Chicos prodigio. Cómo saber si mi hijo es un genio y acompañarlo
Cuando Albert Einstein tenía más de 60 años, se vio en la embarazosa situación de perder su boleto frente al guarda del tren en el que viajaba. Mientras revisaba sus bolsillos, el inspector le dijo: "No se preocupe, doctor, sé quién es. Estoy seguro de que compró su boleto". Entonces, el autor de la célebre teoría de la relatividad le respondió: "Joven, yo también sé quien soy. Pero lo que no sé es a dónde estoy yendo".
El gran genio científico del siglo 20, ganador del Premio Nobel de Física en 1921, era tremendamente distraído y olvidadizo. Su pésima memoria no era culpa de la edad. Por este mismo rasgo, en el colegio, lo habían considerado lento. No ayudaba que, frente a cada pregunta de sus maestros, se tomara minutos enteros para apenas esbozar una respuesta. Encima, solía rebelarse contra la autoridad. Uno de sus profesores vaticinó que no llegaría a nada y lo instó a abandonar sus estudios; por un breve período, el chico le hizo caso. Con sus compañeros de clase no le iba mejor: odiaba los deportes y eso lo aislaba todavía más. Hasta sus padres se preocupaban, porque su hijo no había pronunciado palabra hasta los tres años y tardó varios más en dejar de murmurar por lo bajo lo que quería decir antes de animarse a hacerlo en voz alta.
Mal alumno, rebelde, raro. Todo eso pensaba la gente del pequeño Albert, hasta que el tiempo demostró lo contrario. Su caso es singular pero no único; existe una larga lista de prodigios que se sintieron incomprendidos en su infancia o adolescencia, desde el artista Salvador Dalí o el escritor Edgar Allan Poe hasta el biólogo Charles Darwin. Y, si bien estas historias logran que sus hazañas nos resulten aún más épicas y conmovedoras, no dejan de ser lo que son: tristes, hasta desgarradoras.
Por cada uno de estos personajes míticos que logró consagrarse, hubo y todavía hay miles de niños y niñas con capacidades extraordinarias que no logran desarrollar su potencial y piensan que no son "normales" (o, incluso, que son menos aptos que los demás). Se estima que un 2% de la población global es superdotada. Es decir que, si los tests que miden el IQ o coeficiente intelectual fueran hechos por las 7700 millones de personas que habitan la Tierra, quince millones de ellas obtendrían 130 puntos o más. (Einstein nunca rindió el examen, pero se calcula que su puntaje habría sido de 160, por lo que ingresa en el club de los "súper superdotados"). Pero además, mientras que la inmensa mayoría se ubicaría en el rango de capacidades intelectuales promedio, entre los 80 y 120 puntos, hay quienes quedarían en la brecha entre 120 y 130. Son las mentes brillantes que, sin llegar a genios, demuestran altas capacidades que pueden manifestarse en diversas áreas: intelectual, creativa, artística, social, corporal, o en un campo específico como las artes, el lenguaje, las matemáticas o las ciencias.
"Calculamos que hay un 3% de chicos y chicas en este grupo. Pero rara vez su entorno se da cuenta porque les suele ir pésimo en la escuela y, muchas veces, también en la vida. Son niños a los cuales el contexto no solo no ayuda, sino que los problematiza y discrimina". Quien habla es Gabriel Trajtenberg, fundador del Centro Cuántico, un nuevo programa para identificar y acompañar a jóvenes de capacidades intelectuales sobresalientes en toda Iberoamérica.
Desde que lanzó Cuántico, a Trajtenberg le han llegado casos "increíbles" de toda la región, como el de una argentina de 12 años de Neuquén que compartió sus experiencias en varias escuelas (públicas y privadas) vía audio de WhatsApp. Una suspensión de cuatro meses en primer grado para "nivelarla" porque, a diferencia de sus compañeros, ella ya sabía leer y escribir; madres de otros alumnos que la llamaban "monstruo" o "discapacitada"; clases en las que se aburría porque tardaba 15 minutos en resolver un problema que a los demás les llevaba toda la hora (y terminaba teniendo "problemas de conducta"); y hasta una maestra que le tomó un examen de quinto grado de primaria exigiendo que respondiera con contenidos correspondientes a la currícula de secundaria. "Yo tengo un problema", concluye su relato por audio, con una capacidad de expresión sorprendente y la inocencia intacta.
El problema, claro, no es ella. "Muchos alumnos no encajan en el sistema tradicional y hay que ayudarlos. Cada uno es un patrimonio de la humanidad. Su pensamiento creativo y divergente les da una visión distinta del mundo, en un momento en el que necesitamos más que nunca miradas diferentes. Ellos pueden brindar nuevas respuestas, y también nuevas preguntas. Tienen una hipersensibilidad única y, con el tiempo, pueden colaborar con construir un mundo mejor", se entusiasma Trajtenberg.
