Hace 50 años, Charles Manson se convertía en un símbolo de la maldad a partir de los asesinatos cometidos por sus seguidores. Un tour pasea a los curiosos por las escenas de los crímenes
Al final de la calle, a 900 metros, hubo un baño de sangre. Dentro de la camioneta parada al costado del camino reina un silencio de muerte, pero afuera es mediodía y todo está en su lugar. El cielo es celeste, las nubes son blancas, el césped es verde. Solo hay una advertencia, y es trivial: la silueta de un ciervo sobre un cartel amarillo señala la presencia de animales sueltos en la zona. Nada más. Entonces el conductor pone play y los parlantes exhalan un canto que cala los huesos. Es un coro de chicas con voz infantil, una travesura, pero en su eco tintinea un lamento de fantasmas. Son 40 segundos espeluznantes. Luego la camioneta avanza y seguimos, en silencio, el camino de los asesinos.
Al final de la calle, a 500 metros, la actriz Sharon Tate –esposa de Roman Polanski, embarazada de 8 meses – fue masacrada junto con otras cuatro personas por un grupo de veinteañeros. Sucedió hace 50 años, el 8 de agosto de 1969. Para muchos, ese día terminaron los 60 en Estados Unidos; para todos, ese día nacióel mito de Charles Manson. Por él estoy acá, junto a otros 12 curiosos, a bordo de la camioneta del Helter Skelter Tour, una excursión que sigue las pistas de uno de los crímenes más resonantes del siglo XX.
Al final de la calle, sobre la colina, alcanzaremos el súmmum del paseo, el lugar de los hechos: Cielo Drive 10050. Estamos en las alturas de Los Ángeles, husmeando la muerte de una estrella. Pero empecemos por el principio.
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El sol brilla fuerte esta mañana. Es sábado, todavía no son las 9 y, aunque camino por una de las ciudades más contaminadas de Estados Unidos, el aire parece nuevo. Las calles están casi desiertas; en 20 cuadras encuentro solo un par de los casi 40 mil homeless que viven en Los Ángeles.
Al llegar a Dearly Departed, la agencia que organiza el Helter Skelter Tour y otros paseos de turismo necrológico, encuentro un edificio chato, desangelado, como tantos otros por acá –más allá de las palmeras y el cartel de fondo, el paisaje de Hollywood no parece tener mucho que ofrecer–. El interior del lugar, sin embargo, es una fiesta macabra: Dearly Departed Tours es también sede del Artifact Museum, una exhibición de objetos bizarros vinculados con celebridades muertas. La colección incluye desde chucherías –una tartera de Marilyn Monroe, la dentadura postiza de Mae West– hasta el Buick 67 chocado en el que se mató la actriz Jayne Mansfield. El colmo: la urna funeraria con las cenizas de "Michu" Meszaros, el actor con enanismo que se ponía el traje de Alf cuando el extraterrestre aparecía de cuerpo entero en pantalla.
"Siempre me atrajeron las tragedias, no sé por qué", dice sin complejos Scott Michaels. El guía y fundador de Dearly Departed y el Artifact Museum sonríe poco, pero es amable. Vive de los muertos, sin culpa, desde hace años. "Crecí en Detroit, en una de las esquinas más transitadas de la ciudad. Durante mi infancia ahí vi muchos, muchos accidentes. El destino me expuso a la muerte cuando era muy chico, y desde entonces, mi vida gravitó alrededor de ella".
A las 9, Michaels toma lista y confirma que estamos listos para partir. En la comitiva somos 13; todos estadounidenses excepto una familia irlandesa y yo. Las nacionalidades, igual, no importan: a todos nos une la humana atracción por lo perturbador, lo desconocido. Queremos estar cerca de la locura y la muerte, sin sufrir las consecuencias.
