Chanel, los secretos del imperio de la alta costura
Sofía Sanchez de Betak se sumerge en la maison parisina para conocer los míticos talleres de la Rue Cambon
PARÍS
Corren los últimos días de febrero y pienso en escribir sobre Chanel. Quiero hacerlo desde adentro, conocer la trastienda donde se hilvanan sus secretos de grandeza. Descubrir qué hace de la inconfundible doble C entrelazada ese antojo de diseños impecables que nos conmueven con cada colección. Ese sueño imbatible, el encanto hecho de tweed.
Sé que para indagar como quiero debo pedir una cita con tiempo y quizás esperar. La respuesta llega rápido, es un sí educado y elegante, acompañado de una lista de requisitos que hacen, sobre todo, a la seguridad de Chanel y de sus clientas. Me esperan con gusto, pero en julio, víspera de la Semana de la Alta Costura de París, para conocer los legendarios talleres de la Rue Cambon 31, donde se crean los vestidos y trajes que definirán la tendencia de cada temporada. Ni el mundo ni yo contradecimos a Chanel, así que acepto el reto de vernos, sin tener idea de en qué lugar me encontraré para entonces, pero jurándome que por esos días voy a estar en París.
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Chanel significa canal. Coco, creadora de este imperio, quizás nunca imaginó que en 1920 y con veintisiete años, vistiendo pantalones, camisetas marineras y chaquetas de hombre, sería para las mujeres el canal que las conectaría para siempre con la independencia en el vestir. Impuso un estilo distinguido y práctico: desterró los vaporosos vestidos blancos de puntilla junto al agobiante corsé, reemplazándolos por faldas más acortadas, camisas lánguidas de seda y cárdigans de cashemere. Inventó la cartera de cuero con tiras de cadena para que se amoldara según el hombro de cada mujer e instaló el negro como lo más chic, tal vez su mayor muestra de valentía. Mezclaba las perlas falsas con los diamantes, llevaba el pelo à la garçon y usaba sombrero. Odiaba la palabra moda. Hablaba de clase, esencia, sobriedad, simpleza, elegancia, originalidad.
Coco era segura de su silueta magra y escueta que para la época despertaba más pena que orgullo, por eso también diseñó pensando en sus pares. La minifalda, decía, era privilegio de unas muy pocas. Jamás olvidaba su origen pobre y niñez infeliz. Fue amante por elección y nunca esposa, también muy supersticiosa: el cinco era su número preferido, de ahí el perfume y la obsesión por presentar sus colecciones los días cinco de mayo.
Fue recién a los 71 años, en 1954, cuando logró instalar a Chanel en la cima. Coco volvió al ruedo tras décadas retirada y el éxito jamás paró. Cosió y fumó hasta el último día. Murió a los 87 años en su habitación-hogar del Ritz. La lloró el mundo entero, aunque muy pocos fueron al funeral.
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Jacqueline está conmovida. Mañana, junto a su equipo de costureras del atelier tailleur, uno de los abocados a la sastrería, y los participará del desfile en la semana de la alta costura de París. Julio finalmente llegó y es la primera vez que una colección de Chanel se mostrará en una escenografía que recrea los talleres o ateliers trabajando en vivo de donde salen estos looks exclusivos, la vanguardia. También empiezo a sentir cierta ansiedad: me estoy enterando de que en menos de veinticuatro horas habré disfrutado por partida doble del espectáculo de corte y confección que da vida a Chanel. La temática de cada show es siempre una sorpresa, y ahora estoy en el escenario original con los protagonistas reales, un déjà vu profetizado.
"Buscamos siempre innovar un poco, encontrar nuevos materiales, pero no hacer cambios en lo concerniente a la alta costura. La haute couture es la haute couture. Justamente, tratamos de que esta no cambie, sino de que perdure", me advierte Olivia, jefa del atelier flou, en donde se crean los vestidos. Ella y sus costureras también participarán del desfile.
La colección consta de ochenta looks que involucran a los cuatro talleres que se encuentran en el edificio de Cambon, todos unidos por la mítica escalera caracol de mármol rodeada de espejos en la que Coco se sentaba en soledad a ver pasar su desfile. En la planta baja hay una gran tienda, la primera, en donde empezó la historia.
