A estas alturas de la pandemia, tendemos a hablar del cine en tiempo pasado. El cine como experiencia comunitaria, un montón de pares de ojos y de oídos en la sala oscura que entran en otro mundo –o, al menos, que lo intentan–, es algo que parece lejano por culpa de la pandemia. En realidad, la cosa viene de antes, desde que se instaló el modelo del “tentpole”. El término refiere al parante central de la carpa de un circo. Las majors de Hollywood apuestan (¿apostaban?) todo a uno o dos títulos gigantescos que sostienen (¿sostenían?) todo el negocio. Una de superhéroes o una de animación, por lo general. Así, la mayoría no cinéfila –que sostiene el cine, último verdadero arte popular– va a ver solo esas películas, compra gaseosas y snacks, y ese plus –no el ticket– es lo que hace funcionar las salas de exhibición y permite el estreno (cada vez menos) de otras películas no “espectaculares” en el sentido rimbombante. Desgraciadamente, la mayoría del público mundial se acostumbró en esta última década a que el cine es “solo” eso. El espacio para otro cine con más riesgo ya era exiguo cuando llegó el covid-19. Hoy, es casi inexistente.
De Wim Wenders a Agnès Varda, de Romina Paula a Alain Resnais, Mubi es una plataforma que ofrece títulos imperdibles y hallazgos exóticos.
Quedan fuera de toda visibilidad las nueve décimas partes del cine que se hace en el mundo. Queda fuera una enorme parte de la historia (de paso: el espacio de Netflix o Prime Video para clásicos es lastimoso) y, sobre todo, lo nuevo de lo nuevo, los autores, los riesgos, la diferencia. Por suerte, hay otras plataformas donde algo de eso aún respira y mueve. Una de ellas es Mubi, que puede verse en la Argentina y que sale poco más de $200. La plataforma está dedicada sobre todo a lo que podríamos llamar “cine de festivales”, con bastante presencia de Cannes. Si quieren ver filmes como Old Boy (Park Chan-wook), El árbol de la vida (Terrence Malick), Still Life (Jia Zhang-ke) o Amar, beber, cantar (Alain Resnais), están ahí. Pero eso aparece en la biblioteca permanente de la plataforma, que incluye una cantidad muy grande de cine de autor, experimental y casi secreto. Hay, además, un sector “actual” en el que todos los días sube una película y baja otra; cada una dura 30 días. Es decir, hay una novedad cotidiana.
¿Qué hay? Es mucho. Hay una sección de cine latinoamericano donde, por ejemplo, suele aparecer la producción de El Pampero Cine (hoy, entre otras, puede verse la ópera prima de Romina Paula De nuevo otra vez). Hay una sección de cine sobre cine que incluye películas como Room 666, de Wim Wenders, y Outer Space, de Peter Tscherkassky, o la gran Vampir-Cuadecuc, de Pere Portabella. Tanto Wenders como Portabella, más el italiano Tinto Brass, los franceses Agnès Varda, Chris Marker, Alain Resnais (vean Mélo, nunca estrenada aquí, vean Conozco la canción, un éxito aquí) y Éric Rohmer (están las Comedias y proverbios, está El rayo verde, amigos), el indio Amit Dutta y el malayo Edmund Yeo (hay que descubrirlo) hoy son objeto de retrospectivas en muy buena calidad. Y, además, están todos los largos de Chaplin en copias restauradas (vean su obra maestra Monsieur Verdoux).
Pero quizás la parte más interesante, la que demuestra que el cine está vivo como arte, aunque el cine agonice como negocio, es, justamente, la sección “por descubrir”. En este momento hay tres documentales de creación muy impactantes: Cenote, de la japonesa Kaori Oda; Faith, de la italiana Valentina Pedicini (sobre el entrenamiento en una secta religiosa); La isla de los pájaros (sobre eso: un lugar donde se cuidan aves), de Maya Kosa y Sérgio Da Costa; o la bella aventura sobre un sitio donde mueren animales, llamada Cementerio, de Carlos Casas. Novedades de este tipo se pueden hallar en todas las secciones. Pero hay eventos especiales, como la posibilidad de ver una película marroquí que se consideraba perdida, el ensayo político sobre el cine Sobre algunos eventos sin importancia, de Mostafá Derkaoui, que solo se proyectó una vez, en 1974, y muchos creyeron destruida. En fin, ahí está (una parte importante) del cine, y en buenas copias, demostración de que el arte de las imágenes no se muere y de que “el negocio” nos está privando de mucho.
Qubit.tv: fuerza nacional
La otra plataforma importante para ver ese cine perdido es Qubit.tv, nacida en la Argentina y curada por el director del Bafici Javier Porta Fouz. Es quizás el mejor reservorio de clásicos del Hollywood dorado (Hawks, Hitchcock, Ford y siguen firmas) y grandes bibliotecas (todo Ozu y todo Mizoguchi y todo Tarkovski, por ejemplo). El abono ronda los $500, pero se pueden alquilar por día varios filmes. Si gusta del cine, es imprescindible.
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