Esta es una revista más o menos joven, lo que genera una duda al autor de estas líneas a la hora de hacer ciertas menciones. En este caso, las dos palabras que surgen: "Miguel" y "Gila". Para quienes pasamos los 50 (por muy poco, aclaremos), Gila era un personaje frecuente en la televisión; un humorista español que, con sus monólogos, mezclaba el más absurdo surrealismo con el más violento costumbrismo "a lo bestia" de su país. El humor ibérico puro, el tono despreocupado y, a veces, sobrador que transforma cualquier cosa en sátira. El tono que rescató para el cine el primer Almodóvar, aquel tan deudor de Berlanga. Y que luego seguiría utilizando su apadrinado Álex de la Iglesia, e incluso el apadrinado del apadrinado, Santiago Segura. No es necesario aquí nombrar todas las películas que han nacido de esta fusión: es suficiente con recordar Muertos de risa, de De la Iglesia, o esa barrabasada genial que es, aún, Torrente, el brazo tonto de la ley, de Segura.
A esta pata "lingüística", donde basta una puteada española o un modismo para que el Apocalipsis cambie de color, hay que sumarle la gráfica. La historieta cómica española es de un surrealismo total, exacerbado, lleno de absurdos crueles que causan mucha risa siempre. Hay varios maestros en eso (José Escobar, padre de Zipi y Zape; Gustavo Martínez Gómez –o Martz Schmidt–, creador del profesor Tragacanto), pero el más grande fue Francisco Ibáñez, inventor de Mortadelo y Filemón y Superlópez. La "escuela Ibáñez" es probablemente una traducción del barroco al esperpento para la risa. En cada viñeta puede pasar no solo lo que pasa, sino un millón de cosas más en segundo o tercer plano, siempre con una línea clara. ¿Tex Avery? Sí, es lo más parecido. Pero mejor googleen a estos tipos.
Pues bien: este estilo español, preanunciado en el tono de locura de las películas mencionadas ut supra, necesitaba quien lo plasmara. Y llegó Javier Fesser, amante de estas comicidades y del cartoon clásico y de usar todo efecto especial posible. Fesser hizo en 1999 una película llamada El milagro de P. Tinto, que es Ibáñez+Almodóvar+Looney Tunes y un estilo visual colorido que se burlaba de todas y cada una de las instituciones españolas, más el cine, más lo que se le ocurra al lector. Por suerte, suele aparecer cada tanto en Netflix. Fesser es un admirador absoluto de Ibáñez, y fue quien llevó al cine a sus personajes más importantes, Mortadelo y Filemón, dos agentes secretos ibéricos a lo bestia. Se hicieron tres películas de los personajes, pero Mortadelo y Filemón contra Jimmy el Cachondo (villano con acento argentino), se realizó en animación digital en 3D, la mejor manera de llevar la locura extrema a la pantalla. Se puede ver en Prime Video.
En Netflix, hay una interesante selección de títulos bien representativos de cómo esta tendencia a la locura visual y a la bestialidad humorística ha crecido en el cine de España. Se puede ver, por ejemplo, la primera adaptación de otra de las creaciones de Ibáñez, Superlópez. Parodia total de Superman, con el que comparte historia (planeta que estalla, padres que envían al niño a la Tierra), pero, por un accidente, en lugar de caer en los Estados Unidos lo hace en España. Y con padres tan sobreprotectores como incapaces de entender lo que le pasa al muchacho.
Los Rodríguez y el más allá narra la historia de una familia normalísima que descubre que es parte de una intriga planetaria que se resuelve con llamadas surreales a sótanos encantados, armas de rayos y portales interdimensionales, mientras uno se pelea con vecinos y se trata de ganar el pan diario. Ese doble juego de lo cotidiano más ramplón y lo fantástico más hiperbólico es un modo, también, de mirar España como una modernidad que no termina de serlo.
Esta tendencia "tebeo-bestial" se incorpora en Que baje Dios y lo vea, donde los monjes de un monasterio deben salvar el lugar de ser vendido jugando un partido de fútbol contra la Selección del Vaticano. Aquí está la película inspiracional, el film deportivo y el comentario sobre esa relación casi patológica de España con la Iglesia, pero llevado al límite de lo surreal. Nada extraño en el país de Buñuel, de Berlanga y de Gila.