El campamento tiene algo de estación espacial. Sus ocupantes se desplazan sin tocar el suelo: pasan sus días, y sus noches, trabajando, comiendo y durmiendo a un metro del piso. Viven en casas con paredes blandas, montadas sobre decks de madera, en el corazón del espeso, verde y espinoso monte chaqueño.
- Lo de las plataformas es para evitar las serpientes, ¿no?
- Claro. Las yararás no trepan.
- ¿Y las otras?
- Todas las demás, sí.
El primer diálogo con el doctor en Biología y responsable de Rewilding Argentina (ex CLT) en El Impenetrable no es tranquilizador para el urbano equipo de LA NACIÓN, al que le esperan tres días de convivencia en esta naturaleza fascinante e indómita. Pero Gerardo Cerón sonríe, y confiamos. Hicimos bien.
El habernos animado a compartir estas jornadas nos permitió acceder a lugares y situaciones que los pocos turistas que visitan el Parque Nacional El Impenetrable solo pueden imaginar: pueden llegar hasta la laguna El Suri (ñandú del norte), cercana al acceso desde el paraje La Armonía. Pero por el momento no está permitido ni recorrer los caminos internos del Parque ni pernoctar allí. "Las zonas de uso público se encuentran en etapa de desarrollo", alertan desde Parques Nacionales, por lo que antes de planificar la visita hay que consultar en la Intendencia hasta dónde ir y en qué horarios.
Los que van a encontrarse con los biólogos reciben como recomendación ir munidos de dos collares antigarrapatas, esos que se compran en las veterinarias para los perros. No, mascotas no hay: es para ponerse uno en cada tobillo. Los expertos que trabajan allí cuidan que sus prendas estén como en mamushka. "Nos ponemos la camisa adentro del pantalón, y las botamangas hundidas en los borceguíes. De ese modo, las garrapatas tardan más en subir hasta una superficie donde poder picar (el cuello, por ejemplo) y eso nos da tiempo de sacarlas", explica Cerón.
En el campamento de Rewilding las carpas son casas con dormitorios y baños con ducha, y también hay un salón que oficia de comedor y living, y otra que es cocina y laboratorio. Algunas fueron encargadas a un proveedor de África, y otras hechas por un emprendedor argentino. Resisten el sol y la lluvia, y dejan pasar todo el ruido de la fauna. De hecho, cada noche oíamos un splash en la laguna contigua, y la duda era si se trataba de un tapir o de un yacaré con ganas de refrescarse.
En la estación de campo viven dos biólogos, una coordinadora y cuatro baqueanos que hacen tareas de mantenimiento, pero también son los que acompañan a los científicos en sus expediciones porque conocen el monte al detalle. Trabajan con un régimen de 21 días corridos por 7 de descanso, lo que les permite volver a sus lugares de origen. En esas tres semanas, hacen de todo: desde instalar cámaras trampa hasta ir a buscar las tarjetas de memorias para procesar las imágenes de fauna, pasando por escribir informes, dar aviso a los guardaparques en caso de detectar cazadores, taladores o especies exóticas, relevar huellas y múltiples desafíos más en pos de un objetivo: "producir" naturaleza.
"Vine dos meses como voluntaria, y luego surgió la oportunidad laboral de ser nexo entre los distintos actores que intervienen en este ecosistema: comunidades locales, científicos, autoridades, periodistas, personal de mantenimiento, logística. Me enamoré de este lugar en cuanto llegué. La paz, la tranquilidad… Acá las preocupaciones y las prioridades son muy distintas a las que se viven en una gran ciudad. Hay asombro, hay aprendizaje y las relaciones son más cálidas. El no tener señal de celular ni internet evita muchas distracciones", enumera Constanza Mozzoni, Licenciada en Ciencias Biológicas y Coordinadora de la estación de campo, desde donde las comunicaciones se hacen por radiollamada.
El campamento cuenta con paneles solares y lavarropas. El equipo se reparte las tareas de cocina (los baqueanos se lucen con guisos y asados), lavado de platos, limpieza. A horas de viaje de cualquier almacén o supermercado, las provisiones se guardan en grandes freezers.
Las plataformas de madera, además de aislarnos de las yararás, sirven para evitar compactación del suelo. Nos alojamos en carpas porque las construcciones de ladrillos dejan huecos a las vinchucas."
"Las plataformas de madera sobre las que caminamos y vivimos, además de aislarnos de las yararás, sirven para evitar compactación del suelo, y son desmontables. Nos alojamos en carpas porque las construcciones de ladrillos dejan huecos –advierte Constanza– que pueden ser aprovechados por las vinchucas".
