Chapadmalal. La historia del castillo de los Martínez de Hoz que recibió a presidentes y príncipes, y sus particulares tradiciones
Por los grandes salones del castillo, hoy propiedad del empresario Andrés Garfunkel, pasaron príncipes, presidentes, intelectuales e, incluso, un premio nobel de literatura
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El interrogante que uno debe plantearse al investigar sobre la estancia Chapadmalal no es qué personajes relevantes de la historia nacional pasaron por allí. Dámaso Uriburu Montes aconseja, en cambio, preguntarse lo contrario: quién no. Así, dice, la lista es más corta. “Illia y Aramburu no fueron. Perón tampoco, aunque se veía con José Alfredo en La Rural y se respetaban. Pero, después, todos los presidentes entre Roque Saenz Peña (1910–1914) y Onganía (1966–1970) pasaron por la estancia”, afirma el abogado, de 67 años, quien veraneó allí, en el palacete de estilo tudor de la estancia, más de 30 años.
Sin embargo, enumerando líderes políticos nacionales, la lista de visitantes de la casa queda trunca. Por sus grandes salones también pasaron el Príncipe de Gales, el príncipe Felipe de Edimburgo, el Premio Nobel de Literatura bengalí Rabindranath Tagore y Henry Kissinger, secretario de Estado de Richard Nixon. Además de incontables literatos y artistas nacionales, como el actor Luis Sandrini y las escritoras Victoria y Silvina Ocampo, las dos visitantes asiduas.
Muchos de estos invitados dejaron mensajes en los libros de visitas de la estancia -hoy guardados como tesoros históricos-, entre ellos, la mayor de las Ocampo: “Chapadmalal no necesita ser nuestro para que gocemos de su belleza. Siento que me pertenece, como me pertenece un poema de Boudelaire (que no fue escrito para mí), un Estudio de Chopin (que no fue compuesto en mi honor), un cuadro de Picasso…”, escribió la fundadora de la revista Sur en una de sus tantas visitas.
El castillo de Chapadmalal, propiedad de la familia Martínez de Hoz desde su construcción, en 1906, hasta 2004, tenía tradiciones que pasaron de generación en generación. A quienes lo visitaban por el día se los invitaba a tomar el té, raramente por la noche. El día a día, al menos durante la temporada de verano, cuando coincidían bajo el mismo techo varias familias herederas, también tenía sus protocolos. Cada rama desayunaba por separado en su office. El almuerzo y el té, en cambio, se servían en el gran comedor. Por las noches, los adultos también comían allí, pero siguiendo un código de vestimenta. “A mí me lo advirtió mi suegra la primera vez que fui, en el ‘85. Las mujeres bajaban al gran comedor de vestido, con collares, tacos. Los hombres, con una buena camisa, un buen pantalón, mocasines oscuros”, recuerda Uriburu Montes desde su casa, en Boulogne, donde vive junto a su mujer, Cristina Ramos Mejía Martínez de Hoz.
De la tragedia a la creación de una estancia modelo
La historia de la Estancia Chapadmalal, que llegó a ser una de las más importantes del país, inició con una tragedia. Las tierras, originalmente bajo el nombre de Estancia Santa Isabel, 25.000 hectáreas en el actual partido de General Pueyrredón, a pocos kilómetros del mar, fueron adquiridas por José Toribio Martínez de Hoz en 1854. Pero el estanciero, quien pasaría a la historia como el primer presidente y socio fundador de la nueva Sociedad Rural Argentina, contrajo tuberculosis y falleció con tan solo 47 años, dejando cuatro hijos.
Tras su muerte, su mujer, Josefa Fernández Coronel, hija de uno de los mayores terratenientes del país, decidió mudarse junto a sus hijos a Inglaterra. “Le había consultado a un médico dónde era el mejor lugar para criar a sus hijos sanos. Y él le había recomendado Inglaterra -detalla Uriburu Montes, un gran aficionado de la historia de su familia-. Los varones estudiaron en Eton y ella se casó en Londres con el embajador de Portugal ante el Reino Unido, un capitán de navío de la Marina al cual le habían otorgado un título nobiliario, el Conde de Sena. Entonces, ella usaba el título de condesa, y lo siguió usando siempre, incluso después de quedar nuevamente viuda”.
Cuando su tercer hijo, Miguel Alfredo, se graduó de Eton, decidió volver a la Argentina y le pidió a su madre que le cediera tierras para trabajar. Su madre dividió la estancia de su exmarido y le dio 12.500 hectáreas. Por aquella época, todavía había población indígena en la región, por lo que Miguel Alfredo eligió llamar a su estancia Chapadmalal, un topónimo de origen araucano -chapad es “barro”, y malal es “corral”-, según se detalla en el libro Historia de los Parques en La Pampa, escrito por Silvina Ruiz Moreno de Bunge.
