Tiene todos los lugares que un viajero puede imaginar. Un recorrido por los imperdibles detrás de escena.
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Una costa brava con los condimentos italianos. Unas garras coloridas que se apretujan en los acantilados más abruptos. Un arcoíris que tiñe de tonos inventados cada casa para que el pescador que se ciñe a la caleta con las redes distinga la suya desde el mismísimo horizonte. Una cadena de cinco eslabones que se sienten como una docena. Una personalidad arrolladora, un pintoresquismo que gana su propio diccionario. Cinque Terre es el sitio soñado que cumple con todos los paraísos que la imaginación le pone al viajero antes de sumergirse en Italia.
Disney y Pixar, con esa magia que le vuelcan a las historias, se animaron a dejar en manos de Enrico Casarosa, el director del film nacido en Génova, pero habitante de cada verano de Cinque Terre, para que diera vida a la imaginaria Portorosso, un espacio que hace todos los guiños necesarios como para meterse entre las cuentas de las ciudades reales que conforman esa impagable experiencia costera.
Según el propio Casarosa, en Pontorosso pudo volcar “las mejores partes de cada una de las cinco ciudades reales” de Cinque Terre. De hecho, el viajero experto, detecta los cientos de detalles reales que hacen creíble y entrañable a la película, una verdadera carta de amor a la vida sencilla y magnífica de la región.
Los recorridos reales llevan por una media decena de locaciones: Monterosso, Vernazza, Corniglia, Manarola y Riomaggiore. Cinque Terre está localizada en la provincia de La Spezia, recostada sobre el mar de Liguria en Italia.
Marcada por sus características geográficas, una orografía muy particular, que da origen a un paisaje montañoso constituido por distintos estratos o terrazas que bajan hacia el mar con una fuerte pendiente. Su gente ha estado acostumbrada a “colgar” sus casas respetando el equilibrio del terreno, ha utilizado los peldaños naturales para desarrollar su técnica agrícola que aprovecha al máximo su terreno.
Esta es una de las áreas menos contaminadas del Mediterráneo. Conserva un reino natural de esencias salvajes que ha logrado mantenerse en estado puro a lo largo de los siglos. Sus pueblos suspendidos entre el mar y la tierra, enredados entre peñascos y rodeados por colinas verdes deja expuesto cómo el hombre ha sabido respetar su hábitat sin dejar de luchar con él para sobrevivir, autoadaptándose.
El pueblo célebre: Monterosso al Mare
Monterosso al Mare es el pueblo más grande de los que integran el collar, su historia data del siglo XIII y hoy se divide en la parte antigua y la moderna, que se enlazan por un túnel bajo la montaña. La primera es solo peatonal y conserva todo el espíritu esencial que le dio vida desde los comienzos. Pequeñas callecitas empinadas que exigen buen andar, pórticos en piedra y negocios de aroma local y producción propia. Vinos de sus terrazas y platos regionales a base de la pesca del día. Imposible no probar el pesto a la genovesa.
Su iglesia es mítica. San Giovanni Battista (que data de 1282), enmarca, como se debe, la plaza principal, frente al puerto, desde donde se la puede ver en toda su magnificencia. Una costumbre típica de los pescadores es elevar una plegaria desde sus barcas pidiendo protección para su jornada de navegación.
Fegina, con arquitectura moderna y de colores vivaces, la estancia más moderna, recibe a los viajeros que se acercan en tren. La región balnearia acoge los hoteles bajo la atenta mirada de una estatua del Dios Neptuno. Desde allí parte un sendero panorámico que balconea a la costa e implica una hora de caminata. Une el Monse Mesco, el pico desde el que la vista corta el aliento, hasta la pequeña ciudad de Levanto que es la puerta de ingreso a Cinque Terre.
Por encima del pueblo, a algo más de 400 metros, se puede visitar el santuario de Nuestra Señora de Soviore, que se remonta al imperio romano.
Dos celebraciones son imperdibles: sagra dei limoni, el tercer sábado de mayo. En las calles del pueblo cobran vida todo tipo de banquetes donde reina la fruta típica del país con sus derivados: limoncino, crema de limón, mermelada y tarta de limón. Y sagra dell’acciuga fritta, el tercer sábado de junio. Podrás degustar las famosas anchoas de Monterosso, que se fríen en la típica sartén de hierro en forma de pescado, desde la madrugada junto con pan frito y el famoso vino blanco de la región.
El poderoso pueblo fortificado: Vernazza
La plaza de Portorosso donde se centran las cuestiones citadinas de Luca está inspirada en la de Vernazza. Este pueblo fue fundado alrededor del año 1000. Está fortificado con muros de piedras naturales que sostienen los terrenos donde crecen los viñedos y los árboles de aceitunas que penden, con sus frutos, sobre el mar.
Con cierto aire de nobleza elegante, su arquitectura con balcones, pórticos y portales que se extienden sobre Torrente Vernazzola, es disfrutable a pie por sus estrechos pasadizos empedrados que se unen a la vía principal bajando hasta la plaza posicionada frente al muelle del puerto. Se lo considera de los pueblos más bellos de la Liguria.
