos en Saavedra y éramos una familia bien".
Paola confiesa que no está convencida de haber superado aquel trauma. Cree que lo mejor que pudo hacer fue integrar algunos de esos fantasmas. Durante años tuvo miedo de salir, pero en su casa le había pasado lo peor: ¿qué podría suceder afuera? A veces, creía reconocer a su violador por las calles. Después se daba cuenta de que no era la persona. Sin embargo, lo vio una y otra vez en mil rostros y nombres diferentes. "Hasta que no pude ver e integrar un poco lo que había vivido terminaba siempre buscando personas en mi entorno que me proyectaban esa sombra".
Historias que compartir
Fue en ese contexto que comenzó a planear su viaje a la India. Y también a dejarse llevar por una serie de sucesos que se alinearon por cuenta propia (consiguió trabajo estable, obtuvo la devolución de un dinero en concepto de impuestos de cuando había trabajado en los Estados Unidos y se animó a fantasear con concretar la experiencia de conocer el Ashram de sus sueños).
Por eso esa mañana llegó tarde a su trabajo. Había ido a comprar el pasaje y solo pensaba en celebrar por ese hecho. Hasta que se topó con Ana María, la coordinadora del Centro de Idiomas que puso en peligro su proyecto. "Después de insistir varias veces, en cuanto le conté sobre mi viaje a la India, no lo pude creer. Ella también viajaba a India, al mismo Ashram que yo, el mismo día y en el mismo vuelo. Después del llamado de Ana María, todo fluyó. Me llevó a reuniones de viaje a la India, en donde conocí otras maravillosas personas que viajaban también".
Finalmente viajó a aquel maravilloso país. Hoy sigue trabajando como profesora de inglés para empresas y particulares online. También da clases de yoga virtuales y cada tanto hace algún trabajo como locutora bilingüe. "Vivo con Ibi, que más que un hija es un sueño. Mi historia es una más del montón. A veces siento que cuenta como un femicidio. Si te violan, te abusan, que no te peguen un tiro en la cabeza, no te da la calidad de estar viva. Sin embargo, por resiliencia, por deseo o por arrojo kamikaze, intenté -e intento a diario- conectarme con mi propia aventura y no ser producto de lo que se me hizo. Creo que contar y conocer historias nos lleva a querer conectar con las propias y ser protagonista de nuestra vida más que actrices de reparto de lo que otros hicieron con nosotros. Todo lo que me pasó hasta hoy me ha enseñado enormemente y he podido encontrar momentos de paz y felicidad absoluta. Desde entonces, cuento mis historias para compartir la aventura de vivir la vida de cada cual, siendo artífices de nuestras decisiones y entendiendo que compartir multiplica".
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