La primera top model publicitaria argentina repasa su mágica vida. “Todavía soy capaz de sorprender”, nos dice.
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En los años 60 y 70, no hubo mujer en la Argentina que no quisiera ser ella, ni hombre que no suspirara viéndola por televisión. Desde que apareció en la escena publicitaria (1958, en una campaña de crema Pond’s), Claudia Sánchez rompió el molde de lo que hasta entonces era una modelo: un metro sesenta y cinco, cuarenta y nueve kilos, los dientes de arriba algo separados (con el tiempo sería su marca más personal), ojos claros, rasgados, destacados con un pronunciado eyeliner y una actitud entre sensual y despreocupada fueron algunos de los atributos que, en poco tiempo, la transformaron en la favorita de marcas, agencias y fotógrafos. Chocolates, bebidas, cremas, cigarrillos, autos… ella brillaba en los afiches de la avenida Corrientes y en las tandas de cine y tevé, al tiempo que imponía un ideal de mujer más natural, al mejor estilo Brigitte Bardot. Reconocida por todos como la primera top model argentina, siempre fue su propia mánager y hasta inspiró el nombre de una legendaria publicación femenina: la revista Claudia. También fue de las primeras argentinas en triunfar afuera y en dupla con Alberto “Nono” Pugliese (su amor y sociedad sin papeles duró casi treinta años), marcó una época con la saga de publicidades de cigarrillos L&M –filmadas en Portofino, Venecia, Viena, Saint-Tropez, Cannes, Saint-Thomas y Roma…– que eran una invitación a soñar. Desde “Brigitte”, su refugio en José Ignacio, habló con ¡Hola! de su carrera, de su vuelta al ruedo tras muchísimos años sin posar (participó de la campaña navideña de Prüne), de sus hijos y nietos, del amor, la soledad y la muerte.
–¿Cuánto hace que tenés esta casa en José Ignacio?
–Muchísimo. Aunque es una casa compartida con mi hijo. Cuando dejé Colonia me vine para acá, y me di cuenta de que no era tan fácil como cruzar el río, José Ignacio es un poco más lejos.
–¿Qué pasó con la casita de Colonia?
–No la tengo más, creo que se convirtió en un lugar de crêpes. ¡Era tan linda! Y eso es lo que pasó con Colonia: se fueron mis amigos, otros murieron y cada casa se convirtió en un restaurante.
–Tu vínculo con Uruguay es de larga data…
–Empecé a venir en el año 59, cuando era La Punta nada más y el único hotelito que había llegaba hasta la arena. He visto crecer Punta del Este como me he visto crecer a mí frente al espejo. Yo digo que soy rioplatense, porque así lo siento. Cuando vivía en Saint-Thomas, en el Caribe, porque yo me trasladé a vivir con todo ahí, llegó un momento en el que me quise volver porque extrañaba el río color ratón. A mí me gusta la inmensidad de la pampa y el río es la pampa para mí. Cuando el cielo se junta con el agua es como cuando estás en la pampa y la tierra se junta con el cielo.
–Esa posibilidad de ir y venir, de hacer distintos planes de uno u otro lado del río, es perfecta.
–¡Claro! Cuando vivía en Colonia no tenía auto, andaba en una scooter, y la dejaba en el puerto, cruzaba a Buenos Aires, llegaba a Puerto Madero, me metía en un hotel, hacía trámites, iba al médico y volvía a tomar el ferry a Colonia el mismo día.
–¿Cuánto vale esa libertad?
–Muchísimo. Soy una mujer libre y no podría vivir de otra manera. No llego a ser nómade, pero amo la libertad. Yo nunca me disfracé, jamás salí a la calle con anteojos negros o con una boa en pose de inalcanzable, pero sí me gusta gozar de la vida.
"No llego a ser nómade, pero amo la libertad… Soy una gozona de la vida y, para disfrutar de esos placeres, es fundamental ser libre"
–¿Te pesa la soledad?
