Cigarrillos vs. libros, un dilema vigente
El verano pasado, en la biblioteca bilingüe de un departamento alquilado en Tel Aviv, encontré un librito de George Orwell llamado Books vs. Cigarettes (Libros versus cigarrillos), una colección de ensayos publicados en distintas revistas inglesas. El ensayo del título del libro salió en febrero de 1946 en el Tribune, un semanario de izquierda del que Orwell había sido editor y del cual había renunciado tras el éxito de Rebelión en la granja. Como colaborador, mientras empezaba a escribir 1984, Orwell publicaba notas todas las semanas, casi siempre en la sección de libros. En Libros versus cigarrillos se pregunta, como buen socialista, por qué la clase obrera lee tan poco. Y se responde, haciendo unos entrañables cálculos monetarios, que no puede ser por el precio, porque el cigarrillo o el alcohol son vicios mucho más caros.
Para hacer sus cuentas, Orwell otea sus propios estantes. Sin incluir galeradas, revistas, manuales y "panfletos", encuentra 442 libros de su propiedad. "Distribuidos de la siguiente manera", aclara, e inserta una infografía con una lista de libros comprados (251), regalados (33) o prestados (10), entre otros. Este detallismo me sorprendió, porque en el mundo de las letras, si leí bien las señales de etiqueta, está mal visto hacer un inventario de libros propios: un buen dueño de biblioteca no sabe bien qué o cuántos libros tiene. Hace unos años nos reímos con un amigo cuando una chica con la que salía le dijo, muy orgullosa, que en su casa tenía 425 libros. Nos pareció un fanfarroneo extraño y forzado, que leímos con sarcasmo y desdén, y del que me volví a acordar, repetido por un emisor mucho más respetable, en el departamento de Tel Aviv.
Después de contarlos, Orwell quiere ponerles un precio a sus libros. A los que le mandaron para reseñar los anota a mitad de precio, "como si fueran usados", y a otras excepciones les pone asteriscos y notas al pie. "Mis gastos totales en lecturas en los últimos quince años han estado en el área de las 25 libras por año", exclama Orwell al final. En la Londres desabastecida de posguerra, esa cifra le permitía comprar 83 cigarrillos Players por semana. Antes de la guerra le habría alcanzado para 200. Y lanza su primera conclusión: "Con estos precios, estoy gastando más en tabaco que en libros".
Hoy, ¿sigue siendo leer libros más barato que fumar y tomar alcohol? En Nueva York, donde viví hasta hace no mucho, un paquete de cigarrillos cuesta lo mismo (US$ 14) que un libro de bolsillo. Ahí Orwell todavía tiene razón: nadie puede decir que ha dejado de leer porque, comparados con otros vicios, los libros son caros. En la Argentina, en cambio, fumar es baratísimo (menos de un peso por cigarrillo) y los libros nuevos se acercan a los $ 200. Un fumador de atado diario gasta $ 125 por semana en cigarrillos. Un lector de libro semanal, que alterne una novedad con uno de saldo o Mercado Libre, podría estar en una cifra parecida. En cualquier caso, a Orwell el cigarrillo terminó saliéndole más caro que la lectura. Murió a los 46, cuatro años después de publicar su análisis de costos en el Tribune, de un arteria estallada en un pulmón.