Como hombre de mar que era, Aristóteles Onassis –"Ari" para los íntimos– sólo se sentía pleno y feliz a bordo del Christina, el barco que compró a principios de los años 50 y que bautizó con ese nombre en honor a su adorada hija (que se suicidó en Argentina en 1988). Construido por el astillero canadiense Vickers en 1943, uno de los primeros trayectos de ese gigante náutico –fue el yacht más grande del mundo durante años– marcó a fuego la historia: trasladó a los soldados que desembarcaron en Normandía durante el Día D, en 1945.
El magnate griego customizó el Christina, de 99 metros de eslora, con todo lo necesario para convertirlo en un palacio flotante. Después de una travesía por el Mediterráneo, el rey Faruq de Egipto lo definió como "la última palabra en opulencia"
El magnate griego le hizo múltiples reformas –invirtió 4 millones de dólares de la época para dotar de lujo a su juguete flotante por el que había pagado 34 mil dólares–para convertirlo en la criatura de agua más ostentosa de la época: podía hospedar 35 pasajeros en 18 camarotes, gimnasio, bar, una pileta cuyo piso reproduce el salto del toro del palacio de Cnosos en Creta, jacuzzi, discoteca y hasta un hidroavión Piaggio en su cubierta, y en el interior destacaban cuadros de Miró y Renoir, lámparas de cristal de Murano, herrajes de oro y hasta una chimenea con frente de lapislázuli. Cuando la embarcación estuvo lista para convertirse en su nuevo hogar –las propiedades que tenía en Nueva York, París y Mónaco y hasta Skorpios, su isla privada, pasaron a segundo plano–, Ari se lanzó a organizar cruceros en los que flotaban el glamour, el poder y sus amores más turbulentos. Esas "tripulaciones" que brindaban mirando el atardecer en el Mediterráneo, Adriático o Egeo, mezclaban poderosos hombres de negocios, estrellas de Hollywood, reyes y presidentes, que pasaban días y días navegando, dorándose en cubierta, mientras alumbraban mitos y leyendas que convirtieron al barco de Onassis en el gran símbolo de la opulencia del siglo XX. En 1956, Raniero de Mónaco y Grace Kelly ofrecieron un agasajo para los invitados a su boda en el Christina. Liz Taylor y Richard Burton eran pasajeros frecuentes, igual que Frank Sinatra, John Wayne, Marilyn Monroe, Liza Minelli, Rudolf Nureyev, Nelson Rockefeller y Greta Garbo. Winston Churchill también fue huésped del Christina. El buque fue testigo de los escarceos amorosos y de los dramáticos romances de Onassis: María Callas, quien por largo tiempo fue la gran pasión de Ari a bordo, había sido invitada al barco por primera vez con su marido, Giovanni Battista Meneghini, un industrial treinta años mayor que ella al que abandonó por el armador griego. Vivieron un atormentadoromance que terminó en 1968, cuando él la dejó para casarse con Jackie Kennedy, quien también había debutado en esas legendarias fiestas de mar adentro junto a su marido, el entonces presidente de Estados Unidos, John F. Kennedy, asesinado cinco años antes de esa boda celebrada precisamente en el Christina, amarrado en Skorpios.
"Respecto del barco, Ari es como un ama de casa obsesiva –dijo Tina Livanos, su primera mujer–. Se la pasa mirando que todo esté en orden, buscando nuevas cosas que corregir y mejorar". Así también lo aseguraban sus tripulantes, quienes sabían que cualquier daño mínimo que sufriera el Christina, aunque fuera una mancha sobre un tapizado, provocaba el despido inmediato del responsable y el desembarco, allí donde estuvieran.
EL VALOR DE UNA LEYENDA
El brillo naval de la mansión flotante de Ari se fue apagando a medida que él envejecía. Y cuando murió, en 1975, su capricho de 99 metros de eslora fue heredado por su hija Christina. Ella, antes de morir a los 37 años en Buenos Aires –en 1988– lo donó al gobierno griego como barco presidencial, con nuevo nombre: Argo. Como tenía un costo de mantenimiento anual de medio millón de dólares –lo habían usado poco Constantino Karamanlis y Christos Sartzetakis, dos jefes de Estado–, la embarcación fue quedando abandonada y se deterioró mucho hasta que, en 2001, la compró el empresario griego Yannis Papanicolaou (gastó más de cincuenta millones de dólares para adquirirlo y ponerlo en condiciones de navegar nuevamente), un amigo de Ari que lo volvió a bautizar Christina y le agregó una "O". El barco entró en "boxes" y durante quince meses se restauraron sus elementos más simbólicos, la decoración fue renovada, respetando su aire clásico, y se lo dotó de nueva tecnología para que estuviera a tono con el siglo XXI. Actualmente está amarrado en Mónaco y la compañía Morley Yachts gestiona su alquiler por un precio base de 90 mil euros por día o 480 mil por semana. La tarifa incluye acceso a todos los lujos del Christina O más el servicio de dos fisioterapeutas que forman parte de la tripulación y esperan a los húespedes que requieran sus servicios en el spa y un salón de belleza. Como bien lo saben los invitados a la boda de Heidi Klum y Tom Kaulitz, en agosto pasado, quienes se casaron por segunda vez a bordo del histórico crucero en aguas de Capri (habían sellado su amor en California, en febrero de 2019, con una ceremonia íntima). Decorado con flores blancas y rosas, tanto en los mástiles como en los cables de acero y en el interior, el Christina fue escenario de una fiesta flotante que, a muchos nostálgicos, los llevó a evocar los célebres parties de altamar organizadas por el magnate que, durante veinte años –entre las décadas del 50 y 60–, concentraron buena parte del drama, el romance y los negocios del mundo. Y anclaron para siempre en la memoria de una época el nombre de ese barco como ícono de lujo y excesos