–No, en absoluto. A veces hasta miento y digo que tengo un programa que no puedo posponer, y en verdad son dos libros que no quiero soltar. Con los años, cambié algunas costumbres. Ya no me gusta salir de noche.
–José Ignacio es el lugar de reencuentro con tus hijos y nietos que viven afuera. ¿Cómo son esos días?
–Esa es una de las razones por las que este lugar es tan especial: está absolutamente ligado con mis seres queridos, y los días que pasamos juntos acá son maravillosos. Con Candela, mi hija, me encuentro siempre en julio, que es cuando viene con Aurora (12) y Pedro (12) para ir a Bariloche. Pasan primero por Buenos Aires, y ahí nos damos una panzada de familia. Y en diciembre y enero, me doy la panzada aquí con mi hijo Francisco y mi nieto Franqui (21). Igual, dentro de unos días yo ya necesito mi Buenos Aires querido.
–Volviste a hacer una publicidad convocada por Prüne. ¿Cuánto hacía que no trabajabas?
–Muchísimos años. Siempre me decían: “Ah, estás en la Argentina. Estábamos pensando en vos para este trabajo, pero decíamos ‘no, Claudia no vive acá”. Supongo que eso es una excusa que ponían para no llamarme.
–¿Te sentiste incómoda durante el shooting?
–No, me sentí muy cómoda, porque hice lo que sé hacer. Yo nunca me apoyé en mi físico, nunca tuve 90-60-90, y además estaba muy acomplejada por mis dientes. “Que no se me ven las encías, no que mis dientes están muy separados”. Lo mío es un caso de fotogenia. La primera foto de mi vida sorprendió hasta a mi papá, que cuando la vio dijo: “Qué hermosa criatura”, y era yo, en un afiche en una farmacia.
–Lo de los dientes separados terminó siendo un sello.
–Sí. Me habían llamado para una campaña de chocolates Noel, y el fotógrafo era Alejandro Castro, un grande de la época. Llego al estudio, con 49 kilos, y él me dice: “¿Y la modelo?”. “Soy yo”, le contesto. Y le digo: “Sabe qué, estoy viendo que tengo que reírme, y yo no tengo buena sonrisa, así que no voy a poder hacer esta foto”. Él me palmeó y me dijo: “Mirá piba, lo que te conviene a vos es estudiar, porque realmente sos inteligente. Tenés razón”. Por supuesto me llamaron de la agencia y me dijeron: “Pierdo el cliente si no lo hacés vos, así que cambiamos de fotógrafo”. Y yo “no no, fui yo la que no lo quiso hacer”, no era cuestión de sacarle el trabajo a él. La foto se hizo y Noel estuvo meses en toda la avenida Corrientes con unos afiches enormes, y Alejandro Castro terminó pidiéndome cada vez que lo llamaban. Juntos hicimos las mejores campañas. Después, cuando empecé con L&M, medio que soné, porque era otra época y yo era la mujer de L&M. Ahora, si fuera la tipa de L&M, me llamarían de todos lados y hasta hubiera sido jurado en el Cantando (risas).
"Yo empecé a venir a Uruguay en el año 59, cuando era La Punta nada más. He visto crecer Punta del Este como me he visto crecer a mí frente al espejo"
–Con el éxito que tuviste, podría decirse que fuiste la primera influencer cuando esa palabra ni siquiera existía.
–Y, la verdad, es que nosotros con el “Nono” hacíamos todo, desde la música hasta lo visual. Ni maquillador llevábamos en nuestros viajes: yo me maquillaba sola así nomás, me ponía las pestañas postizas mirándome en el espejo del auto, y listo, a filmar. Y lo que la gente no sabe es que me contrataban directamente de los Estados Unidos. Empecé con Nobleza Piccardo, después pasé a Massalin, después a Philips Morris, y de ahí seguí directamente trabajando con los americanos, porque ellos no entendían como en la Argentina L&M se vendía más que Marlboro, que en ese momento casi había desaparecido del mercado local. ¡Yo saqué de escena al cowboy de Marlboro! Además, sin fumar, porque no fumaba. La cosa era que viajaba y siempre tenía un problema, o me ponía el cigarrillo en la cabeza y cuando llegaba nadando a una tabla no tenía como prenderlo, o me subía a una góndola en Venecia y cuando iba a abrir el paquete no tenía más, entonces apretaba el envase y lo metía en la cartera como diciendo: “pucha, no tengo más puchos”. Cuando vieron eso en Argentina les pareció un horror. “¡¿Cómo el producto aplastado?!”. Y a los americanos les pareció tan genial, que la compraron. Si en ese momento me hubiese quedado en Estados Unidos, no me paraba nadie.
