En la provincia de Santa Fe, seis cachorros de zorro gris quedaron librados a su suerte.
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Ocurrió en 2015, producto del vacío legal que existe en la Argentina con respecto a la protección de los animales silvestres (si están catalogados como presas, si se encuentran dentro de una propiedad privada o en determinada época del año, cuando algunas provincias “habilitan” la caza de ciertas especies). Un cazador mató a una hembra de zorro gris o pampeano que hacía pocos días había dado a luz a su camada de seis cachorros. Y en ese mismo acto, al tiempo que se llevó al animal adulto como trofeo, dejó huérfana a su cría, que no superaba las dos semanas de vida y todavía ni siquiera había abierto los ojos.
“La realidad es que el que está acostumbrado a cazar lo hace todo el año, sin reparos ni consideraciones de ningún tipo. Mucho menos si es una hembra o si es época de parideras, como ocurrió en este caso”, asegura Franco Peruggino (32), voluntario de la ONG Mundo Aparte, que protege animales salvajes en peligro y contribuye a formar una mayor conciencia ambiental. “Cuando el cazador descubrió la madriguera donde estaban los cachorros, los sacó de ese lugar y los llevó a un refugio en un intento por hacerlos pasar como perros. Y los dejó en ese refugio en la localidad de Bombal, Provincia de Santa Fe. Fue entonces que se pusieron en contacto con nosotros. Claramente los cachorros no eran perros y necesitaban un cuidado especial”, continúa.
El desafío de la crianza artificial
Llegaron con un desafío enorme para los voluntarios de Mundo Aparte: la crianza artificial ya que se encontraban en una etapa en la que dependían al 100% de su madre y de su leche. Hubo algunos problemas de salud puntuales como diarreas y parásitos, que se fueron resolviendo con medicación y observación atenta. Para la alimentación, los voluntarios se valieron de un sustituto lácteo que se emplea también en el caso de los perros. “Los primeros días los tuve en mi casa. En ese momento, las instalaciones del refugio no contaban con un espacio de nursery, Era invierno y los animales no iban a sobrevivir. Además necesitaban mamadera cada vez que lloraban. Los llevaba a mi casa, al trabajo y al refugio al sol para que estuvieran en contacto con la tierra y la naturaleza y pudieran reconocer el lugar donde iban a vivir después”.
El comportamiento de los zorros, al comienzo, fue similar al de los perros. Sin embargo, cuando empezaron a madurar, pronto mostraron su característica más agresiva, típica de la especie. De hecho, había que separarlos ya que las peleas entre ellos eran muy fuertes y evitar que se lastimaran. Sin embargo, en otros momentos reinaba la tranquilidad, los zorritos dormían y se daban calor.
Superada la etapa de la crianza artificial y la mamadera, los cachorros empezaron a comer solos. Con esa noticia alentadora pudieron mudarlos definitivamente al refugio, a un recinto especialmente adaptado para ellos. “Pero la alimentación a mamadera había generado una impronta inevitable con los voluntarios que fueron tomados como referentes por los bebés. Y a pesar de todo nuestro esfuerzo e ilusión, los zorros no pudieron ser liberados al crecer ya que ninguno contaba con las habilidades básicas para sobrevivir en la naturaleza. Incluso un equipo interdisciplinario formado por profesionales del Conicet les realizó estudios para evaluar sus aptitudes para desenvolverse en la vida silvestre, pero ninguno de los cachorros logró pasarlos”.
Condenados, aunque seguros
Las pruebas tenían que ver con lo conductual y lo alimenticio. Durante el tiempo que duraron los testeos, los animales estuvieron aislados del contacto humano -se ideó una estrategia para que no vieran ni escucharan a quienes les acercaban su comida-, se sumaron sonidos de depredadores y olores para que los animales pudieran recuperar, de alguna forma, los instintos que habían apagado con la crianza artificial. La conclusión fue que ninguno de los seis estaba apto para ser liberado: los zorros no se alejaban de los humanos, de hecho los buscaban en algunas interacciones y eso fue determinante para entender que, liberados, estarían condenados a una muerte segura. Tampoco se mostraron hábiles para encontrar su propia comida sino que esperaban que llegara.
“La conclusión fue muy triste porque perdimos la esperanza de poder liberarlos. Siempre que llega un animal a Mundo Aparte la prioridad es rehabilitarlo para poder liberarlo posteriormente y ocupar su rol en el ecosistema. De modo que fueron esterilizados para evitar su reproducción”, aclara Peruggino.
Hoy los zorros tienen seis años. Como en la naturaleza se distancian de sus padres y hermanos una vez que alcanzan la madurez sexual, hoy viven en espacios separados. Actualmente Dionisio vive solo. Galileo es compañero de Amy, una zorrita de mayor edad. Y los otros hermanos quedaron separados en parejas. Estos comportamientos son absolutamente normales y necesarios para ellos, ya que no dejan de ser animales silvestres.
Viven en recintos naturales, con árboles, tierra, sombra y sol. “Ellos pudieron construir sus propias madrigueras, aunque tienen sus cuchas de madera que usan solo en casos de lluvias fuertes. Usan las propias cuevas que ellos hicieron cavando, algo que nadie les enseñó y es muestra de un instinto que trajeron con ellos. El zorro gris duerme y se refugia bajo tierra, en pozos muy profundos con forma de laberintos que ellos mismos construyen. Son todos unos arquitectos en ese sentido”.
En Mundo Aparte actualmente viven diez zorros, provenientes del maltrato humano, ya sea por mascotismo o por ser huérfanos. Dependen de las donaciones de particulares y tienen un gasto enorme de alimento y medicaciones (se puede colaborar en este link). “A esto nos referimos cuando decimos la caza no es un deporte, estos seis hermanos fueron condenados al cautiverio porque alguien decidió cazar un zorro por diversión. Por eso tratamos de darle calidad de vida y respetar su dignidad, disminuyendo la interacción con los humanos al menor contacto posible. Nuestra misión es respetar su naturaleza de animales salvajes”.
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