El periodista cumple este año 59 años de profesión y repasa su vida, colmada de vicisitudes; su infancia en una familia judía y comunista; su reciente viaje a Ucrania
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Lupe y Mermelada ladran sin descanso. El timbre los altera. “¡Sh!, silencio”, se escucha, y luego se abre la puerta. El compacto living-cocina-comedor de Chiche Gelblung está repleto de libros y fotografías. Sobre un placard, al lado del balcón, hay un casco de bomberos. Es solo una pieza de la extensa colección que guarda en su casa de fin de semana, en Pilar. Por el pasillo que lleva a las dos habitaciones asoma una pila de camisas de vestir, todas colgadas del mismo perchero. También las colecciona.
-¿De dónde saca los cascos?
-Me los mandan, los pido, me los regalan. Ni te digo cuantos tengo…Soy coleccionista, pero solo por maniático. Tengo un espíritu adictivo: cuando algo me gusta mucho, lo empiezo a juntar.
Hace poco más de un mes de un mes, con 76 años, Gelblung viajó por iniciativa propia a Ucrania. Pero no duró mucho; volvió a la semana. “Para quedarnos más, necesitábamos más presupuesto, un equipo más grande, más vehículos, un traductor. Allá casi nadie habla inglés y se nos hacía muy difícil”, se lamenta. Hoy, sin embargo, no termina de acomodarse en Buenos Aires. En cuanto pueda, volverá a viajar “a la guerra”.
-¿Alguien le dijo, antes de viajar, que no fuera, que no era buena idea?
-A mí nadie me dice que no -sonríe-. Era una decisión tomada; no podía estar ausente. Los que se sorprendieron con mi viaje solo me conocen por la tele. Entonces lo tomaron como si fuera una especie de hazaña. Pero para mí ir a la guerra es algo normal. Yo empecé a salir en televisión a los 50 años. Antes de eso, trabajé 30 años de periodista. Estuve en la Guerra de los Seis Días, en Yom Kipur, en Vietnam, en Biafra... No iba a estar ausente en esta.
-Son 59 años de carrera periodística, ¿no?
-Si, pero no lo repitas -se ríe-. Es mucho tiempo.
De dormir en un depósito de huevos podridos a dirigir la revista Gente
Se crió en Villa Devoto, en el seno de una familia judía de clase media, con fuertes ideales anticapitalistas. Su abuelo paterno había sido tesorero del partido comunista y sus padres sostenían una militancia secreta, de reuniones clandestinas. Temían ser perseguido por el gobierno de Perón.
Gelblung vivió esa realidad hasta los 14, cuando se fue de su casa. La decisión no tuvo que ver con cuestiones políticas, sino más bien religiosas. “No me fui peleado, pero tenía que poner una distancia familiar para empezar un período de curación. La situación en casa era insoportable. Mi hermano mayor se había puesto de novio con una chica cristiana y eso fue una tragedia para la familia. Para mí era una pavada, no entendía cuál era el problema. Mi abuela, muy religiosa, venía todos los días a joder sistemáticamente. Le decía a mi viejo: ‘Vos tenés la culpa de esto’, porque él era comunista. Mi vieja se dejaba calentar la cabeza por ella. Y yo pensaba: no puedo seguir así, me tengo que ir. Me hizo bien irme. Realmente estaba agotado”, recuerda.
-¿Es verdad que se fue a vivir a un depósito de huevos?
-De huevos podridos -se ríe-. Porque antes las vainillas se hacían con huevo podrido, con todos los huevos de deshecho, que después purificaban. Era un lugar siniestro, pero no me cobraban nada por vivir ahí. Al olor me acostumbré y estuve como un año durmiendo ahí. Dejé el colegio, porque si lo seguía me moría de hambre. Al principio, vendía medias y libros por la calle y en locales. Era bastante buen vendedor. Pero nunca descuidé mi formación. Era autodidacta. Me ocupé de formarme de una manera casi enciclopédica.
-¿Y cómo llegó al periodismo?