–¿Y por qué no te quedaste?
–Porque siempre fui la piba de mi barrio, y sigo siéndolo. Nací en Malabia y Santa Fe y vivo en Coronel Díaz y Libertador. Y ando como un pájaro alrededor de Palermo. Después pululo por todos lados, pero siempre vuelvo.
–Nunca te hiciste cirugía estética en la cara…
–No, y en el fondo creo que es un agradecimiento. Porque alguien a quien le resultó tan fácil todo, que de golpe hacía una mueca y los fotógrafos quedaban deslumbrados y después yo cobraba, de alguna manera tiene que agradecer esa suerte. Y yo soy una agradecida a las piernas que caminan, a los brazos que abrazan, a los ojos que ven, a la boca que habla, y las arrugas son de haber vivido. Y la papada es porque como y hablo mucho. Si me hubiera mantenido en 49 kilos, a lo mejor sería una pasita de uva, y en este momento hay mucho que sobra, porque me he dado grandes lujos.
–¿Hay espacio para un hombre en tu vida?
–Yo pensé que lo había. Pero creo que me resultaría trabajoso. Además, ¡me llevo tan bien con mis amigas! Entre un señor que me invita a tomar algo y una amiga que me invita a tomar el té, voy con mi amiga y nos reímos como locas. Igualmente, nunca hay que decir de esta agua no he de beber.
–¿Tenés las mismas amigas de toda la vida?
–Lamentablemente uno va cambiando de amigas, porque desaparecen, se mueren, se mudan o se complican con hijos y nietos. Con estos sistemas de comunicación actuales, ya no te perdés de tus amigas, podés seguir en contacto, aunque a veces el vínculo cambia.
–¿De más joven eras amiguera?
–No tanto, porque me enamoraba y me perdía por ese amor. No importaba cuánto durara, si un día, un mes, un año o diez. Por ahí me iba enamorada y volvía desenamorada, pero en ese tiempo era una entrega total. Ahora estoy más tranquila. Bah, aunque el otro día conversando con Francisco de una situación determinada, me dice: “Bueno mamá, pero no te vas a enamorar, ¿no?”. “Pero no, ¿cómo me voy a enamorar? Dejate de jorobar”. Y me quedé pensando: se ve que para mis hijos no he cambiado, esperan cualquier cosa de mí. Es que todavía soy capaz de sorprender (risas).
–¿Extrañás esa época de viajes por el mundo con el “Nono”?
–No tanto, soy muy activa. Tengo mi auto, por ejemplo, con el que corro rallys. Soy curiosa: leo, salgo, viajo. No sé lo que es aburrirse.
–¿Le tenés miedo a la muerte?
–No. Le tengo mucho miedo al sufrimiento que puedo ocasionar en los otros con una enfermedad que me vuelva dependiente. Me encantaría que un hijo mío me prometiera la pastillita, que era una promesa que nos habíamos hecho con el “Nono”, que no nos íbamos a ver decadentes y dependiendo de los demás. A la muerte no le temo, porque he sido un ser humano privilegiado, mimado por la vida, fijate que ahora, después de tanto tiempo, hago una publicidad y la gente la aprobó, o sea que tienen lindos recuerdos de mi persona. No recibí un solo comentario negativo, nadie dijo: “Eh, esta vieja…”. Todos fueron mimos. Así que sería Gardel si aparte de todo eso, de haber transitado por la vida pasándola bien y haciéndolo pasar bien, un día dejo de respirar tranquilamente.
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