El establecimiento rural fue desde sus inicios una estancia productiva y, con los años, logró capturar las miradas de todo el país. Miguel Alfredo Martínez de Hoz construyó un galpón por año durante 4 años, dato que hoy puede verificarse con tan solo observar las fachadas de los históricos establecimientos, aún funcionales. El primero tiene grabado el año 1890 y el último, 1894. “¿Qué es lo que no había en Chapadmalal? Era una hacienda de primerísima calidad, con la raza bovina Shorthorn; Miguel Alfredo trajo gallinas y ovejas de Inglaterra, también caballos de tiro, los Shire, esos gigantes con las patas peludas; crió caballos de polo. Después, en 1913, la estancia se hizo conocida por su haras, el Haras Chapadmalal. Sus caballos pura sangre fueron famosos en todo el mundo”, detalla Uriburu Montes.
El castillo fue inaugurado recién en 1906. Inspirado en las grandes edificaciones de Inglaterra, donde se crió, Miguel Alfredo contrató al arquitecto inglés de renombre internacional William Bassett-Smith para que diseñara su casa. Para entonces, el dueño de Chapadmalal ya se había casado con la uruguaya Julia Helena Acevedo, aficionada por la jardinería y la horticultura. Fue ella quien diseñó, junto a su marido, y cuidó desde el primer día los jardines de la estancia. Para ello mantenía un gran vivero de estilo inglés, donde crecían los plantines y también las flores de corte que utilizaba para adornar el casco. A partir del conocimiento acumulado durante décadas, Acevedo escribió el libro El Itinerario de mis flores (1945), donde explica, día a día, cómo cuidar un parque. Al igual que las otras tradiciones, la costumbre de adornar cada ambiente del castillo con flores se mantuvo durante más de 100 años. Además, varias descendientes de Acevedo se dedicaron, al igual que ella, al paisajismo y a la ambientación, y algunas lo hacen hasta el día de hoy en forma de emprendimiento.
La estancia brilló durante décadas. Pero, a fines de los años ‘20, con la Gran Depresión, la situación cambió de manera inesperada: su propietario tuvo un traspié económico y eso implicó perder su fortuna y sus tierras. Entonces, sus tres hijos, que habían heredado otros campos de su abuelo materno, les recompraron a los bancos 5000 hectáreas de las 12.500 que componían originalmente Chapadmalal, con el casco y las instalaciones incluidas.
Durante los años a cargo de los tres hermanos -María Julia Elena, José Alfredo y Miguel Eduardo Martínez de Hoz-, la producción de caballos de carrera del Haras Chapadmalal llegó a su mejor momento. Allí se crió, entre otros, Botafogo, un legendario purasangre de las carreras sudamericanas que tiene su propio tango y fue interpretado por Gardel. Pero luego de la temprana muerte de la hija mayor, sus hermanos dividieron la tierra en dos. Miguel Alfredo se quedó con el sector que incluía el casco y fundó Malal-Hue.
“Era una maravilla”
Uriburu Montes, abogado, quien llegó a ser Asesor en la Secretaría de Asuntos Militares y en el ministerio de Justicia, recuerda con detalle el día en que se encontró con un reconocido empresario que había visitado Malal-Hue. “¿Cómo está la casa? Qué feo”, le dijo el empresario. El abogado no entendió el comentario. “Los digo porque vas al casco de la estancia Abril y hay bronces que brillan. En Chapadmalal no brilla nada”, se explicó. “Claro, porque no tiene que brillar nada. El estilo tudor es así, apagado, melancólico. Eso es lo lindo de la casa”, le comentó Uriburu Montes.
En las últimas décadas como propiedad de los Martínez de Hoz, en Malal-Hue veraneaban los cuatro hijos de Miguel Alfredo y sus respectivas familias, cada vez más grandes, que se turnaban las quincenas. Para ese entonces, la casa estaba totalmente cubierta por una enredadera parthencissus que cada otoño tomaba tonos rojizos. “No era cualquier cosa, era una maravilla. Lo disfruté 30 años”, suma Uriburu Montes. Allí solía pasar cada verano el ya adulto José Alfredo Antonio Martínez de Hoz hijo, apodado “Joe”, quien fue ministro de Economía durante la última dictadura militar. “Era el tío de mi mujer. Los conocí después de que fuera ministro. Tenía posiciones con las que yo no estaba de acuerdo, pero era interesante lo que él tenía para contar”, recuerda el abogado, quien afirma también que, a pesar del gran flujo de mandatarios, Videla nunca visitó la casa.
Según afirma la familia, los sucesivos y drásticos cambios económicos a lo largo del tiempo los llevaron a tener que vender tierras para mantener viva la estancia. Así, el campo se fue achicando hasta que finalmente quedaron 1500 hectáreas alrededor del casco. En 2004, estas hectáreas fueron vendidas al banquero Andrés Garfunkel. Según destacaron en ese entonces los expertos, la decisión de vender tuvo que ver con que en aquel momento el precio de la hectárea se encontraba en el máximo de los últimos 25 años y, al mismo tiempo, como parte del mismo fenómeno, los campos argentinos valían lo mismo que los de Canadá, Australia y Nueva Zelanda.
“Los Garfunkel sacaron la enredadera. También trajeron luz de la calle. Antes, en la casa y en las instalaciones había una usina eléctrica, un motor traído de Inglaterra. Entonces, la luz se prendía a las 18, al menos en verano, y se apagaba a las 23:50. Después de ese horario, usábamos linternas”, recuerda Uriburu Montes, quien destaca lo costoso que era ese sistema eléctrico.
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