Es probable que la mayoría de los lectores no se dé del todo cuenta, pero estamos viendo una de las operaciones de lavada de cara ideológica más cínicas –y, al mismo tiempo, comercialmente exitosas– de la historia.
La operación de marras es la conversión de las películas animadas de Disney en espectáculos aparentemente no animados, con actores y todo eso. "Aparentemente" porque, después de todo, la reciente y hueca El rey león no es más que animación digital fotorrealista. Pero no solo sucede eso: también el asunto pasa por la corrección política y que toda etnia y toda cultura tengan su lugar en el mapa de la empresa de entretenimiento familiar más grande del universo conocido. El ejemplo último y próximo es Mulan.
Mulan fue un filme de dibujos animados tradicionales en 1998. La historia: en la China medieval, una joven, para evitar que a su padre, de frágil salud, lo mandaran a pelear con los mongoles, se disfraza de muchacho y ahí va a la pelea. Todo termina bien, incluso se enamora en el medio en, quizás, el momento más riesgoso del Disney mainstream en las últimas décadas. No cabe duda de que es una mina de oro para la corrección política; de hecho, el original ya tenía todos esos componentes que habían comenzado a resquebrajar ciertos estereotipos desde La sirenita (1989) y, sobre todo, desde La bella y la bestia (1991). Por otro lado, la historia no requiere demasiada fantasía (lo más flojo del original dibujado era, justamente, el dragón cómico Wushu con voz de Eddie Murphy, un poco descolgado para el asunto). Así que transformar Mulan en una película "realista" no era una operación complicada. Ni comercialmente muy riesgosa.
Primero, está dirigida por una mujer, Niki Caro, la realizadora de Jinete de ballenas; en segundo lugar, tiene estrellas grandes en el elenco (Jet Li, Gong Li, Jason Scott Lee); tercero, la película está planteada como un wu-xia, los filmes épicos de pelea de Oriente, género muy influyente en Occidente. Y, además, esta combinatoria tiene un antecedente exitoso: la oscarizada El tigre y el dragón, de 2000, que era película "de mujeres", épica, sobre un cuento tradicional chino. ¿Qué puede fallar?
Falla algo fundamental que no tiene que ver con todo este lavado de cara carísimo. El problema de casi todas estas adaptaciones consiste en asesinar el legado de más de 80 años de animación dibujada, del diseño que se acoplaba –incluso ideológicamente– a los contenidos; del artesanado increíble que nos hacía creer que algo en dos dimensiones evidentemente hecho a mano no era falso, era real, tenía y generaba emociones. La Mulan original, por ejemplo, es una perfecta combinación de motivos chinos tradicionales y una moderna estilización. Justamente: la animación dibujada consiste en estilizar, limar, dejar lo esencial, mover lo justo, crear a partir de la restricción física de que jamás podrá reproducirse la realidad del todo. Las nuevas versiones hacen todo lo contrario, pero paradójicamente las herramientas de las que disponen son, justamente, las que la animación le permitió tener al cine de acción en vivo.
En el caso de la nueva Mulan, hay algunas razones para ser optimista: la historia en sí funciona mejor como épica "realista" que como filme animado, incluso si está entre lo mejor que hizo Disney al terminar su década mágica de renacimiento. Las secuencias de acción que permiten atisbar los adelantos parecen un cumplido homenaje al wu-xia, que ya tenía mucho de diseño y efecto especial (en el montaje, con cables, etcétera), y llevó la acción a lo fantástico. Pero solo emociona si los luchadores son de carne y hueso. Así, Mulan puede romper por izquierda la maldición que El libro de la selva (la única gran adaptación de Disney del animado al "realista", con gran recuperación de la épica original de Kipling) ya había logrado por derecha: que la forma y el relato se complementen y la nueva versión "con actores" se justifique mejor que la animada.
De todos modos, hablamos de excepciones. La operación sigue adelante porque, bueno, cada reversión crea un poco más de negocio, un poco más de venta, un poco más de conocimiento de aquello que ya ha pasado. Amortiza sin "instalar" marca. Los que amamos el artesanado del dibujo lo vemos como una negación de lo maravilloso. Pero negocios son negocios, y si son políticamente correctos, mucho mejor.
Más realismo, menos dibujos
Mientras que en 2019 hubo tres "pases" de animación a acción "realista" (Aladdin, El rey león y Dumbo), en 2020 serán dos, Mulan y Cruella (sobre 101 dálmatas, con Emma Stone). Pero los planes para los próximos años incluyen Pinocho, La espada en la piedra, La sirenita, dos "secuelas" con actores (Príncipe encantado, de Cenicienta, y Rose Red, de Blancanieves) y la recién anunciada Bambi. No quedará dibujo en pie.
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