Cecil Beaton, retratos de estilos de las mujeres más innovadoras del siglo XX
El espejo de la moda o The Glass of Fashion, el texto de crónicas del fotógrafo de modas, retratista y diseñador de vestuario sir Cecil Beaton representa mi iniciación en las lecturas sobre moda. Me lo sugirió un amigo escritor a comienzos de 1990 y, cuando el vértigo de la moda me apabulla o se vuelve tedioso, vuelvo a releerlo. En el texto, de lectura obligatoria para todo aspirante a seguidor de la moda y cuya edición en español está ausente en las librerías locales aunque prolifera online, desfila una galería de estilos de las mujeres más innovadoras de la primera mitad del siglo XX.
Lejos de la levedad y el estudiado desgano de las actuales it girls, los personajes descriptos en 1954 siguen resultando innovadores en 2016. "Entre las mujeres notables que han influido en la vida y costumbres de los pasados 50 años existen algunas que desafían los intentos de clasificación, bien porque no pueden ser adscriptas a una profesión determinada o porque van más allá de la misma al expresar una personalidad que sería injusto querer limitar en fronteras cerradas. Son figuras que han ejercido una influencia tremenda en los múltiples aspectos de la moda tal como está", esgrimió.
Un apartado especial corresponde a los ardides estéticos de su tía Jessie en Una dama distinguida. "Fue una ardiente devota de la moda, andando a saltitos con una paso rápido y corto para mantenerse firme con los sombreros llegados de París al estilo de la reina Roja. Tía Jessie había escandalizado a la familia casándose con un boliviano y había partido para Sudamérica, donde fue considerada la primera mujer blanca que había embarcado en una canoa en el Amazonas y que había conseguido mantenerse en los lomos de una mula mientras atravesaba los remotos pasos de la cordillera de los Andes que seguro debieron resultar estrechos para su sombrero y su peinado. Cuando reapareció en Londres lo hizo con la posición oficial de esposa del embajador de Bolivia. Se convirtió en la anfitriona de toda una tribu de sudamericanos que la rodeaban con sus lenguas replicando como castañuelas en su español nativo o rugiendo de risa ante todo lo que hace reír a la América del Sur".
Su adorada tía fue una mártir de la moda y describió sus rituales y paseos de compras: " Los días de fiesta, para reducir su volumen se empaquetaba en un corsé de caucho, empuñaba la raqueta y salía a jugar agitados partidos de tenis. Se pasaba horas embadurnándose la cara con un ungüento blanco, manteca de pollo o cáscara de limón. Le gustaba vestirse de punta en blanco; por motivos más de capricho que de economía no frecuentaba los más famosos modistas de París, prefería comprar seis modelos antes que un buen vestido". Como los dandies, la tía Jessie quedó en la pobreza pero nunca renunció a sus baúles con viejas ropas.
El guante de terciopelo recala en la descripción de Diana Vreeland: "Con la pelvis proyectada atrevidamente hacia adelante en un grado que produce asombro y con el torso doblándose hacia atrás en un ángulo de 45°, Mrs Vreeland invita a la comparación con una dama medieval y, en efecto necesita sólo el alto cucurucho sobre la cabeza con su velo pendiente para verse proyectada al pasado. Pudo haberse matriculado en aquella era de Great Gatsby, cuando las mujeres querían que sus cuerpos se parecieran a espárragos hervidos, adoptando la forma de cualquier sofá en el que pudieran sentarse". La descripción de la editora de moda de Bazaar y Vogue se complementa con un perfil de Rita de Acosta Lydig, que a comienzos de 1900 vistió de un modo extraño y que fue víctima de la moda antes de que se acuñara ese término. Se mandaba hacer trajes por dos docenas, encargaba los zapatos a Yantourny, célebre por sus listas de espera y que solía demorar un año en entregar los modelos forrados en brocatos y dispuestos en baúles ad hoc.