Ciencia Sabina (o la ciencia del deseo)
Enemigo de la realidad/ prescindible en el matrimonio/ imprescindible en la pasión/ mal consejero/ buena bebida/ mejor secreto y clandestino/ insoportable fingido/ más presente en las pajas que en las putas/ patria del poeta y del pintor/ maldición del casto/ pecado inconfesable de la monja/ enemigo del silicio/ río de la sangre/ hotel dulce hotel. ("Deseo", Joaquín Sabina)
A veces los poetas o los cantantes populares dan en la tecla con alguna verdad muy profunda de esto que nos hace ser humanos. Y si algo nos hace humanos es el deseo: de vivir, de dinero, de fama, de amor, de un cuerpo. ¿Qué es, de dónde sale, cómo es que a veces se nos hace carne y no nos deja tranquilos?
El deseo es un corcel/ que la madurez embrida,/cuando el bajel de la vida/no acepta tratos con él. ("Cuerpo, corazón, deseo", Joaquín Sabina).
Nuestra compulsión al deseo es una respuesta compleja que tiene que ver con lo social, lo cultural, lo hormonal, lo fisiológico, lo psicológico. O sea, con nosotros. Y si de deseo sexual se trata, nos acompaña desde que somos humanos: garantiza la supervivencia de la especie. Aun así, es interesante que hay relativamente poca ciencia del deseo en sí, comparada con la mucha que explora el acto sexual y sus infinitos vericuetos.
El deseo también tiene sus bemoles. Una investigación de hace unos años demostró que los objetos más deseados parecen más próximos. En otras palabras, la percepción del ambiente depende de lo que estemos percibiendo: un vaso de agua cuando estamos sedientos, dinero que podemos ganar o metas alcanzables y deseables parecen estar físicamente más cercanas que otros objetos más neutros, o poco deseables. Por más contraintuitivo que parezca, una vez calmada la sed, la misma botella parece estar más lejos.
Donde el deseo viaja en ascensores. ("Pongamos que hablo de Madrid", Joaquín Sabina).
¿Y qué decir de las diferencias entre hombres y mujeres? La naturaleza, otra vez: los estudios indican un aumento en el deseo sexual femenino a lo largo de la fase folicular del ciclo menstrual (que concluye con la ovulación). Una investigación danesa reciente sugiere una caída más aguda del deseo con la edad en mujeres que en hombres (con las obvias excepciones, claro); en ambos casos las terapias de reemplazo hormonal podrían tener efecto, aunque aún no hay estudios serios y masivos sobre su seguridad y eficacia.
Amo/ acaricio/ necesito/ te recuerdo/ te busco/ te maldigo/ digo tu nombre a voces/ no te veo/ te amo/ ya no sé lo que me digo. Te deseo/ te deseo/ te deseo/ te deseo… ("40 Orsett Terrace", Joaquín Sabina).
Y he aquí la verdadera novedad: no somos tan distintos. Según experimentos, el deseo erótico es universal en su respuesta. Cae otro mito: que el cerebro de mujeres y hombres responde distinto en cuanto al deseo y las imágenes sexuales. El paper publicado en la Academia de Ciencias de EE.UU. analizó imágenes que indican la actividad cerebral en respuesta a estímulos visuales excitantes. La discutible idea es que al mirar al cerebro nos sacamos de encima tabúes, prejuicios o represiones que aparecen en entrevistas u opiniones que decimos por ahí. Ser varón o mujer no influyó en las áreas del cerebro que respondían a los estímulos, ni en la magnitud de la respuesta, a diferencia de trabajos anteriores, que encontraron cambios de género en pedacitos de cerebro que se activaban diferencialmente.
En fin: somos bichos deseadores, y por eso seguimos estando aquí en esta Tierra. Por suerte, ya que en cualquier momento aprueba el Parlamento europeo una ley a favor de abolir el deseo ("Eclipse de mar"), y ahí sí que se acaba la vida que conocemos.