Cohn y Duprat, la dupla que incomoda
Los creadores de Televisión Abierta vuelven al cine tras el éxito de El hombre de al lado y exponen, una vez más, los dobleces e hipocrecías de la fama y el prestigio. Un supuesto ganador del Nobel de Literatura es, ahora, el dispositivo perturbador
"Dos sensaciones encontradas me invaden al recibir el Premio Nobel de Literatura. Por un lado, me siento halagado. Pero por otro lado, y esta es la amarga sensación que prevalece en mí, estoy convencido de que este tipo de aprobación unánime tiene que ver, directa e inequívocamente, con el ocaso de un artista.” Con estas palabras se dirige al jurado de la Academia Sueca el escritor Daniel Mantovani, al momento de convertirse en el único argentino en ganar el Premio Nobel de Literatura. Esta fantasía aparece –nada menos que en el Año Borges, a 30 de la muerte del autor de Ficciones– al comienzo de El ciudadano ilustre, la nueva película de los (ya no tan chicos) terribles Mariano Cohn y Gastón Duprat, que compite estos días en la selección oficial del Festival de Venecia, a la par de nuevos títulos de Wim Wenders, Terrence Malick, François Ozon y Tom Ford, entre otros. Y esta fantasía, en cuyo centro se encuentra Mantovani –Oscar Martínez en un papel que lo confirma en lo más alto de su carrera cinematográfica– es el puntapié para que Cohn y Duprat vuelvan, por nuevos caminos, a varios de los temas que, a través de sus experiencias pioneras en una suerte de proto-reality, el documental, la ficción, han explorado a lo largo de toda su obra, de su película en video Enciclopedia a esta película, pasando por las experiencias de Televisión Abierta, Cupido, y los films El artista, El hombre de al lado, Querida, voy a comprar cigarrillos y vuelvo, y otros, ya lleva poco menos de veinte años: el mundo del arte y la gestión y curaduría culturales, con sus veleidades, pretensiones e hipocresías; los dobleces de la fama y el prestigio, las gracias y miserias de consagrados y de ciudadanos comunes e ignotos –puestos a menudo en pie de igualdad–, los prejuicios más comunes de unos y otros. “Trabajamos con estos temas desde una búsqueda de no-impostación –le dice Mariano Cohn a La Nación revista– Buscamos meternos en asuntos que no son tan comunes en el cine argentino ni la televisión: la clase media y el universo de los artistas y de los escritores. Es, después de todo, el mundillo en el que nos movemos, y para nosotros es natural trabajar desde ahí, porque lo conocemos y también porque podemos tomar un poco de distancia.”
En El ciudadano ilustre, el dúo de directores vuelve a probar su talento para extraer de cada situación el potencial para la incorrección política, el ridículo y la incomodidad. Para obligarnos a identificarnos con unos u otros –con los prejuicios de una clase más o menos ilustrada no siempre consciente de sus privilegios, pero también para abrazar o rechazar los de los otros–, a tomar posición, a dimensionar nuestra mala conciencia y nuestros reflejos más culposos. “Tratamos de retratar a nuestros personajes sin opinar y muchas veces generando escenarios incómodos –dice Cohn– en los que no estás seguro de si da para reírse, si están hablando de vos o del que tenés al lado, y que plantean un juego de identificaciones, de asociaciones y cierta distancia. Tratamos de no resolver estas situaciones, sino que quede como un ejercicio para el espectador. De alguna manera, que la realidad se funda en la ficción.”
Regreso sin gloria
La premisa de El ciudadano ilustre, que se estrenará esta semana en el país, dispone desde el vamos todos los elementos para disparar situaciones incómodas y difíciles de sobrellevar. Un tiempo después de la aceptación del Nobel, Mantovani se encuentra aplastado, sin rumbo; lleva años sin escribir y no hace otra cosa que rechazar las mil invitaciones internacionales a congresos y eventos tras el premio. La única que acepta es la menos esperada: la que le llega del pequeño Salas, el pueblo en el que se crio y del que escapó 40 años antes para no volver jamás. Allá habrá de encontrarse con viejos amigos, una ex novia y, por encima de todo, con el rencor y el resentimiento de quienes sienten que el que vuelve no es uno más de ellos, mucho menos motivo de orgullo, sino un renegado con aires de superioridad. Décadas de sofisticada vida europea ponen en perspectiva la existencia cotidiana de pago chico, y en tensión los prejuicios que separan un mundo de otro.