-Al no tener secundario, tuve que truchar una especie de título para poder estudiar periodismo. Tenía la complicidad de un sacerdote jesuita que era amigo mío. Yo le dije: ‘Mirá, vos tenés que inventar que yo estudié en un colegio en Ecuador que se prendió fuego y que se quemaron todos los títulos’. El cura lo vio como una mentira piadosa. Hizo una carta para la Universidad del Salvador y entré. Mientras tanto, empecé a trabajar como corresponsal para un diario de Comodoro Rivadavia. Después, hacía colaboraciones en La Razón. Un día entré a vender medias a un local en Medrano y Corrientes y vi a un tipo que me sonaba mucho. Había habido una estafa muy famosa de la empresa Onapri. Y ahí me di cuenta: “Este es uno de los Onapri”. Era como encontrar a Yabrán en el momento en que Yabrán era difícil. Y lo entrevisté. Fue una nota que tuvo mucha repercusión.
Gelblung se destacó en seguida en el mundo del periodismo. Él dice que fue por su audacia. “Yo era muy pendejo, me atrevía a hacer cosas que otros no”, dice. Cuando llegó a la editorial Atlántida, con 22 años, no era nadie. Pasó meses sin que le dieran una nota, hasta que un día lo enviaron a hacer una cobertura de la que nadie esperaba mucho, y su artículo sorprendió de tal manera que llegó a ser la tapa de la revista Gente
-Fue el día en que cayó Illia. Yo dije: ‘Hoy es mi día’, porque era obvio que iban a necesitar gente y yo estaba haciendo banco hace mucho. Me mandaron con un fotógrafo a hacer guardia en la puerta de la casa de su hermano, en Martínez, donde él estaba refugiado. Llegamos y estaba repleto de periodistas. Yo no entendía nada, pensaba: ‘¿Qué hacemos acá, si la nota está adentro? Y en eso apareció una delegación de la Juventud Radical de Avellaneda. Agarré a los muchachos y les pregunté si podía entrar con ellos. El fotógrafo guardó la cámara y se sumó. Y así entramos a la casa. Estaba Illia hablando con nosotros. Le hacíamos preguntas. En un silencio, el fotógrafo sacó una foto. Se escuchó el “clic” de la cámara y ahí nos echaron a patadas. Pero yo ya tenía la nota que quería. Entonces salgo, llamo desde un teléfono público a la redacción y les digo que ya me estoy por volver, que ya tengo todo. ‘¿Qué nota tenés?’, me dicen. ‘Una entrevista con Illia’, les digo. Ese día, Raúl Urtizberea, que era mi jefe, me dijo: ‘Yo no sé si te va a ir bien en la letra, pero vos tenés la música’. Así arranqué.
-¿Ese fue el gran punto de inflexión?
-El punto de inflexión fue, en realidad, otra cosa, que pasó la semana siguiente. El 9 de julio, Onganía presentaba a todo su gobierno en una función de gala en el Colón. Invitaron a la revista y en la invitación decía: frac o uniforme con condecoración. Entonces, preguntaron en la redacción si alguno tenía frac. Y yo grité: ‘Yo’. No tenía ni por casualidad. Me mandaron con Marta Salinas, una fotógrafa, creo que la primera reportera gráfica que hubo en la Argentina. Le pregunto: ‘¿Tenés vestido largo?’ ‘No’, me dice. Eran las nueve de la mañana del 9 de julio, feriado. A la noche era la función. Todos los negocios cerrados, obviamente. Primero tenía que solucionar el vestido. Había una famosa diseñadora que se llamaba Carola. La llamo, le explico la situación y me dice: ‘Vení que yo te doy el vestido’. Y después lo llamo a Ante Garmaz, que tampoco lo conocía, y me dijo: ‘Venite ya que te presto un esmoquin’. Fue una nota espectacular. Identificamos a cada uno de los nuevos funcionarios. Después, les conté en los de la revista que en verdad no tenía nada para ponerme. Y yo te diría que ahí sí me empezaron a dar bola. Vieron que tenía algo diferente.
-¿Le costó llegar adonde llegó en el periodismo?
-No, no me costó mucho. Yo trabajé como un perro, me rompí el alma, era el primero que llegaba al laburo y el último que se iba. Pero no me costó, porque lo hacía con placer. Teniendo en cuenta que me llamo Samuel Gelblung y que no me cambié el nombre en una empresa tildada de antisemita, como era Atlántida, era todo un tema. Pero la verdad es que yo no lo viví. Sé que había resistencia, qué sé yo... Pero nunca me cambié el nombre, nunca oculté mi identidad, nunca negué ser judío.
