Clase 9: El laberinto de espejos, a conciencia
Puede resultar difícil de entender, pero lo cierto es que "somos lo que el otro nos devuelve". Lo que nos dice y lo que calla, con sus gestos y palabras; con sus tantas posibles demostraciones de afecto y desamor; con sus actos y lecciones positivas o, más o menos, destructivas. Somos lo que el otro nos devuelve y somos lo que interpretamos de ese contenido, ese tono, esa supuesta intención. Ahora bien, ¿cuál es a diario nuestra intención? ¿Qué reflejaremos, qué devolveremos, qué aprenderán a diario los otros de nosotros?
Más allá del individualismo más que egoísta, al que le hemos dado tanto protagonismo en estas décadas de modernismo globalizado, todo comenzará a cambiar cuando nos dispongamos a entender que somos parte de una trama, de una red, de un juego de espejos donde, quien no se comprometa en un saludable rol social (padre, amigo, compañero, jefe, empleado, gobernante) no hará más que seguir colaborando con las sombras, más que con el desafío de echar luz a la vida que nos gustaría tener. Nuestro cerebro es el centro, el motor, el núcleo más íntimo y privado de ese espejo donde deberíamos mirarnos a conciencia plena.
¿Quiénes somos? ¿Qué representamos para nosotros? ¿Qué somos o podemos llegar a significar para los demás? ¿Qué aprendemos y enseñamos en cada una de nuestras acciones? ¿Qué mensaje dejará cada una de nuestras palabras, de nuestros gestos, de nuestros comportamientos? Somos lo que reflejamos; somos lo que hemos aprendido (y lo que aprendemos cada día) observando. Somos lo que dejamos por herencia a cada paso, más allá de lo que trascenderá de nosotros al dejar esta vida.
Nuestro cerebro tiende a imitar lo que ve. Esta podría ser una síntesis muy casera de lo que, pocos años atrás (desde 1996), la ciencia dio a entender como el fenómeno de las neuronas espejo. Imaginen la importancia que reviste este mecanismo mental tan automático y fundamental en cada instancia de nuestra vida. ¿Tendremos la inteligencia cognitiva y, sobre todo, emocional como para cerrar los ojos y tratar de vernos desde afuera por un momento?
Animémonos a pensarnos, a escucharnos, a mirarnos… ¿Qué ves cuando te ves, cuando te escuchás, cuando te sentís? ¿Tendremos la capacidad de observar a los otros a conciencia plena, con aceptación y compromiso, sin enojos ni críticas extremas? Intentemos pensar, escuchar, mirar qué ocurre en nuestro día a día; qué solemos escuchar, contestar, conversar, discutir; quiénes nos rodean; qué intenciones, qué sentido tiene cada relación, cada palabra, cada momento compartido.
Lo que en un primer momento se descubrió en los monos luego se encontró en el cerebro humano y en algunas aves. Ciertas neuronas se activan cuando algo del otro lo cautiva, lo sorprende, de manera consciente o inconsciente; imitando así, reflejando, la acción de otro.
Las neurociencias han destacado, en este sentido, la importancia que estas neuronas ejercen en el aprendizaje y en la vida social de los individuos. Así es como, más allá de tantos otros procesos cognitivo/emocionales, se despliega en nosotros la empatía (la capacidad de ponerse en el lugar de otro).
¿Cuán empáticos, cuán solidarios, cuán justos creemos ser? ¿Cuánto más podríamos serlo?
Reflexionemos acerca del alcance, así como del origen de nuestros comportamientos.
¿Qué puede resultar de un padre por demás atareado o tomado como rehén por alguna que otra ambición desmedida? ¿Qué puede aprender un hijo que escucha a su padre ausente o puteando cada día por lo que no resulta a su deseo o parecer? ¿Qué puede resultar de un conductor o un peatón estresado al límite de velocidad permitida? ¿De un jefe o líder autoritario, de un empleado sin pasión o reconocimiento, de un maestro, de un médico o de un policía mal pago? Hasta la próxima clase.
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