Claudia Piñeiro: “Si una mujer mata a otra por el hecho de ser mujer también debería ser femicidio”
En la novela El tiempo de las moscas, la reconocida escritora argentina retoma la historia de Inés, la protagonista de Tuya, encarcelada por matar a la amante de su marido
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Los avances del feminismo, el lenguaje inclusivo, el aborto, los femicidios, las relaciones tóxicas... ¿Cómo cambió la sociedad en 15 años? Para una mujer que pasó todo ese tiempo en la cárcel puede ser un shock. Ese es el caso de Inés Experey, antes de apellido Pereyra, que sale en libertad después de cumplir una condena por haber matado a la amante de su exmarido.
Inés es la protagonista de Tuya, la primera novela de la escritora argentina Claudia Piñeiro, quien se dio cuenta durante la pandemia de que Inés ya habría podido salir de la cárcel por buena conducta.
Sin embargo, lo que la impulsó a retomar su historia en su última novela, El tiempo de las moscas, fue la idea de enfrentar a una mujer “muy machista y conservadora” con un mundo totalmente nuevo en asuntos como qué es ser mujer o el rol de la mujer en la familia. “Me atrajo eso. Probar ese choque tan brutal que iba a experimentar con este mundo distinto”, explica a BBC Mundo la autora de las novelas Las viudas de los jueves, Elena sabe y Catedrales.
Apoyada en un coro de tragedia griega donde las mujeres debaten cuestiones de actualidad como si fuera una asamblea dentro del movimiento feminista, la escritora, dramaturga y guionista de televisión reflexiona sobre el papel de la mujer en la sociedad, sobre la amistad y sobre nuevas oportunidades, entre otros temas relacionados con la vida de las mujeres.
Conversamos con ella con motivo de su participación en el festival literario Centroamérica Cuenta.
—Después de 15 años en la cárcel, la protagonista se enfrenta a un mundo nuevo y afirma no tener idea de qué significa ser mujer ahora. ¿Cómo ha cambiado la mujer?
—Yo creo que para todas nosotras el cambio ha sido paulatino, aunque haya habido transformaciones importantes en los últimos años en algunos países como la Argentina y otros de Latinoamérica. Hay muchas cosas todavía para cambiar, pero hay muchas cosas que cambiaron. Y aunque no sido un proceso, incluso a muchas mujeres les ha costado adaptarse. La novela trabaja mucho sobre la maternidad y el concepto de la maternidad es uno de los que cambió mucho en los últimos años.
Yo cuando era chica o no tan chica, en algunos lugares si una mujer decidía no ser madre, era algo raro, era mal visto. Te parecía que si alguien estaba casada y no tenía hijos era porque tenía alguna falla. Acá la novela hace como un recorrido sobre maternidades conflictivas, maternidades que no resultan como uno quisiera, maternidades donde a lo mejor el vínculo se rompe y no se puede restablecer. También eso causa dolor, como también lo causa sentirse diferente por eso.
—El libro muestra una fuerte amistad entre Inés y su socia La Manca, a la que conoció en prisión.¿Cómo dirías que han cambiado las relaciones amistosas entre mujeres?
—Yo creo que amistades entre mujeres ha habido siempre, pero sí puede haber sido distinta en el pasado, porque muchas mujeres estaban más adentro del hogar. Hoy las mujeres estamos en todas partes. Tenemos amistades que se van armando de otro modo. Creo que el sostén de la amistad entre las mujeres ha evolucionado de una manera muy fuerte en los últimos años.
Mucho de lo que conseguimos es, no digo por amistad, pero sí por compañerismo, por solidaridad entre las mujeres. Si pasa algo en El Salvador con una mujer que está siendo condenada a 48 años por haberse hecho un aborto, todas las mujeres latinoamericanas salen a decir algo. Creo que hay como unas redes de contención de mujeres, más allá de la amistad.