-¿Es verdad que usó seudónimo cuando cubrió la Guerra de los Seis Días?
-Sí -se ríe-, Mariano Ovejero. No podía firmar las notas con mi nombre, porque sino iba a parecer que tenía tendencia. Ese mismo seudónimo lo usaba para cantar tango. Cantaba en La Botica del Ángel mientras trabajaba en Gente. Lo hice hasta que un día los dueños de la editorial vinieron a La Botica a ver el show y me vieron. Al otro día, me llamó mi director y me dijo: ‘Vas a tener que elegir: o el tango o el periodismo’. Ganaba más como periodista, así que ahí terminó mi carrera como cantante. Pero me divertía mucho.
-Unos años después, en el ‘76, llegó a la dirección de Gente. Lo critican mucho por su rol durante la última dictadura
-Sí. A veces parece como si fuera el único que hizo periodismo en la dictadura. Todos los diarios existían, salían. Yo siempre digo lo mismo: invito a recorrer la colección de lo que yo dirigí en la revista. No tengo nada que arrepentirme ni nada que esconder.
-¿Hay algo de su carrera de lo que sí se arrepienta?
-De muchas cosas. Hay muchas cosas que no volvería a hacer. Cuando asesinaron a Cabezas, había todo un debate: si el fuego había destruido o no la pistola con la que lo habían matado. Entonces, nosotros, en Canal 9, compramos un auto bastante parecido, lo prendimos fuego y colocamos el revólver. Y pusimos también una cabeza de animal para ver si se quemaba o no. Nos putearon en chino. Y tenían razón. Yo expliqué que si hubiese tenido posibilidad de ver los monitores del canal en ese momento, me hubiese dado cuenta de que la imagen era terrible. En persona no me di cuenta. Creo que esa fue una de las cosas por las que más me putearon.
-¿Hay personas que no le levantan el teléfono?
-Ah, por supuesto. Hay muchos que se enojan. Después, con el tiempo, todo se arregla.
-Mirtha Legrand se enojó muchísimo cuando salió en traje de baño en la tapa de Gente, ¿no?
-Mirtha Legrand nunca estuvo realmente enojada conmigo. Inventó una pelea; para ella era parte del show. Después hizo un programa especial para hacer las paces conmigo. Y ahí le expliqué que en ese momento yo tenía 25 años. A esa edad, no evalúas la celulitis de una mujer. Era inconsciente, no era un hijo de puta. Simplemente no lo registraba.
-Usted tuvo diálogo con todos los presidentes
-Siempre llaman para quejarse. Nunca un presidente llama si no es para putear. En la época de Menem, el primer llamado del día siempre era de él, enojado. Decía que nosotros le dábamos manija a Zulema con el tema de la muerte de Carlos Menem junior. Es verdad que le dábamos espacio a Zulema para que descargara su bronca, pero yo siempre tuve la idea de que lo que pasó fue realmente un accidente y no fue un atentado, pero que no se investigó como se tenía que investigar, se ocultó todo.
-¿Y con Néstor Kirchner?
-Con Néstor pasó algo insólito una vez. En Radio 10, cuando él asume, estaba el problema de la deuda con el Fondo Monetario Internacional. Un día, yo dije al aire: ‘¿Qué nos reclama el mundo, si nosotros le aportamos muchísimo? Todas las cosas importantes las inventamos los argentinos. Empezamos a nombrar inventos verdaderos, como la birome. Y después, todos los días, inventábamos otros: el cordón de la vereda, el helado, la heladera... Y hacíamos como que mandábamos facturas al mundo por 100.000 millones de dólares, firmadas por Kirchner y Duhalde. Y un día llama Néstor: ‘Gelblung, ¿le puedo pedir un favor? ¿Puede eliminar a Duhalde de esas facturas y que solo las firme yo?’. Yo le dije: ‘Presidente, ¿usted me está hablando en serio?’. ‘Sí’, me dijo. ‘Bueno, si le molesta, las va a firmar usted a las facturas’. ¿Podés creer que un presidente te llame para eso? Él se preocupaba por esas cosas.
