Bernardo Héctor Reyes es una de las pocas personas vivas que ha formado parte del círculo más íntimo del cómico fallecido en marzo de 1988; con casi 90 años, su valioso testimonio se convierte en una radiografía íntima y desconocida del querido y recordado artista
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Se hizo famoso en todo el país gracias a que su gran amigo Alberto Olmedo bautizó con su nombre a uno de sus personajes. “Era un cornudo y yo no soy así”, dice Bernardo Héctor Reyes, apodado Chiquito por su madre, sin imaginar que se convertiría en casi una marca popular.
A punto de cumplir los 90 años, su departamento del centro de Rosario es el ámbito elegido para la charla con LA NACION. Nació en Barrancas, a menos de cien kilómetros de la ciudad donde se erige el Monumento Nacional a la Bandera, esa misma donde nació Alberto Olmedo hace 79 años.
“El Flaco Martínez, que hacía acrobacia con nosotros en Newell´s, lo trajo al Negro al club, tendría unos quince años, ahí comenzamos a conectarnos como amigos”, explica Chiquito Reyes, en una charla en la que la emoción irá tomando cuerpo.
Reyes recuerda cada día a Alberto Olmedo, “el Negro”, como lo llama. Para él, su amigo del alma y, para todo un país, el cómico extraordinario que impuso personajes y frases que pasaron a la historia. Si aún hoy es posible escuchar algún “adianchi”, como decía el Manosanta, o un “éramos tan pobres”, uno de sus latiguillos de cabecera.
El tiempo, dicen, hace lo suyo; incluso, a veces, se manda una jugarreta con el olvido. No es el caso. Pareciera ser que Reyes aún no terminara de asimilar la prematura partida del amigo y en circunstancias por demás confusas, a pesar de que este 5 de marzo se cumplirán 35 años de aquella muerte, ocurrida cuando cayó del balcón del departamento que habitaba en un edificio de la cadena Maral, frente a la costa marplatense. Olmedo se encontraba en la ciudad encabezando el elenco de la comedia Éramos tan pobres, que lideraba las recaudaciones con dos funciones diarias en el teatro Tronador.
Paradojas del destino, a las 22.30 del 4 de marzo de 1988, faltando pocas horas para su fallecimiento, Olmedo había firmado su contrato con Carlos Rottemberg para continuar con la exitosa obra en la sala del Astral porteño. El actor estaba en el pináculo de su carrera.
Lo que pocos recuerdan es que la madre del artista falleció en el trayecto entre Buenos Aires y Mar del Plata, cuando se dirigía al velatorio de su hijo.
📌Original del contrato de Alberto Olmedo, firmado a las 23.30 hs. del viernes 4 de marzo de 1988 en su camarín del teatro Tronador de Mar del Plata para la continuidad en invierno de su espectáculo “Éramos tan pobres” en el teatro Astral de Bs. As.
— Multiteatro Comafi (@multiteatro) January 5, 2019
Olmedo falleció esa madrugada. pic.twitter.com/4ROl6sgwRU
Olmedo vivía en el barrio Pichincha y Reyes en el centro de la ciudad de Rosario. En el club Newell’s Old Boys, Chiquito practicaba esgrima, natación e integraba el equipo de acrobacia. “Competíamos con buen nivel, hasta nos presentábamos en otros clubes y a nivel internacional”.
Reyes fue jefe de personal de la empresa de agua y energía eléctrica de Santa Fe, un mundo diametralmente opuesto al que se movía Olmedo, pero nada impidió que mantuvieran una férrea amistad a lo largo de sus vidas. “Me jubilé en esa compañía”.
Las doce horas del champagne
-¿Qué recuerda de Alberto Olmedo, en esa época de juventud?
-Mire, he preparado dos anécdotas…
Chiquito pide permiso y arremete con la lectura detallada de dos momentos que atesora. Enternece escucharlo. Lúcido y amable.
-¿Leo?
-Con todo gusto… Antes le consulto, ¿le digo Chiquito o Bernardo?
-Como quieras.
-Chiquito, léame lo que preparó.
-Esta anécdota se llama “Las doce horas del champagne”.
Reyes comienza con voz profunda, de esas cuya coloratura denotan una vida detrás, a contar aquello que significa mucho para él y donde Alberto Olmedo tuvo un rol esencial. “El Negro estaba trabajando en una obra en Mar del Plata, y yo pensaba en el garrón que se estaba comiendo mi amigo con su última esposa, por eso, decidí viajar urgente a verlo. Llegué al teatro con el Negro actuando. Me paré a un costado de la escenografía y los primeros que me vieron fueron los del elenco, hasta que, después de un rato, el me descubrió. Ahí cambió el ritmo y el tono de su voz. Cuando salió de escena, me abrazó y me dijo ´¡viniste!´. Ahí me di cuenta que había hecho bien en estar ahí. ´Ya termino y nos vamos a comer con un amigo´, me propuso”.
