A quién se le ocurrió crear este electrodoméstico que hoy en día se convirtió en un objeto deseado que, lejos de ser indispensable, sigue sumando adeptos entre quienes odian lavar los platos
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“¿Y ahora quién paga los platos rotos?”, debe haber pensado Josephine Cochrane más de una vez, sólo para llegar a la conclusión de que la solución estaba en sus manos, y no en la de su personal doméstico. Josephine estaba cansada de que sus empleadas vayan matando de a poco sus juegos de vajilla, por lo que tomó dos decisiones: la primera, empezar a lavar los platos ella misma; la segunda (ya cansada de la primera) fue la de diseñar y fabricar un aparato que haga el trabajo por ella. En la Ohio de finales del siglo XIX fue una mujer la que dispuso que nadie que no sea ella iba a darle una solución de confort a una de las tareas más antipáticas del hogar: lavar los platos.
“Debe existir una forma de simplificar la vida en el hogar”
El mismo pensamiento con 130 años de diferencia. Durante la pandemia las tareas de la casa se volvieron una carga para hombres y mujeres. Basta con revisar qué tipo de artículos y artefactos fueron los que más incrementaron sus ventas: la mopa para limpiar y la ropa cómoda fueron dos grandes ejemplos de funcionalidad. Al mismo tiempo dos objetos se posicionaron en la cima del deseo hogareño: la aspiradora robot y el lavavajillas. ¿Quién no quiere tener las cosas hechas, pero sin hacerlas?
Josephine había heredado el gusto por hacer. Su papá, John Garis, fue un ingeniero hidráulico fundamental en la fundación de Chicago; y su abuelo materno fue John Fitch, el creador del primer barco a vapor de los Estados Unidos. Ese ADN constructor conoció a William Apperson Cochran, un empresario textil de Shelbyville (igual que la ciudad ficticia de Los Simpson), que además militaba para el partido demócrata. El combo empresario-político no tardó en posicionar a la casa de Josephine y William como el centro de la vida social de la ciudad.
Cenas, fiestas y cocktails. Copas, platos y tazas. Todo muy lindo con ser anfitriones, pero los platos no paraban de romperse, y Josephine decidió que la solución no podía ser ella lavando todo después de cada encuentro. La división de las tareas hogareñas entre hombres y mujeres no era una posibilidad en ese momento: William no estaba dispuesto a ser un político lavaplatos, y Josephine no se conformaba con las tareas de ama de casa.
Viuda y con espíritu inventor
Empoderada, sacó a relucir su ADN inventor: necesitaba un aparato en donde la vajilla pudiera estar bien sujeta, para que los chorros de agua jabonosa la lavaran sin riesgos. Y necesitaba que sea simple, para poder comercializarlo, porque ahora que había enviudado, Josephine ya no tenía casa, sólo deudas. No existen muchos registros fotográficos de aquel prototipo fabricado en su casa, pero el concepto en común entre ese primer diseño y todos sus sucesores era el mismo: el agua caliente a presión es la clave para los platos limpios.
Josephine patentó su invento en 1886 y fundó la Garis-Cochrane Dish Washing Machine Company, una empresa cuya línea de tiempo marca el comienzo de lo que hoy es KitchenAid/Whirlpool. Sus primeros clientes fueron restaurantes, hospitales y hoteles. En 1893 se presentó en la Exposición Mundial Colombina de Chicago, un evento que servía para conmemorar los 400 años de la llegada de Cristóbal Colón al nuevo mundo. Allí ganó el primer premio como “mejor construcción mecánica, duradera y adaptada al ritmo de trabajo”. La feria había sido iluminada por la empresa de George Westinghouse Jr, con tecnología de Nikola Tesla. La modernidad había llegado.
El lavavajillas tardó en ser aceptado
La poca extensión de la red eléctrica, su tamaño poco apto para las cocinas y cierta resistencia a invertir en una tecnología para una tarea que bien podía ser realizada por una mujer le pusieron un freno a su expansión. Los primeros modelos hogareños costaban 350 dólares, un precio poco accesible para aquella época. El modelo industrial podía lavar y secar 200 platos en pocos minutos.
El camino de Josephine como inventora y mujer de negocios no fue fácil. Incluso, como tantos otros creadores, no pudo ver en vida el éxito de su invento. Después de su muerte, en 1913, su empresa continuó funcionando y otras marcas adoptaron y compraron su patente. Las mejoras posteriores introdujeron conceptos muy familiares hoy: el ahorro de agua y la eficiencia energética. Recién en la década del ’50, cuando el confort y el tiempo libre dejaron de tener mala fama, el electrodoméstico se popularizó en los hogares estadounidenses y europeos.
En la Argentina de la pandemia, la empresa heredera de Cochrane vende 1500 unidades por mes, un 29 por ciento más que hace un año. Después de 130 vueltas al sol, cambiaron las tecnologías, pero no las ideas: Josephine ideó su dispositivo porque no quería perder tiempo con los platos; y este periodista utilizó el tiempo que hubiera perdido lavando en escribir este texto. Cronometrado. Y sin platos rotos.
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