A mediados de 1983, Gabriel Levinas le propuso a Enrique Symns armar un suplemento para su revista, El Porteño, y así nació Cerdos & Peces. Si bien al principio esta idea no tuvo buena recepción en algunos de los integrantes de aquella mítica publicación cultural (Miguel Briante, Fernando Almirón, entre ellos), eso no fue impedimento para el entonces monologuista de Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota. La máquina se puso en marcha de todos modos y, debajo de las napas de la cultura oficial, la criatura "de este sitio inmundo" (como terminó de bautizarla el propio Levinas) salió decidida a desarticular una identidad que –como escribió Symns en una de las editoriales de aquel momento– "yace sepultada bajo los rótulos con los que una sociedad autoritaria pretende reprimir y contener experiencias que, supuestamente, desestructuran el orden comunitario".
Emblema del periodismo experimental y contracultural, la revista fundada a comienzos de la democracia y discontinuada a fines de los 90 lanza su despedida épica con un número extraordinario.
La tapa del primer número mostraba a dos tipos pidiéndole fuego a un policía para prender un porro y el título que la acompañaba era "Legalizar la marihuana". Al día siguiente de que la revista llegara a los kioscos, estalló una bomba en la puerta de la redacción. Al año siguiente, la revista se independizó de El Porteño y experimentó distintos formatos con regularidad intermitente hasta 1998, cuando llegó a publicarse como un suplemento de La Maga, otro semanario cultural. En el medio sufrió varias clausuras y la redacción anduvo de aquí para allá.
En 2004 hubo un intento de regreso, pero tan solo se pudieron llevar adelante dos números. Fueron 59 números, noches de orgías, experiencias con dealers, rock, excesos de todo tipo y un anecdotario infinito. Esa aventura, que cambió la forma de hacer periodismo y de contar, fue contada por Symns en su célebre libro El señor de los venenos.
"Más que de una revista se trataba de una guarida, un aguantadero, un refugio antivirus, un albergue, un laboratorio. ¿Éramos conscientes de estar haciendo algo completamente innovador en Argentina? Muy probablemente no", escribió Symns en la antología de lo mejor de Cerdos & Peces.
Symns, que supo ser discípulo de la locura y las noches interminables, no atraviesa un buen estado de salud. Vive acostado, mira películas y como ha dicho en varias oportunidades: le está costando morirse. Pero pese a esa vejez que ahora fantasmiza sus años dorados, todavía le queda un as en la manga. Gracias a la fuerza de colegas cercanos (Rodolfo Palacios y Juan Mendoza), Cerdos & Peces regresa una vez más. "Para nuestra sorpresa, Enrique se mostró más que motivado y dijo que el mundo seguía siendo inmundo y estuvo de acuerdo, pero solo si hacíamos nada más que un número. Y de ahí surgió hacer una edición especial. Si era un solo número, que sea una edición homenaje, que funcionara como un tributo a la revista. Pero nosotros decimos que este número también es un tributo al propio Enrique", cuentan Palacios y Mendoza.
La contracultura ya no anida en el arte. Hoy, tal vez tenga más de contracultura una doña al frente de un comedor comunitario en una barriada de José C. Paz que el más ingenioso de los youtubers.
Un número único e histórico –¡el N° 60!– que trae de nuevo la pluma de la inhallable Vera Land, la histórica jefa de Redacción de la revista, y un contenido que tendrá 152 páginas. "Vera aceptó ser parte porque era la última edición. Su texto es un portal a todas las Cerdos que existieron y hoy pueden conseguirse en ferias o en Mercado Libre a precios astronómicos. Y, al mismo tiempo, para Vera fue la manera de despedirse de sí misma en las páginas que la vieron nacer", dicen Palacios y Mendoza. Y que para esta edición también suma a Ricardo Ragendorfer, Semilla Bucciarelli, Fernando Noy, Daniel Melingo, Maitena, Andrés Calamaro, Camila Sosa Villada, Adrián Caetano, Fabián Casas, Dolores Reyes, Carlos Busqued, Bruno Stagnaro, César González, Willy Crook y Luis Ortega, entre otros. Quizás se pueda pensar en la contemplación de algunos mandamientos cerdopeceanos para la convocatoria de este nuevo número, pero Palacios y Mendoza prefieren pensarlo así: "No sabemos si hay un universo cerdopeceano. Muchas de esas primeras firmas hoy llevan vidas que están en las antípodas de lo que promulgaba la revista en los 80, por ejemplo. Otras no llegaron a participar, pero se las convocó. Y, por otro lado, hoy te encontrás con gente de la cultura que desde su obra actual sí está en sintonía con aquella Cerdos".
La tribu de mi calle
La revista que en su momento se encargó de ponerles voz a los tabúes de la época, cuando no estaba bien visto meter en la cuchara temas relacionados con la homosexualidad, las drogas, el VIH, la locura o la antipsiquiatría, hoy regresa sin temor a los lineamientos de la agenda de lo políticamente correcto y se juega su última carta, con la vista siempre puesta en el trazo de la calle y en la crudeza de la vida que siempre acompañó. Para Palacios y Mendoza, hacer una revista así hoy en día es absolutamente necesario. "Creemos que hay una necesidad de volver a contar el mundo. Hoy, esa dinámica está cristalizada por la tecnología. No se percibe que haya una exposición y un riesgo en las historias que se narran. Ocurre algo y se sientan a escribir sobre ese algo de un modo moral y hasta políticamente correcto. Anteponiendo el yo por sobre la historia. Lo que se impuso es una narrativa concheta al estilo que promulgan las revistas Orsai o Anfibia, donde no se respira el dolor del mundo", dicen.
La Cerdos tuvo muchas etapas y adquirió una gran cantidad de seguidores. La publicación de Symns, más allá de que hoy pueda convivir bien en boca de académicos y de haber fundado cierto canon, en su momento era la guarida de los que habían sido expulsados del sistema. Su periodismo/ficción –la multiplicidad de personajes que inventaron sus páginas, las entrevistas falsas– creó un universo de ciencia ficción que se alejó de las puertas de la cordura, se alojó a tiempo completo en el éxtasis y emprendió un viaje sin retorno hacia la invención de la realidad. Toda esa irreverencia fue el combustible de un periodismo que alentó siempre a "dialogar con los oídos" –como dice el mismo Symns–, salir a la calle, vivir, experimentar y contar. En resumidas palabras: a dejar de calentar sillones en grises oficinas y volver al oficio de contar historias.
"Creemos que hoy la irreverencia pasa por escribir algo que verdaderamente conmueva. Una historia escrita desde esa honestidad. Hoy, la provocación o la irreverencia ya no son propias de sectores radicalizados de la cultura como sí lo fueron en los 80 y hasta en los 90. Hoy, puede ser irreverente hasta Juanita Viale. Lo que se necesita son actos genuinos. Como contenido, la única consigna fue que escribieran notas que realmente sintieran, historias simples que pedían ser contadas", explica Palacios. Y Mendoza se extiende sobre un término que hoy se escucha livianamente: "La contracultura fue la respuesta de ciertos sectores sociales a la cultura oficial. Había una necesidad de contestarle a esa cultura impuesta. Pero también es cierto que mucha de esa gesta tenía más de pose que de actitud genuina; si no, no hubiera sido deglutida tan rápido. La contracultura ya no anida en el arte. Hoy, tal vez tenga más de contracultura una doña que está al frente de un comedor comunitario en una barriada de José C. Paz que el más ingenioso de los youtubers".
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