Yo a veces digo que en la contratapa de la novela la editoria puso algo así como que esta novela podrían ser las Thelma y Louise del conurbano bonaerense. Y yo pienso, qué lindo que fueran ellas. Me encanta esa película y me sigue pareciendo actual. Sin embargo, pienso que hoy sus protagonistas a lo mejor podrían tener otro final.
Tal vez antes de llegar a lo que llegaron habrían encontrado algunas manos de donde sostenerse. Antes estábamos bastante solas en esas circunstancias pero hoy sabemos a dónde recurrir. Sabemos a quién llamar, a dónde ir.
En la Argentina hace poco tiempo que el aborto es legal. Desde el 2020. Antes de eso, cuando yo era chica, si alguien se tenía que hacer un aborto, era todo una cosa secreta que no sabías a quién preguntarle.
Pero desde 2018, cuando empezamos a hablar de eso, si alguien te preguntaba, sabías qué teléfono dar. Ya no había tanta tanta vergüenza o tanta preocupación al hacer esta pregunta. Había grupos de mujeres que acompañaban en esta circunstancia. Me parece que todo eso cambió muchísimo.
Se nota también en cosas cotidianas. Si vos vas a un restaurante, y ves a un hombre comiendo solo pensarás, ‘ah está trabajando en una ciudad que no es la suya’. Pero, hasta hace poco, si veías a una mujer comiendo sola, ya te llamaba más la atención. Hoy por suerte, todas esas cosas se van limando y el estar solo es una decisión, probablemente, no una desgracia como parecía antes.
—En la novela aparece un coro en el que se debaten los temas del presente, ¿crees como dicen las mujeres del coro, que quien más, quien menos, se ha prostituido en alguna relación con los hombres?
—Yo espero que ya no sea más así. Digamos que en mi generación hubo siempre muchas concesiones, de todo tipo, por ejemplo en las relaciones laborales, cuando al estar trabajando en una reunión donde todos éramos pares, y había que servir el café, la que se paraba para hacerlo era la mujer. Eso también tiene que ver con asumir un rol que no está bien que asumamos.
Yo espero que ya no sea así, pero hasta cuando yo trabajaba corporativamente era de ese modo, parecía que había algunas cosas que seguían estando asignadas a las mujeres, no importa la categoría del rango que tuviera. En ese sentido, históricamente hemos tenido una posición de sumisión y de rebelarnos contra esa sumisión, aunque también hoy a veces nos cuesta un montón eso de rebelarnos.
Yo siento que hay una agresividad, por lo menos en mi país, contra el movimiento feminista. Hemos conseguido muchísimas cosas. Hay muchos varones que ya no tienen dudas de estas cosas y hasta parece como si fuera un problema del pasado. Sin embargo, el ataque que reciben y recibo y recibimos todas las mujeres de la política en la Argentina, las mujeres del feminismo, las que tienen alguna manifestación con respecto a los derechos de las mujeres, es atroz.
—Esa lucha feminista queda reflejada también en el libro en donde hablas de la necesidad de “no aflojar en la lucha” poniendo como ejemplo el tema del aborto. ¿Cómo se puede hacer frente a estos reveses y qué batallas importantes quedan aún por delante?
—Yo creo que es fundamental estar atento a que no te quiten los derechos que ya conseguiste, porque siempre va a haber alguien que va a querer venir a revisar algo. Es algo insólito, sin embargo pasa y hay que estar atento. Pero, más allá de eso hay muchas cosas todavía para transformar. Una es precisamente la gran agresividad contra el movimiento feminista de la que hablábamos.
Otra son las leyes de cuidado, el gran aporte de trabajo gratuito que hacemos las mujeres al sistema capitalista, porque es el que conozco y que en la Argentina supone aproximadamente el 20% del producto bruto interno.
Ese trabajo que nos han dicho que es amor. Tú vas a trabajar, pero además después en tu casa tenés que hacer un montón de otras cosas gratuitamente, porque ese amor ayuda a que el sistema funcione. Y el otro es la violencia de género que sigue en Latinoamérica con cifras altísimas.