El show de la naturaleza
Los caminos internos por donde transitan en camioneta los biólogos tienen una vegetación tan espesa que la nube de polvo que genera el vehículo se sostiene en el aire. Mistoles, aromos, algarrobos, quebrachos, duraznillos, carandás y vinales con espinas de 20 centímetros son refugio de murciélagos, loros habladores y chajás, y testigos de zorros que se mueven, fugaces, entre los árboles. Un tatú bolita y algunos conejos nos salen al paso, y Cerón nos presenta a un pájaro negro de ojos muy rojos y hábitos nocturnos que solo levanta vuelo cuando estamos casi al lado: el atajacaminos. El atardecer es lo que se conoce como la hora del escuchaje. El monte habla a través de sus animales.
Charlamos mientras compartimos una torta parrilla, especie de torta frita hecha al horno. De camino nuevamente hacia el monte cerrado nos enseña cómo detectar si un animal pasó hace mucho o hace poco por determinado lugar: si el centro de la huella está húmedo, o si los bordes siguen siendo filosos, anda cerca. Señalando la corteza de un árbol, nos explica que esas marcas profundas y paralelas son los efectos de las garras de un gato montés. Y nos hace probar una hoja del coicoyuyo, arbusto que los nativos usaban para salar la comida.
Las carpas están montadas junto a la laguna El Breal, que los biólogos recorren en kayak con el sonido de fondo de las charatas y de los monos aulladores. Debajo, dorados, surubíes y sábalos, que de tan inquietos y abundantes hacen que el agua parezca hervir con burbujas plateadas. "Te sentás horas a mirar, como si tuvieras un balde de pochoclo en la mano… Es el show de la naturaleza", dice Cerón. Los ojos le brillan.
Cuatro baqueanos chaqueños le enseñaron a conocer la diversidad del monte, mientras durante dos años vivían, todos, en una carpa sin radiollamada ni panel solar, cocinando a fuego, racionando el agua y padeciendo el calor, los mosquitos y las garrapatas.
Nació en Dina Huapi, cerca de Bariloche, hace 34 años. Y desde los 10 quiere investigar la naturaleza, conocer sus problemas y hacer algo por solucionarlos. "Volvía loca a mi madre –admite– con mi colección de joyas: plumas, fósiles, insectos, ranitas, rocas. De hecho, nunca estuve más cerca de la muerte que cuando se me escapó por segunda vez una serpiente y pasó por entre las piernas de mi mamá, que estaba colgando la ropa".
Se cree que en todo el Gran Chaco (Formosa, Salta, Córdoba, Chaco) hay menos de 20 yaguaretés. "Trabajamos para volver a tenerlo en cantidad suficiente como para que cumpla su rol ecológico de predador tope de este ecosistema y regule a los herbívoros que caza. Hay un ejemplar –revela– que suele estar siempre a 15 minutos de caminata del campamento. Cero miedo: siento orgullo y alegría".
Los científicos buscan que los pobladores cercanos sean guardianes honorarios y deparen a los visitantes buenas experiencias. El ecoturismo es vital para la sustentabilidad. "Colaboramos para que muchos ex cazadores –detallan– se conviertan en guías de sitio. Hay una decena ya, avalados por un carnet de PN. Ofrecen excursiones en kayak, trekking para hacer avistaje de fauna y reconocimiento de flora medicinal, artesanías, gastronomía y hospedaje".
Los científicos de El Impenetrable se entusiasman con la idea de encontrar nuevas especies. El Parque es nuevo y tiene mucho aún por ofrecer y descubrir.
"Encontramos un saltamontes que hasta ahora solo se sabía que vivía en Brasil. Lo mismo nos pasa con arañas y con plantas. Y con una rana, que no sabemos si dio un salto muy grande en materia de distribución geográfica desde Paraguay, si se trata de un animal hasta ahora desconocido", se ilusiona Cerón.
Y proyecta en grande, pero con los pies en la tierra. "Me preocupa mucho el desmonte, que por la industria maderera y por ganar tierras para cultivos se aceleró en los últimos cinco años: con topadoras a este ritmo, el hombre va destruir todo el bosque antes de terminar de conocerlo. Mi sueño es que este ambiente vuelva atrás en el tiempo unos 300 años. Creo que en tres décadas puede ser posible".
Parque Nacional El Impenetrable. Av. San Martín esquina calle Celso Páez s/n, Miraflores (intendencia). elimpenetrable@apn.gob.ar T: 03644-201831
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