El argumento pertenece a Andrés Duprat, actual director del Museo Nacional de Bellas Artes, y hermano del codirector de la película. “Es una idea que siempre nos gustó; el tema del exitoso, del que se vuelve prestigioso en el mundo y vuelve a su pueblo, y al que el pueblo a su regresa lo repudia –dice Gastón–. Conocemos varios casos así, es un pattern; nosotros le agregamos el Nobel para darle potencia, pero historias así existen. Es un poco lo que le ocurrió a Alberto Laiseca cuando volvió, ya convertido en escritor, al pueblo de Camilo Aldao, en Córdoba: salió en los diarios locales y el intendente lo quiso condecorar con la máxima distinción del lugar que es, esto es verdad, la medalla de Cuero ‘e Sapo. Allá se dieron situaciones bizarras, como que Laiseca leyera sus cosas en las escuelas, aunque su literatura filosa no es muy amigable para los niños. O está el caso de Manuel Puig, que apenas le cambió el nombre a General Villegas para escribir de su pueblo. O, en Chile, el de Gabriela Mistral, que fue repudiada por Vicuña cuando volvió tras ganar el Nobel en 1945.”
Un elemento que juega un papel esencial en la obra de Cohn y Duprat es, como ya se dijo, la marca de clase social. Hace unos años, la dupla se refería a la perspectiva sobre la que estaba construida buena parte del nuevo cine argentino como algo a evitar: “La mirada de los bien comidos sobre los mal comidos”, decían.
Es un tema que ustedes han buscado poner en cuestión tanto cuando llevaban el delivery de televisión hasta la gente común, como cuando bajaban a los ex mandatarios a su cotidianidad mundana en Yo, presidente; y también en el conflicto entre el diseñador (Rafael Spregelburd) y su vecino (Daniel Aráoz) en El hombre de al lado: algo así como el sofisticado que se eleva sobre el mersa.
Duprat: Es un tema de interés nuestro desde siempre: pensar y ver cómo es y cómo se comporta la gente a la que va bien, como Spregelburd en El hombre de al lado y Oscar Martínez ahora; gente que tiene que ver con un mundo del pensamiento, más sofisticado que el de la mayoría.
Cohn: La gracia reside en ver cómo actúan cuando quedan puestos en una situación límite. Exponerlos, irradiarlos a estas situaciones. ¿Cómo es confrontar la vida de pueblo después de 40 años en un continente rico, de vida sofisticada? Daniel Mantovani se fue cuando era un pibe y ahora confirma que los mismos motivos por los que se fue originalmente, son aquellos por los que quiere salir rajando ahora. Son situaciones que te obligan a tomar posición.
La realidad antes del reality
Hace diecisiete años, Cohn yDuprat se hicieron conocidos con Televisión abierta, el programa de trasnoche que invitaba a los “ciudadanos comunes y corrientes” a hacer sus gracias ante una cámara que los iba a proyectar en la pantalla de un canal profesional. Esa experiencia –que se replicó en España, Italia, Japón y los Estados Unidos– tuvo lugar casi seis años antes de YouTube; antes de Gran Hermano, antes de las decenas de formatos que hoy explotan el atractivo enorme, complejo y contradictorio de ver ahí, en el escenario históricamente destinado a los bellos y famosos, a gente como uno. Luego extendieron la operación a otros formatos televisivos –como los que llevaron al canal Much Music: la cita a ciegas de Cupido entre ellos–, al cine de ficción –el protagonista de El artista era el enfermero de un neuropsiquiátrico que se convertía en el nuevo fenómeno del mundo del arte haciendo pasar por propias las obras de uno de sus pacientes– y al citado documental Yo, presidente. A Televisión abierta acudían algunos personajes con auténticos talentos artísticos, y otros sin mucho más que ofrecer que su falta de miedo al ridículo, pero lo que prevalece de aquella experiencia es que Cohn y Duprat acercaban sus cámaras hasta ellos, les abrían el micrófono y les ofrecían aire para mostrar lo que la TV difícilmente muestra –y menos aún lo hacía década y media antes–. El programa caminaba con conciencia la fina línea que separa la complicidad de la burla hacia el otro.
Duprat: Desde los comienzos, nuestra intención fue construir un dispositivo inusual, una reacción contra lo que ya existía, contra lo que había instalado. Primero fue contra el videoarte, que es el mundo en el que empezamos. Después llevamos eso a la televisión, con la idea de oponernos a la idea del broadcast, de la prohibición que había, por reglamentaciones técnicas, de filmar con una camarita cualquiera, en la casa de la gente, sin luz, y mucho menos a gente que opinara lo que le diera gana o a la que le faltaran los dientes. La televisión no admitía los silencios y los errores, y eso es justamente lo que nosotros buscábamos.