De superdotados a supertalentos
Ser único y diferente siempre fue peligroso. Ya en la Antigua Grecia existía un mito para advertirnos al respecto: el de Procusto, quien invitaba a los huéspedes de su posada a acostarse en una cama de hierro; ya dormidos, los ataba de pies y manos y, si eran muy altos, les serruchaba las piernas; en cambio, si eran muy bajos, estiraba sus extremidades a martillazos hasta dejarlos de la medida "ideal". Según Alejandro Pelisch, médico psiquiatra y director de Psiqué, la sociedad sigue funcionando con el criterio de Procusto. "Tener capacidades sobresalientes es un ejemplo de ventaja e incomodidad al mismo tiempo, de pecado y de virtud. Las instituciones educativas valoran a los chicos que se someten al modelo estándar. Cuando alguno se destaca en un ámbito, y cuestiona ese ámbito porque quiere ir más allá, se lo considera un problema". Lo más triste es que, si estos niños no son reconocidos, tarde o temprano se da una profecía autocumplida: se convierten en un problema para la gente que los rodea y para ellos mismos. La superdotación se convierte en disfuncionalidad.
"Hay muchos más niños muy dotados de lo que nos podemos imaginar. Cuando viene una familia con un hijo con un problema, una de las preguntas que hago es: ¿qué le gusta y qué hace bien? Así logramos una alianza y un estímulo con ese chico que perdió su identidad a fuerza de que el entorno haya intentado adaptarlo a lo considerado normal", profundiza Pelisch. Además, hace hincapié en que una dotación no es sinónimo de talento. Para pasar de lo primero a lo segundo, hay que encarar un trabajo de estimulación personal pero, también, se trata de "articular eso que se les da bien con lo social y el aspecto solidario". En definitiva, que se sientan parte del mundo y que puedan influir positivamente en él.
Cintia Lorena Allega Fernández se hizo el test de IQ a los siete años, pero se sintió diferente mucho antes: "A los dos años y medio, me comploté con la directora del jardín al que iba mi hermano mayor para que mi mamá me dejara entrar a sala de tres". Hoy, es la encargada de la Secretaría de Inclusión Educativa del capítulo local de Mensa, la red internacional de superdotados que cuenta con 134.000 miembros en el mundo. "Trabajamos mucho el tema de los chicos, porque es algo que todos pasamos y padecimos. Tenemos una mirada muy personal hacia los niños que nos convoca siempre", cuenta sobre su rol en la asociación.
Pero su ocupación más importante es criar a su hijo de 12 años, quien también nació con una mente brillante. "Desde muy chiquito, lo noté distinto en relación a otros nenes, pero no a mí: leía lo que yo leía, nos interesaban las mismas cosas. Yo tuve una infancia feliz, pero él la pasó mal. Culturalmente, las mujeres tenemos más arraigada una predisposición a camuflarnos y pasar desapercibidas. A los varones, se les hace más complicado, en parte porque el bullying entre hombres es más cruel, y también influye que estos chicos no suelen ser buenos en los deportes", analiza, y continúa: "El sistema educativo está totalmente obsoleto y fuera del mundo, y el mundo, a su vez, no está preparado para las diferencias, fue pensado para un estándar, no hay integración. Por ejemplo, ¡qué fácil sería incluir a todos en los partidos de fútbol si el entrenador designara árbitros y jueces de línea! ¿Por qué solo si patean la pelota consideramos que están jugando?".
Jugar el partido de muchas maneras diferentes. Eso, en definitiva, es lo que propone el Centro Cuántico, inspirado en el innovador modelo israelí para abordar la superdotación de modo distinto al de los dos enfoques clásicos –el primero, el de los "niños burbuja", que los saca de su escuela normal para agruparlos en instituciones especiales; el segundo consiste en acelerar su paso por la educación clásica, poniéndolos en clases de los últimos años de secundaria o la universidad–.
La propuesta de Cuántico es dejar a los chicos en su escuela de siempre, pero complementar la educación tradicional con encuentros mensuales en los que, junto a otros como ellos, llevan adelante proyectos colaborativos ("No enseñamos nada, solo los ayudamos a aprender a aprender"). Brindar contención emocional y herramientas de inteligencia corporal que estimulan la creatividad (con énfasis en meditación, mindfulness y respiración), además de alentarlos a hacerse preguntas que despierten su curiosidad y espíritu emprendedor, son algunos de los puntos clave de esta pedagogía del siglo 21, que también se nutre de la visita de miembros de Mensa, cuyos testimonios de vida aportan una visión amplia y diversa de cómo podría ser su futuro, ya sea en danza clásica o física cuántica.
¿No sería este un abordaje enriquecedor para cualquier chico o chica, en cualquier escuela del mundo, incluso más allá de su IQ? "Absolutamente, pero hoy es como hablar de ciencia ficción", se sincera Trajtenberg. Quizás, en el futuro, recordemos eso que decía el excepcional hombre de cabeza despeinada que nos regaló la fórmula más conocida de la historia, E = mc²: "Todos somos genios, pero si juzgás a un pez por su capacidad de escalar un árbol, vivirá su vida entera creyendo que es estúpido".