En la Argentina el valor es más o menos una mujer cada 24 horas muerta en femicidios, pero estuve hace poco en México y ahí eran 10 mujeres por día. Me pareció una cifra aterradora. Entonces, evidentemente ese es un tema sobre el que hay que trabajar con urgencia.
—Hablando de femicidios, ¿qué ocurre si como debaten las mujeres del coro de tu novela una mujer mata a otra mujer por odio? ¿Al ser un crimen de odio es también un femicidio?
—Yo creo que en definitiva la respuesta concreta la dan los abogados, porque son los que se ajustan a los códigos, pero yo creo que tiene la misma gravedad si una mujer odia a una mujer por el hecho de ser mujer. Para mí, si una mujer mata a una mujer por el hecho de ser mujer también debería ser femicidio, pero no soy técnica en las leyes, es lo que yo pienso.
A mí me da la sensación que es como cuando, por ejemplo, algunos me dicen y por qué la asesina de la novela también es una mujer. Bueno, porque también puede ser. Me parece que una de las primeras cosas que también tenemos que hacer desde el feminismo es mirar hacia adentro.
—Otro tema que divide, en especial, dentro del feminismo es el asunto de las trans, entre transincluyente y transexcluyente. ¿Por qué crees que ocurre esto?
—En España es así y en muchos otros países también, pero en Latinoamérica casi no pasa, en Argentina seguro que no. Aquí el feminismo es mayoritariamente transincluyente, lo cual no quiere decir que no haya mujeres que crean que el colectivo trans no debería formar parte del feminismo.
Nosotros tenemos ley trans desde hace 10 años y no hubo ninguna pelea. Por supuesto que en el Congreso se debatió, pero no hubo en la calle gente como en España diciendo que si van a entrar los trans al baño, que si se van a anotar en competencia deportiva, nada de eso existió. Todas esas cosas, si sucedieran, se tienen que solucionar de otra manera, no quitándole los derechos a las personas trans.
Habría que preguntarles a las que se consideran transexcluyentes por qué están tan en contra. Vos no le podés negar a un colectivo sus derechos porque suponés que a lo mejor puede pasar algo. Es como que yo dijera: bueno, a partir de mañana no maneja nadie, porque mirá si alguien maneja borracho y choca. No es el camino. El camino es otorgar los derechos y si aparece alguno de esos problemas solucionarlos.
—Por último está el tema del lenguaje inclusivo. ¿Cómo crees que se vive este cambio en la sociedad?
—En Argentina es uno de los ataques más furibundos que recibís en las redes sociales. Hay políticos que para estas próximas elecciones basan parte de su campaña en que van a prohibir el lenguaje inclusivo y uno piensa, una piensa, con todas las cosas importantes que hay para hacer qué se les jugará a esta gente en eso. Yo, por ejemplo, no uso lenguaje inclusivo.
Habitualmente no me molesta que otro lo use, no me parece mal, pero sí estoy incómoda, muy incómoda con el universal masculino. Por ejemplo, recién dije “uno” y yo tenía que decir “una”, pero fui formateada para decir uno, aunque me refiero a mí que soy mujer, porque nos enseñaron a armar todo desde el universal masculino.
Yo cada vez siento que el universal masculino nombra menos lo que tiene que nombrar. Eso también se trabaja en la novela. La incomodidad del lenguaje para nombrar ciertas cosas. Pero, volviendo al lenguaje inclusivo, los ataques son tan furibundos que deberíamos analizar qué esconden, qué hay detrás.
La gente no necesita que la Real Academia apruebe nada para usarlo, porque la gente habla y usa las palabras y va modificando el lenguaje. Pero hay alguien, una serie de personas que están desesperadas por que se prohíba. Por eso digo que hay algo ahí detrás que tendrán que analizar los psicólogos, de qué es lo que pasa con el lenguaje inclusivo.
*Por Almudena de Cabo
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