A mi lado se sienta Heather, 29 años, el pelo violeta, la masa corporal de Estados Unidos. Mientras tomo nota de sus atavíos –expansores en las orejas, cuatro piercings, un bouquet de flores tatuado en el escote–, me cuenta que está emocionada porque es su primera vez en L. A. "Soy de Minnesotta, al lado de Wisconsin, que es donde nacieron la mayoría de los asesinos seriales del país", se jacta. "¿Todos listos?", interrumpie Michaels. "Tomen asiento, pónganse cómodos y descansen en paz", dice, y acelera.
La propuesta del tour es simple, recorrer la ciudad a bordo de la camioneta durante cuatro horas para visitar algunos puntos clave en el caso Manson. Los Ángeles es enorme y famosa por sus embotellamientos, así que parece lógico. Pero es también algo decepcionante: para no perder tiempo y evitar problemas con los vecinos no podremos bajar de la camioneta salvo para visitar algún baño público.
En el camino, escucharemos la historia de la boca de Michaels, que conoce el caso en detalle, y veremos fotos y videos de su archivo en una pantalla colocada bajo el espejo retrovisor. "Soy un verdadero nerd", se enorgullece y, sin respirar, se zambulle en la prehistoria de Charles Manson.
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Un resumen comenzaría diciendo que nació en Cincinatti, el 11 de noviembre de 1934. Lo primero es la familia, y la suya era un descalabro. Cuando tenía 6 años, su madre, de 22, fue arrestada por robar en una estación de servicio. Padre no había, así que Charlie se fue a vivir con sus abuelos, luego con un tío, luego con otro. Acabó en un orfanato. A los 13 robó por primera vez y le pareció bien. Empezó a saltar de un delito en otro, de un instituto de menores en otro. Cuando cumplió la mayoría de edad, fue a la cárcel, donde aprendió a tocar la guitarra. En 1967, después de pasar la mayor parte de su vida encerrado, le dijeron que quedaba en libertad. Pidió permiso para quedarse, pero no hubo caso.
En pleno Verano del Amor, llegó a San Francisco. Allí conoció a Mary Brunner, y juntos viajaron por California. En el camino, otros se sumaron al vagabundeo y pronto se formó una comunidad alrededor de Manson. Una segunda familia, esta vez con mayúsculas. Dicen que era lindo, carismático, encantador, que hacía sentir especiales a chicos comunes. "Era bueno para seducir mujeres; tenía sexo con todas", se explaya Michaels. "También organizaba orgías con las que atraía a motoqueros que, a su vez, le ofrecían seguridad. Manipulaba a todos para conseguir lo que quería".
En 1968, la Familia Manson se instaló en Spahn Ranch, un caserío en el norte de Los Ángeles que se usaba como set de filmación de películas del Viejo Oeste. Aquel año, Charlie conoció a Dennis Wilson, baterista de The Beach Boys, quien le abrió las puertas del mundo de la música y le presentó, entre otros, al productor Terry Melcher, a quien Manson trató de convencer de grabar un disco, pero sin suerte. Aquellos días compartidos de sexo, drogas y rock and roll terminaron con una de sus canciones ("Never Learn Not To Love") en el disco 20/20, de los Beach Boys. "Cuando Wilson murió ahogado en 1983 –cuenta Michaels–, Manson dijo que su sombra había escapado de la cárcel para asesinarlo por edulcorar la letra de su canción. Es el único crimen que se adjudicó".
En julio de 1969, la cosa se puso espesa. Después de un negocio que no salió bien, Manson le disparó a un dealer llamado Bernard Crowe, en Hollywood. El hombre sobrevivió, pero Charlie creyó que lo había matado y, desde ese día, empezó a temer que alguien quisiera vengar a Crowe. Entonces, la paranoia, las armas, la oscuridad.
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"Estamos en agosto de 1969", dice ahora Michaels. "Hace unas semanas, el hombre llegó a la Luna, Judy Garland murió en Londres, los disturbios de Stonewall impulsaron el movimiento gay y Nixon comenzó a retirar tropas de Vietnam. En las pantallas, Busco mi destino y Butch Cassidy. También Scooby Doo tuvo su primera emisión ese año. Y el 8 de agosto, horas antes del asesinato de Sharon Tate, los Beatles cruzaron Abbey Road y se tomaron una de las fotos más célebres en la historia".
