Mesas comunitarias, murales coloridos, canillas para todos los gustos y veredas que se conectan con el interior. En esta nota, bares con diseño para compartir una buena cerveza
Guten Bier (Dorrego 191, Monte Grande)
Con acento alemán pero espíritu argentino, Guten Bier nació como bar y marca de cerveza artesanal hace cuatro años en Lomas de Zamora. Pero fue su nuevo local en Monte Grande el que se convirtió una de las revelaciones del 2016: abrió sus puertas en septiembre sobre Coronel Manuel Dorrego, que a lo largo de una cuadra y media concentra el polo gastronómico más atractivo de la ciudad. “Si bien seguimos el lineamiento de Lomas, al tener la posibilidad de armar el local de cero, pudimos darle la onda que queríamos y personalizar algunos detalles”, cuenta uno de los socios detrás de la barra. Guten Bier fue recreado dentro de un galpón de 160m2, antes dedicado a la venta de artículos de música. La obra fue dirigida por el estudio Leone Loray, que en apenas tres meses logró transformar un rectángulo sin personalidad en un espacio para llegar y quedarse, con capacidad para 120 personas. El interior fue trabajado con los materiales de cabecera para bares y cervecerías artesanales: hierro a la vista, chapa acanalada y terminaciones rústicas. Para el mobiliario eligieron taburetes de madera y hierro, mesa altas y sillas Tolix. El sello propio lo pusieron en los caños maestros revestidos en cobre: recorren parte del cielorraso a la vista y conectan las canillas con la cámara frigorífica en donde almacenan los barriles.
Guten Bier ofrece 6 variedades de cerveza propia y 14 canillas invitadas, entre las que se destacan marcas artesanales de distintos puntos de la provincia. La carta ofrece clásicos reeditados: picadas con ingredientes fríos y calientes, sándwiches y pizzas. Promete un tercer local en Lanús y un segundo pinta point en Monte Grande, pequeño local para retirar cerveza y devolver envases.
Growlers (Gurruchaga 1450)
Con los adoquines de la calle Gurruchaga y los murales y enredaderas de Coronel Cabrer -un angosto y pintoresco pasaje que termina en Serrano- como testigos, en octubre se estrenó Growlers, el emprendimiento del cocinero Manuel Miragaya y sus dos socios: además de sommeliers de cerveza y productores domésticos (la hacen en su casa para ellos y para amigos), son fanáticos de las variedades artesanales. El local ya tenía tradición gastronómica, pero la propuesta y el diseño interior no era lo que tenían en mente: en dos meses de obra intensa, lo transformaron todo. Una de las decisiones más importantes fue la de abrir todo el frente como si fuera una galería: querían tener la mayor visibilidad posible hacia el interior, integrándolo a la vereda, que es una de las locaciones preferidas por los clientes.
El formato fue pensado para ofrecer un servicio en el que la gente circule. Así, los pedidos se hacen en la barra y los clientes lo llevan a la mesa elegida: “Estamos convencidos de que das un mejor producto cuando se retira en la barra: cuando es con atención a la mesa, la cerveza queda esperando hasta que el mozo pueda retirarla y cuando llega a la mesa, tiene una calidad inferior”. La identidad de Growlers se completó con ladrillo a la vista, hierro oxidado y madera paraíso, mientras que el mobiliario estuvo a cargo de una pareja de diseñadores colombianos: la barra empotrada, los taburetes altos y las mesas comunitarias son piezas claves para la dinámica del espacio. En lugar de aplicar el tradicional equipamiento de mesas y sillas, eligieron apostar por mesas de 23cm: “Buscamos que fueran un punto de apoyo, para estar más de costado”.
Benaim (Gorriti 4015)
No es una palabra secreta:Benaim (se acentúa en la ‘i’) es un apellido y el nombre de un negocio de telas familiar. Los creadores del local son Nicolás Wolowelski y Juan Martín Migueres, que hablan de su abuela -portadora Benaim original- con orgullo. El verano pasado, la novia de Nicolás estuvo en Tel Aviv y recorrió bares y restaurantes: con muchas ideas pero “todo a pulmón”, tradujeron ese lenguaje para traer una novedad a Palermo. Los murales, gráficas y stencils intervienen paredes, transportan al mundo de Medio Oriente y exhiben recuerdos familiares, como la casa de la abuela y el negocio de dulces del que formó parte. “Al principio iba a ser un patio andaluz con food trucks, algo bien mediterráneo. Fue un proceso que duró todo el verano para ver hacia dónde íbamos”, cuenta Nicolás, que comenzó en el mundo de la gastronomía junto a su mamá hace diez años con Celigourmet y en 2013 abrió La Pastronería.
Benaim se encuentra dentro de una antigua casa de 330m2, en la que se hicieron varias reformas: la mamá de Nicolás le había puesto el ojo para armar una cocina, pero él optó por un espacio distinto. Lo convocó a su primo y juntos empezaron a trabajar en el proyecto: “Lo fuimos armando sobre la marcha, no hubo una idea de movida”, explica Nicolás. La cocina -completamente a la vista- y el área de servicio fueron adaptadas para el nuevo uso, y se instalaron una cámara de frío y un depósito con alacenas. Si bien el patio ya contaba con enredaderas naturales, trabajaron en el paisajismo del sector al aire libre con macetas colgantes que se cruzan con las bombitas de luz y alumbran el equipamiento de madera: mesas y bancos comunales que trajeron de Junín. El food truck completa la escena a cielo abierto, también intervenido con la gráfica del local: convoca a bebedores entusiastas y le da al bar un recurso móvil e itinerante. El salón interior cuenta con mesas separadas para dos y cuatro personas, además de una barra de madera en voladizo para tomar y comer de parado. En este momento se encuentran desarrollando una propuesta de comida marroquí para el primer piso, con una marcada identidad árabe: va a tener una mesa grande con mayólicas, lámparas de doble altura, guirnaldas y telas colgantes del techo, además de plantas e ilustraciones de camellos. Pastrón, kebab, falafel, shawarma y kippe son las especialidades de la casa (además de la cerveza artesanal, claro).