Cohn: Se trataba de probar todo lo que estaba prohibido, sumado. Buscar una grieta en el sistema, poniendo al aire disparates sin corroborar, sin filtro, cuando la televisión es todo lo contrario: puro control de contenidos. No se podía encuadrar si era ficción o realidad, y eso volvía difícil tomar posición frente a lo que estás viendo. ¿Qué quiere decir esto? ¿Que está bien o qué está mal? Esta gente... ¿son genios o tontos? Esa actitud, esa postura es la que trasladamos a las películas.
Duprat: Ahí se ve en la impostura de nuestros protagonistas de ficción. La del tipo que, como el Nobel de Literatura Mantovani, tiene que construirse un personaje para ser quién es, y da entonces ese discurso de aceptación no tan aceptador ni manso. Luego vemos que debe construirse a sí mismo todo el tiempo para consolidar ese personaje. Hay una escena con el chico en silla de ruedas [N. de la R: un habitante de Salas se acerca a Mantovani para pedirle una importante suma de dinero para tratar a su hijo discapacitado) para mí es perturbadora. Originalmente, era más larga y se nos hacía insoportable, pero así es como la diseñamos porque produce una profunda incomodidad. Uno como espectador, o al menos a eso aspiramos, no puede dejar de pensar qué lugar ocuparía ante una situación así; la idea es que la película te mantenga activo tratando de encontrar qué posición tomar.
El hombre de al lado fue un éxito inesperado, fuera de su escala de producción. ¿Qué expectativas tienen ahora?
Cohn: Creo que nuestro principal desafío era hacer precisamente una película con aspiraciones comerciales.
Duprat: Es decir, una película grande para nuestros parámetros habituales, con cero desdén por el público, pero que a su vez no implicara ninguna traición ideológica, ni de contenidos ni estética ni de ninguna índole. Confiando plenamente en que si nos gusta a nosotros va a ser buenísima para el gran público. Al revés de mucho cine nacional, que parece pensar que para ser popular debe ser peor, o que sólo se puede trabajar con determinadas estrellas. Después de todo, lo que nos gusta como espectadores es el gran cine popular norteamericano. Y nos parece que lo divertido es hacer algo grande, sin ninguna claudicación. Si no, no lo haríamos: nos cuesta un montón filmar, fueron cinco años para tener esta película en los cines, rechazamos muchas cosas para poder hacer lo que nos gusta.
¿Y qué planes tienen ahora para televisión?
Duprat: Hoy nos interesa más hacer cine, la satisfacción que nos da es más grande. Pero podemos decir que nuestras últimas experiencias en televisión tienen que ver con lo que creemos que es la televisión del futuro. Como espectadores vemos hoy lo mismo de siempre: programas locales en vivo. Lo digo siempre: prefiero toda la vida ver Intratables que Breaking Bad o Game of Thrones. Nos gusta la tele en vivo por lo mismo que nos interesó desde el principio; hay gente hablando, se ven los silencios, los errores. Lo que intentamos hacer con Digo, el canal de televisión de la provincia de Buenos Aires, fue plasmar nuestra idea de lo que debería ser la TV pública: una televisión abierta a cualquier tema sin censura ni limitaciones de ningún tipo. No un proveedor de contenidos, sino un gran contenedor. Lo que se necesita es un lugar en el que la gente exprese lo que le de la gana, sin márgenes, sin interlocutor. Ese es el futuro, sin duda.
Después de cinco años ausentes de los cines, Cohn y Duprat regresan a las salas por duplicado. Además de formar parte de la competencia por el León de Oro con El ciudadano ilustre, presentarán su siguiente largometraje, Todo sobre el asado, en la sección de cine y cocina del Festival de San Sebastián. Con estreno comercial estimado para principios del año próximo, el film es, a pesar de su formato de apariencia documental, “pura ficción”, según Cohn. “Treinta personajes que hablan acerca del fenómeno del asado argentino –agrega Duprat–, una cuestión que la película pone en cuestión con un tono irónico, irreverente y mucha comedia. Se indaga a fondo en el concepto de que el asado en realidad no es argentino; que las vacas no son argentinas, y que no hay técnica: se aprende mirando y haciendo.”