Avanzamos por Beverly Boulevard, una avenida amplia que atraviesa Hollywood de este a oeste. Mientras escuchamos la historia de Manson, la ciudad sigue a su ritmo. Un chico de camisa hawaiana y sombrero Panamá sale de Starbucks con su café XL; una rubia de ficción casi lo atropella con su monopatín. Unas cuadras más allá, nos detenemos frente a El Coyote, una cantina mexicana de toldo rojo donde se cree que tuvo lugar la última cena.
"Hay registros de que la noche del 8 de agosto el estilista Jay Sebring –peinador de Jim Morrison y Frank Sinatra, entre otros– hizo una reserva en El Coyote para cuatro personas. Según se cree, Sebring cenó acá con Sharon Tate –su exnovia y amiga–, y la pareja de Wojciech Frykowski –amigo de Polanski– y Abigail Folger. A las 21.45 habrían dejado el lugar. Tres horas más tarde, los cuatro estaban muertos".
El Coyote es uno de los sitios históricos en los que Quentin Tarantino filmó escenas de Había una vez en Hollywood, película que presentó en la última edición de Cannes y que, en Argentina, se estrenará el 22 de agosto. Protagonizado por Brad Pitt y Leo DiCaprio, el film trata de manera tangencial la historia de Manson, por lo que Tarantino contrató a Michaels como asesor.
"Nos reunimos durante un par de horas cuando empezó a filmar porque quería conocer detalles del caso", cuenta el guía. "Después estuve en algunos de los sets de filmación y pude hacer algunos aportes más. Para mí fue un viaje en el tiempo ver estos escenarios adecuados a 1969. Tarantino se ocupó de que cada señal, cada cartel, cada parquímetro en la calle fuera reemplazado por uno de época. Y fue increíble ver a cuatro actores caracterizados como Tate, Sebring, Frykowski y Folger, vestidos igual que las víctimas, llegando a El Coyote a bordo de un Camaro amarillo como el que usaron aquella noche. Fui testigo de la historia".
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La noche del 8 de agosto de 1969, a unos 40 kilómetros de El Coyote, Manson ordenó a sus seguidores más fieles que fueran hasta la casa que había sido de Terry Melcher –el productor amigo de Dennis Wilson– y mataran a todas las personas que encontraran allí. A la escena debían darle, además, un toque "maldito". La dirección de la casa era Cielo Drive 10050, pero Melcher ya no vivía ahí –y todo indica que Manson lo sabía–. Unos meses antes, el productor se había mudado y la casa había sido alquilada por Roman Polanski y su esposa, Sharon Tate.
Aquella noche, Tex Watson, Susan Atkins, Patricia Krenwinkel y Linda Kasabian entraron en la casa indicada y cumplieron las órdenes. Polanski estaba filmando en Europa, así que los golpes, disparos y cuchillazos fueron para Sharon Tate y sus amigos. Steve Parent, un chico de 18 años que había ido a visitar al casero de la propiedad, también fue asesinado. El toque maldito lo dio Atkins: antes de irse, escribió pig (cerdo) con sangre en la puerta de entrada.
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Estamos al final de la calle, frente a Cielo Drive 10050. Un minuto atrás, en la camioneta, escuchamos a las chicas de la Familia entonando "Always Is Always Forever", una canción compuesta por Manson. Fueron 40 segundos espeluznantes. Miramos por la ventanilla, pero la casa que ocupaba Tate ya no está; fue demolida en 1994. En su lugar hay otra, más grande, más fea. Más allá, el paisaje de Los Ángeles se desparrama hasta el infinito.
En la pantalla, Michaels reproduce un video donde él mismo cuenta en detalle los movimientos de los asesinos, con fotos de la escena del crimen. "Sharon Tate fue la última en morir", dice. "Rogó que se la llevaran con ellos y la dejaran tener su bebé, pero Atkins le respondió: ‘No hay piedad para vos’. Le dieron 16 puñaladas". En la pantalla, el cuerpo de Sharon Tate cubierto de sangre, volcado sobre la alfombra teñida de rojo. Justo detrás, sobre el sofá, la bandera de Estados Unidos.