Los ateliers tienen las paredes blancas con molduras típicas de la construcción estilo francés, hay arreglos de flores frescas en jarrones de cristal y las ventanas están abiertas de par en par. La luz de la mañana baña los maniquíes sobre los que se cose cada prenda, e impacta directo sobre las mesadas atestadas de tijeras, carreteles, cintas métricas, géneros, cajas con piedras y cuentas, apuntes y figurines hechos a mano por Karl Lagerfeld, el director creativo de Chanel desde 1983. También hay ilustraciones y fotos suyas, algunas más que de Coco. Tiene 83 años y es una institución. Él mismo retrata las campañas gráficas para la marca, diseña el concepto de cada desfile y elige a las musas que representan a la maison por todo el mundo, desde modelos hasta las actrices más consagradas. Lagerfeld es mucho más que sus títulos, es casi Chanel.
Jacqueline sabe leer muy bien lo que él quiere, se conocieron en Chloé hace veinticinco años. "Quienes trabajamos aquí somos sus ojos y sus manos. Es un gran perfeccionista, espera excelencia", me dice con una sonrisa y me explica que, frente a cada figurín, ella toma un maniquí y empieza a darle forma al diseño con un lienzo en búsqueda del patrón: "Esta base es clave y yo tengo que saber todo para poder dirigir al equipo. Conozco mucho a Karl, me imagino lo que quiere".
En su atelier sobrevuela la concentración, pero hay ruido y mucho movimiento, cierto nerviosismo, el tiempo se acaba. Almorzarán ahí y se quedarán hasta tarde. Son unas 42 costureras, el promedio de cada atelier. La mayoría son mujeres expertas y llevan muchos años en Chanel, aunque también hay pasantes. Vienen de todo el mundo y son muy pocos los hombres. "Dependiendo de la facilidad de cada persona frente a cada tela se le va asignando el trabajo. No está contemplado que no podamos encontrar una solución frente a un diseño. Es muy rara la vez que debemos recurrir a Karl para resolverlo", confiesa Olivia.
El problema en aumento es la dificultad de encontrar gente altamente calificada para hacer alta costura. Jacqueline lo ve como un problema actual de la profesión: "También tomamos personas de otras casas porque deben venir aquí con una buena base para luego enseñarles nuestro estilo". Olivia, por ejemplo, estuvo doce años en Givenchy y esta es su tercera colección para Lagerfeld. Su sueño de niña era trabajar en Chanel y aún no lo cree: "Por supuesto que la formación previa es indispensable, pero las explicaciones que se brindan aquí son tan claras y precisas que esto es lo mejor para aprender. No hay un manual, pero sí mucho profesionalismo y experiencia. Aún no he visto errores".
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El proceso de creación de un vestido es por etapas: primero Lagerfeld les entrega dos o tres figurines que definen la colección. Después les da cuatro o cinco más que siguen perfilando la línea y diez días antes del desfile les entrega todos los croquis que deben plasmar. Cada taller hace veinte looks que requieren unas cuatro pruebas sobre las modelos que los llevarán ese día. Solo se hace uno por continente, a menos que un continente compre la exclusividad mundial para ser su único dueño.
Al observar el respeto y la seguridad con que cada costurera trata a las telas, cómo analizan los dibujos para hacer realidad lo imposible, imagino a Coco. Estaría orgullosa de todo el talento que gobiernan su edificio. Ella, que fue tan revolucionaria como admirada, imitada y amiga del arte, íntima de Picasso, Saint-Exupéry y Jean Cocteau, estaría ahora aquí, junto a todas estas artistas anónimas, cosiendo y creando.
"¿Cuál es el secreto de hacerlo todo tan perfecto?", le pregunto a Olivia, hipnotizada por un bordado de flores de cuero rosa, celeste, gris y blanco, pintado a mano y salpicado por canutillos de colores descabellados, estratégicamente ubicados para lograr una pieza genial. Olivia no duda en su respuesta, es tan correcta: "Técnicamente, cuando se confecciona una prenda existe lo que se llama bustier, lo que va en su interior. Cuando este es bueno, es el mejor punto de partida. Después entra a pesar la costurera, su buena mano y que trabaje la tela como corresponde. Es un conjunto de factores que deben darse muy bien para lograr una prenda muy bonita. Un trabajo en equipo en el que si hay un eslabón frágil en la cadena, tendremos problemas", hace una pausa obligada para asegurarse de que el vestido que estamos mirando siga los lineamientos del boceto que lleva pegado al dorso de su celular. Todo está en orden. Después me mira y sintetiza su idea: "El secreto es que todo el mundo haga bien su trabajo".
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