-¿Fueron a cenar?
-Sí, comimos en un restaurante llamado Los Amigos.
-¿Quién era el amigo al que se refirió Olmedo?
-Nada menos que Alberto Cortez. Comimos muy bien y, en el postre, el Negro dijo “el champagne lo tomamos en el Torreón, tengo una invitación especial del dueño”. Así fue que, cuando llegamos, nos recibió este hombre, que le dice “Alberto, tome el champagne que quiera, yo invito”. Estaba con nosotros Juan Carlos Casas, el magnífico secretario del Negro. En un momento, el dueño del Torreón le dice algo al oído, le estaba indicando que debíamos pasar a otro sector. Se descorrió un telón y fuimos a un lugar donde había un gran piano, con un señor muy sonriente sentado en la butaca. Alberto Cortez asentía ante lo que le decía el dueño.
-¿Quién era la persona acodada en el piano?
-Luego nos enteramos que ese hombre era un médico amigo del dueño que le gustaba cantar y quería que Alberto Cortez lo escuchara.
-¿Qué dijo cuándo lo escuchó?
-Era un desastre, desafinó en el piano y jamás supimos qué cantó, la curda que tenía era muy importante, pero Cortez lo felicitó igual.
Reyes cuenta que luego de la interpretación fallida, Cortez se sentó en el piano y Chiquito y Olmedo interpretaron las canciones que habían aprendido de jovencitos en el Centro Asturiano de Rosario. Repertorio que el artista argentino radicado en España conocía al dedillo.
La madrugada avanzó al ritmo del consumo del champagne. Chiquito no pudo aguantar el trajín y se quedó dormido. Cuando lo despertaron, lo primero que dijo fue “¿Qué hace toda esta gente en pelotas?”. Olmedo le puso las manos en los hombros y le dio la respuesta: “Chiquito, es la una de la tarde, estamos en Mar del Plata, y toda esta gente desnuda son turistas que están en la playa. Ahora vamos al departamento a dormir, porque esta noche tengo que laburar en el teatro”.
Las anécdotas se suceden. Chiquito Reyes las cuenta con gracia, pero también con cierta nostalgia. “Todo tiempo pasado fue mejor”, sostiene la máxima. En sus palabras, algo de eso se pone en juego, aunque su presente es pleno. Esther, su esposa, lo acompaña inseparablemente. Incluso ofició de nexo cordial y atenta para la realización de esta entrevista.
El chapuzón menos pensado
Chiquito y sus amigos practicaban acrobacia artística por la noche, en el espacioso gimnasio de Newell´s. “A esa hora, la pileta de natación se vaciaba y casi no quedaban luces encendidas”.
El hombre avanza con su relato y no es difícil intuir que la piscina sin bañistas eran una tentación en las noches calurosas de los veranos rosarinos. “Nos bañamos, porque el sereno recién llegaba a las diez de la noche. Sin hacer ruido, de a uno nos fuimos metiendo, pero, en determinado momento, se comenzaron a encender las luces”.
-¿Qué había sucedido?
-No habíamos tenido en cuenta que el intendente del club vivía pegado. Fuimos saliendo despacito, para escapar hacia el lugar donde teníamos que entrenar, pero allí nos estaba esperando este hombre.
-Entiendo que Alberto Olmedo estaba con ustedes.
-Sí, e intentaba dar alguna explicación, un pedido de disculpas, pero fue peor.
-¿Por qué?
-El intendente le dijo “vos no te hagas el cocorito que te tengo junado, y si seguís jodiendo te voy a sacar el carnet”, a lo que el Negro contestó “entonces me voy a tener que hacer socio”.
-No me diga que no era socio.
-Después de la carcajada general, nos dimos cuenta que no era socio. Como venía a practicar con nosotros a la noche, ya no había ningún control para entrar al club.
Despertares
Sabido es que Alberto Olmedo se crio en una familia humilde y que, siendo muy jovencito, salió a trabajar para ganarse el sustento. Nada lo asustaba y probaba todo aquello que pudiera redituarle un sueldo, por eso sus primeros pasos en la televisión rosarina y porteña fueron como tiracables.
-Alberto Olmedo, ¿siempre quiso ser actor?
-Siempre trabajó como una bestia, la actuación vino después. Trabajó en una carpintería, luego en una panadería, ayudó en un puesto a vender diarios, decía que él se tiraba del tranvía al revés, como hacían los canillitas.
-¿Cómo era el vínculo entre Olmedo y su familia?
-Se metía en mi casa y mi vieja lo perseguía para darle de comer. Era el tiempo donde él era cadete, pero si mi mamá le daba el almuerzo o la merienda, él aceptaba encantado y dejaba para después las entregas que debía hacer. A veces, se quedaba a dormir, no se iba, pero uno quería que se quedara, no era un plomo, era un tipo bárbaro, siempre buscaba divertirte con alguna salida, un capo. El Negro siempre fue un capo.
