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Esa tarde su triste y corta vida por fin llegaría a su fin. Viajaba en un camión hacia el matadero cuando, de pronto, el destino quiso que la diminuta jaula en la que era trasladado, se abriera y el animal cayera en el asfalto de la Ruta 8 debajo del puente de Fátima, en la localidad de Pilar.
No pasó mucho tiempo antes de que una vecina de la zona advirtiera el peligro que corría. Rápidamente dio aviso y se organizó un rescate improvisado. “Lo fue a buscar mi marido. Se trataba de un pollo parrillero. Era triste verlo. Pesaba demasiado, le costaba mantenerse en pie; sus pechugas eran impresionantes. Había caído mal desde el camión que lo transportaba al matadero y se había lesionado la columna”, recuerda Priscila Vaudagna.
“El panorama era devastador”
Ya a salvo, Priscila se encontró sosteniendo en sus manos a un animal cuya vida pendía de un hilo. “El panorama era devastador. Estaba lleno de hematomas y fracturas en alas generadas por el mismo transporte ya que van apretadísimos y apilados. Pesaba un poco más de seis kilos, casi como un gato de tamaño grande. Era lógico, me tenía miedo. Pero lo tuve a upa hasta que se calmó”.
Al día siguiente lo llevaron a una consulta con la especialista en aves Rosana Mattiello. El cuadro era complicado. Poggi, como lo habían bautizado, estaba cuadripléjico: la lesión en la columna había sido en la parte superior y eso le impedía moverse por sus medios; le costaba respirar y los hematomas comenzaron a infectarse. Se le administraron corticoides, complejo B inyectable y un tratamiento homeopático para que tuviera, dentro de lo posible, una mejor calidad de vida.
“Se dejaba ayudar, tenía ganas de vivir”
“Fue horrible llevarlo cianótico (azul) y desplomado y que me dijeran que no tenía chance en esas condiciones. Y que, en el caso de que lograra salir adelante, el sobrepeso que tenía le impediría caminar y eso le produciría in infarto. Pero algo en mi interior me decía que tenía que darle una oportunidad. Al principio le tenía que pasar una sonda para darle de comer. Fueron tiempos muy duros para él. Lo pinchaba todos los días para darle su medicación y también le vaciaba la cloaca ya que no hacía sus necesidades por sus propios medios”.
Poggi era un bebé de tan solo cuatro meses, pero las modificaciones genéticas a las que había sido sometido y su corta vida en el galpón de cría intensiva, lo habían convertido en una bomba de tiempo. “A pesar del dolor que tenía, se dejaba ayudar por mí. Tenía muchas ganas de vivir, se notaba. Otros animales se entregan, él no. El quería vivir. Entonces, lo más difícil en ese contexto, fue pensar que, después de todo lo que había sufrido, se muriera cuando por primera vez estaba en un lugar donde era amado y respetado. Le pedí a la naturaleza que no se lo llevara, que lo dejara conocer la calidez de nuestro hogar”, dice entre lágrimas Priscila, que es médica clínica, estudiante de ciencias veterinarias y está al frente junto a su marido de La granja de Choclito, su propio refugio de animales.
Además de todo el trabajo que hacen para y por los animales, el matrimonio intenta mantener a flote el refugio ante la amenaza de los parques industriales de la zona de Pilar, cuyo planeamiento y obra avanza cada mes. Priscila y Humber forman parte de la comisión de vecinos del barrio Amancay en el km 64 de la Ruta 8 y han iniciado un juicio por la mala gestión de las empresas. “Los olores son nauseabundos, han contaminado un arroyo, no hay barrera forestal y, de noche, es tal la intensidad de los reflectores que utilizan para seguridad, que en mi casa no vemos nada ya que estamos encandilados. Antes esta zona era residencial pero las nuevas disposiciones ahora permiten que sea un área industrial. Nos estamos quedando encerrados dentro de un parque industrial y dentro de poco, este refugio que levantamos con tanto esfuerzo y amor, nuestra casa y la de los otros animales, será inhabitable”.
“Es un milagro, llamalo Lázaro”
Hasta que un día, luego de probar innumerables veces con la ayuda de un andador y para la sorpresa de todos, Poggi se paró comenzó a caminar. “La especialista en aves no lo podía creer. Me dijo que era un milagro, que merecía llevar el nombre Lázaro y, a partir de ese momento, comenzamos a poner en práctica una estrategia para que pudiera mantenerse activo”. Ejercicio, alimentación saludable para manejar su peso y mucho amor ahora forman parte de la rutina de Poggi. Incluso le creció la cresta y está empezando a cantar.,
“No es la primera vez que me dicen que un animal de granja no tiene chance. Pero es la primera vez que hay gente que está dispuesta a tratarlo como a un paciente. Nosotros -mi marido, mi hija, nuestro amigo Elías, cuya ayuda es inmensa, y yo- estamos 24/7 para ellos. Los amamos de verdad. Lo único que nos puede lastimar de ellos, es que les pase algo. No dormimos, hacemos trabajo de enfermería, los llevamos a los mejore veterinarios. Siempre le damos para adelante, mientras que el animal quiera y el dolor esté tratado. Que el salga adelante significó vencer el sistema. Que alguien que está condenado por su genética, por su lugar en esta sociedad de consumo y por su fragilidad haya sobrevivido, significó un triunfo”.
La vida de Poggi es como la del resto de los animales de diferentes especies que viven junto al matrimonio y su pequeña hija de dos años. Poggi vive libre, hace dieta, ejercicio y por la noche duerme en un recinto protegido y abrigado. “Está vacunado, desparasitado, responde a su nombre y viene corriendo de una forma muy graciosa. Le decimos Poggi por el periodista Diego Poggi pero oficialmente es Lázaro. Me enseñó que está bien seguir para adelante aunque todos y todo te digan que no se puede”.
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