La iglesia de San Margarita de Antioquía está enclavada casi en el mar. El Castillo Doria es el símbolo de la grandeza económica que la aldea tenía en la antigüedad. Su Torre Belforte, de forma cilíndrica, es el mirador que firma la historia de fortalezas pesqueras que debieron sostenerse frente a los piratas. De hecho, la localidad celebra el Festival de los Piratas, cuando los vernazzainos se disfrazan y simulan una invasión a su ciudad con música.
El antiguo convento, hoy devenido en el ayuntamiento, muestra un punto más de la grandeza del pasado. En los alrededores se encuentra el Golfo de los Poetas, a quien Lord Byron le dedicó unos cuantos versos a su belleza.
El pueblo que seduce al mediterráneo: Corniglia
Corniglia es el pueblo central de la región que no tiene contacto con el mar. Se encarama en un promontorio rocoso que se eleva a cerca de 100 metros del nivel del mar y que cuenta con una zona repleta de viñedos que producen la cepa local.
Se accede a él gracias a una escala de 22 rampas y casi 400 escalones o bien por la calle principal y peatonal que sale de la estación del tren y deja en el corazón de Corniglia. El sitio parece de cuento. Lo mejor es perderse en sus senderos entre citadinos y naturales que se dibujan sobre las rocas que fortifican la costa marina, siempre con ojos en el paisaje que quita el aire a cada paso, cuando uno cree que ya vio la imagen para la foto perfecta, pero siempre aparece la siguiente. Su silueta se mira al espejo del mar que devuelve una transparencia cristalina.
El director de Luca dice, al recordar sus vacaciones, “me encantaba Corniglia debido a su geografía. Aunque todos los pueblos son famosos y están llenos de turistas, está un poco más alejado de los caminos trillados. Tiene una pequeña plaza, súper pequeña con la iglesia y solo ver tres bancos llenos de personas mayores sentadas, para ser ese un recurso súper inspirador para nosotros. Vienen después de la cena, se sientan y pasan tiempo allí. Es maravilloso”.
El colorido de Manarola
Manarola es color como no hay en ningún otro sitio. Su arquitectura es esencialmente de espíritu genovés, asomadas sobre la vía principal. El poeta Lino Crovara le regaló un verso que se lee en sus calles: “una colmena en la roca, un nido de gaviotas alto sobre las olas, un pueblo donde el leve susurro de las olas acaricia las orejas atentas del alma”.
La estructura del pueblo se desarrolla al rededor del torrente Groppo, desde este punto parten una serie de callejuelas empedradas que conducen a las casas situadas al lado del promontorio y de los huertos. Lo que vale ver. aquí es Manarola misma. Perderse en sus callejuelas coloridas es de viajero agradecido. Sutil vista brinda la última parte de la vía Belvedere con su balcón al mar.
La calle principal, “Via di Mezzo” (o vía del medio), aloja a los numerosos restaurantes, bares y negocios de artesanos y artistas locales donde venden y se exhiben artesanías tan coloridas y simpáticas como el corazón del pueblo.
Visita obligada es la piscina natural de piedras, con un color azul que invita a una zambullida.
Imposible partir sin degustar la focaccia ligure. La mejor se puede probar en “La Cambusa” ubicada en la Via di Mezzo.
Desde el 8 de Diciembre hasta el final del mes de Enero se puede visitar el pesebre más grande del mundo construido en una colina enclavado en el corazón del pueblo.
El pueblo sereno: Riomaggiore
Riomaggiore, el más tranquilo de Cinque Terre, es muy apreciado por los turistas. La mayoría de sus habitantes son pescadores y su condición de última perla de las cinco lo hacen el más relajado, animado y alegre. Mar, playas, increíbles vistas panorámicas y vida de locales. Se remonta al siglo VII, con ambiente natural donde predomina la vegetación Mediterránea.
El Castellazzo di Cerricó preside el pueblo en lo alto. Es una fortificación del siglo XIII, con dos enormes torres circulares. Aunque las estaciones suelen ser lugar de paso, la de Riomaggiore cuenta con un túnel que va de la estación ferroviaria hasta el pueblo realizado con mosaicos de colores que rediseñan el mar.
Un malecón de piedras invita a la visita, sobre todo porque esconde una sorpresa. Desde allí, por el pequeño sendero que va al lado opuesto del pueblo (hacia el sur), se accede a una playa “escondida” totalmente empedrada. El punto perfecto para dejarse perder en el atardecer.
Casarosa asegura que “al final de la ciudad, hay un mini puerto donde los barcos se detienen y hay un edificio rojo icónico en el borde. Esa fue la inspiración para la casa de Julia, uno de nuestros decorados importantes. Vuelven a pintar ese edificio, en la vida real, a veces es muy rojo brillante, a veces es de un color más tenue”.
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