Con los años, Alberto Olmedo se convirtió en una de las estrellas más populares y queridas del espectáculo argentino, sin embargo, nada de eso lo alejó de sus raíces, de su círculo íntimo y de su gran amigo Chiquito Reyes: “La fama nunca lo cambió, siempre fue el mismo Negro, con los códigos de la amistad”.
-Siempre fue una persona reservada.
-Él decía que no había que atosigar con preguntas a un amigo. “Nadie tiene que saber más que lo que yo cuento”.
-Usted lo respetaba.
-Por supuesto, jamás me metí ni ahondé en algo que él no quería profundizar.
-Olmedo, ¿hablaba de sus amores?
-Sí, pero yo, como te digo, no le preguntaba. Él me contaba lo que quería, ponía distancia.
-¿Cuál fue la mujer de Olmedo qué sentía que era la persona correcta para él?
-Con la primera yo anduve bien.
Reyes se refiere a Judith Jaroslavsky, fallecida en el 2020, pionera de la producción televisiva y con quien el actor tuvo tres hijos.
-Olmedo tuvo unas cuantas mujeres. Incluso su compañera Silvia Pérez reconoció un vínculo con él.
-A la que no le di bola fue a la última, era medio jodida.
-¿Nancy Herrera?
-Sí.
Herrera fue actriz de la compañía de Olmedo, pero nunca terminó de amalgamarse a ese staff ni al ambiente artístico. De hecho, Silvia Pérez, Susana Romero y Adriana Brodsky, que formaban parte del “clan Olmedo”, hoy mantienen una relación cordial. Lo mismo sucedía cuando aún vivía Beatriz Salomón. Sin embargo, Herrera, que estaba junto a Alberto Olmedo aquella madrugada en la que el cómico cayó del balcón del departamento, no fue una persona aceptada en el círculo íntimo del artista, a pesar de haber mantenido un vínculo de pareja.
-¿Cómo se entera de la muerte de su amigo?
-…
Bernardo Reyes hace una pausa. Ya no es Chiquito, sino el hombre al que aún le cuesta revivir aquel fatídico 5 de marzo de 1988.
-¿Se enteró por los medios de comunicación o se lo comunicaron de manera directa?
-No lo podía creer…
Otra vez la pausa y no demasiados detalles de aquella noche: “Por la mañana salí para Mar del Plata de manera urgente, me estaba esperando Rogelio Roldán, que tenía una casa de velatorios”. A aquel amigo en común, también el actor le dedicó un personaje, un perdedor, al igual que la creación de Chiquito Reyes. Aún hoy, esa cochería existe sobre la tradicional avenida Luro de la ciudad balnearia. “Pero Rogelio tampoco está”, se lamenta y trata de evadir el tema.
Trascendencia
-Olmedo, ¿le avisó sobre la creación del personaje con su nombre?
-No, para nada. A mí no me gustaba el personaje, porque era un cornudo. Yo le decía “qué me hiciste, Negro”.
-¿Qué le respondía?
-”Lo hice para no dejarte afuera”, me decía, y mirá si tenía razón, no me dejó afuera, sino, vos y yo no estaríamos charlando en este momento.
-Era hermoso el personaje, un querible perdedor.
-Les gustaba mucho a las mujeres.
-Usted dijo que Olmedo participaba de las actividades del Centro Asturiano.
-Así es, aprendió cosas que luego aplicó en la actuación.
En aquella institución, Olmedo se había adentrado en el flamenco y hasta se atrevía con clásicos como “La bien pagá”, que había inmortalizado Miguel de Molina.
Reyes, que no siguió la carrera artística, sin embargo es autor de Rosarigasinos, un volumen que enseña ese dialecto tan particular y oriundo de Rosario y hasta tuvo el privilegio de que Roberto Fontanarrosa accediera a su presentación.
-Chiquito, le agradezco mucho esta charla.
-Esperá, tengo algo más para contarte.
-Lo escucho.
-Una vez fui a Buenos Aires a visitarlo. En una de las charlas, me preguntó en qué medio de transporte había llegado desde Rosario. Le comenté que había tomado un micro y un poco se enojó. “Mostrame el pasaje de vuelta”. Cuando se lo doy, lo rompe en pedacitos. Yo no entendía nada, me quedé frío, nunca había sido agresivo conmigo.
-¿Qué le había sucedido?
-Me dijo que sus amigos siempre viajaban en avión y mandó a su secretario a sacar un pasaje para mí. El día del viaje, habló con el capitán del vuelo para que yo estuviera muy bien atendido y cuidado. El trayecto entre Buenos Aires y Rosario es de poco más de media hora, pero ese hombre salió de la cabina tres o cuatro veces para preguntarme si necesitaba algo. Cumplía con la orden del Negro.
-Era conocida la generosidad de Olmedo.
-Enseguida metía la mano en el bolsillo.
-Un ser irrepetible en más de un aspecto.
-El Negro fue único, un tipazo. No te puedo decir nada más…
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