La camioneta arranca y se me revuelve el estómago. Llevo un par de horas aquí encerrado, escuchando historias escalofriantes sobre los recovecos más oscuros de la mente humana. El camino zigzagueante por el que bajamos a la ciudad, no ayuda. Antes y después de Cielo Drive, visitamos otros puntos de interés (el lugar donde los asesinos se deshicieron de la ropa ensangrentada; la peluquería de Jay Sebring –que también aparece en la película de Tarantino–; las casas de otras víctimas; el Sunset Strip, donde pululaba la bohemia en los 60), pero yo estoy fuera de combate.
En 1969, la locura no paró. La noche siguiente al asesinato en la casa de Tate, Manson quiso perfeccionar el método y fue con sus discípulos a Los Feliz, un barrio al este de Hollywood, donde ordenó a Patricia Krenwinkel y Leslie Van Houten que mataran a Leno LaBianca y a su mujer, Rosemary, en su casa. "Una semana después la policía llegó a Spahn Ranch para arrestar a la Familia", cuenta Michaels. "Cuando supo que los buscaban solo por el robo de un auto, Manson se sintió afortunado, pero eso no era nada: por un error en el formulario de detención, los liberaron enseguida".
A fines de agosto, se instalaron en una cabaña en el Valle de la Muerte, a 300 kilómetros de Los Ángeles. Allí permanecieron un tiempo, mientras la paranoia envolvía a California y los medios hablaban de supuestas orgías satánicas en la casa de Polanski (su película El bebé de Rosemary, estrenada un año antes, alimentaba la fantasía).
En octubre de 1969, la Familia volvió a ser arrestada, esta vez, por el incendio de un tractor. Ya en la cárcel, Susan Atkins alardeó frente a su compañera de celda de haber participado del asesinato de Tate, y ese fue el principio del fin. En 1971, los acusados principales (Charles Manson, Tex Watson, Susan Atkins, Patricia Krenwinkel y Leslie Van Houten) fueron condenados a muerte. Un año después, el Estado de California abolió la pena capital y la condena se redujo a cadena perpetua. El 17 de noviembre de 2017, Manson murió en la cárcel. Nunca se pudo probar que haya estado presente durante un asesinato.
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Son muchas las razones por las que, a 50 años de los asesinatos, la figura de Charles Manson sigue despertando fascinación. Una de ellas es, seguramente, la trama infinita de pequeños hechos que se fueron sucediendo hasta terminar en un baño de sangre. "Es una historia con tantos detalles que nadie sería capaz de inventarlos", dice Michaels. "Hay fama, crueldad, estrellas de rock, belleza, drogas, vulnerabilidad. Lo tiene todo".
Todo menos lógica. Hay varias teorías sobre las razones de los asesinatos. Algunos hablan de un simple ajuste de cuentas por drogas; otros, de un mensaje para Melcher; otros, que buscaban probar la inocencia de un miembro de la Familia que estaba preso por asesinato. Pero la teoría más llamativa es la que involucra a los Beatles.
Manson estaba obsesionado con el Álbum Blanco (lanzado en noviembre de 1968), y había hecho una interpretación propia de las letras, vinculándolas con la Biblia. A partir de las canciones, profesaba que los afroamericanos desatarían una guerra racial y que, una vez que mataran a todos los blancos, acudirían a la Familia –que sobreviviría escondiéndose en el desierto– para gobernar el mundo. Los asesinatos, entonces, eran una manera de mostrar a los afroamericanos lo que tenían que hacer. A esa delirante guerra racial, la llamaba Helter Skelter.
El final del tour es con esa canción de los Beatles y con la voz de Manson en una entrevista de 1987. "Créanme, si yo empezara a matar gente, no quedaría vivo ninguno de ustedes", dice, y la camioneta se detiene.
Juan María Fernández
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