-Tuvo una situación tensa con Cristina Kirchner, cuando la entrevistó y usted le comentó que el peronismo había perseguido a sus padres por ser comunistas. Ella se hizo la desentendida. ¿Por qué cree que hizo eso?
-Yo creo que Cristina juega de ingenua a veces. Pero no tiene nada de ingenua. Ella sabe perfectamente lo que yo pienso del peronismo y también sobre su gobierno. A mí me persiguió el peronismo. Yo era chico, pero mis viejos estuvieron en cana. A mí que no me cuenten lo que fue el peronismo en relación al pensamiento de la izquierda. No solo fui perseguido en esa época, también fui perseguido por el gobierno de Cristina. Todos los informes que hacíamos en Canal 9 le molestaban mucho. Eran informes complicados: pobreza, marginación... A tal punto que el 31 de diciembre de 2014 se nos cayeron todos los contratos que tenían que ver con C5N, Canal 9 y Radio 10. Estábamos en la nada. El motivo era que no le gustaban nuestros informes. Así de simple.
-Como ex comunista, ¿a quién vota en las elecciones?
-No tengo a nadie para votar. Tengo la ventaja de que tengo más de 70, entonces puedo no votar. Hoy, lamentablemente, es imposible apoyar a uno, por lo menos para mí. A cualquier persona medianamente razonable hoy la política no le puede dar una respuesta. ¿Soy opositor de este gobierno? Sí, no me gusta. Creo que ha sido una jugada muy complicada desde el punto de vista político que el presidente haya sido designado por Cristina. También creo que Macri fue una frustración muy grande: permitió la vuelta del kirchnerismo. Perdió una oportunidad única. La épica que propuso fue toda una mentira al final. Dijo: ‘El tren de la historia pasa, hay que subirse o bajarse’. Y bueno, el tren de la historia nunca salió de la estación.
-¿Usted se sigue considerando de izquierda?
-Siempre voy a ser un tipo de izquierda. No milito en la izquierda porque no me gusta la izquierda argentina, no me siento representado. Creo que se ha convertido en una izquierda nazi. Rompí con gran parte del partido a partir del momento en que se volvieron enemigos del Estado de Israel. No puedo respetar a un tipo como Del Caño que aboga por la desaparición del Estado de Israel. Cuando dicen ‘Somos antisionistas’, es la perfecta definición de un antisemita.
“No pienso retirarme”
Hace más de 10 años que Gelblung tiene edad para jubilarse, pero la idea no se le cruza por la cabeza. “Me gusta lo que hago. No me siento para la época del retiro. Todos los que se retiran se deprimen, a no ser que tengan preparada otra vida. Y yo todavía no tengo preparada esa otra vida”, admite.
Más que relajarse de a poco, como hace la mayoría de las personas que tienen una extensa trayectoria laboral, Gelblung mantiene un ritmo intenso. Se levanta a las 6:30 para empezar a trabajar y termina después de las 18. Durante su jornada, debe ocuparse de su diario digital, su programa de televisión y su programa de radio. También, a la vez, se concentra en nuevos proyectos, como la idea de volver a Ucrania.
-¿Es verdad que en Ucrania lo confundieron con un refugiado?
-¡No! -Se ríe- Eso lo inventaron los de Crónica. No me confundieron. Igual, no había mucha diferencia entre periodistas y refugiados. Fue una joda que se hizo, empezaron a haber memes y todo.
-¿Cómo fue la experiencia? ¿tuvo miedo?
-No, miedo no. Yo soy un poco inconsciente. Cuando era más joven decía que el tipo de periodismo que yo hacía era solo para hacer cuando no tenés hijos. Porque muchas veces estuve en riesgo de muerte, especialmente durante la caída de Saigón. Yo pensaba que después, cuando tuviera hijos, esas cosas no las iba a poder hacer. Pero no fue así. Seguí haciendo lo mismo. Igual, siempre me moví con cautela, nunca busqué el riesgo.
-A 59 años de sus inicios en el periodismo, ¿cómo califica su carrera?
-La califico como positiva. A mí me fue bien. Tuve épocas muy complicadas, me tuve que ir de la Argentina en el ‘81, después de que me pusieran tres bombas en mi casa, con mis dos hijos adentro. La pasé muy mal por momentos. Pero, más allá de eso, a mí siempre me hizo feliz el periodismo, siempre me sentí muy cómodo.
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